Capitulo 31.

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Peter se encontraba parado en la puerta.
Su rostro era pálido pero su mano agarraba firme la escopeta apoyada en
su hombro. Gavin apareció a su lado, su rifle apuntó y señaló a la habitación.
—¡PETER! ¡Quítamelo de encima! —grité, retorciéndome debajo del
cuerpo—. ¡Quítalo! ¡Quítalo!
Vi sus labios moverse y su arma bajar pero no podía escuchar ninguna
de sus palabras. El zumbido en mis oídos ahogaba todo.
Antes de que lo supiera, Peter y Gavin se encontraban a mi lado. Peter
comenzó a aflojar el cinturón de alrededor de mis muñecas mientras Gavin
rodó a Grasiento fuera de mí.
Cuando mis muñecas estuvieron libres, Peter me levantó y me llevó
unos metros más lejos de la piscina de sangre. Bajándome, empezó
frenéticamente a pasar sus manos por mi cuerpo.
—¿Estás herida, Lali? Dios, ¿estás herida? ¡RESPÓNDEME! —rugió,
con el rostro lleno de miedo cuando no respondí.
¡Había manos en mí! ¡No quería más manos en mí! Me alejé luchando,
aterrorizada de ser tocada de nuevo.
Viendo mi expresión asustada, probó con un tono más gentil —¿Estás
herida, Lali?
Me estremecí mientras extendía la mano para tocarme.
—¿Qué te hizo ese bastardo? —siseó en shock mientras bajaba la mirada
hacia mi camisa cortada.
—Está muerto, Peter —dijo Gavin, seriamente.
—Bien o lo mataría yo por tocarla.
Peter me miró de nuevo, sus ojos recorriendo todo mi cuerpo. Lo vi
tragar duro. —Mierda, Gavin, hay sangre por todos lados. —Miró hacia su
hermano en agonía—. No sé si está lastimada. No me deja tocarla.
Fue entonces cuando comenzó el temblor. Temblé desde la cima de la
cabeza hasta la punta de mis dedos. Grandes y violentos temblores sacudían
mi cuerpo. No podía controlarlo. Mi mente seguía en un lugar oscuro.Gavin se agachó y se estiró para tocarme. Empecé a llorar y encogerme
lejos de sus manos.
—Está en shock, Peter —susurró Gavin—. Necesitamos calmarla antes
de que empiece a hiperventilar. Pon su cabeza entre sus piernas para hacer
que la sangre fluya de nuevo. Hazlo tú. Ella confía en ti.
Quería gritar que no les tenía miedo. No, me asustaban los recuerdos
que llenaban mi mente. Recuerdos de las manos de un hombre por todo mi
cuerpo y la sensación de desesperanza. Pero las palabras se atoraron en mi
garganta mientras me hice un ovillo.
— Lali, está bien. Voy a poner mi mano sobre ti —dijo Peter,
suavemente. Me ayudó a sentarme y gentilmente presionó mi nuca entre mis
rodillas dobladas.
—Respira normalmente, Lali. No retengas la respiración —instruyó
Gavin.
Intenté enfocarme en mi respiración y la sensación de la mano de Peter
en mi nuca pero mis ojos se movieron hacia mi pecho. Vi sangre por todos
lados. Oscura, roja y pegajosa. Estaba cubierta en ella.
—¡Quítala! —empecé a gritar, tratando de limpiar la sangre mientras me
recostaba contra el marco de la cama—. ¡Peter, por favor, quítala! —lloré,
limpiando mi abdomen frenéticamente.
Gavin saltó y quitó la manta de la cama. Tomando la manta de Gavin,
Peter empezó a limpiar la sangre de mi piel.
— Lali, estás a salvo. Nadie va a volver a lastimarte —dijo con dulzura
mientras se concentraba en quitar la sangre.
Comencé a calmarme mientras que la sangre empezó a desaparecer. Su
cálida voz calmó mis nervios. Mi mente se aclaró, la niebla se elevaba.
—¿Dónde está mi papá? —pregunté con voz ronca.
—Afuera —dijo Gavin, monótonamente.
—¡Hijo de puta! —siseó Peter. Le temblaban mucho las manos mientras
limpiaba la sangre de los pequeños cortes en mi estómago—. Gavin, la cortó.
Gavin rápidamente se arrodillo de nuevo a mi lado. Por el rabillo del ojo,
noté que tenía el cuerpo cubierto con una sábana.
— Lali, no voy a lastimarte —dijo Gavin con voz tranquila—. Sólo
necesito asegurarme de que estés bien.
—Arañazos. Son sólo arañazos. Estoy bien. —Mis palabras eran agitadas
y vacías mientras Gavin empezó a hacer presión en mi estómago, no podía
evitar que mi cuerpo temblara por el shock.
— Lali, esto es mi culpa. No debí haber dejado… —dijo Peter, su voz
rompiéndose.Lo miré y vi su angustia. Alejándome de Gavin, me subí al regazo de
Peter, necesitando estar lo más cerca posible de él.
Sus brazos fueron a mí alrededor, sosteniéndome cerca como supe que
haría. Sentí sus grandes manos extenderse por mi caja torácica, acercando mi
cuerpo tembloroso.
—Los cortes son menores y debería dejar de sangrar pronto —dijo Gavin
en voz baja detrás de nosotros.
Sentí a Peter asentir en entendimiento mientras sus manos lentamente
se movieron hacia mi espalda. Lágrimas nuevas llenaron mis ojos mientras él
me sostenía. Había estado tan asustada porque no lo volvería a ver y ahora
estaba aquí, en sus brazos. De repente, tenía que decirle la verdad.
—Te amo, Peter.
Se alejó para mirar profundamente en mis ojos —Dios, Lali… Yo…
Lo interrumpió un grito en alguna parte de la casa. Un hilo de pánico me
tenía apretando a Peter frenéticamente antes de que Claudia entrara corriendo
en la habitación, sin aliento.
Me miró una vez y toda la sangré huyó de su rostro. —¿Lali?
—Está bien, mamá —dijo Gavin.
Sus ojos tristes se trasladaron a Peter y negó con la cabeza mientras un
mensaje silencioso viajaba entre ellos. Quería preguntarle qué andaba mal pero
corrió lejos.
—Estaré fuera, Peter —dijo Gavin solemnemente antes de tomar las
armas e irse.
—¿Qué ocurre? —le pregunté a Peter.
—Vamos a conseguirte una camisa —dijo, evitando mis ojos y mi
pregunta. Me ayudó a levantarme y mantuvo una mano debajo de mi codo
mientras salía temblorosamente de la habitación.
Unos segundos después, estábamos en medio de mi habitación. Me
quedé de pie en silencio, mis brazos envueltos protectoramente alrededor de mi
abdomen, mientras Peter rebuscaba por mi armario. Intenté mantener la
mente en blanco. Si pensaba en lo que había ocurrido, podría perder el poco
control que tenía en mi sano juicio.
Peter por fin sacó una camisa de franela de manga larga que se quedó
olvidada en el fondo del armario. Sus ojos verdes me mantuvieron cautiva
mientras caminaba hacia mí con un propósito.
La camisa en sus manos fue olvidada mientras él gentilmente pasó los
dedos por mi mandíbula.
—¿El maldito te golpeó? —preguntó, enfurecido.Mis ojos se llenaron de lágrimas pero las alejé.
—No quiero hablar de eso. Simplemente necesito quitarme esta ropa.
Asintió con entendimiento mientras luchaba para mantener su ira bajo
control. Con su ayuda, rápidamente quité lo que quedaba de mi camisa
cubierta de sangre y sostén. Me negué a dejar que mis ojos se demoraran con
la docena y media de arañazos que me cubrían. No había tiempo para ponerse
a llorar de nuevo. Necesitaba comprobar a mi papá.
Maldije a mis dedos temblorosos cuando los botones no entraban en los
pequeños ojales. Peter alejó mis manos y terminó de abotonar mi camisa. Sus
dedos largos fácilmente deslizaron cada botón en su lugar, brindándome una
sensación de seguridad que necesitaba desesperadamente.
En algún lugar de la casa, una puerta se cerró de golpe, haciéndome
saltar de miedo.
—Está bien, Lali —dijo Peter.
Mi corazón se aceleró mientras volvían los recuerdos. —¿Dónde está el
otro? —pregunté, dando un paso protector más cerca de él y mis brazos
envolvieron mi cuerpo, de repente frío.
—Le disparé a quemarropa. —Sus ojos se clavaron en los míos, viéndose
tan perdido que me entraron ganas de llorar de nuevo. Lo vi tragar duro—.
Necesitamos ir a ver a tu papá.
Tomó mi mano, para guiarme a través de la casa. Afuera, las aves
cantaban y el sol todavía golpeaba sin piedad.
La vida continuaba.
Vi a Gavin parado en la parte trasera del camión. Sus brazos
descansaban en la parte superior del portón trasero y su cabeza colgaba en
desesperación. Cuando me miró, vi la angustia en sus ojos.
— Lali, no te dejaré. Estaré justo a tu lado —dijo Peter, dándole a mi
mano un apretón tranquilizador. No tuve tiempo para adivinar de lo que
hablaba.
Mi corazón se detuvo y todo el aire abandonó mis pulmones en un silbido
cuando rodeamos el extremo de la camioneta.
Mi papá yacía plano en el suelo, pálido y quieto. Cláudia y Juan Pablo se
hallaban arrodillados a cada lado de él, los dos enojados mientras levantaban
la mirada hacia mí.
—¿Papá?
Cuando no respondió, me apuré hacia él, dejándome caer de rodillas a su
lado e ignorando la grava clavándose en mi piel desnuda.
—¡Papi! —grité mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, sin
restricción—. ¡Abre los ojos! —gemí, sacudiéndolo. Cuando no respondió, miré
a Claudia por ayuda.
—Está agonizando, Lali —dijo ella.
¡No, no, no! ¡Mi padre no puede estar muriendo! Caí en su pecho, enormes
sollozos salían de mi garganta.
Claudia tocó mi nuca gentilmente, intentando confortarme. Escuché como
su respiración se volvía más y más superficial, cada levantamiento y caída de
su pecho menos y menos frecuente.
¡No podía morir en mis brazos! ¡Él era todo lo que me quedaba! Mi
garganta se cerró, sofocándome. Agarré su mano y la apreté fuerte. Recé para
que volviera a mí. Sólo quería que abriera los ojos y me mirara. ¡Por favor! ¡Por
favor!
— Lali —dijo Claudia, en voz baja—, se ha ido.
—¡NO! ¡NO! —grité. Abrazándolo con fuerza.
Pasó el tiempo, pero me quedé a su lado. Claudia trató de alejarme, pero
la ignoré.
—Tengo que quedarme con él —dije, ausentemente.
Claudia retrocedió y no intentó tocarme de nuevo. No estaba segura de
cuánto tiempo estuve sentada ahí. El calor era insoportable pero no me
importaba. Juan Pablo y Gavin vinieron y se fueron pero Claudia y Peter se quedaron
conmigo.
— Lali, se está haciendo oscuro. Necesitamos enterrarlo —dijo Peter,
a centímetros de distancia de mí.
—No.
— Lali, sabes que tenemos que hacerlo —dijo, suavemente—. Papá y
Gavin cavaron un hoyo cerca del viejo roble
Las lágrimas caían más rápido por mi rostro cuando sus palabras
atravesaron mi dolor. Mi padre amaba a ese viejo roble. Él había dicho que
lucía muy orgulloso sólo en un campo de césped. Una vez, hubo un viejo
columpio de cuerda que colgaba de una de sus ramas. Había pasado muchas
horas empujándome. Todavía podía sentir sus manos en mi espalda,
empujándome más alto, hacia el cielo. Cerrando los ojos, me podía inclinar
hacia atrás y dejar que el sol calentara mi rostro. Él se reiría y diría que
parecía un pequeño ángel volando por el aire. Él querría ser enterrado bajo ese
árbol, en la tierra que amó.
—Ese es el lugar perfecto, Peter —susurré entre lágrimas.
—Una vez me dijo que esperaba colgar otro columpio en ese árbol para
sus nietos y empujarlo, al igual que hizo contigo —dijo, con la voz entrecortada.Mis lágrimas caían en silencio. Mi papá una vez me dijo que esperaba
que Peter y yo le diéramos varios nietos para consentir. Tenía dieciocho años
en ese momento y pensé que estaba loco por creer que Peter y yo nos
casaríamos. Cuando le dije exactamente eso a mi papá, sonrió y dijo que Dios
trabajaba de formas misteriosas.
Peter se estiró y limpió una lágrima de mi mejilla. Sus ojos fueron desde
mi frente hasta mi barbilla, estudiando cada uno de mis rasgos. Vi su
mandíbula apretarse con rabia mientras su mirada atrapaba los moretones en
mi cara. Tomando una respiración profunda, se levantó lentamente y se estiró
para ayudarme a levantarme.
Miré a mí alrededor, notando mi entorno por primera vez. Un escalofrío
corrió por mi espalda. Al parecer, los hombres habían conducido la camioneta
de Euge para llegar aquí. Se hallaba a pocos metros de distancia. El Bronco de
Peter se encontraba en un ángulo extraño en la entrada, mirando como si
hubiera salido a toda prisa. El camión que había conducido seguía cargado de
suministros, a la espera de salir. Todo había sucedido tan rápido que todavía
trataba de darle sentido.
Ryder retrocedió un paso cuando su mamá se acercó para abrazarme.
—Lo siento mucho, Lali.
—¿Lo lastimaron? —pregunté, necesitando saber la verdad. Cuando se
alejó para mirarme, vi que sus ojos estaban hinchados de tanto llorar.
—No, no lo lastimaron. Creo que tuvo otro ataque. Cuando llegué con los
chicos, estaba acostado donde está ahora.
—¡Traté de llegar a él! —lloré en torno a nuevas lágrimas.
Envolvió los brazos a mí alrededor de nuevo y acunó mi nuca como si
fuera un bebé.
—Lo sé, cariño, lo sé —dijo, sosteniéndome mientras lloraba.
***
Lo enterramos justo antes del atardecer. Cuando el sol se puso, Gavin
paleaba parte de tierra sobre su tumba. Me quedé aturdida junto a Peter.
Sostuvo su gorra de béisbol, jugueteando con el borde todo el tiempo mientras
Claudia citaba pasajes de la Biblia.
No podría haber pedido un mejor funeral para él. Los pájaros cantaban
en la cima del árbol y los insectos zumbaban alrededor. Una brisa de verano se
precipitó a través de las ramas y las hojas por encima de nosotros. Los sonidos
de la naturaleza eran su música fúnebre y pensé que era hermoso.—Hemos descargado todo, mamá —dijo, su voz sonaba áspera.
—Está bien, cariño. Ven y come algo antes de salir corriendo —dijo
Claudia, rodeando la cocina para encender algunas velas. No mencionó el hecho
de que habían pasado dos semanas desde que comió con nosotros. Me sentía
culpable de que yo era la invitada aquí y había votado a su propio hijo.
Peter se sentó en la mesa, mirando a todas partes menos a mí. Parecía
inaccesible y frío, con la espalda rígida contra la silla. Mientras su madre
repartía la comida, Peter y yo nos sentamos en silencio. Sabía que debería
levantarme y ayudarla, pero no podía reunir la energía. Sólo quería sentarme y
no pensar.
Unos momentos más tarde, Gavin y Roger entraron a la cocina y se
sentaron alrededor de la mesa. La tensión era tan densa, que se podía cortar
con un cuchillo. Nadie habló mientras Claudia puso conservas vegetales y ají en
lata en el centro de la mesa con velas. Todo el mundo empezó a llenar sus
platos. Todos menos yo. Seguí mirando por la ventana, la oscuridad total ahora
obstruía mi vista.
—¿Vas a comer? —preguntó Gavin, haciendo una pausa antes de poner
una cucharada de ají en su boca.
Sacudí la cabeza, mis ojos nunca dejando la ventana.
—No logro hacer que coma nada. Va a terminar enferma cuando llegue el
invierno —se quejó Claudia.
No respondí. No podía. ¿Podré comer alguna vez? La comida no tenía
ningún atractivo para mí. Mi estómago se rebeló ante la idea de comer. Por el
rabillo del ojo, vi a Peter mirándome. Literalmente podía sentir los fríos ojos
verdes perforándome bruscamente.
Tratando de ignorar el calor de su mirada, me miré las manos.
Sorprendida, me di cuenta que había sangre seca bajo de mis uñas cortas. Mi
ritmo cardíaco se disparó y me hizo marear. ¡Oh, mierda! ¡Oh, mierda! Mi mente
empezó a correr salvajemente. ¡Seguía en mí! ¡La sangre seguía en mí!
Frenéticamente bajé la mirada, esperando ver sangre en mi camisa.
Sintiendo la histeria subir de nuevo, me levanté de un salto, haciendo
que la silla volara hacia atrás. Todo el mundo me miró fijamente con
expresiones sorprendidas, pero no me importaba.
—¡Tengo que tomar una ducha! —dije, corriendo de la habitación. Nadie
me siguió mientras me apresuraba por el largo pasillo.
¡Sangre! ¡Había sangre por todas partes! ¡Podía sentirlo! ¡Podía olerlo!
¡Tenía que darme prisa antes de que se impregnara en mi piel!
Después de tomar un poco de ropa y una linterna, corrí fuera de la casa,
despojándome de la ropa en el camino.La ducha se hallaba a unos metros de la casa, lo suficientemente cerca
como para estar segura, pero lo suficientemente lejos para disfrutar de un poco
de intimidad. Dado que el sol calentaba el agua y ya oscurecía, el agua estaba
probablemente tibia. Por ahora, lo único que necesitaba era agua,
independientemente de la temperatura.
Me froté los dedos y el pecho tan fuerte como pude bajo el chorro de
agua. Con sólo la luz de la linterna para poder ver, no estaba segura de que
toda la sangre se lavara pero fregué hasta que no quedó más agua. Los
pequeños rasguños en mi abdomen empezaron a sangrar de nuevo, pero no les
presté atención. Si los miraba demasiado tiempo, podría sentarme y llorar
hasta la muerte.
Mi dedo roto seguía entablillado, pero había aprendido a usar mi mano a
pesar de la venda. Me froté, secándome rápidamente y me puse ropa limpia
bajo la luz amarilla de la linterna. Mientras caminaba por las escaleras del
pórtico, escuché una discusión viniendo de la casa.
—¡Ella va conmigo!
Era Peter, sonando enojado y peleando como loco.
—¡Diablos, no! ¡Está herida en este momento y no necesita que juegues
con ella! —gritó Gavin.
—¿No crees que sé que está herida? —gritó Peter—. ¡Lo sé mejor que
nadie!
—¡Está muerta de miedo de que alguien la toque y no puedes mantener
tus malditas manos fuera de ella! —escuché a Gavin escupir con furia.
—Muchachos... —dijo Juan Pablo amenazadoramente.
—¡Me alejé de ella durante dos malditas semanas! —espetó Peter con
frialdad.
—Tal vez debería quedarse aquí, Peter, después de todo lo que ha
pasado —interrumpió Claudia, con voz tranquila entre toda la ira.
—No voy a dejarla fuera de mi vista otra vez. Irá conmigo a casa —dijo
Peter, decidido.
Tragué saliva.
—¿Por qué? ¿Dos semanas es demasiado tiempo para que te vayas,
Peter? —preguntó Gavin, sarcásticamente—. ¿Y Lali tiene que estar bien
con eso?
Me estremecí.
De repente, escuché caer una silla y alguien gritó. Los sonidos de una
pelea estallaron en la casa.
Me lancé por las escaleras y abrí la puerta, temerosa de lo que iba a
encontrar.Peter tenía a su hermano fijado en el suelo. Su puño golpeando a Gavin
y una y otra vez, la frustración y la ira detrás de cada golpe. Pero Gavin se
defendió, hundiendo los puños en las costillas de Peter, duro y rápido.
Juan Pablo saltó a la revuelta, tratando de separarlos. Sólo consiguió perder el
equilibrio y ser empujado. Claudia vio la lucha con pánico, retorciéndose las
manos sin poder hacer nada.
Me sentí enferma cuando vi la sangre que brotaba de la nariz de Gavin y
Peter continuaba golpeando en su cara.
Esto tenía que parar.
De repente, Gavin se volvió a poner de pie y clavó a Peter contra la
pared. Con una mano, sostenía a Peter inmóvil mientras que la otra trituraba
su cara. El sonido de los golpes resonó en mis oídos y me hacía estremecer
cada vez que el puño de Gavin se conectaba con la mandíbula o la mejilla de
Peter. Juan Pablo y Claudia le gritaban que parara pero no les hizo caso. En cambio,
sus golpes cayeron más rápidos y más duros.
Entre golpes, los ojos de Peter se encontraron con los míos atravesando
la habitación. Sus brazos cayeron a su lado y vi que se aflojó, ya no luchaba. Él
iba a rendirse.
Gavin no se dio cuenta y continuó golpeándolo sin piedad.
Con un poderoso golpe, la sangre brotó de la nariz de Peter, cubriendo
su rostro y la camisa. Mientras Claudia gritaba, mi estómago se revolvió por la
visión de la sangre. ¡Por favor, no más!
Me di cuenta de que Gavin iba a golpearlo hasta destrozarlo y él no iba a
luchar. Un minuto más de esto y Peter no se mantendría de pie.
Juan Pablo y Claudia no podían separarlos. Probablemente yo tampoco podría,
pero estaba decidida a terminar con esto. Todos tuvimos suficiente violencia
por un día. No más.
En segundos, me encontraba junto a Peter. Manteniéndome entre él y
Gavin, me coloqué entre ellos. Gavin me ignoró y tomó un puñado de la camisa
de Peter, acercándolo más cerca. Fui lanzada contra el cuerpo de acero de
Peter mientras Gavin retiraba el brazo para otro golpe.
Estaba justo en la línea de fuego.
Peter se puso en acción, zafándose del agarre de Gavin antes de agarrar
mi brazo y empujarme del camino.
—Joder, ¿la ibas a golpear? —rugió, empujando a Gavin.
Gavin se tambaleó hacia atrás contra la mesa, mirando a Peter.
—¡Sabes que no lo haría!
—Diablos, ¡de verdad que no lo harías o estarías muerto!—¡BASTA, CHICOS! —gritó Claudia, dando un paso entre ellos—. ¡No voy
a tener más peleas o amenazas en mi casa!
Peter se limpió la sangre de la nariz con la manga de su camisa, sin
apartar los ojos de Gavin. Quería sentirme valiente y fuerte, pero cuando vi la
sangre, mi estómago se revolvió.
Me di la vuelta y salí corriendo por la puerta de atrás lo más rápido
posible. Apenas llegué a la hierba antes de que mi estómago vaciara lo poco
que tenía en él. Me arrodillé en la hierba húmeda, no oí a Claudia ni Peter
detrás de mí hasta que ambos estuvieron a mi lado. Encogiéndome, empujé a
Peter cuando me tocó. Si olía la sangre o incluso la miraba, temía vomitar
varias veces hasta que mi garganta estuviera en carne viva.
Peter se apartó y me dio espacio. Pero todavía podía oler la sangre en él.
Claudia me frotaba suavemente la espalda mientras trataba de parar las
arcadas. —Está bien, Lali —susurró mientras se me escapaban sonidos
miserables.
Negué con la cabeza mientras luchaba contra otra oleada de náuseas.
¡No estaba bien! Todo esto estaba tan jodido que ya no podía pensar con
claridad. El mundo se caía a pedazos a mí alrededor y me caía con él.
Me dolió el corazón cuando Peter se levantó en silencio y se alejó. Lo
quería a mi lado. Lo necesitaba conmigo, pero tenía miedo. ¿Podría olvidar
alguna vez lo que pasó?
—No tienes que ir con él —dijo Claudia mientras apartaba mechones de
pelo de mi cara.
—No, quiero ir con él —dije. Sólo me sentía segura con Peter. Era así de
simple.
Sonrió. —Creo que por primera vez en su vida, Peter está enamorado.
Quería decirle que deseaba que fuese verdad, que amaba a su hijo con
todo mi ser, pero nos interrumpieron fuertes pisadas.
—Vamos —dijo Peter en un tono frío, parado encima de mí con frialdad.
Lo miré bajo la luz de la luna y me encogí al ver su rostro. Su ojo derecho
lucía inyectado en sangre y la piel que lo rodeaba estaba herida y ya hinchada.
Había sangre seca debajo de la nariz y su labio inferior estaba partido e
hinchado. Mantuvo los ojos fijos en la lejanía, negándose a mirarme a los ojos.
Me puse de pie inestablemente y tambaleándome un poco mientras el
mundo giraba a mí alrededor. Sin esperar, Peter comenzó a caminar hacia el
Bronco. Fue entonces cuando vi que tenía la mochila colgada del hombro.
¿Qué hacía? Él no quería una relación y aquí estaba yo, yéndome a casa
con él. En un mundo normal, vivir juntos es un gran paso. Claro está, ya no
vivíamos en un mundo normal.

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