Capítulo 14.

130 5 0
                                    

Cerca de noventa metros delante de nosotros, había dos vehículos
detenidos que bloqueaban los carriles de Business 265.
Entrecerrando los ojos por el sol, traté de ver lo que puso de repente
intranquilos a Vico y Peter. ¿Pasamos un montón de coches estancados, así
que por qué este era un problema?
Entonces lo vi.
Las olas de calor aumentaron en torno a un hombre inconsciente. Se
hallaba tendido entre un camión viejo Chevy y una camioneta con mucho
polvo.
La aprehensión hizo que mi corazón latiera más fuerte. Algo sobre esta
escena me molestó. Algo estaba erróneo.
—Vico, rodéalo —dijo Peter, sin apartar los ojos del hombre.
—Alguien está herido —dijo Euge, ahora despierta—. Tenemos que parar.
—No, tenemos que seguir conduciendo —dijo Peter, remarcando cada
palabra.
—¡No podemos pasar de largo si alguien está herido! —respondió Euge—.
Tenemos que ayudar.
Peter le lanzó una mirada frustrada a Euge. —El mundo cambió cuando
la PEM se fue, Euge. Es sálvese quien pueda...
—¿Y que se jodan los demás? ¿Esa es tu respuesta para todo, Peter? —
preguntó Euge, molesta—. ¿Y qué si fuera Lali lo que estuviera tirada ahí?
¿No te gustaría que alguien parase y la ayudase?
Ya casi llegábamos a los vehículos. Alguien tenía que tomar una decisión.
Rápido.
—No puedes salvar el mundo, Euge —dijo Peter, tratando de razonar con
ella.
—Pero estoy dispuesta a intentarlo —murmuró, dejándolo claro. Se volvió
a Vico y le puso una mano en el brazo—. Vico, por favor.
Cuando escuché el tono seductor en su voz, supe que íbamos a parar.—Tu novia va a hacer que nos maten, Vico —murmuró Peter con ira
mientras ponía el cuchillo de caza en la parte trasera de sus pantalones y
sacaba su camisa sobre ella.
—Sólo mantén los ojos abiertos, Peter —dijo Vico, parando el camión a
pocos metros de los vehículos detenidos.
—Quédense aquí mientras comprobamos —dijo Peter, mirándonos a Euge
y a mí.
El hombre en el suelo parecía tener unos treinta años. Era grande y
musculoso, vestido con vaqueros negros y una camisa azul con botas de
combate. Desde donde nos encontrábamos, no parecía herido. No había
sangre, no había señales de lucha y nada que pudiese explicar por qué estaba
inconsciente. Con mayor razón me sentí incómoda.
—Deja las llaves —le dijo Peter a Vico, viendo la furgoneta de cerca. Me
miró, con fuerza en los ojos—. Si pasa algo, Lali, arranca. No hagas nada
estúpido como salir de la camioneta.
Asentí en acuerdo, pero sabía que nunca lo dejaría atrás.
Vico le entregó las llaves a Euge antes de que él y Peter saltaran del
camión. Mientras se alejaban, quise cubrirme los ojos, tenía miedo de mirar.
Esperé que suceda lo inevitable.
Mi corazón se sentía como si fuese a saltar de mi pecho. ¡Algo no estaba
bien! No podía apartar mis ojos de Peter cuando se acercó más al hombre
inconsciente. Siguió vigilando el camión y en la camioneta mientras se
agachaba para comprobar el pulso del hombre.
De repente, se desató el infierno.
Las puertas de la camioneta se abrieron y saltaron tres hombres
grandes, gritando y rodeando a Vico y Peter. El hombre en el suelo ya no
estaba inconsciente. Se paró en una posición de combate. Pero lo que me
asustó más que nada fue ver las armas.
El hombre ahora consciente tenía una pistola semi-automática dirigida al
pecho de Peter. Los otros hombres llevaban diversas armas, una escopeta, un
rifle de caza y un revólver. Nos enfrentábamos a rivales con poder mortal.
—¡Mierda! —chilló Euge con terror.
Todo parecía moverse en cámara lenta. Euge trepó al asiento del
conductor y trató de introducir la llave en el contacto, pero sus manos
temblaban demasiado. Lo intentó de nuevo, maldiciendo cuando las llaves
cayeron al piso.
Al inclinarse hacia abajo para encontrarlas, vi, congelada de miedo, a
Peter y Vico levantar las manos por encima de sus cabezas. Cuatro cañones
se dirigían a sus pechos y cabezas.
¡Oh, Dios mío! Rápidamente me deslicé hacia la puerta del pasajero y laabrí, pensando en saltar del camión y correr a Peter. No tenía ni idea de lo que
iba a hacer una vez que lo alcanzara. Sólo sabía que tenía que estar a su lado.
Pero mi plan fue de corta duración.
Dos hombres se acercaron a la camioneta con amenaza. Ambos tenían
armas. Los cañones nos apuntaban directamente a pesar del parabrisas.
Mis ojos rápidamente fueron a Peter. Observaba a los hombres con rabia
asesina, pero luego sus ojos se trasladaron a mí. Haciendo el menor
movimiento, negó con la cabeza. Esa fue mi señal para quedarme quieta y no
hacer ningún movimiento brusco.
El hombre mayor se acercó al lado del conductor, mientras que el otro se
dirigió a la puerta del pasajero, bloqueando mi ruta de escape.
—¡Fuera! —gritó con autoridad el hombre más grande. Tiró y abrió la
puerta de metal pesada con facilidad, manteniendo la pistola en nuestra
dirección.
El tipo era aterrador. Era grande, con la crueldad escrita sobre él. Su
rostro estaba cubierto de sudor con viejas cicatrices de cuchillo y marcas de
viruela. Había tatuajes en la mitad inferior de su mandíbula, haciéndolo
parecer inhumano. Tenía el pelo rapado, dejando al descubierto una cicatriz y
su forma imperfecta de cráneo.
Y tenía el uniforme de prisionero.
—¡Mierda, he dicho fuera del coche! —rugió.
Miré al cañón de la pistola y sentí que mi estómago caía. Eran reclusos.
Ya estábamos casi muertos.
Euge salió a toda prisa de la camioneta, alejándose de la pistola que
apuntaba a su cara. Noté que apenas podía mantener la compostura.
Hice una mueca cuando salí tras ella. Mis costillas dolían de estar
sentada por mucho tiempo, pero ese no era mi mayor problema en este
momento.
El segundo hombre, más pequeño, rodeó el camión para reunirse con su
pareja. Ambos apuntaban a nuestras cabezas como si nos fueran a utilizar
para prácticas de tiro.
—Aléjense de la puerta, chiquitas —dijo el pequeño con una voz aguda y
demasiado excitado. Esto era obviamente un juego para él.
Euge y yo nos trasladamos a la parte trasera de la camioneta. Al parar en
la puerta trasera, miré por encima del hombro cuando alguien gritó—:
¡Adelante!
Peter y Vico caminaron lentamente hacia nosotras con las manos
sobre las cabezas y las armas a centímetros de sus espaldas.
Tan pronto como estuve a su alcance, Peter me puso a sus espaldas,blindándome del peligro. Me asomé por su figura alta hacia la otra persona, al
hombre delante de nosotros. Era grasiento y descuidado. De hecho, lo podía
oler desde unos pocos metros de distancia. Sus ojos pequeños y brillantes me
miraban, pero su arma de elección, una pistola, señalaba de manera constante
el estómago de Peter.
—Abre la maldita puerta trasera —gritó el líder mientras mantenía su
arma apuntando a nosotros.
Miré a mí alrededor frenéticamente, aterrorizada. Los cuatro hombres
nos apuntaban con los dedos en el gatillo. Estábamos abrumados y sin armas.
No había nada que pudiéramos hacer.
Peter bajó la puerta trasera, pero seguía parado frente a mí, casi
pisándome los pies. No iba a dejar que me expusiera a estos hombres.
El líder me señaló. —Arrástralo y tira todo al suelo. AHORA.
Me temblaban las manos y mis costillas gritaban de dolor, pero me las
arreglé para levantar una pierna sobre la plataforma.
Peter me detuvo con una mano en la cintura. —Está herida, lo haré yo.
—No te muevas, chico, a menos que tengas deseos de morir —espetó el
líder, dando un paso más cerca—. ¡Aléjate de la camioneta antes de que estés
lleno de plomo!
Peter dio un paso atrás, extendiendo la mano para agarrar la mía y
jalarme hacia él. Intenté seguir, con ganas de acercarme tanto como pueda.
—Oh, no, cariño, no muevas ningún músculo. Sólo quiero que tu novio
se aleje —dijo el líder, con el arma apuntando a Peter. Señaló con la barbilla a
Vico—. Tú también, niño bonito. Hazte a un lado.
El líder estudió a los dos por un segundo. —No. No confío en estos dos
hijos de puta. Háganse a un lado en el césped —dijo, haciendo un gesto con la
cabeza hacia el lado de la carretera.
Peter miró al líder antes de seguir lentamente al césped a Vico. Dos
reclusos los siguieron, apuntándolos con armas. Grasiento (mi nuevo nombre
para el más pequeño) se rió. El sonido hizo que se erizara el vello de mi cuello.
El líder y Grasiento se acercaron, obsesionados con Euge y yo. El metal
caliente de la puerta trasera presionaba dolorosamente contra mi espalda, pero
no había otro lugar adonde ir. La temperatura aumentaba y el sol ardía en el
cielo. Una hora más y este calor sería mortal para cualquier persona fuera. Tal
vez estos chicos se desplomarían de un golpe de calor.
Me las arreglé para ocultar mi miedo cuando Grasiento se puso delante
de mí y me sonrió. Su olor corporal era repugnante. El blanco de sus ojos eran
de color amarillo y una gota de baba se cernía en la esquina de su boca. Su
aliento olía a descomposición y los dientes que le quedaban eran amarillos y
podridos. No traté de hacer callar mi disgusto.—Nunca había visto a una chica tan bonita, Elrod —dijo Grasiento,
inclinándose más cerca para oler mi pelo—. ¿No es una cosita? ¡Y mira todo ese
pelo oscuro! ¡Siempre me han gustado las niñas morenas!
Giré mi rostro con repulsión. Mis ojos encontraron inmediatamente a
Peter. Parecía dispuesto a matar con nada más que sus propias manos. Rogué
que mantuviera su temperamento bajo control y no hiciera algo estúpido.
—¿Puedo tocarla, Elrod? Siempre he querido una universitaria. Y mira
toda esta piel perfecta —dijo Grasiento, extendiendo un dedo y pasándolo por
mi brazo.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Cuando se acercó, sentí la bilis en mi
garganta. Tenía que hacer algo antes de que Peter explotara y desatara el
infierno.
En algún lugar dentro de mí, la fuerza se levantó para hacer frente a esta
bola de baba. Mis instintos de supervivencia se despertaron.
—Retrocede —dije con mi mejor voz ruda, mirándolo con odio.
Grasiento comenzó a reír como una niña. El sonido era terrible.
Pensé que lo puse en su lugar cuando la risa murió repentinamente en
sus labios, sustituida por una mala mirada que podría matar. Levantó la
pistola y apuntó a pocos centímetros de mi frente. El sonido de amartillar el
arma me heló la sangre.
El terror me congeló en el lugar. La chica mala en mí se había ido.
—¡Déjalas en paz! —gritó Vico.
Consiguió un golpe en el estómago por su protesta. Euge y yo vimos con
horror cómo se doblaba de dolor. Alargó la mano para agarrar la mía con
fuerza, reflejando el pánico detrás de su agarre.
—Tiene un poco de coraje, ¿no es así, Robbie? —rió el líder, mirándome
de arriba abajo—. No digo que no me interese, sino que no quiero su mierda
por ahora.
Hizo una seña a Euge con su arma. —No pareces herida. Saca las cosas.
Ahora.
Euge me soltó la mano y se apresuró a meterse en la camioneta. Tal vez si
más rápido entregábamos nuestros suministros, más rápido podríamos irnos.
Me arriesgué y miré a Peter. Sus manos se cerraban en puños mientras
miraba a Grasiento con rabia pura. Sus ojos parpadearon hacia mí una vez
antes de volver a Grasiento.
Una por una las maletas fueron retiradas al polvoriento suelo a mis pies.
Euge salió de la caja de la camioneta cuando Grasiento se agachaba para abrir
las bolsas y mochilas.
—Ropa. —Empujó una mochila a un lado y se trasladó a una bolsa delona—. Un montón de alimentos y agua embotellada en esta —dijo, sacudiendo
la bolsa de basura al líder. Revisó las otras mochilas, encontrando sólo ropa.
El líder se rió entre dientes mientras se inclinaba para rebuscar en todo.
—¡Están preparados, se los reconoceré!
Nos miró contra el sol. —¿No hay armas?
Euge y yo negamos con la cabeza, temiendo que si hablamos, pudiésemos
obtener el mismo trato que tuvo Vico.
—Les puedo palpar, Elrod. Con gusto —dijo Grasiento con emoción, con
los ojos y la pistola hacia mí.
—En otra ocasión, Robbie —murmuró el jefe, señalando a Peter y Vico
hacia atrás.
Caminaron lentamente hacia nosotros con los otros reclusos detrás. Los
ojos de Peter nunca dejaron a Grasiento. Si las miradas mataran, él habría
muerto ya hace tiempo.
El líder alzó una mano, deteniendo a Vico y Peter a unos metros de
distancia.
—Les diré algo, chicos. Me dejan la comida y el agua y los dejaré ir con la
ropa. A pie —dijo, sosteniendo la escopeta en el hueco de sus brazos y parado
con las piernas separadas.
—¡Moriremos! ¡No pueden quitarnos la comida y el agua! —estalló Vico
con indignación.
El líder pareció ofenderse por el arrebato de Vico. —Déjame que te
cuente una historia, muchacho. Estos hombres —señaló a cada interno—, han
estado encerrados durante años. ¿Sabes lo que eso significa? ¿Mmm? Significa
que no tuvieron a una chica por tiempo muy largo. —Esperó a que lo
asimiláramos—. Así que me quedo con todos los suministros y el camión y
tienes la ropa. —Hizo una pausa y nos recorrió con la mirada a Euge y a mí—. Si
tienen un problema con eso, bueno, digamos que mis hombres pasarán un
buen rato con estas cosas jóvenes.
La expresión malvada desapareció de la cara de Grasiento mientras sus
ojos me recorrían. —Por favor. Por favor. Por favor —suplicó, vertiginoso.
—Llévatelo todo —gruñó Peter.
—Buena decisión, chico —dijo el líder con una sonrisa malévola.
Con pánico, lo vi coger dos de las bolsas y darse la vuelta para irse.
—¡Espera! —grité.
Peter me miró, pidiéndome en silencio que me callara cuando el líder dio
la vuelta. Tragué saliva para alejar mi miedo mientras trataba de ignorar a
Grasiento y la pistola en mi cara.
—¿Podemos...? —Tenía mucho miedo para hablar. Tomé una respiración
profunda y lo intenté de nuevo—. ¿Podemos quedarnos con un poco de agua?
¿Por favor?
Debía de hacer más de treinta y siete grados. Sin agua, no íbamos a
durar mucho tiempo con este calor.
El jefe me miró con indecisión antes de alcanzar una bolsa y tirar cuatro
latas de verduras y cuatro botellas de agua a mis pies.
—Buena suerte, cariño. La necesitarán —dijo, alejándose.
Grasiento seguía sin alejarse de mí. Su pistola todavía me apuntaba a la
cabeza. Me di cuenta de que con sólo deslizar su dedo, estaría muerta.
—Quizá la próxima vez, nena —dijo con una risita—. Tú y yo tendremos
una fiestita y llegaremos a conocernos mejor. Cuando pase esta mierda, iré a
buscarte.
Al instante, Peter se encontraba allí. Delante de mí, protegiéndome, de
pie frente a un arma de fuego por mí.
—No la mires, idiota —dijo con fiereza. Lo superaba bastante en altura y
podía romperlo fácilmente en dos con una mano poderosa.
Pero Grasiento tenía la pistola.
La risa de Grasiento desapareció cuando su arma se movió lentamente
de mi cabeza para pasar a la frente de Peter. Ahora que él era el objetivo,
empecé a temblar de terror. Una cosa era que el arma me apuntara a mí y otra
era verlo señalando a alguien que amaba.
Pasó un minuto mientras se miraron. Peter se mantuvo firme, sin
inmutarse y sin miedo a la pistola en su cara. Lo conocía demasiado bien como
para saber que para estos momentos probablemente estaba sediento de sangre.
—¡Comiencen a caminar, niños! —gritó el líder a unos pocos metros de
distancia.
Euge y Vico recogieron las mochilas, para poner dentro las botellas de
agua y las latas de comida. Grasiento mantuvo su arma en Peter, negándose a
dar marcha atrás. Peter se hallaba mortalmente quieto, protegiéndome con su
cuerpo.
Grasiento finalmente dio un paso atrás e hizo un gesto con su arma.
—¡Largo de aquí! —gruñó.
Peter me agarró la mano y agarró dos mochilas. Llevándome con él,
seguimos a Euge y Vico a un ritmo rápido.
Nos apuramos a pasar los vehículos, tratando de ignorar a los convictos.
Evité mirar en su dirección, pero podía sentirlos observándonos, esperando
para abrir fuego si hacíamos el menor paso en falso.No pude evitar mirar por encima de la camioneta de Euge. Había usado
esa cosa desde que tenía diecisiete años. Era su orgullo y alegría. Odiaba verla
dejarlo con un grupo de delincuentes, pero más que eso, odiaba ver
desaparecer a nuestro único medio de transporte.
Comenzó a llorar lágrimas silenciosas. Solté la mano de Peter para
envolver un brazo alrededor de ella mientras caminábamos por la calle.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Lali? —preguntó, entre lágrimas.
—Creo que caminaremos. ¿Qué otra opción tenemos?
—¿Caminar? ¡Es verano en Texas! ¡No vamos a lograrlo con sólo cuatro
botellas de agua! —exclamó histéricamente. Vico la calló, temeroso de que
llamara la atención de los hombres.
Sin interrumpir su paso, Peter miró sobre su hombro, dándonos a Euge y
a mí una mirada de advertencia.
Miré hacia atrás a los hombres. Nos encontrábamos a una distancia
segura de ellos, pero aun así nos veíamos muy de cerca de sus armas listas.
Mientras caminábamos, el calor nos sofocó desde el sol implacable. Podía
sentir el sudor rodando por mi espalda cuando la temperatura de la tarde se
elevó a niveles peligrosos. Más adelante, algunos árboles formaban un dosel
sobre la carretera, proporcionando un poco de sombra. Traté de concentrarme
en un solo lugar y no pensar en el largo camino por delante.
Peter caminaba tres metros delante de nosotros y se movía a un ritmo
más rápido. Sus largas piernas cubrían más terreno que el mío a pesar de las
mochilas en sus hombros.
Me apresuré a alcanzarlo, ignorando el dolor en mi costado.
—Voy a llevar mi mochila, Peter —dije, tendiéndole la mano buena para
tomarla.
Peter frunció el ceño. —Estás herida. Yo me encargo.
A mi piel le empezaban a salir ampollas por el calor, pero también me
hervía la sangre. Me detuve en el medio de la carretera, provocando que el
polvo se arremolinara alrededor de mis pies.
Euge y Vico se detuvieron cuando lo hice, pero Peter no me hizo caso y
siguió caminando.
—¿Cuál es tu problema, Peter? —pregunté con frustración.
Se detuvo y se volvió hacia mí. La expresión en su cara lo decía todo;
echaba humo. Con unos pocos pasos, invadió mi espacio personal.
—¿Cuál es mi problema? ¡Mi problema, Lali, es que estás herida, no
tenemos coche, hace un maldito calor del infierno, tenemos muy poca agua y
comida, y todavía nos faltan kilómetros para llegar a casa!Miré a sus ojos verdes, sin miedo.
Con frustración, arrojó las mochilas al suelo, cubriendo los zapatos de
polvo.
—¡Y estoy más enojado porque decidiste enfrentarte a esos cabrones! ¿En
qué diablos pensabas?
—¡Pensaba en que necesitábamos agua!
—¡Bueno, yo tuve que quedarme allí y ver como ese idiota te miraba y
tocaba! Entonces, ¿cuál diablos crees que es mi problema? —gritó.
—¡Estoy bien! ¡No me lastimó, cálmate! —espeté, también enojada.
Peter puso las manos en las caderas y me miró. —¡Voy a calmarme
cuando tu culo esté a salvo en casa!
Mi paciencia se rompió.
—¡No soy tu responsabilidad! ¿Cuántas veces tengo que decirlo? ¡No.
Soy. Tu. Responsabilidad! —grité, empujando mi dedo en su pecho con cada
palabra—. ¡Que hayamos tenido sexo no significa que tengas que cuidarme!
Vi a Vico apartarse con vergüenza. No me importaba. Esto era
demasiado. No podía soportarlo más. Apenas podía mantener la compostura.
—¡He estado cuidándote durante quince años! ¡No voy a parar ahora sólo
porque follamos! —gritó Peter, dando un paso amenazante.
Me estremecí ante su elección de palabras. ¿Eso es todo lo que era para
él, alguien a quien folló?
Vico maldijo en voz baja. —Oye, hombre, retrocede. Todos estamos
asustados. No te desquites con ella —dijo, agarrando el brazo de Peter.
Peter lo ignoró. —No me toques —dijo con frialdad, mirándome. Cogió su
mochila y dejó la mía en el suelo a mis pies.
—Cuídate sola, Lali. Ya he dejado de hacerlo.
Luego se alejó.

En La Oscuridad💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora