-CUARENTA Y DOS-

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Davina (POV):

Una semana después me volvía a encontrar volviendo del pequeño aeropuerto que había a las afueras del pueblo. Una parte de mi deseaba decirle a Aria que por favor no se fuera, que se quedase aquí conmigo un poco más, todo mi ser sentía que la necesitada, sin embargo, no podía hacerle eso porque sabía que se quedaría aquí conmigo y ella debía de volver a lo que ahora era su vida, con su prometido. Debía prepararse todo para volver a la universidad y hacer como si este verano no hubiese cambiado nada en nuestras vidas.

Subí el volumen de la radio dejándome llevar por uno de los tantos temas de Imagine Dragons. Baje la ventanilla de la camioneta vieja y deje que el aire me golpease la cara, esto me hacía sentir viva, me recordaba que lo estaba.

Entre en el pueblo observando, recordando lo que mi madre me había pedido antes de ir a llevar a Aria. Mentalmente dije unas cuantas palabrotas desviándome del camino a casa. Tras un montón de coches aparque, tire del freno de mano que sonaba a Chewbacca cada vez que lo accionaba y apague el motor. Bajé de este cogiendo de los asientos traseros una cesta de mimbre y cerré con llave antes de comenzar a andar hacia allí. De mis pantalones vaqueros saque una hoja donde mi señora madre expresamente me había apuntado lo que quería que comprase del mercado de la Plaza Mayor.

Medio kilo de Tomates y dos lechugas (que estén bien rojos Davina, no cualquiera)

Rodé los ojos con una sonrisa.

Un ramillete de tomillo y un par de pepinos.

Arrugue la nariz, odiaba esa hortaliza.

Ajo y cebolla (dos de cada uno)

Coge la fruta que más te apetezca.

Cogería naranjas y manzanas, pero sobre todo mini peritas de esas que tanto me encantaban y en Nueva York eran imposibles de encontrar.

Camine hasta uno de los puestos donde lo que mas me llamo la atención fue el color tan vivo de sus tomates, curve levemente los labios directa allí, mi madre se pondría bien contenta de ver que pedazo de tomates que llevaría a casa. Me paré frente al mostrador saludando a un par de señoras, miré por encima el resto de los vegetales.

- Buenos días, póngame medio kilo de tomates por favor, que estén bien rojos y duros. – El hombre con una sonrisa comenzó a meter tomates en una bolsilla de plástico trasparente, me enseño los tomates que él había seleccionado esperando que le diese mi aprobado.

- ¿Así señorita? – Asentí poniéndome de puntillas para ver mejor.

- Están perfecto, tome. – Le extendí el dinero que ponía en la pequeña pantalla de la báscula.

- ¡Buen día!

- Igualmente, señor.

Metí la bolsa en la cesta girando sobre mis talones, haciendo un tachón mental en donde ponía tomates. Mis ojos se quedaron fijos en algo particular, uno de los puestos tenia kilos y kilos de las peritas amontonadas, con ese color verde tan particular. Hipnotizada y con una gran sonrisa me acerque a uno de los puestos de las frutas, el olor de las fresas que había más allá a mi derecha inundo mis fosas nasales, decidí que iba a comprar también fresas. Podría comérmelas con nata y chocolate.

Volví mi atención a mi fruta favorita, pensaba en cuantas coger, desearía llevarme cajas de ellas enteras, pero era más que obvio que se iban a poner pochas mas de la mitad de ellas.

- Buena elección, Ángel.

Mi mano se quedo al vuelo de una de estas frutas, mi cuerpo se quedo helado en el sitio. Esa voz, no la había escuchado mucho, es más, solo la había escuchado un día, pero era mas que suficiente saber a quién pertenecía. Su acento japones característico le delataba. Me gire lentamente recogiendo mi brazo formando un puño con esa misma mano.

El Diablo del Infierno. | I DIABLO |Where stories live. Discover now