Capítulo 1.2

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En la adolescencia, decidí teñirme el pelo de negro, me puse lentillas y olvidé para siempre esos horrendos trajes que mi ñ madre tanto adoraba. Os preguntaréis cómo la convencí para elegir yo mismo la ropa.

Fue fácil: metí todas las prendas en el triturador de basura, incluidos los manteles con los que mi madre podría intentar hacerme un nuevo guardarropa. Por desgracia, la trituradora no pudo más que yo con esas horrendas vestimentas y se rompió.

Cuando a mi madre le llegó una exorbitante factura, junto con los restos del problema, supo captar la indirecta y dejó de atosigarme con sus lazos y trajes a cuadros, aunque también me castigó hasta el día del Juicio Final, o hasta que pagara los desperfectos, lo que llegara antes.

En mi armario predominó desde entonces el negro, con rotos y adornos de vistosas calaveras. Creo que nunca llegué a pasar por esa fase de idiotez que atraviesan los jóvenes inmaduros.

Mientras que mis compañeros no hacían otra cosa que reírse de tonterías e intentar llamar la atención de los chicos, yo planificaba cómo podía ayudar a mi madre a pagar sus deudas.

Muy pronto alcancé en estatura a mis compañeros  y mis curvas se desarrollaron un poco más que las de las otros donceles. Creo que era atractivo, porque los imberbes jóvenes que comenzaban a convertirse en hombres, o en lo que podíamos definir como hombres, babeaban a mi paso.

No obstante, eran precavidos y no osaban acercarse a más de dos metros de mi
persona, intuyo que me tenían miedo por
algo que ocurrió.

Todo comenzó con ese regalo tan especial que le hice a mi novio, o tal vez debería decir exnovio, el día en que él decidió cortar conmigo. Si hubiera sido en cualquier otra fecha, tal vez lo habría dejado pasar, pero él tuvo que hacerlo el único día del año que yo detestaba: San Valentín.

Empezó con un simple mensaje de texto en el que Jo Insung decía escuetamente «Te dejo». Tal vez otro adolescente hubiera derramado un mar de lágrimas y hubiese comentado con sus amigos lo desgraciado que era su vida, pero Kyungsoo sólo dedicó una simple mirada al SMS antes de borrarlo en la clase de Economía.

—¿Cómo puede ser tan cerdo? ¡Ni siquiera se ha atrevido a decírtelo a la cara! —gritaba indignado Chanyeol, el mejor amigo de Kyungsoo, un desgarbado rubio con el que todos se metían apodándolo «jirafa».

—Está bien, no es para tanto — contestó Kyungsoo inexpresivo.

—Pero ¡no te ha dado ni siquiera una explicación de los motivos! Kyungsoo,
¿seguro que estás bien? —preguntó Chanyeol, preocupado por la reacción tan fría de su amigo ante el que hasta entonces había sido su primer amor.

—Sí, no te preocupes más por mí. Sólo llevábamos saliendo tres meses, no es para tanto. Ahora, si me perdonas, hay algo que tengo que hacer en clase de química.

Kyungsoo se marchó con decisión, mientras Chanyeol aún intentaba entenderlo: ¿por qué no explotaba? ¿Por qué no gritaba, se quejaba o insultaba a Insung? Ahí había algo raro, algo preocupante, algo importante que
intentaba rememorar pero el recuerdo lo
eludía.

Hasta que la agenda se le cayó al suelo. Su libreta, llena de adornos de corazoncitos, mostró en sus gastadas páginas que ese día no tenían clase de química y, lo más importante, ése era «el día maldito».

Cuando Kyungsoo llegó a la clase de química, su regalo fue fácil de preparar, y no tardó mucho en disponer de su «ardiente» sorpresa. Como era de esperar, el gallito de Insung lo buscó a la hora del almuerzo para explicarle punto por punto cada una de las razones por las que su divina presencia no seguiría ya a su lado.

El amor nos separará (Kaisoo)Where stories live. Discover now