TERCERA PARTE: LOS JUEGOS / CAPÍTULO 21

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Comienzo a luchar por sacarlo del agua, pero resulta terriblemente pesado cuando está totalmente inerte. Finalmente logro llegar a la arena. Su pecho y su rostro están inflados y sus labios son de color azul, paso las yemas de los dedos por sus párpados, donde sus ojos dorados se han congelado para siempre.

- ¿Kai...?

- ¡Damas y caballeros, les presento a la ganadora de los septuagésimos Juegos del Hambre!

Abrazo el cuerpo de Kai y destrozo mi garganta con gritos de horror. Grito tan fuerte que estoy segura de que me escuchan desde el Capitolio hasta el Distrito 12.

Hubiera podido seguir así por horas, pero el rugido de la multitud celebrando mi victoria se transmite por los altavoces, ahogando mi voz. El aerodeslizador aparece por encima de nuestras cabezas y arrojan un cable, pero me niego a subir, me niego a soltar a Kai.

Como pasan varios minutos y no hay movimiento por mi parte, deciden enviar un agente de la paz a recogerme.

El agente se desliza por el cable y se acerca a mí con cautela, al verlo yo me limito a tomar con más fuerza el cuerpo de Kai, pero el agente no hace nada por quitármelo. Para mi sorpresa, la mano enguantada solo recoge un mechón de cabello que está rozando una herida en mi sien.

Anonadada por el gesto tan gentil, levanto la mirada finalmente, para encontrarme con el 172 impreso en el uniforme.

- Tú... - digo con alivio.

172 no emite ni una palabra, como de costumbre, pero me ayuda con cuidado a ponerme en pie y deja que tome la mano de Kai mientras él lo carga hacia el cable del aerodeslizador. Ambos lo tomamos y de inmediato la corriente paralizadora nos sujeta a él, izándonos.

Cuando subimos se llevan a Kai entre varios agentes de la paz, yo les digo que no y pretendo seguirlos, pero mi voz sale débil y mis piernas flaquean cuando doy algunos pasos. Así tirada en el suelo, veo como desaparece tras una puerta, 172 me ayuda a apoyarme y su presencia me resulta extrañamente reconfortante en medio de todos los agentes de la paz y personas de bata blanca que llenan la nave.

Estas personas de bata blanca de inmediato me levantan y me recuestan en una camilla, unas manos heladas me obligan a soltar el brazo de 172 y no lo veo más; mi campo de visión se llena de doctores enmascarados me insertan agujas, me llenan de vendajes y me limpian las heridas. Un asistente llega a ofrecerme un vaso lleno de jugo de naranja, el cual acepto con entusiasmo; está frío y siento que con solo terminármelo, ya estoy lista para otros Juegos.

Los doctores no opinan lo mismo, pues se la pasan diciendo síntomas nuevos y cosas que analizar, todos se quejan de lo asqueroso que huelo. Claro que voy a oler mal, después de días de no haberme duchado correctamente y llena de sangre de pescado.

Me giran para revisar mi espalda y entonces puedo ver mi aspecto en el espejo de las puertas que nos rodean; he bajado de peso y mi rostro aparece cadavérico, mi cabello esponjoso y opaco, mi piel sin vida.

"Algunos golpes, nada grave" escucho decir a alguno de los doctores, cuando me vuelven a acostar normalmente, la luz de la sala me da de lleno en los ojos y las punzadas en la frente me hacen olvidar todo lo demás.

- Mi cabeza... - me quejo intentando llevarme una mano a la sien, pero una médico me detiene, todos se miran sin comprender, la médico se abre camino y revisa el estado de mi sangre, o eso es lo que escucho.

"Nivel bastante alto de envenenamiento... como los otros"

¿Los otros? ¿Los otros tributos?

"Esa idea loca de envenenar la maldita agua" dice alguien más con hartazgo "tendremos que hacer una..." Un pinchazo me atraviesa el brazo, y todo desaparece.

EL MENTOR | Finnick Odair  // ( COMPLETA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora