Capítulo 10

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Otra vez comenzaba aquel horrendo día, que, por suerte para mí, sólo se celebraba una vez al año. Lo supe en cuanto sonó mi radio-despertador, dando la bienvenida a la nueva mañana con canciones tan empalagosas como la banda sonora de Titanic o de Ghost.

Me levanté como cualquier otro día, con la única diferencia de que ése era uno en el que siempre estaba de un humor de perros. Me duché deprisa, furioso con el calentador, que otra vez fallaba y, para colmo, me di cuenta de que el café, así como el pan francés para preparar mis tentadoras tostadas se habían acabado.

—¡Mierda! —grité, mientras me vestía rápidamente, para ir a comprarme desayuno. Tras dos horas de hacer cola en mi cafetería habitual, que en esos momentos estaba llena de empalagosas parejas que no permitían que avanzara la fila, al fin estuve cerca de conseguir mi desayuno.

Ya solamente se interponía entre mi café y yo una pareja que no dejaba de besarse, sin importarles mucho ante quien exponían sus fastidiosas muestras de amor. Carraspeé sutilmente, intentando respetar su intimidad. Al quinto carraspeo, la poca paciencia que me quedaba se esfumó, debido a los enérgicos rugidos de mi hambriento estómago.

Toqué con un dedo el hombro de uno de ellos, indicándoles que era su turno. Finalmente, después de que me ignoraran, me salté a la pegajosa pareja y pedí el desayuno. En el instante en que me volvía con el café en la mano y una de mis rosquillas favoritas en una bolsa, ellos dos, que al fin habían conseguido separarse, me miraban indignados.

—¡Joven, se ha colado! —me acusó el hombre, fulminándome con la mirada.

—Os doy dos semanas —dije yo, después de evaluarlos mientras bebía un sorbo de cafe —. Después de todo, él no deja de mirar las tetas de Sandy — señalé, indicando la enorme delantera de la amable empleada del café.

Tras mis palabras, no me quedé a esperar una respuesta, sino que me marché a Love Dead, oyendo todavía los gritos de la exasperante pareja. En el instante en que llegué a la tienda, vi que mis empleados me esperaban con impaciencia, mientras advertían a un artista callejero de mi poco aguante para todo en ese día.

El músico los ignoró, se colocó junto a mi escaparate y, cogiendo impertinente su acordeón, comenzó a entonar la banda
sonora de Titanic. ¡Aquello era el colmo! ¡No aguantaba más! Abrí la puerta con brusquedad, fulminando al músico con la mirada y me dirigí hacia mi despacho, donde guardaba mi bien más preciado.

Decidí mostrárselo al artista, tal vez eso lo hiciera entrar en razón. Cuando finalizó la famosa melodía,que ya había oído como  veinte veces a lo largo de ese espantoso día, el músico levantó la cabeza y vio mi furioso rostro.

—¡Te doy cinco segundos para que te largues de aquí antes de presentarte a Betty! —exclamé amenazador. El hombre me miró a mí y luego a Betty y decidió que lo mejor era marcharse de allí como alma que lleva el diablo.

—Betty, ¡tú nunca me fallas! — murmuré amorosamente, dándole un beso de agradecimiento a mi querido bate de béisbol. En cuanto dejé de abrazar a mi amoroso compinche, con el que me gustaba celebrar el día de San Valentín, ya que me libraba de los molestos y empalagosos impertinentes, miré hacia la acera de enfrente, encontrándome con la irónica sonrisa de «míster Eros», que sostenía un ramo de flores.

—Entonces, de las flores ni hablamos, ¿verdad? —preguntó burlonamente, mostrándome el ostentoso ramo. Yo lo amenacé con mi bate y él se echó a reír a carcajadas, mientras se alejaba hacia su tienda. Cuando al fin conseguí sentarme a desayunar en paz, abrí la bolsa de mi desayuno y, para mi horror, la rosquilla de chocolate con motitas de coco que tanto me gustaba, ese día tenía una forma siniestra que detestaba profundamente.

Devoré en dos bocados el impertinente corazón y comencé a dar órdenes a mis empleados, porque, aunque odiara ese día, me reportaba grandes beneficios, pues había mucha gente que pensaba lo mismo que yo.

—¡Odio el día de San Valentín! — grité a pleno pulmón, desahogando mi frustración y dando comienzo a mis tareas matutinas.

— Por fin había llegado el día del año que más adoraba, el día en que todos los enamorados eran libres de expresar abiertamente sus sentimientos.

Yo tenía muy buenos recuerdos del día de San Valentín; mis padres siempre lo celebraban en algún bonito lugar, donde
mi hermano y yo éramos bienvenidos, ya que nos consideraban la más bella muestra del amor que se profesaban, o eso al menos era lo que mi madre nos decía continuamente.

Cada vez que llegaba esa fecha, yo rememoraba la hermosa sonrisa de mi madre y sentía como si ella estuviera nuevamente junto a mí. Hacía ya siete años que había fallecido debido a un cáncer que la tuvo dos largos años luchando por alargar su vida un poco más.

Fueron esos momentos que pasé con mamá cuando ya estaba enferma los que me llevaron a montar mi propio negocio. Ella adoraba este día, y yo quería hacerla sonreír allá donde estuviera. Así que... ¿qué mejor regalo que el de hacer felices a miles de parejas en su memoria?

Desde mi tienda, observé cómo Kyungsoo colocaba sus ponzoñosos productos a la vista de todos. Me pregunté si, al igual que yo, estaría tan atareado ese día que no  tendría tiempo ni para respirar. Por unos instantes, traté de imaginar cómo celebraría él San Valentín...

Después de descartar las típicas veladas de flores, bombones y cenas a la luz de las velas, solamente me quedó su imagen haciendo una de las suyas. Hasta entonces no se me había ocurrido preguntarme por qué Kyungsoo odiaba tantísimo esta fecha..¿Habría tenido una mala experiencia un. catorce de febrero y por eso su corazón rechazaba tan romántico día?

¡Cómo me gustaría convencerlo de que una celebración en la que se demostraba tan abiertamente el amor que se sentía por otros no podía ser tan mala como él pensaba! Tal vez algún día lo consiguiera. En esos instantes, lo mejor era que me ocupase de mi negocio. Muy pronto abriría las  puertas del nuevo Eros y la prensa, junto  con cientos de clientes, vendrían a mis  instalaciones para festejar este gran día.

Los empleados estaban terminando de dar los últimos toques a los preparativos de la  gran fiesta: grandes globos en forma de corazones rojos y blancos colgaban del  techo, junto con guirnaldas de Cupido, los escaparates mostraban la gran variedad de productos sin ser demasiado ostentosos y, en el interior, la decoración era acogedora e íntimamente romántica.

Para la prensa y los primeros cien clientes habíamos preparado unas delicatessen.  También una pequeña bolsa de bienvenida con artículos promocionales, como una rosa, una taza con el eslogan de Eros, «Un momento para enamorar», un pequeño peluche y una minúscula caja de bombones.

Cuando, después de ultimarlo todo, observé a mis impecables empleados, las deliciosas degustaciones y los coquetos  regalos, decidí que ya era la hora de dar comienzo a la festividad, así que, tras echar un vistazo a la fila que se había formado fuera y que rodeaba todo el edificio, conecté los altavoces y deseé a todos un feliz día de San Valentín.

Gracias por leer, prometo actualizar dos capítulos por día porque es larga la historia y largos los capítulos.

Nos leemos de rato.

💋

El amor nos separará (Kaisoo)Where stories live. Discover now