-Además, pensé que eras tú la que quería que viniese -se alzó de hombros.

-Sí, sí, así es, pero es que...

Chasqueé la lengua indecisa. Lo arrastré los más lejos que pude de la gente y traté de ocultarnos tras unos atriles que en breve usarían mis compañeros. Él era el único que me podía ayudar, por muy extraño que fuera, pero no estaba segura de si saldría bien el plan que tenía en mente.

Fuera, en el auditorio, los aplausos comenzaron a escucharse y seguidamente, el director salió al escenario para decir unas palabras.

-No puedo utilizar mi móvil durante el acto -le dije al que tenía enfrente, como si con eso ya lo hubiera dicho todo-. Es una norma.

Él se sacó el suyo del bolsillo de sus pantalones y se quedó mirándolo fijamente, sonriendo. Alzó las cejas divertido en mi dirección y me lo tendió para que me lo quedara. Pareció que en cuanto mencioné lo de las normas él comprendió todo.

-¿Sabes? Deberías pensarte el ser una niña mala por un día. Tampoco te matarán por ello -bromeó de lo más animado-. Y dime _____, ¿a quién tengo que distraer? -quiso saber, como si me hubiera leído el pensamiento.

-A mi profesora, se llama Ana... ¿Se puede saber que te está pasando ahora mismo por la cabeza? -inquirí cuando vi su cara de pillo oteando a todas las chicas a mi alrededor, que no eran pocas.

-El arte de la seducción _____, el arte de la seducción -se limitó a decir con aire enigmático.

No le fue difícil dar con Ana, puesto que ella era una de las pocas allí más entrada en años y, a su vez, también era la única a la que le habían asignado la tarea de repartir los programas de la actuación por los distintos grupitos de alumnos para que todos supiéramos el orden.

-Perdone señorita -le habló Niall en cuanto ella llegó a nuestro lado. Como si nada la giró, la tomó de los hombros, y la llevó hasta la puerta abierta que daba al escenario, señalándole al mismo tiempo hacia el techo del auditorio. Éste estaba decorado con centenares de luces pequeñitas que pretendían simular estrellas en la oscuridad- ¿Ve todas esas estrellas ahí arriba? Bueno, pues si algún día puede terminar de contarlas todas, entonces sabrá la cantidad de veces que un ángel como usted se me ha aparecido en sueños y me ha robado el corazón.

Abrí los ojos como platos y tragué saliva.

-Niall, ¿qué haces? -le pregunté alarmada entre dientes, acercándome por su espalda.

-Ganarme el terreno -contestó con simpleza ladeando la cabeza para que sólo yo lo escuchara-. Confía en mí.

Y dicho esto, se volvió y arrastró a Ana -quien, por lo que tenía entendido, estaba felizmente casada- hasta un rincón de la sala, donde comenzó a coquetear con ella de forma muy descarada. Obviando el hecho de que podía ser perfectamente su madre, tomé aire y me centré en mi tarea. A hurtadillas me fui alejando y me posicioné de nuevo tras los atriles. Desde allí podía tenerlo todo controlado. Incluso fui testigo de como la otra profesora que rondaba por allí se detenía también junto a Niall y caía rendida ante sus falsos comentarios corteses. Por muy absurdo que sonara, Niall, mi amigo de veintitrés años, estaba seduciendo a dos señoras de casi cincuenta, y todo por mí... qué considerado.

Con las manos ya frías y temblorosas, busqué el número de Alba en la agenda del móvil y la llamé, pero por desgracia nadie me lo cogió. Ni treinta segundos pasaron cuando éste comenzó a vibrar en mis manos.

-¿Diga?

-¿Está mi mujercita nerviosa?

Un suspiro de alegría se me escapó de entre los labios. Recosté la espalda contra una pared y me dejé caer lentamente, hasta que sentí el frío del suelo a través de la tela de mis pantalones.

Junto a tiWhere stories live. Discover now