Capítulo 8.1

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Kyungsoo se había rendido y al fin sería
nuevamente suyo. JongIn aún no se podía
creer que fuera cierto y se dirigía a su cita un tanto precavido, pero ¿qué otra cosa podía significar esa llamada en la que le había jurado que recibiría tantos besos como rosas le había enviado?

Si hubiera sabido antes que con unos simples y románticos regalos caería rendido a sus pies, habría empezado con ello desde el principio. Al parecer, Kyungsoo al fin y al cabo era como los demás donceles, y con algún que otro bonito presente se rendía a sus avances.

Y él que se había pasado días preocupado por cómo conseguir conquistarlo… Se bajó despreocupadamente del coche y vio las luces de su tienda encendidas. Seguramente sus empleados ya se estarían marchando. Cuando JongIn entró en el local, se dio cuenta de que estaba tan impaciente que había llegado media hora antes.

Fue a la trastienda y cogió una cerveza de la pequeña nevera que había instalado para sus empleados y, sin más, se sentó a esperar en uno de los incómodos taburetes que había junto al mostrador. Meditaba en su silenciosa tienda sobre si debía ir en busca de Kyungsoo, cuando el escándalo de cinco autobuses estacionando en su zona de parking lo hicieron salir fuera a mirar.

Antes de que pudiera advertir a los
conductores que se trataba de una zona
privada, los vehículos ya habían aparcado y decenas de ancianas se bajaban de ellos. ¿Cómo podía echar a unas pobres y desvalidas viejecitas? Por esta vez lo dejaría correr. Seguramente esas mujeres se habían desplazado hasta la zona comercial con alguna excursión de su residencia.

—¿Es ése? —le preguntó una de las ancianas, cuya vista no parecía andar demasiado bien, a otra, señalándolo con gran excitación. Las abuelitas lo debían de haber reconocido por los anuncios de la inauguración de su tienda y querrían un autógrafo, pensó altivamente JongIn, mientras miraba nuevamente el reloj, pensando que Kyungsoo llegaba diez minutos tarde a su cita.

—¡Sí, es ése! Es más mono en persona que en la foto del periódico — comentó otra de las mujeres, bajando lentamente los escalones del autobús con una pierna ortopédica.

—¡Oh, qué emocionada estoy! Hace tiempo que no salimos y esto es un detalle tan romántico... —añadió una semicomatosa anciana que no podía parar de toser.

—¡Quita, Soonjin! —exigió una robusta mujer, que apartaba con un peligroso bastón a todo el que se interpusiera en su camino. Cuando la combativa anciana se abrió paso a través de la multitud hasta llegar a él, JongIn empezó a buscar a Kyungsoo  con desesperación para que lo librara de aquella mujer, a la cual él no podía hacer frente porque le recordaba demasiado a su abuela.

La gruñona viejecita le tendió una rosa roja, que llevaba pegada una de sus célebres tarjetas.

—¡Mi beso! —exigió la octogenaria, poniéndole morritos, tras quitarse la dentadura postiza. —¿Perdón? —preguntó JongIn un tanto confuso ante aquella locura.

—Lea... la... nota —balbuceó la abuela, sin dientes. JongIn la cogió y leyó lentamente lo que se anunciaba como uno de los servicios de Eros para publicitar su nueva tienda. Cada palabra de aquel calumnioso mensaje lo ponía más furioso y lo convencía de que la rendición de Kyungsoo sólo había sido una estratagema para enredarlo en una más de sus famosas jugarretas.

—Señora, verá... yo no he repartido esta publicidad... No estoy aquí por eso. Tenía una cita y... — intentó explicar JongIn, para librarse del cometido que describía la nota.

—¡Éstas son las tarjetas de su negocio! —confirmó otra cascada e impertinente voz, al fondo de la multitud.

—Sí, pero creo que todo esto es un gran malentendido, señoras.

—¡Qué malentendido ni que ocho cuartos! ¡Yo me he dejado el andador sólo para esto, así que más te vale que cumplas lo que dice tu nota, rubito! — amenazó una nueva voz, avivando la furia de la masa.

—Pero, señoras, ¡sean razonables! ¿No se dan cuenta de que esto es una mala pasada que me han jugado a mí y a mi tienda? —razonó JongIn con lógica, algo que no le servía de nada a la hora de tratar con aquellas insensatas ancianas.

—¡Me da igual lo que digas, jovencito, o cuántas excusas pongas! La nota dice «Por cada rosa con tarjeta que le sea entregada al dueño de Eros, recibirá un beso del increíble Lee JongIn. Sólo válido para el día tres de febrero de 2014. No acumulable con otras ofertas y sólo canjeable en el nuevo local de Eros, en el número quince de la calle comercial».

—¡Pero, señoras...! Yo... —intentó JongIn una vez más, sin ver ninguna salida ante la cabezonería de aquellas ancianas.

—¡Pues yo no me pienso mover de aquí hasta que reciba mi beso! — declaró una de las mujeres, sacando una silla plegable y unas agujas de tejer, con una elaborada bufanda inacabada.

—¡Por favor, esto es un recinto privado! —dijo él, perdiendo la paciencia. Con lo que solamente consiguió que ellas comenzaran a amotinarse.

Entró furioso en su tienda y llamó a su abogado explicándole el problema, con lo que únicamente consiguió que un hombre que le cobraba muy caros sus servicios le dijera lo que ya sabía: cualquier cosa que les ocurriera a aquellas fastidiosas abuelitas en su recinto sería responsabilidad suya, con publicidad engañosa o sin ella.

JongIn colgó tras oír una vez más las carcajadas del inútil de su abogado y se dirigió con firmeza hacia la salida para acabar de una vez por todas con su problema: cogió bruscamente la rosa de la primera anciana que vio y le dio un beso en la sien.

La abuela gritó loca de contenta y se alejó de la fila. Bueno, después de todo, parecía que no sería tan malo, se consolaba JongIn. Si todas se comportaban así, terminaría pronto con todo ese lío y podría irse a casa a maldecir a Do Kyungsoo, sin duda alguna el instigador de aquel desaguisado.

La siguiente viejecita parecía adorable. Iba en silla de ruedas, por lo que JongIn tuvo que agacharse. Cuando estuvo a su altura y se dispuso a besar la arrugada sien de la anciana, ésta volvió su rostro, plantándole un beso en los labios. JongIn se apartó escandalizado.

¡Vaya con la octogenaria! Bueno, sin
duda aquello había sido un error. ¿Qué. podían hacer unas simples ancianitas?
No había ningún error: ¡aquello era
el infierno! Tras el primer gesto osado
de la encantadora viejecita, todas las
demás se alborotaron.

Algunas intentaron pellizcarle el trasero, otras pretendían hacer el mismo truco que su antecesora, incluso se llegaban a fingir
inválidas para que las subiera en brazos
al autobús.

Tras tres horas de besos, y de una interminable fila de ancianas que parecía no tener fin, Lee JongIn  terminó con su cometido y las despidió con una hipócrita sonrisa, unas viejecitas un tanto tramposas que tuvieron que ser reprendidas por sus cuidadores cuando comenzaron a agenciarse las rosas ya entregadas para repetir el beso o colarse en las filas.

Gracias a los cuidadores, que pusieron orden y lo ayudaron a llevar la cuenta de las rosas entregadas, aquello no se convirtió en una tortura infinita. Por fin podía cerrar la tienda y marcharse a su apartamento para idear un plan para averiguar la fecha del cumpleaños de Kyungsoo.

Ahora más que.nunca quería tener a ese malnacido en su cama para que le retribuyera cada uno de los besos que había tenido que dar, un número que nunca olvidaría porque tenía que hacérselos pagar. Uno por uno.

—¡Te juro, Kyungsoo, que me las pagarás! —masculló desquiciado, mirando hacia el local de enfrente. En ese momento vio cómo una cabecilla se asomaba para observar por uno de los escaparates de Love Dead..De repente, un enorme cartel se apoyó en una de las ventanas. En letras chillonas ponía: «Te he dado lo que te prometí: un beso por cada rosa».

JongIn entró furioso en su lujoso coche y aceleró, decidido a llegar a su casa cuanto antes. Una vez allí, se tomaría un fuerte licor que le hiciera olvidar el día en que había besado a trescientas treinta y dos mujeres. Para su desgracia, ninguna de ella tenía menos de setenta años…

Jajaja yo estaría como las viejitas.

Esta historia es muy divertida 😂.

Gracias por leer y por sus estrellitas.

Nos leemos de rato.

El amor nos separará (Kaisoo)Where stories live. Discover now