Capitulo 9

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Me abotoné la chaqueta de franela rápidamente, a pesar de los dedos
entumecidos por el frío. Era la chaqueta de Peter y el doble de mi tamaño,
pero me mantenía caliente en el clima frío. En piloto automático, trencé
apresurada mi pelo largo y oscuro en una trenza gruesa, dejándolo colgar
por el medio de la espalda. Ya era más largo que cuando comenzó este
infierno, allá cuando la vida era sencilla.
Entré en la cocina y cogí una botella de agua del arroyo recién
esterilizada. No había más agua embotellada, limpia y filtrada. Ahora cada
gota que se usaba tenía que ser esterilizada. Era un largo proceso, pero al
menos teníamos agua. Era más de lo que podían decir algunas personas.
Mantuve la vista en la ventana y recogí la escopeta de donde se
hallaba apoyada contra la pared. Con movimientos rápidos, comprobé para
asegurarme de que se encontraba cargada. Retiré municiones del cajón de
la cocina y dejé las grandes balas en el bolsillo de mi abrigo, sintiendo mi
chaqueta más pesada
Sosteniendo la escopeta en una mano, abrí la puerta de atrás, y me
encogí cuando los goznes chirriaron en protesta.
Hice una pausa para esperar a que alguien saltara o empezara a
preguntar qué hacía, pero no ocurrió. Al echarle un vistazo al patio, no vi
nada y escuché poco. El torrente de agua del arroyo afuera de la casa de
Peter sonaba como si hubieran pasado meses desde que llegamos aquí.
Un viento frío soplaba a través de los árboles, haciendo caer un par de
hojas muertas al suelo, abandonando su lucha para colgar un día más.
Corrí por las escaleras del pórtico. Todo el mundo se encontraba
ocupado y no había nadie en la casa. Este era el momento perfecto para
escapar. Tal vez mi única oportunidad.
Necesitaba estar sola. Necesitaba aire y soledad.
Ignorando el amargo viento que me atacaba desde el norte, corrí al
granero. El suelo se sentía congelado debajo de mis botas desgastadas,
recordándome la tormenta de hielo que teníamos hace apenas unos días.
Abrí la puerta del establo y esperé un minuto para que mis ojos se
acostumbraran a la oscuridad. Hace seis meses, simplemente habríatocado el interruptor para encender el granero. Pero ahora la electricidad
era una cosa del pasado. Un viejo amigo que se fue, del que nunca se
escuchó de nuevo.
Corrí hacia el cuarto donde se guardaban las sillas de montar. Pasé
mi mano enguantada sobre el cuero y encontré el que quería. Ligero y
pequeño, era justo para que lo levantara Después de sacarlo del gancho,
cogí una manta de silla y las riendas.
Llevé todo a la puerta de los pastos. Manteniendo la vista en la zona
que me rodeaba, silbé una vez y esperaba que mi caballo me oyera.
Un minuto más tarde un caballo marrón llegó galopando del bosque.
Movió las orejas cuando me vio. Redujo la velocidad y se encaminó hacia
mí, mirándome con sus grandes ojos marrones.
—Oye, chica —le susurré, frotándole el cuello como le gustaba.
Relinchó una vez a modo de saludo y se quedó quieta mientras abría
la manta de la silla sobre su espalda.
Necesité de todas mis fuerzas lanzar la silla de montar en ella. Saltó
ante el trato duro, pero no pude evitarlo. Había perdido mucho peso en el
último par de meses, y no sabía con seguridad cuanta masa muscular me
quedaba. Ahora teníamos que racionar nuestra comida. Claudia y Juan Pablo no
planeaban alimentar tres bocas más cuando construyeron sus existencias
de suministros. Yo no comía suficientes calorías, pero no había mucho que
pudiera hacer al respecto. Usualmente Cash o Gavin me daban un poco de
sus partes, a pesar de mis protestas. Todos necesitábamos nuestra fuerza.
Si uno se enfermaba, todos estaríamos afectados.
Conteniendo mi respiración por la energía que tomó ensillar al
caballo, miré alrededor del campo. Todo permanecía en silencio. Recogí las
riendas sueltas en mi mano y subí, sin dejar que el embarazo me impidiera
montar el caballo.
Impulsándola hacia adelante, dejé el rancho atrás.
***
Me despertó un ruido suave.
Permanecí en la cama y escuché. Ahí de nuevo. Un golpecito. Algo fue
lanzado contra mi ventana. Se despejó la niebla de la somnolencia. Aparté
las mantas y corrí a la ventana. En la oscuridad, apenas podía distinguir a
Peter de pie a unos metros de la casa. Cuando me vio asomándome por la
ventana, me hizo un gesto para que saliera.
Eché un vistazo al reloj cuando pasé mi mesita de noche. Dos de la
mañana. Hora de cierre. Suspiré. El momento típico de Peter para aparecerpor aquí. Borracho, golpeado y sangrando. Una copa de más y demasiadas
peleas.
De puntillas en mi habitación, me moví silenciosamente por el pasillo.
Las tablas del suelo crujían, protestando cuando mis pies descalzos las
pisaban. Me detuve y escuché, esperando que el ruido no despertara a mi
papá. El sonido de sus ronquidos se hizo eco a través de las delgadas
paredes de la casa, haciéndome saber que no iba a ser descubierta.
El olor a lluvia me recibió cuando abrí la puerta de atrás. Corrí por las
escaleras del pórtico, ignorando el sonido de truenos a lo lejos.
A medio camino a través del patio, me detuve y miré a mi alrededor,
buscando a Peter en el terreno oscuro.
— Peter —susurré, frustrándome. Mejor que no me haya despertado
de un sueño profundo para darse la vuelta y volver a casa. Lo mataría.
Bueno, después de que consiguiera un par de horas de sueño.
Iba a volver a entrar cuando dos manos me agarraron por la cintura,
familiarizado con mi cuerpo. Grité y me di la vuelta, con el corazón en la
garganta. Peter se paró frente a mí con una tonta sonrisa torcida.
—Hola, preciosa.
—¡Peter, me diste un susto de muerte! —grité, golpeando sus manos.
—¿Cómo está mi amiga recién graduada? —preguntó, balanceándose
en sus pies.
—¿Estás borracho?
Se acercó más, oliendo ligeramente a cerveza, pero todavía a él, algo
silvestre y oh, tan varonil.
—Podría estar borracho. ¿Tienes un problema con eso, niña?
No hice caso de la amenaza que escuché en su voz. Peter era
cualquier cosa excepto peligroso. Para otros, era mortal. Fatal. Para mí, él
era… oscuro y lleno de actitud, pero nunca peligroso. Más bien como un
cachorro bebé con ganas de jugar. Solo había que manejarlo bien y tener
cuidado de sus garras como cuchillos y dientes afilados.
Una sola gota de lluvia eligió ese momento para aterrizar en mi nariz.
Miré hacia el cielo cuando otra gota de lluvia me golpeó la frente. Un gran
trueno retumbó por encima, seguido de un relámpago a través del cielo.
—Oh, demonios, va a llover —murmuró, balanceándose mientras
miraba también hacia el cielo—. No puedes mojarte.
Me agarró la mano, entrelazando sus dedos con los míos. Parecía lo
más natural del mundo. Con un firme control sobre mí, me condujo trotando
a través del patio. Corrí tras él, sin dejar su lado, sabiendo que iba lento
para que yo pudiera mantener el ritmo.Cuando llegamos a las puertas del granero, el cielo se abrió. Empezó
a llover torrencialmente, salpicando barro en mis pies descalzos y
dejándome empapada.
Riendo, me paré en el aguacero y esperé pacientemente mientras
Peter abría las puertas pesadas del granero. Me llevó al interior y se apuró
a cerrar las puertas contra la lluvia y el viento.
Dentro olía a cuero, caballos y heno mohoso. Uno de mis lugares
favoritos en la granja.
Nos detuvimos en el centro del granero, con heno seco debajo de los
pies. Un relámpago iluminó de nuevo desde algún lugar, iluminando todo
por una fracción de segundo. Me dio la luz suficiente para ver lo que había
delante de mí. Un espécimen perfecto.
Soltando mi mano, Peter dio un paso más cerca, casi tocando mi
cuerpo con el suyo.
La risa murió en mis labios. ¿Desde cuándo su cercanía hacía que mi
corazón se agitara y que mis palmas sudaran?
No podía moverme. Olía a lluvia y loción de afeitar. Quería recordar
esa combinación para siempre.
Elevándose por encima de mí, parecía peligroso. Poderoso. Mi mirada
bajó hasta su camisa mojada, aferrándose a su pecho como una segunda
piel. Me recordé que ya no éramos unos niños. Él era un hombre y yo
estaba… demasiado cerca.
Di un paso atrás y traté de controlar mis latidos. Latía como si hubiera
corrido una maratón. Una caricia suya me iba a enviar al otro lado de la
línea de meta.
Extendiendo la mano, apartó el cabello mojado de mi mejilla, tocando
mi piel con sus dedos.
—Te ves como un gato ahogado, Lali. —El profundo retumbar de
su voz me recorrió el cuerpo, haciéndome cosquillas en todos los lugares
correctos. Cómo las palabras podrían hacerle eso a una persona, no lo sé.
Cuando sus dedos se detuvieron en mi mejilla, me alejé, con miedo a
sus caricias. No era el toque de un amigo. Sino el de dos adultos que querían
algo más.
Caminé a un establo de caballos, mirándolo a él una o dos veces. Me
miraba, moviendo lentamente los ojos de arriba abajo por mi cuerpo. Mi
camiseta sin mangas y pantalones cortos holgados de repente no parecía
suficiente ropa.
El calor recorrió cada centímetro de mi piel, corriendo a través de mí
como un fuego fuera de control. Traté de convencerme de que el rubor quesentía era por el calor de la tormenta de verano, pero, ¿a quién engañaba?
Era Peter y nada más.
—¿Por qué estás aquí, Peter? —le pregunté, con voz tenue.
Caminó hacia mí, rodando casualmente sus caderas con cada paso
que daba. Sus botas levantaban pedazos sueltos de heno en el suelo,
arrastrando mi atención por sus largas piernas hasta la punta de sus botas
desgastadas. Vi como estas se acercaban, persiguiéndome. Arrastrando mis
ojos de su cuerpo, traté de contenerme.
—Vas a volver a la universidad en una semana. Solo quería pasar el
rato contigo. Extraño tu culo terco cuando te vas —dijo, dándome una
sonrisa torcida.
—Eso es lindo, Peter. ¿Puedes ser más dulce? —dije con sarcasmo.
Habría sido agradable de escuchar algo más sincero, pero este era Peter. Él
no era dulce.
Deteniéndose frente a mí, se encogió de hombros, y sus músculos se
movieron debajo de la camisa mojada. —Voy a extrañarte. Es la verdad.
¿Qué hacía? No era un coqueteo porque… bueno, porque éramos solo
amigos. Tenía que ser el alcohol hablando.
—Puedes venir a visitarme cuando quieras, Peter —dije, dándome
patadas a mí misma cuando las palabras sonaron sexys. Invitando.
Vi su sonrisa ensancharse en la oscuridad, viéndose como el gato que
se comió al canario.
—Ya no me querrás cerca —dijo.
Mi corazón latía más rápido. Maldita cosa.
—Siempre te querré cerca, Peter.
—Y siempre voy a estar ahí —dijo, con la voz más baja—. Queriendo
estar cerca de ti. Nunca voy a necesitar nada más.
***
Los pájaros que volaban alrededor de un matorral sobresaltaron al
caballo, sacándome de mis recuerdos y trayéndome de vuelta al presente.
Sabiendo que tenía que concentrarme en lo que hacía, me senté más
erguida en la silla, tratando de sacar de mi mente la imagen de Peter de
esa noche. Pero mientras se acercaba mi destino, mi corazón se hizo más
pesado con los recuerdos de él.Es por eso que necesitaba estar sola. Por el duelo. Para aceptar que
él se había ido. Para llegar a un acuerdo con el hecho de que podría nunca
volver a mí. Tenía que estar al lado de mi papá para hacerlo.
Los perdí a los dos, a Peter y mi papá. Los había perdido demasiado
pronto. Eran las dos personas que me conocían mejor que nadie. Tenía
miedo de que mi corazón nunca se curara o fuera el mismo otra vez sin
ellos.
Repetí las palabras de Cash ese día. Palabras que se quedarían
conmigo para siempre—: Está muerto, Lali. No quiero tener que
decírtelo, pero está muerto.
Tirando de las riendas, apreté mis ojos con fuerza, deseando que se
fueran el dolor y la sensación de pérdida.
Peter estaba muerto. Yo, simplemente existía. Perdida. Desgarrada
hasta que no quedaba nada más que un corazón sangrante. Solo habían
pasado dos meses desde que se alejó, pero parecía haber pasado toda la
vida.
Las lágrimas ahora caían más rápido, haciéndome difícil respirar y
concentrarme. El bebé eligió ese momento para patear, recordándome que
todavía tenía a Peter conmigo. Un pedazo suyo viviría, aunque él no.
Me limpié una lágrima y tiré de las riendas cuando el caballo golpeó
con el pie, ansioso de empezar a moverse de nuevo. Cuando me negué a
darle rienda suelta, sacudió la cabeza y tiró un poco, tratando de salirse
con la suya obstinadamente.
—Cálmate, chica —le dije, acariciando su cuello.
Sin previo aviso, la aprehensión corrió por mi espina dorsal. Miré
hacia la línea de árboles que marcaba el inicio de las maderas. Nada se
movía y nada parecía fuera de lo normal, pero me sentí nerviosa de todas
formas.
Empujando al caballo con mis talones, la dejé empezar a caminar de
nuevo. Sus pezuñas al galopar en el duro suelo frío, era el único ruido.
Enterré mis manos enguantadas en los bolsillos, buscando cualquier
pizca de calor mientras el frío y amargo viento soplaba desde el norte. Mi
nariz y barbilla se volvían aturdidas por la exposición. Metí la cara en el
cuello levantado de la chaqueta de Peter y de inmediato lo olí, un aroma
silvestre que trajo lágrimas a mis ojos. Aspiré hondo y contuve un sollozo,
mordiéndome los labios dolorosamente para no gritar. Envolví un brazo
alrededor de mi cintura con comodidad y dejé que el caballo me llevara a
casa.
Me encontraba a la mitad de camino cuando vi la casa avecinándose
en la distancia. No podía describir cuánto me alegraba verla. Era el hogar
en el que me crié, la casa conde pasé mi infancia, pero para mí, mantenía recuerdos horribles. Ser retenida contra mi voluntad. Luchar por mi vida.
Matar a un hombre. Nunca olvidaré lo que pasó detrás de esas paredes.
Las pesadillas todavía me perseguían hasta este día.
El caballo galopó sobre una pequeña colina, sin ninguna prisa.
Sostuve con fuerza las riendas ya que aumentó la cresta. Desde ahí podía
ver el gran roble debajo del cual había enterrado a mi padre. Sentí la
familiar punzada de tristeza cuando vi la cruz que marcaba su tumba. Mi
garganta se cerró a cal y canto, mostrando la indicadora tristeza.
Acercándome al árbol, evité mirar a la casa. Mis ojos se dirigieron a
la escopeta, colocada en la silla, de fácil acceso, si la necesitaba.
Me mofé mientras me imaginaba a mis antiguos compañeros de
universidad en el medio de la nada, montando un caballo en invierno, con
una escopeta a su lado. Para mí, era la forma en que crecí. Para otros,
sabía que iba a ser un estilo de vida exterior. Mi padre me dijo una vez que
las mujeres podían hacer cualquier cosa que haría un hombre. Esta nueva
vida probaba esa teoría. Hasta ahora, había sobrevivido. A veces por mi
cuenta y en ocasiones con la ayuda de los demás, pero sobreviví.
Ahora aquí me encontraba; yo sola, mi caballo, mi pistola y mi bebé
nonato en el medio de la nada de Texas con una violenta guerra a nuestro
alrededor. Yo era terca y fuerte. Todos los días las palabras de mi padre
sonaban en mi oído, recordándome eso. “Puedes hacer lo que quieras,
Lali. Eres inteligente y resistente. No dejes que nadie te diga lo
contrario.”
No iba a dejar que esta guerra demostrara que se equivocaba.
Deteniendo el caballo a pocos metros de la tumba de mi padre, lancé
mi pierna sobre la silla de montar y desmonté. Mis botas se sentían
pesadas mientras caminaba a la base del árbol. Inclinándome, aparté de la
tumba algunas hojas muertas y saqué un par de malas hierbas alrededor
de la cruz cruda.
Pasé los dedos enguantados sobre la áspera cruz de madera. El
caballo relinchó detrás de mí, entonces, me dio un golpe en la espalda con
su nariz suave-como-terciopelo. La ignoré y me agaché en el suelo frío.
—Te echo de menos, papá —le dije—. La guerra continúa fuerte y la
gente sigue muriendo. —Puse una mano en mi estómago, al tiempo que las
lágrimas picaban mis ojos—. El bebé está creciendo. Ojalá pudieras estar
aquí para conocerlo o conocerla. Pero tengo miedo, papá. No sé si puedo
hacer esto sin Peter.
Solo me respondió el silencio.
Tragué el nudo en la garganta, luchando para sacar las palabras. —
Ellos piensan que está muerto. Si Peter está contigo, por favor, dile que lo
amo. Nunca lo olvidaré, papá. Por favor házselo saber.Puse mi sombrero de punto más bajo en mis oídos y miré hacia el
árbol meciéndose por encima en el viento. Debajo de mi dolor, sentí una
cantidad de esperanza que no desaparecería, sin importar lo mucho que
Gavin me dijera que afrontara la realidad.
—Pero sigo pensando que está vivo, papá.
El caballo resopló detrás de mí y pisoteó con impaciencia.
Tomé una respiración profunda y me puse de pie. Levanté la mirada
al cielo y me estremecí. Un viento frío y amargo sopló a mi alrededor,
haciendo que las hojas se arremolinaran alrededor de mis piernas. Había
planeado quedarnos por más tiempo, pero parecía que las nubes tenían
aguanieve y amenazaban con temperaturas gélidas. Debía irme.
—Está bien, vámonos —le dije al caballo. Pero en realidad trataba de
hablarme a mí misma para irme. Quería quedarme. Cada adiós dolía a
pesar de no recibir una respuesta.
—Adiós, papá.
Poniendo el pie en el estribo, me subí a la silla de montar. El cuero
crujió cuando cogí las riendas. Girando el caballo, me dirigí a casa.

En La Oscuridad💚Where stories live. Discover now