Capítulo 32

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El invierno llegó y se fue. Por algún milagro, sobrevivimos. Muchos
días pensábamos que no lo lograríamos. El clima era frío y, a veces duro.
Intransigente y empeñado en destruirnos. Pero éramos fuertes. Nos
teníamos el uno al otro. Teníamos esperanza y determinación. Con eso,
podríamos sobrevivir.
Cash y Gavin empezaron a hacer viajes a un pueblo vecino, donde
no había terroristas. Al principio, negociaban el alimento. Era lo que más
necesitábamos. Luego de un tiempo, empezaron a negociar otros artículos,
gasolina, ropa, artículos para el bebé. La ciudad era muy grande y se
había convertido en un campo de refugiados de todo tipo. Dijeron que era
una mina de oro de suministros, un centro para el comercio donde la
gente venía desde muy lejos para hacer trueques. Me hubiera gustado ir,
pero el embarazo se encontraba muy avanzado, y el viaje era muy peligroso
cerca de mi fecha límite.
Gavin y Cash no solo traían suministros, sino que también noticias.
Se enteraron de que la milicia tenía razón; los Estados Unidos ganaban,
obligando a los insurgentes a irse. Era un proceso lento y continuaba la
lucha, pero se vislumbraba la esperanza en el horizonte. Esperanza de paz.
Pero aún no me había encontrado.
***
Me pasé la mano sobre el estómago, sintiendo al bebé patear bajo mi
palma. Mirando fijamente el techo, deslicé los dedos sobre mi octavo mes
de embarazo, tratando de calmar al bebé.
Durante las últimos tres noches, él o ella me desveló, moviéndose
sin parar en la noche. Le dije a Peter entre risas que se parecía a mí y le
gustaba bailar. No creyó que fuera muy divertido, recordándome cómo
bailé con él esa noche en el club. Yo me sonrojé, recordando cuando fui
presionada contra su cuerpo al tiempo que la música sonaba a nuestro
alrededor. Sin preocuparnos por nada más que el otro.De repente, sentí un dolor en medio de la espalda, envolviéndose
alrededor de mis caderas. Traté de cambiar de posición, pero no sirvió de
nada.
Cuando tuve un dolor similar esta mañana, se lo mencioné a Claudia.
Me hizo un examen rápido y dijo que todo parecía bien, advirtiéndome que
podrían haber sido contracciones. Le hice prometer no decirle a Peter
porque se volvería loco de preocupación y tenía suficientes preocupaciones
en este momento.
Todos estábamos preocupados. Gavin, Vico y Euge debían de haber
estado en casa hace dos días, pero todavía no regresaban. Salieron hace
casi una semana, dirigiéndose a la ciudad en busca de suministros, y para
hallar a los padres de Euge y de Vico. Recé para que los encontraran con
vida y a salvo, pero aprendí que en este nuevo mundo, no todas las
oraciones eran escuchadas.
Cash se quedó, negándose a dejarme sola al estar tan cerca la fecha
de parto. Ayer, decidió irse a vivir con Claudia y Juan Pablo, dándonos el tiempo
a solas que tanto necesitábamos.
Sintiéndome incómoda otra vez, me volví a mi lado. Mi estómago se
apretó contra él, su piel caliente contra la mía. La sábana se enredó
alrededor de su cintura, dejando su pecho desnudo. Extendiendo la mano,
tracé las líneas de sus tatuajes; tinta negra contra su piel. Abrió los ojos,
levantando lentamente los párpados. Mirándome, sonrió.
—¿Estás despierta? —preguntó, extendiendo la mano para jalarme
más cerca.
—Sí —le respondí, pasando la mano por los músculos de su
abdomen.
—Diablos Lali, sigue adelante —susurró, sumergiendo la mano
en mi pelo.
Sonreí, deslizando mis dedos suavemente sobre su ombligo.
El bebé pateó de nuevo, esta vez empujando el lado de Peter.
—¿Es él otra vez? —preguntó, llevando su mano a mi estómago muy
abultado.
—Sí, ella es muy activa —le dije, convencida de que era una chica.
Se rió entre dientes mientras extendía los dedos sobre mi ombligo,
sintiendo el movimiento del bebé en mí.
—¿Necesitas algo? —preguntó, con sus labios contra la cima de mi
cabeza.
Un dolor comenzó en mi espalda, uno que casi me hizo retorcerme.
Una opresión extraña se apoderó de mi estómago, apretándome. Me senté,
necesitando moverme.—¿Lali? —preguntó, preocupado.
—Estoy bien —mentí—. Solo tengo que caminar. —A veces, cuando
me sentía incómoda por la noche o no podía encontrar una buena posición
para dormir, me gustaba pasearme por la casa. Parecía calmar al bebé y
ayudar a mi cuerpo a relajarse.
Tiré mis piernas por el borde de la cama, aterrizando con los pies
descalzos en el suelo de madera. La camisa larga de Peter me llegaba a la
rodilla, suave contra mi piel y oliendo como él.
—Iré contigo —dijo, sentándose.
Miré por encima del hombro. Mi respiración se detuvo por lo que vi.
Tenía el cabello sobre los ojos, desordenado como siempre. Su mandíbula
estaba cubierta de una barba incipientemente sexy. Sabía que sería áspera
contra mis dedos y haría cosquillas a mi piel. Me sonrojé, recordando las
veces que experimenté esa sensación.
Los músculos de sus brazos se flexionaron mientras se quitaba las
mantas de las piernas, dejando a la vista sus abdominales. Era tan sexy
ahora como lo había sido hace un año, cuando lo confronté en el baño de
mi apartamento. Las palabras que me dijo ese día estarán por siempre
grabadas en mi mente. “Años, Maddie, te he deseado por años”.
Y ahora me tenía para siempre.
Me puse de pie y estiré la espalda, tratando de deshacer los
calambres.
—¿Lali?
—Estoy bien, Peter. Quédate aquí —le dije.
—¿Estás segura? —preguntó, mirándome mientras me levantaba.
Asentí. Se veía cansado. A veces, las pesadillas aún lo molestaban.
Se despertaba enojado, sudando y buscando algo para golpear. Yo lo
abrazaba mientras temblaba, esperando que desaparecieran los recuerdos
y el pánico lo dejara. Pero esas noches eran cada vez menos frecuentes.
Sabía que me observaba mientras salía de la habitación, evaluando
con sus ojos cada movimiento. Últimamente, se encontraba aterrorizado,
pensando en el parto. Rara vez me dejaba fuera de su vista por mucho
tiempo.
En la cocina, encendí una vela en el centro de la mesa. Necesitaba
hacer algo con mis manos; me serví un vaso de agua del arroyo limpia y
esterilizada. Se sentía fresca al pasar por mi garganta. Nunca olvidaría la
sensación de andar por un camino desierto, sedienta y quemada por el sol.
Tratando de llegar a casa de mi padre. Peter a mi lado, manteniéndome a
salvo. Tratando de resistirnos uno al otro y perdiendo.Cuando sentí los movimientos del bebé, caminé por la habitación,
balanceando mis caderas con el movimiento. Miré hacia afuera cuando las
nubes se movieron, dejando un torrente de la luz de luna a través de la
ventana. Tal vez si usara la letrina, me sentiré mejor.
Tomé una linterna que conservábamos en la puerta trasera. No lo
molestaré. Solo iré a unos metros de la casa. Desde que me embaracé había
hecho viajes a la letrina sola demasiadas veces para contarlas.
Abriendo la puerta trasera, el aire frío rodeó mis piernas desnudas,
haciéndome temblar. El invierno se marchaba lentamente. Los días eran
más calurosos, pero las noches todavía eran frías.
Descalza, me dirigí hacia las escaleras del pórtico, iluminando el
camino con la linterna. A lo lejos, un búho ululaba. El sonido hizo que un
escalofrío me recorriera la espalda, pero no me detuve.
La hierba se sentía húmeda bajo mis pies, pegándose entre mis
dedos. Apurándome, crucé hacia la letrina y miré por encima del hombro
una vez, cuando me pareció oír algo.
Al terminar, cerré la puerta de madera detrás de mí y empecé a
caminar hacia la casa. Me hallaba a solo unos pasos del pórtico cuando un
escalofrío me recorrió la espina dorsal. Mirando el entorno, de repente me
sentí incómoda. Algo se sentía mal, como si alguien me vigilara. Levanté
mi pie para pisar el primer escalón cuando todo se vino abajo.
Alguien me agarró por detrás, quitando el arma de mis dedos. Grité
pero una mano sucia me tapó la boca de inmediato, apagando cualquier
sonido. Lancé mis puños, golpeando al extraño en la cabeza una o dos
veces. En respuesta, un fuerte brazo me envolvió el cuello, cortando mi
suministro de aire.
Empecé a arañar los antebrazos del desconocido, clavando mis uñas
en la piel y dejando marcas sangrientas. Traté de apartarle el brazo,
desesperada por aire, pero el brazo apretaba mi cuello.
—Hola. Me recuerdas —dijo una voz profunda en mi oído, enviando
escalofríos a lo largo de mi espina dorsal.
Reconocí al instante la voz. Era el mismo terrorista que apareció
aquí en busca de Ryder hace unos meses. El mismo que amenazó con
volver.
Me apretó el cuello con el antebrazo, haciendo que mis ojos se
ampliaran y mi cara se volviera roja. Volví a arañar su brazo, desesperada
por escapar.
Ignorando mi lucha, apretó con más fuerza. —Vamos a caminar muy
lentamente hacia el bosque. ¿Entiendes? —preguntó, con inglés perfecto—.
No harás ningún sonido.
Asentí lo mejor que pude, en tanto mi corazón latía fuera de control.—Voy a soltar tu cuello si haces lo que te digo.
Asentí otra vez, mi tráquea empezaba a sentirse constreñida.
—Bueno. —Quitó su brazo. Agarrando mis dos muñecas, tiró mis
manos detrás de mi espalda, manteniendo una de sus manos sobre mi
boca—. Vamos —instruyó, empujándome para que empezara a andar.
Hice lo que me dijo, pero mis piernas se sentían como goma. Su
mano sobre mi boca presionó dolorosamente mis labios contra los dientes.
Si aflojara la mano lo suficiente, podría morderlo. Planeé mi fuga mientras
me empujaba adelante, sabiendo que si me metía al bosque, era mejor
estar muerta.
Estábamos a mitad de camino a través del patio, cuando se detuvo y
me dio la vuelta.
—No quiero hacerte daño. Eres mi seguro —dijo—. Sacaré mi mano
si te comprometes a estar en silencio.
Asentí, necesitando desesperadamente oxígeno.
Lentamente, bajó la mano. Inhalé grandes bocanadas de aire a mis
pulmones.
Los ojos del extraño cayeron a mi estómago. Quería cubrirme de su
mirada, pero seguía sosteniendo firmemente mis muñecas.
Tragué saliva, con mi garganta dolorida. Otro dolor comenzó en mi
espalda, pero lo ignoré. Tendrá que esperar...
—¿Qué quieres? —le pregunté, mirando hacia la casa.
El hombre inclinó la cabeza hacia un lado. Sin responder, me giró y
me empujó para que empezara a caminar.
—Vine por tu hombre. Tengo que llevarlo —respondió.
—¡No! ¡Déjelo en paz! —le supliqué. Ya estábamos casi en el bosque.
Necesitaba detenerlo.
—No te hemos hecho nada.
—Tu hombre mató a mi líder. Por eso, debe morir.
Tropecé y el dolor irradiaba por mi espalda, casi trayendo lágrimas a
mis ojos. El hombre no pareció darse cuenta.
—Te diré algo para que lo entiendas. Yo era parte de una célula
durmiente, establecida en su lugar hace muchos años. He estado en los
Estados Unidos por siete años. Conocí a una americana y me enamoré de
ella. Traté de protegerla de esta guerra, de esta violencia —escupió, con
rabia—, pero no pude.
Sus manos se apretaron alrededor de mis muñecas, haciéndome
estremecer y morderme el labio.—¿Y cómo me retribuyó mi país por ese servicio? Se llevaron a mi
esposa e hijo. Los están manteniendo como rehenes, al igual que los
estadounidenses que capturan. A cambio de la liberación de mi familia,
quieren a tu hombre vivo. Así que se los llevaré y recuperaré mi familia —
dijo—. Tú eres mi anzuelo.
Me detuve y me di la vuelta. Mi corazón empezó a latir con fuerza y
mis palmas se volvieron sudorosas.
—No tienes que hacer esto. Por favor —le supliqué.
Abrió la boca para responder, pero nunca tuvo la oportunidad. Una
bala pasó rozando nuestras cabezas, un tiro de advertencia que casi
chamuscó mi cabello.
—Déjala ir —dijo una voz mortal.
El terrorista se giró, usando mi cuerpo como escudo. Peter se paró a
unos metros de mí, con un rifle en la mano. Sus pies se separaron
mientras observaba el cañón de la pistola, listo para disparar otra vez.
—Ahí estás, amigo mío. Me preguntaba cuándo te encontrarías con
nosotros —dijo el extraño, apretando mis muñecas dolorosamente.
Preparó otro tiro en el rifle, centrado solo en el extraño. —Ya estoy
aquí. Deja que se vaya.
El desconocido me soltó. Así de fácil, era libre. Corrí hacia Peter, y
extendió su mano libre para agarrarme. Se colocó delante de mí al tiempo
que mantenía el arma apuntando al terrorista.
El hombre levantó las manos, rindiéndose.
No puede ser tan fácil.
—No te muevas, Lali —dijo. Sacando una pistola de su cintura,
la apretó en mi mano—. Si pasa algo, echa a correr donde mamá y papá,
¿lo entiendes?
—Sí —dije, tomando el arma y quitándole el seguro.
Continuó mirando el cañón del rifle mientras se acercaba lentamente
al hombre. Me quedé quieta, viendo como el hombre movía su peso de un
pie al otro, con los ojos en Ryder. No confiaba en él ni por un segundo.
—Mátame. Sácame de mi desgracia —escupió, inclinando la barbilla
hacia Peter—. No soy nada.
Él no respondió. Vi los músculos de su espalda flexionarse y apretar
los brazos. Se detuvo a unos metros del hombre, apuntando con la pistola
a la cabeza de éste.
—Hazlo —siseó el hombre, mirando al cañón sin miedo—. ¡HAZLO! De repente, el dolor me golpeó, corriendo por mi espina dorsal. Esta
vez fue algo que nunca había sentido. Aspiré una bocanada de aire y me
encorvé. Esa pequeña entrada de aire se hizo eco a través de la noche,
cambiando todo.
Peter volvió la cabeza hacia mí.
El desconocido vio su oportunidad. Balanceó la mano hacia arriba,
golpeando el lado del rifle. El impacto tiró el arma a un lado, lejos de él.
Fue entonces cuando el puño del hombre conectó con el estómago de
Peter.
Él se dobló por un segundo, pero no tardó en recuperarse. Pero para
entonces, el desconocido tenía la sartén por el mango.
Grité cuando el tipo le sacó el arma de las manos. En un movimiento
perfecto que solo haría un soldado profesional, le dio la vuelta al rifle y lo
apuntó.
Observé con horror como Peter ignoró el arma. En un movimiento
rápido, su puño conectó con la mandíbula del extraño. El hombre se
tambaleó hacia atrás. El arma cayó al suelo, olvidada. Ignorándola, Peter
siguió al hombre, golpeando el lado de la cabeza del desconocido con los
puños. La sangre le manaba de la nariz y de la boca, esparciéndose en el
aire.
¡Va a matarlo!
— Peter —grité, dando un paso adelante.
Otro dolor me golpeó, haciéndome morderme el labio y salir sangre.
Grité, sintiendo como si estuviera siendo rasgada en dos. Traté de respirar,
pero era demasiado. Mi estómago se apretó, poniéndose duro. De repente,
una sensación de calor corrió por mis piernas. En estado de shock, bajé la
mirada.
Mi fuente acababa de romperse

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