-TREINTA Y OCHO-

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Davina (POV):

Mi movimiento había sido arriesgado, lo sabia de sobras. Mi determinación fue clave para que en una rápida acción desarmase a Caníbal, lo que si fue una sorpresa para mi fue que el hijo de Riku se pusiera en su contra. Quizás vio su oportunidad y de esta manera consiguiera lo que sea que quisiera. No podía fiarme de Kaito, no sabia de que palo tiraba, aunque se hubiese puesto en contra de su padre. Como un león mire al culpable de todo lo que me estaba sucediendo, a su larga lista de maldades contra mi había que sumarle la muerte de mi primo.

Muerte que pensaba vengar.

Yo iba a matar a Caníbal.

- Baja esa arma hijo. - Ordeno el japones. – Ahora mismo.

Este negó haciendo un sutil movimiento con la pistola indicando que se sentase en su silla. Todo eso lo veía de reojo pues no pensaba despistarme ni un misero segundo.

- Siéntate tú también. – Le ordene.

Hizo caso omiso, dio un respingo en el sitio cuando hice lo que nadie se pensaba que hiciese en ese momento. Dispare hacia su derecha rebasándole la bala por su cabeza.

- He dicho que te sientes. – Volví a ordenarle.

Estaba vez me hizo caso, despacio se sentó en una silla que había junto Riku. Me moví a paso lento sin dejar de apuntarle.

- Padre tira el arma. – Escupió con sequedad.

Una pistola voló por la mesa del despacho hasta caer al suelo, exactamente a mis pies. Me agache aguantando el arma que sostenía sobre una mano cogiendo la otra con la que tenia libre. Me guarde esta última entre mi pantalón y mis riñones.

- Necesito una explicación Kaito. – Este comenzó a reírse sin gracia ninguna, es más, el tono que marco era de amargura total.

- Mataste a mi madre. – Aquel hombre se quedó insólito. - ¿Crees que nunca lo descubriría?

- Tu madre era una zorra. - Se burló con indiferencia.

Con la culata de la pistola arreo a su padre en la mejilla, dejándole un pequeño corte en esta. No es que no estuviese entretenida la conversación de aquellos dos, pero yo tenia cosas mejores que hacer. No me interesaba este drama familiar, tenia que hacer tiempo hasta que viniesen a por mí, no obstante, no podía arriesgarme a que todo esto no hubiera servido para nada.

Caníbal me miraba de una manera bastante singular, su afilada mirada no mostraba nada mas que mil maneras de despedazarme. Se había ganado esto, si él me hubiese dejado en paz desde un maldito principio cuando fue advertido por primera vez no estaríamos en esta situación.

Landon no estaría muerto.

- Muñeca... - Gruñí mandándolo callar.

- Para ti y para todos, soy El Ángel del Diablo.

Mi declaración dejo a los tres hombres de este despacho perplejos por lo que acababa de soltar por mi piquito de oro. Hace solo unos meses era una chica de veintidós años que, pese no haber tenido una vida fácil, no había estado nunca en situaciones que requiriesen tanta templanza como la de ahora. Me sentía orgullosa de mi misma y para nada arrepentida de haber elegido esta vida, haberle elegido a él. 

Pudiese que de lo único que me arrepentía en lo mas profundo de mi corazón es aquella oscuridad que se estaba formando en el.

- Y tu Caníbal. – Alce la barbilla con coraje. – Vas a morir. – Este curvo sus labios. – Sonríe pedazo de mierda, porque probablemente sea la ultima vez que lo hagas. – Quito la sonrisa de la cara hecho una estatua. – Juro, aquí y ahora, que voy a hacerte sufrir. Voy a llevarte a la sala donde esta mi primo y voy a torturarte. – Ahora quien sonreía era yo. – Disfrutare de cada milésima de segundo de tu dolor y sufrimiento, te matare obligando a tus ojos mirar el cuerpo yacente de Landon.

El Diablo del Infierno. | I DIABLO |Where stories live. Discover now