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Estallo.

Y sé que nadie se lo esperaba porque mi madre ha pegado un salto a mi lado y ahora me mira con cara de espanto. Pero es que la jodida maleta no se cierra y tengo prisa. Lo de tener prisa es mi culpa, porque he dormido tan profundamente que no he escuchado la alarma. Nunca me pasa, y justo el día que tengo que coger un avión tenía que ocurrirme por primera vez.

Mi única forma de solucionarlo ha sido gritando una palabrota al aire con todas mis fuerzas. Ha sido muy terapéutico, a decir verdad. Respiro hondo y dejo salir un suspiro, pero noto la mirada de mi madre encima de mí.

Ay no.

—¡Brielle Quinn Beckett! ¡Qué cojones ha sido eso!

De ahí viene mi vena chillona, de la mismísima Elliana Beckett. Hago una mueca, presionando los labios con toda la fuerza que me es posible y me giro poco a poco para mirarla a la cara. Intento sacar una sonrisa, pero tiene el ceño fruncido, incluso le han salido esas pronunciadas arrugas en la frente.

Ojalá ahora pudiera volver a meterme en la barriga de mi madre y renacer, sería mucho más placentero que ver cómo me regaña.

—La maleta no se cierra.

—Sí, puedo verlo con mis propios ojos. ¿Pero es necesario que chilles?

Resoplo. Tiene razón. Quizás debería controlar las formas. Lo ideal sería no levantar a algún vecino para que se quejara del...

Alguien toca al timbre.

La vena del cuello de mi madre parece que va a explotar. Camina hacia la puerta del apartamento y la abre mientras yo me escabullo hasta el pasillo para cotillear. Me juego algo a que es la señora Wellington, siempre busca la mínima excusa para pegarle la bronca a mi madre. Quizás es porque nos odie un poquito. Bueno, poco no, bastante. Y es que lo de tener un tono de voz relajado no es algo muy común bajo este techo.

—Hola, señora Wellington —suspira mamá.

—¿Se puede saber a qué animal estáis matando ahí dentro?

—No estamos matando a nadie, solo es mi hija que ha pegado un grito. Lo sentimos mucho. Hay mucho estrés en la atmósfera. Intentaremos no hacer ruido, que pase un buen día.

Noto como intenta acelerarse con las palabras para poder cerrarle la puerta ya de una vez, pero la vecina ha logrado meter un pie en la puerta y la ha frenado.

—Pues dile a ese animal tuyo, a quien llamas «hija», que se comporte.

Intento ocultar una sonrisa, pues esta mujer no sabe dónde se ha metido. Nadie. Y cuando digo nadie es nadie, puede insultar a su hija delante de sus narices.

—¿Acaba de llamar a mi hija, «animal»?

No la deja responder. Da un portazo y mamá empieza a caminar hacia mi habitación, me deslizo con los calcetines por la superficie para llegar antes que ella y hacer como que no he escuchado nada. Me siento en la cama y sonrío inocentemente.

—Terminemos con la maleta de una vez. ¿Te parece? Y espero que te pongas alguna capa de más antes de salir.

—Sí, mamá —me levanto y le doy un beso en la mejilla.

Entrecierra los ojos, seguramente preguntándose por qué lo he hecho. Sin embargo, sé que no tardará casi nada en conectar cables y darse cuenta de que lo he escuchado todo. Incluso cómo me defendía. Cuando, después de luchar contra las cremalleras de la gigantesca maleta, conseguimos cerrarla, las dos nos tumbamos en la cama mirando el techo.

—¿Estás lista?

—Aún voy en pijama. ¿Cómo voy a estar lista? —respondo.

—No me refería a eso.

Cállame con besos [COMPLETA]Where stories live. Discover now