CAPÍTULO 23

394 25 2
                                    


Finnick me había abrazado toda la noche, como si así pudiera protegerme de todo el embrollo en el que estoy metida. Había intentado convencerme de quedarme con él hasta la hora de la celebración, pero tuve que rechazar la oferta, tengo demasiadas cosas que hacer, gente a la que visitar.

- ¿Por lo menos te veré después de la cena?

- No lo sé, alguien dijo que ahora se quedaría en el 4 - digo con una media sonrisa.

- Aquí estaré para ti - se incorpora de la cama y deposita un beso en mi frente mientras me visto frente al espejo.

Sonrío mientras termino de abotonarme su camisa sobre los pantalones que usé ayer, y una duda asalta mi mente, recuerdo a Seneca y de lo que hablaron, de cómo debíamos mantener nuestra relación un secreto, pero había algo que no me había quedado claro. Me giro hacia él.

- Odair...- me mira con expectación, pero parece tan feliz, tumbado en la cama mirándome con ojos entrecerrados que no sé si soy capaz de arruinar su paz.

- ¿Si, mi vida? - mi nuevo sobrenombre me toma desprevenida y por primera vez, elijo ocultarle mis verdaderos sentimientos.

- Nada - me acerco y deposito un beso en la punta de su nariz, adornada con sutiles pecas - solo estoy feliz de estar aquí contigo.

Su sonrisa real, esa donde curva las cejas y una ligera arruga se marca en su frente hace su aparición y por un momento olvido todo lo demás.

Salgo de su casa con el sobre con el dinero extra que he ganado en los Juegos, todo lo que no se gastó en productos patrocinados. Jugueteando con él de la ansiedad, comienzo a destrozar una de sus esquinas.

Me alejo de la villa de los vencedores y me dirijo hacia el pueblo, me quito las sandalias cuando llego a donde termina el pavimento y comienza la arena, aunque me escuece por lo caliente que está con el sol.

Las casas de techos de palma deben resultar terriblemente incómodas en esta época del año, donde es más importante mantener el pescado fresco que mantener saludables a las personas.

La pintura colorida del barrio de los pescadores está resquebrajada por la humedad y el aroma a pescado mezclado con el calor de la tarde llenan mi frente de perlas de sudor.

Y todos me reconocen.

Algunos me miran con curiosidad, limitándose a verme pasar y susurrar algo a sus acompañantes, otros me señalan como si fuera un fenómeno de circo, otros se acercan a felicitarme, genuinamente emocionados y los últimos me miran y niegan con reprobación.

Finalmente llego a mi destino, la casa desvencijada justo frente a la costa principal, pintada de naranja brillante y llena de colgantes de concha nácar tallada, el sonido tintineante de las conchas eriza los vellos de mi nuca, me apresuro a llamar a la puerta sin pensar en ello.

Aunque no sé a quién engaño, viniendo aquí solo puedo esperar encontrarme con recuerdos suyos en todos lados, vestigios de la vida con la que terminé, corazones rotos que otros deben reparar por mi culpa.

La señora Brise se queda sin habla cuando abre la puerta.

- Buenas tardes ¿puedo pasar? - ella asiente aún sin poder decir nada, como si acabara de ver una aparición.

Recorro el estrecho pasillo hasta la cocina, donde está la televisión y la infinidad de ollas y cacerolas colgadas de las paredes. El olor de la carne cruda inunda la habitación y me doy cuenta de que debo haber interrumpido el proceso de la comida, ya que en la mesa está un pedazo a medio cortar de pescado raquítico y de un color grisáceo que me revuelve el estómago.

EL MENTOR | Finnick Odair  // ( COMPLETA) Where stories live. Discover now