capítulo 28

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Lo encontré en mi antiguo dormitorio, en el centro de la habitación.
Se hallaba parado con los pies separados y las manos en puños a los
costados. Su cara apartada de mí; oculta en las sombras de la habitación.
Di unos pasos hacia la oscuridad. El aire era frío, haciendo que
nubes pequeñas de vapor salieran de mis labios, pareciendo como nubes
de humo que desaparecían rápidamente.
Mis ojos recorrieron la cama, mi viejo escritorio y los cuadros
colgados en las paredes. Eché un vistazo a la ventana que Peter le tiraba
piedras para despertarme.
Quería volver a ser esa chica. La que se sentaba en el medio de la
cama, estudiando álgebra y hablando por teléfono con Euge. La que se reía
con las bromas tontas que le decía Peter. La que rodaba los ojos cuando él
llamaba en medio de la noche, necesitándola para rescatarlo.
Todavía era esa chica y él todavía era ese chico. Solo necesitábamos
recordarlo.
— Peter…
Levantó la cabeza con ojos ardientes. Sentí su rencor, fijándome en
el lugar.
—¿Qué? —preguntó con voz profunda e impaciente.
—Yo…Yo… —Diablos, ni siquiera podía hablarle.
Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó, probablemente esperando
a que me fuera. Pero no lo hice.
Valiente, di un paso más cerca, pero al instante me arrepentí.
Pude ver odio en sus ojos. Para mí. Era demasiado.
No puedo hacer esto.
Me di la vuelta, planeando alejarme. Pero mi mirada fue al marco de
la puerta y me detuve. Recordé a Peter apoyado allí y mirándome hace
años, mientras empacaba para ir a la universidad.
Frunciéndome el ceño cuando le dije que estaría de vuelta en un par
de semanas. Haciéndome prometer que tendría cuidado.Todos esos recuerdos regresaron a mí. Los de nosotros. No, no iba a
dejar que me alejara. Otra vez no. Lo que teníamos, nuestra amistad,
nuestro amor, era demasiado importante para perderlo. Volviendo atrás,
levanté la barbilla en desafío.
—Me dejaste, Peter. Sin una palabra, nos dejaste a mí y a tu bebé
—dije, con voz rotunda en la oscuridad de la habitación—. Estuviste en
esta habitación hace años y me viste empacar. Me ayudaste a mudarme.
Me ayudaste a salir y ahora me estás apartando.
Sabía que di en el clavo. Se estremeció, mis palabras lo abofetearon
como mi palma nunca pudo. Pero luego lo encubrió y la dureza regresó en
su cara.
—Te estoy apartando porque trato de protegerte. Eres la única mujer
que he amado. La única mujer que siempre quise. La que me hizo querer
algo mejor en la vida —dijo, elevando la voz mientras caminaba cerca de
mí.
Sus palabras me provocaron un aumento en el pulso. Su cercanía
me hizo enrojecer.
Siguió caminando hacia mí, bajando la voz. —¿Sabes que pensaba
en ti todos los días que estuviste en la universidad? Tuve que hacer un
gran esfuerzo para no llamarte a cada hora. Para no hacer las maletas e ir
a buscarte. Eras lo único real en mi vida, Lali. La única persona que
amaba más que a nada.
Dio un paso más cerca. Mirando a mis labios, cogió mi bufanda. La
envolvió con su mano y me jaló hacia él, llevando mis labios a los suyos.
—Sé qué clase de hombre soy. Un bastardo problemático al que le
gusta follar, pelear y beber. Te mereces más. Siempre lo has hecho. El
dolor de tener una bala en mi cuerpo no era nada comparado con el dolor
de saber que te lastimé —dijo—. Así que me fui.
—¿Cómo pudiste? —exclamé, ignorando su cercanía—. Me ocupé de
ti cuando estabas borracho. Cuando llegabas a casa golpeado y sangrando,
estuve allí, vendándote. Juramos siempre cuidarnos.
Me detuve, el nudo en mi garganta me ahogaba y provocaba una
ronquera en mi voz, pero necesitaba continuar. Él tenía que escuchar la
verdad. —Te he dado todo, Peter, y todavía te contienes. ¿De qué tienes
tanto miedo? ¿De amarme?
—Amarte es fácil. Perderte es lo que haría daño.
—¿Quién te dijo que me vas a perder? ¿Gavin? ¿Eugenia? —No esperé a
que respondiera—. Ya no se trata solo de mí, Peter. Este bebé te necesita.
Te necesito.
Su mirada se volvió fría de nuevo. Dura.—Bueno, supongo que estás jodida —dijo tranquilamente, soltando
mi bufanda—, debido a que ambos están mejor sin mí.
—¿De verdad piensas eso? —susurré.
No respondió. Solo me miró.
Mordí mi labio, sin saber qué hacer. Esta guerra me había quitado
mucho. Tenía miedo de que también me quitara a Peter. Lo amaba. No
podía imaginar no amarlo. Pero tenía que darle lo que quería.
—Nunca estaré mejor sin ti, Peter. Siempre seré esa chica que te
seguía a todas partes cuando era una niña y pasaba tiempo contigo
cuando era una adolescente. Siempre serás mi mejor amigo, no importa lo
que digas o hagas.
Apartó la mirada, luciendo tímido.
Se me rompía el corazón, pero tenía que continuar. Él necesitaba oír
las palabras y yo necesitaba decirlas.
—Cuando estés herido y enfadado, estaré aquí. Cuando necesites a
la persona que te conoce como nadie, voy a estar aquí esperándote. Puedes
renunciar a mí, pero nunca voy a renunciar a ti. Siempre te amaré, pero te
estoy dejando libre.
—Mierda, Lali, no…
—El bebé y yo siempre seremos tuyos, pero... —Se me atascaron las
palabras en la garganta. Dilo, insistió mi voz interior. Dale su libertad.
Tomé una respiración profunda.
—Se acabó, Peter. Déjame ir.
Esas palabras lo terminaron. Nosotros terminamos. Él estaba roto.
Estábamos rotos.
Y acabados.

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