XXI

94 10 12
                                    

Los días antes de la comida de Navidad los paso trabajando en la cafetería. Se nota que son días festivos, pues aunque el local no sea muy grande, las mesas siempre están ocupadas y la mayoría de clientes deben llevarse los pasteles y dulces para llevar. Con mi delantal blanco y mi pelo recogido en una coleta voy limpiando y atendiendo todo lo que puedo. La señora Dawsey está terminando de hacer el glaseado de una tarta que le encargaron una familia de cinco hijas, todas nacidas el mismo día.

Las horas se me pasan volando y se agradece haber hecho los exámenes de la universidad antes de las vacaciones, no podría con tanto estrés ahora mismo. Así que una parte de mí se va olvidando de que ya soy universitaria, que tengo una vida más allá de esta ciudad. Que aquí vive la gente con la que he crecido, y un miedo crece dentro de mí, pues soy consciente de que hay personas a las que no quiero ver. No obstante, como siempre, parece que todo está en mi contra, pues tengo la maravillosa suerte de ver cómo mi antiguo grupo de amigos entra por la puerta del local.

Ni de coña.

Voy rápidamente a la trastienda.

—¿Puedes cubrirme por un rato?

—Estoy terminando con la tarta, niñita. No tengo tantas manos —dice con dulzura.

Me muerdo el labio inferior, nerviosa, para qué mentir e intento sacar fuerzas. Salgo con la cabeza bien alta y toda mi alma temblando por dentro, pero me pongo delante de la caja registradora y espero a que ocurra lo que no puedo evitar. Entran todos, las cuatro chicas y el chico que antes pensaba que serían esas personas que estarían conmigo toda la vida. Los mismos que me dejaron de lado y me hicieron sentir que no valía nada. Que no era lo suficientemente guapa, inteligente, atractiva, amable... ¿En serio yo consideraba a esas personas mis amigos?

—Mira, mira —canturrea Stacy con su manicura perfectamente hecha y un maquillaje exagerado—. Si tenemos a Brielle de vuelta a la ciudad.

—¿Qué os pongo? —digo sin ningún rastro de emoción.

No tengo ni idea de cómo no me ha temblado la voz.

—¿No deberías ser más educada? —pregunta con superioridad Mandy—. Al fin y al cabo, nosotras estamos contribuyendo a tu salario.

—¿Me diréis lo que queréis? —pregunto.

Se miran entre ellas, y finalmente me dicen lo que quieren, y tengo ganas de arrancarles la cabeza cuando empiezan a contar todas las cosas minuciosas sobre su café, que si no quieren azúcar, sino sacarina, que si leche de avena 100% ecológica y que solamente lleve un cuarto de café. En fin, cosas que a veces llegan a tocarme los cojones. Además, me obligan a llevárselo todo a la mesa, cuando se sabe perfectamente que en este local se da todo en bandeja y el cliente busca un sitio. Me cabreo conmigo misma al ver que una familia ha dejado una mesa libre.

El día no podría irme peor.

Camino con los dulces y los cafés hasta su mesa y se lo reparto, con cada cosa que han pedido cada uno de ellos delante de sus narices.

—¿Cómo te va, Brielle? —pregunta una de las chicas, nunca me había llevado tanto con ella. Y, aunque la pregunta puede sonar sincera, sé que solamente quiere que responda para rastrearme lo que sea por la cara.

—Bien.

No respondo nada más.

—¿Has hecho amigos en la universidad? —pregunta con malicia Mandy—. Uy, perdón, qué tonta soy. ¿Cómo alguien querría ser tu amigo cuando lo único que haces es apuñalar a todo aquel que es bueno contigo?

—Si habéis venido aquí para joderme, preferiría que os fuérais.

—Uhhh, no, querida, eso no lo haremos. Si quieres que nos vayamos, acepta lo que eres.

Cállame con besos [COMPLETA]Where stories live. Discover now