Capítulo 31

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   Sigo sin entender como mi madre me había podido obligar a salir a comprar algo para comer con el tiempo que hacía, daba la sensación de que las nubes se habían manchado y fundido con el profundo negro de la noche y tenían que descargar toda esa oscuridad en una lluvia torrencial. Había cogido un paraguas, sí; pero de nada servía sí las gotas de agua golpeaban el suelo con tanta agresividad como para empaparme las piernas de rodillas para abajo.

   Trataba de observar más allá de la lluvia, pero era tan densa que no era capaz de ver más que a las personas que se aproximaban y se encontraban en la misma acera, pero no distinguir sus rostros entre el velo de gotas que los cubrían. Para colmo, los conductores que con prisa trataban de llegar a casa (a pesar de que debían ir lento porque apenas se veía el coche que se encontraba frente a ellos) o al menos las luces de los vehículos que llevaban, que era lo único capaz de ver; de vez en cuando al pasar por mi lado me propinaba un baño del agua sucia que se almacenaba a los lados de la carretera o, en su defecto, un buen susto.

   Un claxon se alzó insistente entre todo el bullicio que me rodeaba, escuchando éste con mayor claridad debido a que se encontraba justo a mi lado, exaltándome con la misma facilidad con la que me había asustado con los otros ruidosos vehículos.

   La puerta de este vehículo se abrió de golpe, y como tengo menos luces que una bombilla fundida, me detuve tratando de averiguar quién era el que se encontraba resguardado en el interior del coche, encontrando tan sólo dos manos que se aferraron a mí y me obligaron a entrar mientras yo forcejeaba para que me dejaran escapar.

   —¡Ayuda! —gemí en un aullido de socorro mientras aquellas manos me metían finalmente en el coche. No quise mirar la cara de mi secuestrador, simplemente me cubrí los ojos con las manos rezando porque me dejara volver a estar bajo esa lluvia torrencial—¡Por favor, no me haga daño! ¡Déjeme ir!

   —No te voy a dejar ir ¿Sabes la que está cayendo? —preguntó una voz familiar que al segundo reconocí. Aparté mis manos de delante de mis ojos y me encontré a Theodor con los antebrazos empapados—Anda, cierra la puerta, no me mojes más el coche —observé la puerta, que estaba abierta de par en par, la cual cerré para que la tapicería del coche no se empapara más de como yo la iba a deja—. La próxima vez no forcejees, que mira como me he puesto.

   —Perdón —me disculpé sonriente, observando entre débiles risas las mangas de Theodor completamente empapadas. En apenas segundos comencé a percibir el aire caliente que procedía de los pequeños orificios que se situaban en la parte delantera del coche donde de forma temblorosa coloqué las manos.

   —Vamos, quítate la camisa —me pidió mientras se giraba para coger algo que se encontraba en la parte trasera del vehículo. Cuando volvió a sentarse correctamente en su asiento, sostenía en su mano un abrigo de caballero que parecía bastante caluroso— ¡Venga, date prisa!

   Con la mayor rapidez que me permitía aquella camisa empapada, traté de quitármela a la vez que ésta se ceñía a mí cuerpo aprisionándolo y sin querer apartarse de él, hasta que finalmente logré hacer que se desprendiera de mi cuerpo mostrando este vulnerable y helado; temblando frente a los ojos Theodor, cuya mirada vagabundeaba por todo mi cuerpo.

   Observé el abrigo que me había entregado, que transmitía su calidez con sólo mirarlo, pero decidí ponérmelo para hacer así desaparecer por fin ese helado sentimiento. Era cómodo a pesar de que los pelos que cubrían el interior se adherían a mí entumecida piel; pero que voy a pedir, sí ha sido casi un milagro encontrarme aquí con Theodor.

   —Gracias —susurré poniéndome cómodo en el interior de aquel abrigo que era un par de tallas mayor que la ropa que acostumbraba a llevar, cosa que agradecía porque así cubría hasta llegar bastante por encima de mis rodillas.

¡Estúpido niñero! (yaoi-gay)Where stories live. Discover now