Christopher, su hija Becky y la estudiante de intercambio

458 14 0
                                    

1

El cansancio me mata de tantas horas que llevo trabajando en esta melodía. La taza de café humea pero mi vista sigue fija en la ventana, claramente necesito un descanso. Miré el reloj: 5 de la tarde. El tiempo había pasado rápido y aún no podía hacer que una frase combinara con la otra. Mi mente divagaba cuando sentí la puerta de entrada.

—Hola papi, ¿estás ahí?—oí que decía Becky, mi hija.

—Si mi amor estoy en el estudio. ¿Quieres que te prepare una taza de chocolate caliente?

—Que sean dos porfa que tengo compañía.

—OK—respondí y de prisa me puse de pie y me dirigí a la cocina.

Desde lejos vi a mi hija acomodando sus útiles sobre la mesa corriendo mis partituras a un lado. A su lado, inmovil estaba una de sus compañeras de escuela. Sus rasgos eran pocos comunes, su piel era oscura, su cabello largo y negro como la seda y tenía los ojos grandes y profundos, definitivamente esta chica era extranjera.

—Papi ella es Laurita—dijo mi hija dándose cuenta de que las observaba. Vino este año de intercambio.

La chica me saludó con un hola señor cómo está y una reverencia mal hecha que le hicieron desviar la mirada al suelo tímidamente. Yo no pude evitar fijarme en su compleción extrañamente curvilínea y llamativa, además de que con ese uniforme de colegiala, faldita de cuadros, camisa blanca hasta el cuello, corbata roja, y medias negras largas que llegaban hasta las rodillas, captaba mi atención de una manera incontrolable.

—Todavía Laurita está adaptándose—dijo mi hija y yo asentí.

La chica seguía mirando tímidamente al piso sin volver a dirigirme la mirada. Pobrecita.

—Está bien, voy a prepararles el chocolate—dije y seguí caminando hacia la cocina.

Mientras ponía la leche al fuego y buscaba las barritas de chocolate, volteaba cada tanto para observar a Laurita que había sentado y buscaba en su mochila una regla.

Traté de enfocarme en lo que estaba haciendo. Lavé dos tazas, vertí la leche en ellas, introduje las barritas, las revolví y busqué galletitas en la alacena hasta que sentí que mi hija abandonaba la sala.

—Voy al baño, discúlpame Laurita—le dijo.

Puse todo en una bandeja y cuando giré para dirigirme a la sala, vi como un lápiz caía de la mesa y rodaba bajo el sofá. Tenía las manos ocupadas y solo atiné a avanzar. Laurita, rápidamente se levantó y se reclinó para buscarlo. De rodillas tanteó con las manos por debajo del sofá hasta hallarlo. Ahora yo era el que estaba inmóvil. La falda cubría un trasero gigantesco que parecía mirarme fijamente. Y más bien cubría escasamente porque en su búsqueda se agachó aún más y descorrió su falda hasta descubrir su blanca e inocente bombachita. Sentí como mi verga se endurecía.

Laurita se levantó y me descubrió junto a la puerta con mis ojos puestos en ella. Noté como se ruborizaba.

—Perdón—dijo en un susurro

—No te disculpes, y perdóname a mi por no ayudarte. Tenía las manos ocupadas.

Ella asintió y miró hacia abajo, creí percibir cómo sus ojos se posaban en el bulto de mi jean y una sombra de impresión corrió por ellos. El rojo de sus cachetes aumentó.

En eso reapareció mi hija.

—Gracias por el chocolate papi, ponlo sobre la mesa así lo tomamos mientras terminamos los deberes.

Mientras decía esto sus ojos también se dirigieron hacia mi bulto. Me miró con reprobación arrugando la frente.

—Deja todo ahí que nosotras podemos, ¿si?

Su tono me pareció sospechoso, aunque quizá se avergonzaba de mí y que puedo decir, no fue mi intención exhibir semejante erección.

Salí rápidamente sin decir palabra hacia mi habitación. Mi cabeza mal dormida y agotada era presa de mil pensamientos. No sólo me había excitado con una compañera del colegio de mi hija, sino que ambas lo habían notado. Me avergoncé y me recosté.

Encendí la tele, la apagué, tomé una revista, la dejé, intenté dormirme, no pude, y repetí todo de nuevo, pero seguía con mi cabeza en otro lado. De las sombras de mi mente comenzaban a emerger dos nalgas apenas cubiertas por una fina bombacha, que se tornaba tanga, y ésta mágicamente se enterraba entre las nalgas marcando un gigantesco trasero. Mientras esto cruzaba por mi cabeza, mis manos mecánicamente habían desabrochado el pantalón, descorrido el slip, y habían comenzado a manipular mi pene, primero lentamente y luego a ritmos frenéticos. Era Laurita la causante de eso, la pensaba en cuatro patas, en tanga y con sus medias aún puestas caminando por mi habitación. Ni siquiera noté cuando me corrí y mi semen salió despedido cubriendo las sábanas, solo seguí masturbándome y pronunciando su nombre Laurita, Laurita, siii.

2

Desperté sobresaltado. Miré el reloj. Las 12 de la noche.Me había quedado dormido con el pantalón y el slip a medio correr.

Acomodé mi ropa y salí hacia el baño, a darme una ducha. Quería higienizar mi cuerpo, y mi mente. Lo que había pensado antes de caer dormido, era una locura, una perversión.

Cuando me desnudé, noté que había dejado por casualidad la bata en la sala, sobre una silla. Supuse que a esta hora Becky estaría en su habitación en la planta alta por lo que salí rápidamente del baño hacia la sala. Cuando hallé la bata y daba vuelta para dirigirme de nuevo al baño me choqué con Laurita. Estaba parada frente a mi, estupefacta, sosteniendo un vaso de agua. Venía de la cocina.

Su mirada se deslizó hacia abajo tan rápido que fue difícil de percibir. Igual que a la tarde, sus cachetes se pusieron colorados.

—Disculpe, señor Christopher, buscaba agua.

—No no, perdóname a mí sólo buscaba la bata para darme una ducha. Mi cabeza tan olvidadiza, dejé aquí mi bata y luego, yo...esto ¿y tus padres te dejan vivir sola? yo sé hacer un café muy bueno

Seguí balbuceando incoherencias, mientras la comía con mis ojos. No había cambiado en nada su vestimenta desde la tarde. Su faldita seguía calentándome de una manera descomunal.

—Dime, Laurita...¿no deberías estar en tu casa?

—Eso iba a decir...su hija me dejó quedarme hasta terminar tareas y se nos hizo muy tarde

—¿Y no te prestó ropa Becky? Que descortés de su parte, tendré que regañarla

—No, no se moleste. Ella quiso y yo me negué. Es mucha molestia ya dejarme pasar la noche. Ella está durmiendo y yo solo vine a la cocina por un vaso de agua.

Su acento me excitaba. La situación era muy tensa. Yo semi desnudo y ella tan inocente. Por mi mente estaba pasando una locura. Si eso era una completa locura, pero así y todo algo me hizo sacar el animal que llevo dentro. Me dejé llevar y avanzando sobre ella la hice girar y la apoyé contra la pared. El vaso cayó al suelo, pero por suerte era de plástico y no hice ruido. Antes de que pudiera gritar aprisione su rostro con mi mano.

—No grites pequeña, no te haré daño.

Mi tono me sorprendió, parecía el de un asesino en serie. Su boca intentaba gritar pero estaba impedida. Sentía como me volvía a ganar una erección y aproveche para apoyar mi verga en su faldita.

—¿La sientes nenita? Dura ¿no? Es tu...

Si les gusta este relato y quieren leer el otro capítulo lo pueden encontrar en Elsey Relatos. Como ya saben el link está en mi perfil al final de mi descripción. 

Imaginator HOT, CNCOWhere stories live. Discover now