XXXIV

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Creo que no soy de las que se mete en los asuntos de los demás a no ser que ellos me lo pidan o me impliquen a mí personalmente.

Dicho esto.

Llevo muchos días aguantando los silencios incómodos, las miradas vacías y los escalofríos que a veces me dan por la situación en la que nos encontramos. El primer día no fue para tanto, pues pasé gran parte de la jornada paseando por la ciudad, haciendo un poco de turismo, puesto que no me había fijado en muchas cosas que daba por vistas. Todo está nevado. Así que visité la iglesia gótica, un pequeño museo de arte que apenas tenía treinta pinturas y cinco esculturas. Comí sola en un restaurante vegetariano que no estaba nada mal y volví a casa por un parque lleno de árboles y niños que salían de las escuelas.

No me di cuenta de a lo que nos estábamos enfrentando en casa.

Sencillamente porque siempre he ido a lo mío. No ha sido hasta hoy que estaba en la cocina preparando un plato de pasta junto a Willow, que se estaba cocinando unas patatas al horno, y ha entrado Ryker, que me he dado cuenta. El silencio ha sido aterrador y asfixiante. Mi amiga me estaba contando unas cosas de una asignatura de música y composición, aunque yo no entendía mucho del tema, y de repente se ha quedado estática. Mi amigo la ha mirado y después ha bajado la cabeza mirando el suelo, como si los azulejos fueran la cosa más interesante del mundo y se ha largado con las manos vacías.

Y eso no ha sido todo.

No.

Ojalá.

Porque después me he puesto a ver una serie de anime en la que los personajes juegan a vóleibol, muy recomendada a decir verdad aunque no sea una fanática de ese tipo de dibujos, y los dos se han cruzado. Se han quedado paralizados, mirándose el uno al otro, pero a la vez evitándose. Y, quiera o no, esta situación está empezando a cabrearme. ¿Quizás no tengo las razones suficientes para hacerlo? Seguramente, no es mi vida y no me involucra en primera persona. ¿Que toda esta situación está afectando a las vibras del piso y me estresa? Completamente. Y no soy la única, Darren parece que tampoco sabe dónde esconderse.

Amo a Willow y a Ryker. Los dos son buenas personas. Aunque de Ryker a veces lo dudo. Pero se le quiere. Se le aprecia.

Y los dos son adultos.

Y mejores amigos.

Así que, llegar a casa para sentir que a la mínima todo va a explotar, no me apetece mucho. Además, a estas alturas me veo venir que voy a ser yo la que explote. Y quizás no sea una mala opción. Soy una persona que aunque no lo parezca, le gusta vivir en paz. Irónico, ¿no?, pues soy la primera que se estresa a la mínima. Sin embargo, controlo ese estrés a base de hacer algo que ocupe mi mente, y ahora que estoy mejorando en ese aspecto... Me gustaría mantener la paz en casa. Ni de lejos quitaría mis peleas con Ryker por la comida, esas me mantienen entretenida, y tampoco eliminaría las noches de películas y quejas por parte de todos al ver algo que a nadie le acaba de convencer. Esas pequeñas cosas hacen que me sienta en casa. Porque esta es mi casa.

Me froto la cara un poco al límite de mi paciencia.

Está todo en silencio.

De normal lo agradecería, si no fuera porque estamos todos aquí.

Las clases han empezado, y al menos he podido escaparme durante las horas de clase, pero ya es tarde y mis queridos compañeros de piso han vuelto de sus vidas universitarias. Debo hacer algo. Esto se termina aquí y ahora. ¿Por qué?

Sé cuánto se quieren Willow y Ryker, y de seguro esto ha sido un error que ninguno de los dos desea repetir.

Quiero poder caminar por casa con paz mental y sin preocupaciones.

Cállame con besos [COMPLETA]Where stories live. Discover now