Capítulo 28.

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Durante dos semanas, Peter y yo nos evitamos. A menudo, lo escucharía
afuera, trabajando con su padre y Gavin pero nunca puso un pie dentro de la
casa. Comía todas sus comidas en su casa y también pasaba todo el tiempo
libre allí.
Cada vez que escuchaba su voz al otro lado de las ventanas abiertas, el
dolor se dispararía a través de mí. Ni una sola vez intentó verme o hablar
conmigo. Quería preguntarle a Gavin si Peter alguna vez preguntó por mí pero
me aterraba la respuesta que podía dar.
Nadie preguntó que pasó entre nosotros. Estoy segura que sabían pero
agradecía no tener que hablar de ello. No podría.
Perdí un montón de sueño durante esas dos semanas. Cada noche, en
vez de dormir, repetía las palabras que me dijo y la pasión que compartimos.
Me maldije por ser tan tonta. Maldije a Peter por ser frío.
Maldije la vida.
Durante el día, Claudia me mantenía ocupada. Me enseñó cómo hacer pan
con sus reservas de harina. Conservamos los últimos vegetales de su jardín,
consiguiendo lo que pudimos antes de que llegara el invierno. Queriendo
conservar la comida, los hombres disparaban a ardillas o ciervos por carne
fresca. De vez en cuando, alguien podía ir a pescar. Nuestras comidas eran
cocinadas al aire libre en una cantera de fuego puesta en la tierra. Las duchas
eran tibias, pero por lo menos se hallaba limpia. Y el retrete exterior estaba
terminado así que no más viajes a los arbustos, gracias a Dios.
Debido a los Lanzani, mi padre y yo teníamos comida, agua, suministros
y suficientes velas y linternas para que duraran mucho tiempo. Sin ellos, no
estoy segura de que mi padre y yo seguiríamos vivos.
La salud de mi padre declinó rápidamente en esas dos semanas. Tenía
más problemas para caminar y perdía peso rápidamente. Para mi horror, vi su
apetito desaparecer lentamente en cuestión de días. Me negué a hacer frente a
la constatación de que se alejaba delante de mis ojos y no había nada que
pudiera hacer.
La única comunicación que tuvimos con el mundo exterior provenía de la
radio de onda corta que Juan Pablo escucharía por la noche. La noticia era siemprela misma —el gobierno no podía abastecer de suministros a las personas, el
ejército se propagaba y morían millones. La información acerca de la guerra era
inexistente. Estábamos en la oscuridad, literal y figurativamente.
***
Una tarde soleada, salía del granero cuando el Bronco de Peter se
detuvo en el camino de entrada. Saltó y se dirigió deliberadamente hacia la
casa sin verme en la puerta del granero.
Me quedé helada. Mi corazón se aceleró y mis terminaciones nerviosas
cobraron vida por primera vez en semanas. Se veía maravilloso en una
camiseta blanca, pantalones vaqueros y botas vaqueras desgastadas. La
omnipresente gorra de béisbol se hallaba inclinada hacia abajo, ocultando los
ojos del resplandor del sol. Su suave mandíbula recién afeitada estaba
apretada por la tensión. Había algo en su mente.
Después que entrara a la casa, me quedé indecisa. ¿Debería entrar o
esperar hasta que se fuera? No había estado en la misma habitación con él en
catorce días. No estaba segura de si podría aguantar bajo el tormento que
causaría.
Me reprendí a mí misma. Era una mujer adulta. Ningún hombre (sin
importar cuán guapo e irresistible luciera) iba a detenerme de hacer lo que
quería.
Tomando una respiración profunda, di un paseo por la puerta de atrás,
dándome unas palabras de ánimo. Soy fuerte. Puedo resistirme a él. Sólo voy a
actuar como si nada estuviera mal.
Abriendo la puerta, entré en la gran cocina. La oscuridad de la
habitación me cegó momentáneamente después de estar a la luz del sol
durante tanto tiempo.
Cuando mis ojos se acostumbraron, pude ver que todos se encontraban
allí. En la esquina más lejana de la habitación estaba Peter, con los brazos
cruzados sobre su pecho en forma defensiva. Sus ojos azules se movieron hacia
mí. Sentí calor corriendo a través de mi cuerpo, implacable y poderoso. Sus
ojos viajaron lentamente por mi cuerpo, y regresaron para encontrarse con los
míos. Después de un segundo, miró hacia otro lado, dejándome sin pensarlo
dos veces.
En contra de mi mejor juicio, mi cuerpo lo quería de nuevo con una
pasión y una necesidad que me asustaba. Traté de ignorarlo pero mi corazón
latía a toda marcha y sentí un deseo incontrolable de estar cerca de él
nuevamente. —Bueno, entonces vamos a hacer esto —dijo Juan Pablo con un suspiro—.
Recogeré algunos suministros y podremos salir.
¿Se iban? Frenéticamente miré alrededor para que alguien me dijera lo
que pasaba.
Claudia respondió a mi pregunta no formulada. —Los chicos van a la
ciudad. Hay algunos rumores de que las cosas han ido mal allí.
—¡Voy! —dije con urgencia.
—¡NO! —respondieron Gavin y Juan Pablo al mismo tiempo.
—Tengo que asegurarme de que Euge esté bien.
—No es seguro, Lali. Te quedas aquí —dijo Gavin abruptamente con
frustración.
Mis ojos se movieron a Peter que miraba al suelo, apretando su
mandíbula fuertemente. Se negó a mirarme y eso dolía. Un montón. Sabía que
estaba furioso, pero no me importaba. Mis amigos estaban ahí afuera,
posiblemente muriendo de hambre. No iba a sentarme aquí y no hacer nada.
—Voy. No traten de detenerme.
—Mamá, haz entrar en razón a tu pequeña protegida —dijo Gavin con
exasperación.
Me molestó su nuevo apodo. Había decidido que era divertido porque
siempre seguía a su mamá, tratando de aprender todo lo que pudiera de ella.
—Voy —dije tercamente, casi dando fuertes pisadas.
—No.
La voz de Peter fue como un disparo explotando en la habitación,
haciéndome saltar del susto. Nadie se metía con Peter cuando sonaba así,
incluyéndome a mí.
Sin mirarme, se acercó a la mesa y sacó una pistola 9mm de la cintura
de su pantalón. La puso sobre la mesa de madera delante de su madre.
—Para Lali —dijo, con voz dura.
Empezó a alejarse cuando se detuvo y miró atrás hacia su madre. —Y
asegúrate de que se quede en la casa mientras nos vamos. —Con eso, salió por
la puerta sin mirar atrás.
Gavin y Juan Pablo lo siguieron pero no los noté. Me senté pesadamente en la
silla más cercana mientras las lágrimas ahogaron mi garganta. Peter no tenía
ningún problema para mantenerse alejado de mí. Esto es lo que yo quería, ¿no?
Le dije que me dejara tranquila y hacía un trabajo malditamente muy bueno.
Demasiado bueno.
—Lo siento, cariño. Ya sabes lo sobreprotector que puede ser —dijo
Claudia, tomando asiento a la mesa y acariciando mi mano.Asentí, luchando contra las lágrimas. Había llorado tanto en las últimas
semanas que me sorprendía que me quedaran más lágrimas.
—Está bien —dijo mi padre, tomando mi otra mano. Trató de sonreír
pero el costado de su boca cayó, más pronunciado de lo que hace unos días.
Forcé una sonrisa para él. Él era todo lo que me quedaba. Mi padre había
sido muy fuerte para mí toda su vida. Ahora era mi turno de ser fuerte para él.
Tomé una respiración profunda purificadora y apreté su mano de modo
tranquilizador.
Los tres nos sentamos por un rato y hablamos sobre lo que podría estar
sucediendo en la ciudad. Cada noche, escuchamos en la radio portátil historias
horribles de personas muriendo de sed y hambre. Los robos eran una
ocurrencia común y las personas eran disparadas por los suministros básicos.
Ahora el mundo en el que vivíamos era una jungla.
Me preocupaba. Los hombres podrían estar entrando en una situación
peligrosa. Estaban armados hasta los dientes con rifles y pistolas, pero eso no
me hacía sentir mejor. ¿Y si le sucedía algo a Peter? No importa lo que
pensaba de mí, todavía lo amaba y vivir sin él no era una posibilidad.
Sin querer disgustar a mi padre con mi infelicidad, les dije que iba a
tomar una siesta. Me sentía agotada. Por la noche, el sueño no vendría y
durante el día me sentía como un zombi.
Sentada en la vieja habitación de Peter que ahora yo ocupaba, miré a mí
alrededor lentamente. No había nada aquí que fuera mío, excepto una pequeña
mochila y un poco de ropa que colgaba en el armario. Me acosté en la cama y
miré por la ventana abierta.
De repente deseé poder ir a casa. Sería bueno obtener un poco más de
ropa y tal vez algunos libros. Gavin y Juan Pablo habían pasado por ahí la semana
pasada para asegurarse que todo estaba bien pero no había sabido o también
hubiera insistido en unirme.
Quería ver otra vez mi casa. Necesitaba estar rodeada de mis propias
cosas. Tal vez me haría sentir mejor.
Desde mi ventana, podía ver la camioneta de Juan Pablo aparcada en el
granero. Sabía dónde se encontraban las llaves y sabía que todavía tenía
gasolina. Claudia intentaría detenerme pero decidí que era hora de que me fuera
a casa.

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