Capítulo 33

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Alzando la mirada con pánico, encontré a Peter sosteniendo contra
el piso al terrorista. Sus puños golpeaban la cara del hombre una y otra
vez. Toda su frustración, toda la tortura por la que lo hicieron pasar, era
desquitada con el hombre.
—¡Petee! —grité, muriéndome de dolor.
Caí de rodillas, sin ser capaz de sostenerme. Cerrando los ojos,
monté la ola de dolor. Nunca había experimentado algo tan horrible. Un
dedo roto y una costilla con fisura no comenzaban a compararse.
Cuando el dolor aquietó, abrí los ojos. Peter estaba levantándose de
encima del hombre sangriento y retorcido de malestar. Caminando unos
cuantos pasos, se inclinó y recogió el rifle. Levantando el arma a su
hombro, apuntó al extraño.
—¡Esto está terminado! —gruñó.
Temblé con miedo, sabiendo lo que iba a hacer. Sabiendo que era la
única que lo podía detener.
—¡Peter! —grité, tratando de tener su atención. Ahí fue cuando el
dolor me golpeó otra vez, partiéndome en dos. Esta vez grité.
—¿Lali?
Abriendo los ojos, lo vi bajar el arma, con sus ojos en mí.
—Déjalo ir —dije; mi respiración entrecortada—. Te necesito.
En segundos se arrodilló a mi lado, olvidando al hombre.
—¿Qué pasa? ¿Te disparó? Maldición Lali, ¿Qué demonios pasa?
—gritó, moviendo sus manos por encima de mí.
No pude contestar. El dolor era demasiado.
—¡Lali! —gritó, sacudiéndome.
—Mi fuente acaba de romperse —logré decir.
—¡Mierda! —dijo, con horror en su cara.
No desperdició más tiempo. Deslizando sus manos debajo de mis
rodillas y detrás de mi espalda, me levantó. Miré sobre su hombro para veral extraño levantarse, sosteniendo su lado. Mirándonos una vez, se alejó
corriendo hacia el bosque. Por alguna razón, supe que sería la última vez
que lo veríamos.
Nos encontrábamos a mitad del patio cuando escuché a alguien
corriendo hacia nosotros. Dejé salir un suspiro de alivio cuando vi que solo
era Cash.
—¿Qué está pasando? —preguntó, luciendo estupefacto cuando vio
que Peter me cargaba.
Él no paró pero volteó su mirada hacia Cash.
— Lali está en trabajo de parto. ¿Por qué demonios te demoraste
tanto tiempo en llegar aquí?
Cash nos siguió a un ritmo apresurado, con sus ojos en mí. —Vine
tan pronto como escuché el disparo. Tus padres deberían de estar aquí
pronto.
—Volvió nuestro invitado indeseado. Se fue al bosque cerca de la
vieja pila de piedra —dijo Peter, asintiendo hacia la línea de arboles en el
bosque.
Cash no vaciló. —Estoy en ello. Solo cuídala.
—Con todo lo que tengo —contestó, caminando más rápido cuando
hice una mueca de dolor.
Abrió la puerta trasera y me cargó dentro de la casa oscura. En
segundos, estábamos en la habitación. Cuando me recostó en la cama,
sentí otra ola de dolor, esta se deslizó por mi espalda y mi cintura. Grité,
tomando su mano, sintiendo como si estuviera siendo cortada a la mitad.
Se sentó en la cama a mi lado, recorriendo mi cuerpo con sus ojos.
Era la primera vez que lo había visto asustado.
—Es muy pronto, Lali. Tenemos otro mes —dijo—. Si algo está
mal… no puedo…
— Peter —dije, poniendo todo lo que sentía en esa única palabra.
Me estudió un segundo. Vi al Peter que sabía tomaría las riendas.
En control. Sin miedo. Listo para pelear por proteger lo que era suyo.
—Está bien, dime que hacer —dijo, firmemente.
—No… no sé —dije, respirando a través del dolor—. Nunca he hecho
esto.
—No es chistoso, Lali —dijo, llevando su mano a mi estomago.
Mis músculos abdominales se contrajeron bajo su mano, tensándose
hasta que creí que me partiría. Me retorcí de dolor, apretando los dientes
para contener mis gritos.— Peter, el dolor es demasiado —dije, con lágrimas en mis ojos.
—Está bien, está bien —murmuró, pasándose una mano por su
cabello—. Iré a traer a mi mamá.
Comenzó a irse pero tomé su mano, manteniéndolo a mi lado.
—¡No! ¡No te vayas! ¡Por favor! Estoy asustada —chillé.
Se dejó caer a mi lado otra vez, envolviendo su mano en la mía.
—Está bien. No iré a ningún lado —susurró, apartando de mi frente
hebras de cabello pegajosas con su otra mano.
Asentí y cerré los ojos, sintiendo que venía más dolor. Mi respiración
se aceleró y sentí que me ahogaba. Comencé a tener problemas para
respirar, sintiendo pánico cuando no pude.
— Peter, no puedo respirar —dije, vagamente capaz de decir las
palabras.
—Está bien. Estoy aquí, bebé —dijo, inclinándose para presionar sus
labios en mi frente—. Justo donde quiero estar.
Eran las mismas palabras que me había dicho hace tiempo atrás.
Eran las últimas palabras que recordé.
***
—Está despertando, Peter.
Abrí los ojos. La primera persona que vi fue a Peter, sentado en una
silla a un lado de la cama. Sus codos descansaban sobre sus rodillas y su
cara sobre sus manos. Cuando levantó la cabeza, vi que sus ojos estaban
rojos y su cabello era un desastre, luciendo como si hubiera pasado sus
dedos por él un millón de veces.
Al verme despierta, se levantó. En segundos estuvo a mi lado, con
sus manos en mi cara.
—Mierda, Lali, me asustaste —susurró, y su voz salió gruesa con
emoción.
—¿Qué pasó? —pregunté, mirando a la habitación.
—Te desmayaste. Seguramente por la hiperventilación —dijo Claudia,
acunando mi mano en la suya mientras sentía el pulso en mi muñeca.
Sentí un dolor como nunca antes. Comencé a encogerme en la cama,
alcanzando la mano de Peter y manteniéndola apretada.
—¡Mamá, haz algo! —exclamó, mirando frenéticamente a su mamá.—Respira Lali. Respira a través del dolor —dijo ella, tomando
respiraciones profundas como ejemplo.
Traté de copiarla pero la agonía era demasiado.
En ese momento, voces llegaron desde más lejos de la casa. Miré
cuando Euge, Vico y Gavin se detuvieron en el pasillo. Sus ojos amplios
me miraban como si tuviera dos cabezas. Luego, como si alguien hubiese
apretado el botón de inicio, entraron en acción.
Eugenia entró apresuradamente a la habitación.
—¡LALI! —chilló, tumbándose a mi lado en la cama. Aún usaba lo
que tenía al dejar la casa, pantalones de mezclilla y una camisa café de
hombre, algo con lo que hace un año no la hubiera visto ni muerta.
—Llegaste —susurré, estirándome por su mano.
—Sí —dijo, apretando con fuerza mis dedos—. Me alegra porque
quería estar aquí para ver al engendro de Peter.
Esta vez Peter ni siquiera le gruñó.
—¿Encontraste a tus padres? —pregunté, haciendo una mueca al
sentir que el dolor comenzó en mi espalda.
Negó con la cabeza al tiempo que decaía su sonrisa.
—Más tarde —dijo Peter, sin apartar los ojos de mi cara.
Vi que Gavin entraba rápido a la habitación, cayendo a mi lado en el
otro lado de la cama. —¿Cómo están sus signos vitales? —le preguntó a su
mamá, escudriñando cada parte de mí.
Cuando Claudia le contestó, me di cuenta que alguien faltaba. Vico
se había ido de la habitación y podía escuchar a Juan Pablo hablando en el
pasillo pero, ¿dónde estaba Cash?
—¿Ya volvió Cash? —pregunté, forzando a mis parpados a quedarse
abiertos. Estoy tan cansada.
Gavin dejó de hurgar en una bolsa de primeros auxilios para
echarme un vistazo. —No te preocupes, está aquí y todo se encuentra bajo
control.
Miré a Peter. —Estás a salvo —dije entre dientes cuando la presión
me taladró, urgiendo a mi cuerpo a pujar.
—No, estamos a salvo —dijo, entrelazando sus dedos en los míos—.
Se acabó. Ahora quiero que te enfoques y des a luz a este bebé. No puedo
perderte.
Asentí y comencé a retorcerme en la cama cuando el dolor volvía a
construirse. Al momento en que explotó la agonía, rechiné los dientes yapreté su mano, aplastando los huesos de sus dedos. Pero cuando el dolor
fue demasiado, no pude estar callada.
—¡Mierda! —grité.
Los ojos de Peter se ampliaron y todo el color abandonó su cara.
Raramente maldecía pero en ese momento, se sintió muy bien gritar las
palabras.
—Mamá, ayúdala —rogó, mirando a su mamá.
Se encontraba hincada entre mis piernas con una mueca en su cara.
Levantando la vista, ignoró a Peter y se enfocó en mí.
—Está bien, Lali. Puedo ver la cabeza. Cuando estés lista, puja.
Grité otra vez, sintiendo como si se rasgara mi abdomen.
Pujé por lo que se sintió una eternidad pero nada pasó. Continuó el
dolor. Mi energía decaía. No tenía más la habilidad para pujar pero el dolor
seguía ahí, instándome a pujar y dar a luz a este bebé.
Grité una vez mas mientras el dolor me desgarraba.
—Mamá, ¡mierda! ¡Has algo! —gritó Peter—. ¡Está sufriendo!
—Gavin, revisa su presión sanguínea —dijo, mirando a su otro hijo—
. Algo está mal. Su pulso es débil.
—¡Mierda! ¡Mierda! —exclamó Peter, luciendo frenético.
—Cálmate, Peter. Lali te necesita —dijo Claudia con voz calmada
y serena. Lo miró, dándole una mirada severa que me recordó a todas las
veces que lo miró así cuando regresaba a casa ebrio o con moretones por
otra pelea.
Gavin rodeó mi brazo con un esfigmomanómetro. —Aguanta, Lali
—dijo, su boca en una línea firme—. No puedes irte a ningún lado. Sé que
Dios extraña a uno de sus ángeles pero todavía no puede tenerte de vuelta.
—Demonios Gavin, cállate —dijo Peter, apretando sus dientes con
rabia—. No hables así, joder.
No me importaba lo que dijeron. Podían comenzar a darse golpes
siempre y cuando desapareciera el dolor.
Pero no desapareció. El dolor se puso demasiado intenso como para
soportarlo. Las lágrimas rodaban por mi cara. Estoy muriendo. Este bebé
me va a matar. Me enfoqué en Peter. Miraba a su hermano, con lágrimas
en sus ojos. ¡Santa mierda! Está llorando. Si está llorando, eso significa que
estoy muriendo.
El dolor me golpeó otra vez, haciéndome gritar.
—¿Gavin? —preguntó Claudia, esperando mientras él me tomaba la
presión arterial.—Su presión arterial está decayendo —dijo, removiendo el
esfigmomanómetro de mi brazo.
—Diría que la pusiéramos de lado para aumentar su presión arterial
pero no tenemos tiempo —dijo Claudia.
Empujó sus mangas hacia arriba y se estiró por un par de tijeras
quirúrgicas. Colocándolas en la cama cerca de mi pie, puso una mano en
mi rodilla. —Está bien, Lali. Quiero que pujes. Necesitamos sacar a tu
bebé ahora.
Negué con la cabeza, frenéticamente. —No puedo —dije, sollozando.
—Tienes que poder —dijo.
—No —dije, mientras las lágrimas rodaban por mi cara.
— Peter, debe pujar. Habla con ella —dijo su mamá, la preocupación
comenzaba a quebrantar su rígida voz—. El bebé está atorado en el canal
de parto y la presión sanguínea de Lali está bajando…
Asintió una vez, luciendo asustado. Acunó mi cara en cada lado,
haciéndome mirarlo a los ojos, lo que me hizo sentir como si fuéramos las
únicas dos personas en la habitación.
—Escúchame, Lali. Eres la persona más fuerte que conozco. Me
pateas el trasero cuando lo necesito y nunca te diste por vencida conmigo.
No te des por vencida con nuestro bebé —dijo; su garganta batallaba para
decir las palabras.
—Lo siento, Peter… —dije, llorando—. No puedo.
Cerró los ojos. Cuando los abrió, el miedo se había ido. En su lugar,
había dureza, una frialdad que vi muchas veces.
—Diablos, Lali, sí puedes. Pelea conmigo. Chilla y grítame. Dime
que me odias. Dime que soy el más grande idiota de la historia —dijo, con
voz dura—. Pelea. Sé esa chica que es terca y un dolor en el culo. La que
me volvía loco. La que aún lo hace.
Miré profundamente a sus ojos y supe que podía hacerlo. Por él.
Cuando sentí otra vez el dolor, pujé.
Minutos más tarde, un llantito llenó la habitación. Escuché el llanto
de Euge. Oí las instrucciones que Claudia le daba a Gavin para que revisara
mi presión arterial otra vez. No me importaba lo que hicieran. Mi cuerpo se
aflojó. Lo último que me quedaba de energía se había ido.
Peter me miró, con ojos húmedos. Inclinándose, besó mis labios.
—Te amo, Lali —susurró—. Te amo mucho, maldita sea.
—También te amo —dije, débilmente.
— Peter —dijo su mamá, obteniendo su atención.Alejándose, soltó mi mano. Me estiré hacia él, ya que no quería que
me dejara. Con los ojos medios cerrados, miré como su madre le entregaba
un bulto pequeño a Peter, envuelto en una toalla.
—Es una niña —dijo, mirándome con lágrimas en sus ojos.
Giró para encararme, sosteniendo el bulto incómodamente. Sus ojos
encontraron los míos y vi amor en ellos.
Frente a mí, estaba mi mejor amigo, sosteniendo a nuestro bebé. El
hombre que peleaba con todas sus fuerzas y amaba con más intensidad.
Que preferiría tirar un golpe que admitir sus sentimientos. Un hombre
cubierto de tatuajes y lleno de mala actitud.
El hombre que amaba sosteniendo nuestra hija.
—¿Está bien? —pregunté.
Me miró; sus ojos seguían mostrando preocupación.
—Es perfecta. Igual que su madre —dijo.
Traté de sonreír pero tomó mucho esfuerzo.
—Mamá, ¿Lali está bien? —preguntó Peter, mirándola.
—Su presión arterial sigue baja —contestó—, pero creo que estará
muy bien.
Asintió una vez, preocupado. Sentándose a mi lado en la cama, bajó
el bulto que sostenía con sus grandes manos a mi pecho. Una bebita me
entrecerró los ojos y abrió su boca pequeña. Era hermosa.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Euge, mirando por encima del
hombro de Peter.
— Allegra —dijo él, encontrando mis ojos—. Por la mamá de Lali.
Esta vez sonreí.

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