Capitulo 1: "Darkness"

592 10 0
                                    

Esta es la historia del fin de la vida tal como la conocía. Pensamos que el
mundo seguiría como siempre. La sociedad se mantendría igual. La gente se
mantendría igual. Nos equivocamos. En lo que tarda un latido, el mundo
cambió. Yo cambié.
—¡No puedo creer que me hayas convencido de esto!
Una canción de Eminem sonaba fuerte en los altavoces mientras seguía a
mi mejor amiga por el bar lleno de humo. Hombres cubiertos de tatuajes se
hallaban hombro con hombro con las mujeres casi desnudas. En cuanto a mí,
sobresalía como un pulgar dolorido en mi vestido de verano color rosa claro y
unas sandalias a juego.
—Relájate, Lali. Sólo quería ver el lugar —dijo Euge, moviendo la
cabeza con la música mientras caminábamos entre la multitud. No estaba
segura de si se dio cuenta de las miradas sucias que recibíamos o simplemente
era ajena a ellas. Conociendo a Euge, no le importaba.
Me quedé detrás de ella, con miedo de ser separadas entre estas
personas. Euge y yo habíamos estado en muchos de los bares cercanos a
nuestra universidad y he visto algunas cosas locas, pero este lugar era
simplemente aterrador. Un agujero en la pared, donde los haya. El humo era
espeso y sofocante. La música era el tipo al que tu mamá no le gustaría que
escucharas, fuerte y repleta de cada maldita palabrota que existía. La mayoría
de los clientes del bar parecían convictos o miembros de una pandilla de
motociclistas local. Apuesto a que algunos incluso tenían navajas escondidas
en algún lugar. Dos muchachas de la universidad definitivamente no
pertenecían aquí.
—¡MESA! —chilló Euge cuando vio dos sillas vacías. Jalando mi mano, se
lanzó al ataque, chocando con un par de hombres vestidos de cuero que nos
fruncieron el ceño.
Por lo menos los asientos se encontraban en la esquina. Tal vez nadie nos
notaría aquí. Euge podría tener su diversión y entonces podríamos irnos. Con
suerte, en una sola pieza.
—¡HURRA! —gritó Euge cuando empezó una de sus canciones de rap
favorita a todo volumen por los altavoces. Esto provocó algunas miradas más
sucias.
Para mi consternación, comenzó a rapear junto con la canción. La chica
no podía cantar nada bien, pero tenía que darle crédito por intentarlo. Abracé
mi bolso más cerca de mi cuerpo y la miré. ¡Traía la atención hacia aquí! La
hice callar, pero hablábamos de Euge, no había nada que la callara.
De la nada, apareció una camarera junto a nuestra mesa. —¿Chicas,
quieren algo? —preguntó con una expresión de aburrimiento. Su pelo rubio
estaba pegajoso, su camiseta corta demasiado pequeña y sus diminutos
pantalones cortos no cubrían su trasero. Tenía alrededor de dos centímetros de
maquillaje y empezaba a empastarse en sus arrugas.
—Dos tragos de whisky —gritó Euge sobre la música.
La camarera asintió y se alejó, mientras sus pantalones cortos trataban
de cubrir su trasero.
—No bebo, Euge, ¡lo sabes! —Me incliné para gritar.
Euge me calló con la mano mientras se ponía de nuevo a cantar. Me
encogí cuando rapeó sobre el sexo y alguien saliendo herido.
Éramos tan diferentes. Era exactamente lo contrario a mí. Espontánea e
impredecible, Euge era una verdadera niña salvaje que no tenía miedo a nada.
Algunas personas encontraban sorprendente que fuéramos amigas, pero la
conozco desde el primer grado… quince largos años. Habíamos estado juntas
en las buenas y en las malas. No había forma de que nos separaran. Es por eso
que acepté venir a este bar de mala muerte en primer lugar. No hace falta decir
que me debía una grande.
Por el rabillo del ojo, vi a algunos hombres que nos miraban, casi
babeando. —Esos tipos están embobados —le dije.
—¡Guau, nene, ven a mamá! —gruñó dramáticamente Euge mientras los
estudiaba.
Rodé los ojos a su versión de un ronroneo sensual. Amaba a los chicos
malos y estos hombres encajaban perfectamente. Eran lindos si te gustaba el
tipo de hombre tatuado, musculoso y rudo. A mí no. Mi tipo era el que se viste
de color caqui, conduce un BMW, es caballero y libre de tatuajes.
Los hombres fueron olvidados cuando apareció la camarera y trajo
nuestros tragos. Tomó el dinero y se marchó, sin darnos las gracias por la
propina ni mirar en nuestra dirección otra vez. El servicio al cliente aquí es
genial.
Tomé el vaso y lo estudié de cerca. Estaba sucio y lo que había en él olía
horrible.
—No voy a beber esto —dije, bajándolo de nuevo con repugnancia.
—Tienes que hacerlo. Es de mala suerte si no lo haces.
Miré a Euge con escepticismo. —Eso no es verdad y lo sabes.
—Está bien, bueno, sólo bébelo por mí. Necesitas relajarteeeee.
Tomé el vaso sucio y suspiré. Las cosas que tengo que hacer por una
amiga.
—De acuerdo, a las tres. Uno, dos, ¡TRES! —dijo Euge, golpeando la mesa
con cada número.
Tiré la bebida hacia atrás y la bebí rápidamente. El fuego corrió, no,
quemó, en mi garganta. Mis ojos se humedecieron, haciéndome difícil ver. Los
cerré, sintiendo la quemadura mientras el whisky viajó desde mi garganta a mi
estómago. ¡Oh, mierda! ¡Eso fue terrible!
Euge comenzó a reírse mientras me miraba. —¡Otro! —se rió, empujando
el segundo trago hacia mí.
—¿Qué? ¡De ninguna maldita manera! ¡Eso fue horrible! —Me estremecí
con disgusto.
—Lo compré para ti. Bébelo. Lo necesitas.
Sabía que Euge iba a ganar esta discusión, así que tragué la bebida. Mi
garganta al instante se sintió como si alguien hubiese dejado caer una cerilla
encendida.
—¡Me encanta esta canción! Vamos a bailar.
Me agarró la mano y me llevó a la pista de baile antes de que pudiera
protestar o recuperarme de la bebida.
Sólo había un par de personas bailando, pero a Euge no le importaba.
Comenzó a moverse al ritmo del bajo, metiéndose en la música. Ahora, mis
músculos empezaban a relajarse gracias al alcohol. Moviendo mis caderas al
ritmo acelerado, empecé a bailar.
Para la segunda canción, pasábamos un buen rato. Eva giró para sacudir
su culo hacia mí, dándome un ataque de risa. Empezamos a frotarnos contra
la otra, chillando con la música y haciendo tonterías.
Después de que terminó la canción, noté que habíamos reunido un
público. Muchos de los hombres de aspecto rudo se encontraban de pie a los
lados, mirándonos. Examiné con nerviosismo a la multitud, con miedo de que
estuviéramos sobrepasadas. Estos hombres nos miraban como si fuéramos la
cena y se murieran de hambre.
Estaba a punto de decirle a Euge que deberíamos irnos cuando alguien
llamó mi atención. Se encontraba en una mesa de billar en la parte de atrás,
haciendo fila para pegar con su taco. Una rubia voluptuosa se frotaba contra él
como una perra en celo. Llevaba una falda corta negra, blusa de escote y
tacones de trece centímetros. Sus manos estaban sobre él.
Vi como él hizo el tiro y se enderezó para examinar la bola. Girándose
hacia la mujer, la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí.
Aspiré una bocanada de aire cuando vi su perfil. Tenía puesta su gorra
de béisbol y el pelo castaño rebelde se asomaba por los bordes. Sus anchos
hombros delineados debajo de una camisa de color negro y los pantalones
vaqueros muy gastados encajaban perfectamente en sus largas y musculosas
piernas.
Lo reconocería en cualquier parte.
—¿Quién es ese bombón? —preguntó Euge, cuando se dio cuenta de que
lo miraba.
—Es Pet...
Se me adelantó. —¡Santa mierda! ¡Es Peter!
Sentí que mi ritmo cardíaco se salía de control mientras lo veía reírse de
algo que dijo la rubia. Cuando se inclinó para susurrarle al oído, no podía
apartar la mirada.
Peter Lanzani era una leyenda por aquí. Las mujeres no podían apartar
las manos de él y los hombres le temían. Era guapo y peligroso. Un poco malo y
muy sexy. Y al igual que Euge, era salvaje y le gustaba vivir la vida al máximo (a
veces un poco demasiado). No tenía reglas y hacía lo qué quería. Al parecer,
trabajaba en su más reciente conquista, la rubia envuelta alrededor de él.
Lo creas o no, además de Euge, Peter era mi mejor amigo. Nos
conocíamos desde que éramos niños jugando a la casita en el granero de mi
papá. Cuando tenía seis años, mi papá compró la chacra junto al rancho de su
padre, haciéndonos vecinos y finalmente, amigos.
—Vamos a hablar con él —dijo Euge, bailando en su lugar.
—No, se ve ocupado —murmuré con una pizca de celos. Su mano todavía
descansaba en la cintura de la rubia. Los tatuajes que comenzaban en su
muñeca derecha y rodeaban su brazo, capturaron mi atención. Me acordé de
cuando se hizo esos tatuajes. Yo había estado allí.
—¡Por favooooorrr! El hombre puede dejar de besar a esa puta lo
suficiente como para hablar con nosotras —dijo Euge, mirando a la rubia de
arriba abajo.
Sin esperarme, se dirigió hacia él.
¡Oh, mierda! Corrí para alcanzarla. Euge y Peter no se llevaban bien y eso
era ponerlo a la ligera.
—¡Oye, extraño! —gritó Euge sobre la música cuando estuvimos a unos
pocos metros de él.
Peter dejó de seducir a la rubia para mirarnos. Bajo el ala de su gorra, vi
sus ojos abrirse con sorpresa.
Oh, vaya. El color de sus ojos nunca dejaría de sorprenderme. Eran de
un verde claro. Combinado con subronceado oscuro y pelo castaño bañado por el sol, el verde de sus ojos era
impactante. Impresionante. Hermoso.
Al verlo de nuevo, me di cuenta de lo mucho que lo echaba de menos
desde que me fui a la universidad. ¿Se suponía que debería sentirme así por un
amigo?
Mi estómago dio un giro extraño. Era mucho más alto que yo. La cima de
mi cabeza alcanzaba el centro de su pecho. En un buen día, yo medía un metro
y sesenta centímetros, corto para los estándares de la mayoría de las personas,
pero junto a Peter, era muy pequeña.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, desenredándose de los brazos
de la rubia. Ella puso mala cara, lo que me dio ganas de sonreír y lanzar el
puño al aire.
—Bailar —respondió Eugenia mientras miraba a la rubia—. Te preguntaría lo
mismo, pero es bastante obvio.
Ignoró su comentario sarcástico.
—¿Cuándo llegaste a la ciudad, Lali? —preguntó, inclinándose hacia
mí para hacerse oír por encima de la música.
—Hace unos días —le respondí—. Te mandé un mensaje pero nunca
recibí respuesta.
Bueno, admito que fue a la primera persona a la que envié un mensaje al
llegar a la ciudad. Cuando no respondió ni apareció en mi puerta, como era su
costumbre de inmediato, me molesté un poco. ¿Qué tan lamentable era?
—Lo siento. El maldito teléfono es un pedazo de mierda —dijo, metiendo
las manos en los bolsillos.
—He oído eso antes —murmuró Euge, rodando los ojos.
Peter le lanzó una mirada de enfado. La rubia eligió ese momento para
acercarse más, presionando sus generosos pechos contra él. Sí, sabemos que
todavía estás aquí, rubiecita.
Él se desenredó de sus manos con facilidad. —Te veo luego, La —
dijo, descartándola sin pensarlo dos veces.
La chica me dio una mirada asesina antes de irse, tambaleándose un
poco en sus zapatos de tacón. Un poquito de celos estallaron de nuevo. Era
alta y hermosa, tal y como él las prefería.
—No deberías estar aquí vestida así —dijo Peter, señalando mi vestido—.
¿Estás tratando de que te maten?
—¿Qué pasa con mi vestido?
—Nada, excepto que pareces una niña pequeña tratando de jugar con los
niños más grandes —dijo, sonriendo.
—Bueno, ¡fue idea de Eugenia venir aquí! —solté, sintiendo como si acabara
de ser atrapada haciendo algo malo.
Los ojos verdes de Peter fueron a Euge, volviéndose fríos y calculadores. A
cambio, ella le dio su mejor mirada de “te reto a decir algo”.
Vi una discusión formándose entre los dos, como de costumbre. Antes de
que pudiera poner fin a esa situación, Peter me agarró del brazo y me atrajo
hacia él, a un lado del camino de tres grandes hombres que pasaban por ahí.
El aire quedó fuera de mis pulmones cuando perdí el equilibrio y caí con fuerza
contra su pecho. Tuve que admitir que no era un mal lugar para estar.
—¿Has estado bebiendo? —preguntó, alejando la mano de mí.
—Dos tragos —respondí.
No parecía muy contento.
—Euge me obligó a hacerlo —le expliqué, echando toda la culpa sobre ella.
Miró a Euge de nuevo, sin parecer feliz en lo más mínimo. Le sonrió con
valentía y bailó alrededor de nosotros, sin temerle en absoluto. Vi a Peter
rechinar los dientes por la frustración, algo que hacía muy a menudo cerca de
Euge.
Volvió su atención hacia mí, tratando de ignorarla. —Voy al bar por una
bebida. ¿Quieres algo? ¿Tal vez agua? —preguntó.
Negué con la cabeza y no pude evitar mirar cómo se alejaba. Más de una
mujer se detuvo para admirar y algunas trataron de entablar una
conversación, pero él se limitó a sonreír y siguió adelante.
—Es tan guapo. Lástima que no puedo soportarlo —dijo Eugenia mientras lo
miraba con una expresión soñadora.
Antes de poder decirle que se comportara, dos hombres aparecieron en
nuestra línea de visión. Ambos se hallaban cubiertos de cuero, piercings y
tatuajes. Justo el tipo de Euge.
—Las vimos bailar. Lo hacían muy bien —le dijo uno de ellos a Euge.
Ella le sonrió con una sonrisa sexy que me hizo querer vomitar.
—Gracias —dijo, tendiéndole una mano bien cuidada—. Soy Eugenia, por
cierto.
En cuestión de segundos, fue a la pista de baile con el chico, dejándome
sola con el tipo número dos.
Me sonrió y estiró los anchos labios perforados. Traté de no mirar a los
numerosos aros en sus labios y orejas. Tenía la cabeza rapada y tatuajes
esqueléticos arrastrándose hacia arriba y alrededor de su cuello. Decir que el
hombre daba miedo era un eufemismo. Y al parecer también estaba borracho,
tambaleándose sobre sus pies mientras tomaba otro trago de cerveza. Genial.
—Mi nombre es Jacob —dijo, tendiéndome una mano tatuada con
números y letras.
Forcé una sonrisa en mi cara y puse mi mano en la suya —Mariana —
dije. No quería darle mi nombre, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Mi papá me
crió para ser cortés.
—¿Eres de por aquí? —preguntó. Intenté no estremecerme con su mala
frase para seducir o la mala forma en que sus ojos se movían arriba y debajo
de mi cuerpo con interés.
—Sí —le contesté, mirando alrededor del club. Tal vez si parecía poco
interesada, captaría la indirecta y se iría.
—Bonito vestido —dijo, mirando mi pecho.
Bueno, esto se volvía ridículo. Traté de rodearlo, pero su mano se deslizó
alrededor de mi cintura.
—Vamos a bailar —dijo arrastrando las palabras.
Me moví fuera de su brazo y comencé a alejarme cuando se puso delante
de mí.
—Sólo un baile —suplicó, borracho.
—No, gracias —cortés otra vez.
Iba a decir algo más cuando se produjo una conmoción en el bar. Oí
gritos y cristales rotos. Mirando alrededor de “Jacob, el Borracho”, me quedé de
piedra. ¿Qué demonios? Creo que incluso mi boca se abrió.
Peter y un hombre muy grande se peleaban, pareciendo dispuestos a
matarse. Todo lo que podía ver eran los puños y la furia.
La gente empezó a correr otra vez, luchando para conseguir una buena
vista de la pelea. Dejé a Jacob atrás para empujar entre la multitud, justo a
tiempo para ver la cabeza de Peter caer hacia atrás y sangre volando. Hice mi
camino hasta el borde de los espectadores, viendo como Peter se recuperó y
lanzó un gancho a la mandíbula del hombre grande. Cuando los ojos del tipo
rodaron en su cabeza, pensé que todo había terminado. En cambio, sacudió la
cabeza para despejarse y lanzó un golpe duro. Su puño conectó con el
estómago de Peter, empujándolo hacia atrás.
Alguien me agarró del brazo y me jaló. Me di la vuelta, dispuesta a dar
batalla, pero sólo encontré a Euge.
—¿Qué diablos está pasando? —gritó. La multitud se abalanzó a nuestro
alrededor, todo el mundo queriendo estar más cerca de la acción.
—¡Peter está peleando! ¡Tenemos que ayudarlo!
—¿Estás loca? ¡No podemos hacer nada! —gritó Euge mientras luchaba
por mantenerse en pie contra la apiñada multitud.
El sonido de las botellas de cerveza destrozándose me hizo girarme de
nuevo. Vi como el puño de Peter conectaba con el rostro del hombre seguido
por su codo golpeándole la mandíbula, todo en un solo movimiento fluido. Esta
vez el desconocido cayó.
Corrí al lado de Peter mientras se dejó caer en un taburete cerca. Tenía
el labio cortado y un moretón desagradable ya se formaba en su pómulo.
Limpiaba la sangre de su nariz cuando sus ojos se encontraron con los míos.
—¿Qué demonios fue eso? —grité sobre la música.
—¡Te dije que no deberías estar aquí! —dijo Peter en voz alta.
—¿Qué tiene eso que ver con la pelea? —le pregunté, tratando de ignorar
la cercanía entre nosotros.
—El hijo de puta dijo una mierda sobre ti con ese vestido.
—¿Qué dijo? —le pregunté, viendo como los amigos del hombre trataban
de despegarlo del piso.
—Créeme, no quieres saber —gruñó Peter. Se puso de pie con cautela,
haciendo una mueca por el movimiento. Cuando pasó el dolor, se agarró de mi
brazo.
—Es hora de irse, niñas.
Con sus dedos alrededor de mi brazo, me llevó fuera de la barra. Euge nos
siguió, protestando todo el tiempo. Yo no iba a decir nada. No quería estar aquí
de todos modos. Me salvaba de una noche potencialmente mala.
Afuera el aire caliente de Texas nos golpeó cómo un soplete, marchitando
todo a su paso. La grava crujía bajo nuestros pies mientras maniobrábamos
alrededor de las motocicletas y los coches de mucha potencia, hasta por fin
encontrar la camioneta de Euge.
—Ve directo a casa, Lali —exigió Peter al abrir la puerta del pasajero
para mí.
—¿No vas a volver allí dentro, verdad? —le pregunté.
Hizo una pausa. Vi la indecisión en su rostro. Esta no era una decisión
fácil para él. No cuando nunca se alejaba de la fiesta. O una mujer.
—No, te seguiré a casa.
En secreto, me alegré de que se fuera. Significaba no más chicas, no más
peleas y no más bebidas por esta noche.
Euge esperó en el '66 Ford Bronco a que Peter se estacionara detrás de
nosotras, antes de salir del estacionamiento. Unos minutos más tarde,
llegamos a la carretera vacía de dos carriles que nos llevaría a casa.
La camioneta dio un violento estremecimiento cuando Euge se inclinó
para encender el aire acondicionado a toda potencia. Era una destartalada, que había visto mejores días vieja camioneta Ford de la generación de mi padre y
consumía mucha gasolina. La pintura se descascaraba, los asientos estaban
rotos y en un mal día olía a estiércol de vaca, pero nos llevaba a donde
teníamos que ir. A veces.
—Así que... una noche interesante —dijo Eugenia, con los ojos fijos en la
carretera.
—Sí, te dije que el lugar era una ratonera, pero nunca me escuchas.
—¿Si te escuchara, qué diversión tendríamos? —Pisó a fondo el
acelerador y la camioneta se sacudió hacia adelante—. Nunca pensé que
veríamos a Peter allí.
—Es su tipo de lugar —le dije, mirando en el espejo lateral.
Podía ver sus faros a poca distancia detrás de nosotras. Tan tarde en la noche,
éramos los únicos dos vehículos en la carretera. Era una sensación extraña
estar aquí en el medio de la nada. No había luces ni personas, sólo las estrellas
y la luna arriba.
—No tengo ni idea de por qué los dos siguen siendo amigos —dijo Euge.
Por el rabillo de mi ojo, la vi reunir el pelo rubio largo en una mano y
mantenerlo lejos de su nuca, dejando que el aire frío llegara a su cuello—.
Quiero decir, son tan diferentes. Es un dolor en el trasero, y tú eres tan... no
sé... ¿dulce? No lo entiendo.
Yo tampoco lo entendía. Tal vez era porque Peter y yo nos conocíamos de
toda la vida. O tal vez era porque sabíamos todo del otro. Sea lo que fuera,
seguimos siendo amigos. Cuando me mudé a seis horas de distancia para ir a
la universidad, me preocupaba que nuestra amistad se desvaneciera. No fue
así, pero cambió. Había algo allí, flotando entre nosotros, dejándome nerviosa y
confundida.
Nunca se lo admitiría a nadie, ni siquiera a Euge, pero siempre he tenido
una atracción por Peter.
Tal vez era amor o tal vez sólo lujuria. En la secundaria, vi cómo salía
con una chica tras otra. Pasé muchas noches deseando ser yo la que quería. La
que amaba. Cuando me fui a la universidad, pensé que los sentimientos
desaparecerían. Pensé que era sólo un enamoramiento adolescente tonto que
se desvanecería con el tiempo. Me equivoqué. Mis sentimientos se hicieron más
fuertes.
—Hablando de chicos, ¿qué vas a hacer con Ben? ¿Vas a llevar las cosas
al siguiente nivel y acostarte con él como quiere?
Agarré la manija de la puerta cuando aceleró la camioneta y tomó una
curva demasiado rápido. Eugenia era un infierno sobre ruedas. Conducía como si
estuviera compitiendo en una carrera Indy 500 (y ganando). Tomaba mi vida en
mis propias manos cada vez que me metía en el coche con ella.
—No —le contesté, tratando de convencerme de ser valiente y soltar la
manija de la puerta—. Me sigue presionando, pero no estoy lista.
Ben y yo habíamos estado juntos durante unos meses. Nos conocimos en
una fiesta y al instante nos llevamos bien. Cuando me invitó a salir, no titubeé
en decir que sí. Todo había sido muy bueno entre nosotros hasta que empezó a
insistir en que tengamos sexo. Varias veces le dije que no, pero aun así insistió
e insistió. En sentido figurado, no literalmente. Había llegado a la madura edad
de veintiún años como una virgen y planeaba seguir siéndolo a pesar de las
buenas miradas y palabras dulces.
—No arruines tu último año de universidad con él —dijo Euge—. Es un
idiota.
—Nadie va a arruinar mi último año, Eugenia. Especialmente un chico.
—Bien. Estamos tan cerca de conseguir nuestros títulos de enfermería
que ahora nada puede estropearlo.
Me especializaba en enfermería. Eugenia se especializaba en chicos y fiestas
con algo de enfermería. Los últimos tres años habían sido interesantes al
compartir un apartamento con ella. Nunca hubo un momento aburrido.
—Maldito aire acondicionado. Se podría pensar que mi padre lo
arreglaría ya que vivimos en el maldito Texas, ¡donde está malditamente
caliente como el infierno! —murmuró Euge, jugando con los mandos del aire de
nuevo.
Sabiendo que el aire acondicionado funcionaba sólo por un corto período
de tiempo, las dos bajamos las ventanas para dejar entrar el aire de la noche.
El viento comenzó inmediatamente a causar estragos en nuestro cabello,
probablemente atándolo en nudos.
—No sé lo que tienes en contra de Ben —le dije, apartando mechones de
cabello de mis ojos sólo para que el viento lo azote alrededor de mi cara.
—Tiene mucho ego, presumiendo con su pelo rubio y bronceado perfecto.
Es decir, el chico es demasiado perfecto. Algo pasa con él, lo siento —dijo Euge,
girando el camión en otra esquina.
No me sorprendí por sus palabras. Me decía todo el tiempo que Ben era
demasiado posesivo y controlador. No lo vi, pero de todos modos ella siempre
había sido demasiado crítica de los chicos con los que salía.
—Tienes que tener relaciones sexuales por primera vez con alguien
más... no sé... rudo. —Vi las ruedas girando en su mente, tramando una idea—
. ¡Y conozco a la persona perfecta! ¡Peter!
Sentí el enrojecimiento arrastrarse por mi cuello —No lo creo, Euge. No es
más que un amigo.
—¡Un amigo que está súper caliente! ¿Has oído hablar de los amigos con
beneficios? —preguntó con una amplia sonrisa.
—¡Nunca pasará!
—¿Por qué? ¿Has pensado en ello? ¿Todos esos abdominales duros y
tatuajes sexy? El hombre es, sin duda digno de follárselo. Vamos, Lali, no
puedes decirme que no has pensado en ello.
—No.
—Mentirosa.
Quizás era una mentirosa, pero era mi amigo. No iría allí.
Pronto entrábamos al camino de entrada de Eugenia con Peter detrás. Euge y
sus padres vivían en la ciudad. Por aquí, eran considerados gente de la ciudad
a pesar de que la ciudad contaba con sólo 4.000 habitantes. Tonto, lo sé.
Empecé a salir de la camioneta cuando me detuvo la voz de Euge. —Tu
padre no está en casa. Siéntete libre de aceptar mi consejo y acostarte con
Peter —dijo con un guiño—. Si mañana no puedes caminar, voy a saber por
qué.
Rodé los ojos y cerré la puerta del coche. El sexo estaba siempre en su
mente. Juro que era tan mala como Peter.
Su viejo Bronco retumbó fuertemente mientras me deslizaba en el
asiento del pasajero. Como vivíamos justo uno al lado del otro, él me llevaba el
resto del camino a casa.
—¡Eugenia ya conduce como una lunática! No deberías entrar en el coche con
ella —dijo después de que cerré la puerta de la camioneta.
Miré por encima de él. Su pómulo tenía un desagradable moretón grande
y el corte en el labio inferior parecía doloroso. La gorra de béisbol le
ensombrecía los ojos, pero la intensidad de su mirada me hizo sentir incómoda.
—Nunca ha recibido una multa, por lo que debe hacer algo bien —le dije.
—Pura suerte —razonó, dando marcha atrás en el camino de entrada.
Salió a la calle y sentí su mirada sobre mí, pero mantuve los ojos fijos en el
exterior. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Dos tragos de whisky deben estar
haciendo un caos con mi cabeza.
—Mi teléfono fallaba de verdad, Lali. No recibí tu mensaje —dijo en
voz baja.
—No es importante, Peter. Te iba a llamar pero he estado ocupada.
—Me di cuenta. No vulvas a ir a un lugar así. Sé fiel a tus pequeños
bares de estudiante universitaria.
—Sí, señor —dije, sarcásticamente en voz baja. Di un vistazo a su brazo
tatuado, descansando tranquilamente en la parte superior del volante. Tatuajes
tribales en grande y audaces diseños se arremolinaban alrededor de su
muñeca y viajaban hacia arriba. Euge tenía razón. Era sexy. Lástima que sólo
éramos amigos.
El silencio se extendió entre nosotros, llegando a ser incómodo y difícil,
mientras dejábamos el pueblo atrás. Junté las manos con fuerza en mi regazo,
preguntándome por qué estaba tan nerviosa. ¡Era sólo Peter, por amor de Dios!
Durante kilómetros nos rodeaba el campo, oscuro y vacío. Por último,
giramos en un camino de tierra desierta. A cada lado de nosotros eran acres y
acres de tierras de cultivo y no mucho más. Aquí es donde yo vivía —en el
medio de la nada, Texas. Población: unas pocas personas, pero un montón de
vacas y caballos.
En cuestión de minutos, conducíamos a lo largo de mi camino de grava,
lo que llevaba a la única casa a la vista.
—¿Tu padre no está en casa? —preguntó Peter cuando vio la casa a
oscuras.
—No. Está en Dallas por negocios.
Abrí la puerta del coche y me sorprendió cuando Peter apagó el motor y
salió de la camioneta.
—Te acompañaré.
No podría decir por qué las mariposas se dieron a la fuga en mi estómago
o por qué mis manos empezaron a temblar cuando traté de abrir la puerta,
pero lo hicieron. Había estado a solas con Peter un montón de veces, pero esta
noche se sentía diferente.
En la cocina, encendí la luz e hice una mueca. Su rostro se veía horrible,
dolorido. Dolía pensar que esos moretones estaban allí por mí.
—Tu rostro se ve horrible. Toma asiento. Voy a buscar algo para curarte.
—Está bien. No te preocupes por eso —dijo tomando asiento de todos
modos. Eso puso sus ojos más cerca de mi nivel, poniéndome doblemente
nerviosa y mi corazón palpitaba con fuerza.
—Cuidarte es lo mínimo que podría hacer después de que defendiste mi
honor —dije en broma.
Una sonrisa lenta se extendió por su rostro. Estirando sus largas
piernas, me observó con atención, estudiando cada uno de mis movimientos.
Peter es un amigo. Sólo un amigo. Las palabras seguían repitiéndose en
mi mente mientras me dirigía al cuarto de baño por los primeros auxilios. ¿Qué
me ocurría que tenía que recordarme todo el tiempo nuestra amistad?
Por alguna razón, se me cayó la venda de mariposa dos veces antes de
volver a la cocina.
Cuando giré en la esquina y lo vi, casi me tropecé. Se había quitado la
gorra, dejando su pelo desordenado y aplanado. Parecía inocente y dulce. No
había nada como su verdadero yo. Mientras vertí antiséptico en una bola de algodón, se pasó una mano por el pelo, dejándolo en punta por todas partes.
Ahora parecía el chico malo que sabía que era.
Tomando una respiración profunda, di un paso hacia él. Abrió las
rodillas para que pudiera permanecer más cerca, pero mantuve mi distancia.
Incluso tan cerca, podía oler su colonia, algo limpio y varonil, a diferencia de la
colonia fuerte que usaba Ben.
—No tienes que hacer esto, Lali.
—Claro que sí. Alguien tiene que ser mi conejillo de indias para que
pueda practicar mis conocimientos de enfermería. Bien podrías ser tú —dije
bromeando.
Sonrió y puso una mano en mi cadera. —¿Cuál es tu problema? No voy a
morder —dijo, jalándome hacia delante para colocarme entre sus piernas. Su
mano se quedó en mi cadera un segundo antes de dejarla caer.
Me sonrojé mientras la piel en la cadera ardía debajo de mi vestido. Sus
ojos ahora se hallaban al nivel de mis pechos y sus piernas estaban a meros
centímetros de mis muslos. Un pequeño paso más y estaría en su regazo.
Donde quería estar.
¿Qué me pasaba?
Evité su mirada mientras ponía la bola de algodón en el pómulo.
—¡Mierda! —dijo entre dientes.
—Así que puedes tatuarte pero no puedes soportar un pequeña escozor.
¿Qué hay de malo en esta imagen? —pregunté, incapaz de reprimir una
sonrisa.
Él se rió un poco. Sus ojos bajaron hasta mi pecho y regresaron arriba
rápidamente. Mi rubor regresó, volviendo mi cara de un rojo brillante. Puse la
venda de mariposa en el corte, necesitando darme prisa y alejarme de él antes
de que hiciera una realidad el deseo de estar a horcajas sobre su regazo.
Mojando otro algodón con antiséptico, me incliné más cerca, planeando
ponerlo en el labio. En cambio, me lo quitó y lo puso él mismo sobre el corte.
Siseando, cerró los ojos ante el dolor.
Todavía me encontraba de pie entre sus piernas cuando sus ojos verdes
se abrieron y me miraron, abrasándome con calor. Di un paso atrás, poniendo
una distancia de seguridad entre nosotros.
—¿Tú y tu novio todavía tienen algo? —preguntó, poniéndose la gorra en
su cabeza.
—Sí, Ben y yo todavía estamos juntos.
—¿Es serio?
Me encogí de hombros con indiferencia. No iba a decirle a Peter que Ben
me presionaba para tener sexo. Peter y yo compartimos todo, pero nuestra vida sexual (o en mi caso, la falta de una) no era algo de lo que hablamos.
Gracias a Dios. Odiaba su comportamiento promiscuo. Peter era el máximo
jugador y me lastimaba verlo con tantas mujeres me. Mucho.
Se puso de pie, elevándose sobre mí. La cocina de repente se sintió
pequeña y abarrotada. Íntima, si las cocinas pudieran sentirse así.
Acercándose, pasó un dedo por debajo del tirante de mi vestido. Escalofríos
corrieron a través de mi piel.
—Este vestido es peligroso —susurró.
—Es sólo un vestido, Pitt.
—Es algo más que un vestido, Lali. Te hace parecer tan inocente y
dulce. Lista para ser tomada. No sabes lo que esto provoca en los chicos. Tu
novio te mataría por usar esto en un bar.
—Él no me dice lo que debo vestir.
—Si fuera tu novio, no me gustaría que uses esto a menos que fueras a
la cama y luego te lo arrancaría. Con placer.
Mi respiración se atascó en mi garganta mientras sus ojos ardían en los
míos y su dedo seguía corriendo a través de mi piel.
Pasaron los segundos en el reloj de la cocina.
Finalmente quitó el dedo y rompió el silencio, terminando el momento
entre nosotros. Fuera lo que fuese.
—Estoy bromeando, Lali —dijo con una sonrisa, el calor dejando sus
ojos—. Me gusta verte sonrojar.
Fruncí el ceño y sentí un poco de dolor. Burlarse así no era gracioso.
Se alejó de mí, poniendo una distancia de seguridad entre nosotros.
—También quería hablar contigo de algo. Supongo que este es un
momento tan bueno como cualquier otro. —Tomó una respiración profunda y
dejó salir las palabras—. Estoy enlistándome en el ejército.
Lo miré fijamente en shock, no esperaba esas palabras. Su fuerte
mandíbula se flexionó mientras esperaba que dijera algo. Se me perdieron las
palabras. Perdí la voz. ¿Qué debo decir a eso?
—Quería que fueras la primera en saberlo. Puedo entrar como oficial ya
que tengo un título universitario. —Se apoyó en la mesa y cruzó los brazos
sobre el pecho—. Tengo que salir de esta ciudad y decidí que el ejército era la
mejor manera de hacerlo.
Las palabras se atascaron en mi garganta. ¿Quería marcharse? Supongo
que di por sentado que Peter siempre estaría aquí. Para mí, era una constante
y no podía imaginar mi vida sin él.
—No puedes enlistarte —le dije.
Una esquina de su boca se elevó en una sonrisa de medio lado. —No te
dejaré a ti, Lali, decirme lo que puedo hacer. —Sus ojos se clavaron con
intensidad en los míos y su sonrisa se desvaneció—. Pero antes de apuntarme,
hay una cosa que quiero hacer.
Mi corazón se volvió loco mientras mi imaginación se volvió salvaje.
—Tengo una cita en una semana en la estación de entrada del
procesamiento militar. Van a hacer mi examen médico y otras pruebas para
asegurarse de que califico. El lugar está justo en el campus, así que pensé que
tal vez podría regresar contigo. Podríamos pasar el rato durante unos días,
armar un escándalo al igual que en los viejos tiempos.
¿Ryder en mi apartamento? ¿Durante días? ¿Dormir y ducharse? Podría
manejarlo. Bueno, tal vez.
—Nunca armé un escándalo, Peter. Has hecho lo suficiente por los dos
—le dije con una risa nerviosa—. Pero tenerte cerca suena muy bien. Quién
sabe, tal vez te encuentres con el amor de tu vida y decidas no enlistarte.
Ryder sacudió la cabeza y se burló. —Cuando el infierno se congele,
Lali. Sabes que nunca me casaré. Hay demasiadas mujeres ahí afuera que
no todavía he conocido.
Rodé los ojos. Pensaba que todo era diversión y juegos, pero no podía
soportar verlo con tantas mujeres. Se merecía algo mejor.
Decidí que no valía la pena pelear por ese comentario. Ahora se había
enlistado, por eso sí valía la pena luchar. Quizás mientras esté conmigo podría
hablar con él.
—Nos vamos en dos días —le advertí.
—Funciona para mí.
Lo seguí hasta la puerta, tratando de no fijarme en la forma en que la
camisa delineaba los músculos de sus brazos o la forma en sus vaqueros
abrazaban su trasero. Quería golpearme a mí misma por mirar.
Estaba casi en la puerta cuando se dio la vuelta. Hice una mueca al ver
su rostro maltratado bajo la luz del porche.
—Cierra la puerta detrás de mí y llama si necesitas algo —dijo con
severidad.
Asentí. —Buenas noches, Peter.
Con una mirada más en mí, corrió por las escaleras del porche y en todo
el patio oscuro. Al cerrar la puerta, miré por el pasillo, sin ver las fotos de mi
infancia en la pared o notar la tranquilidad de la casa. Mi mente estaba sólo en
Peter.

En La Oscuridad💚Where stories live. Discover now