Capítulo 35.

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Si hubiera sabido que después mi felicidad se convertiría en tristeza, me
habría quedado más tiempo en la cama.
—Muchachos, tenemos un problema —dijo Juan Pablo mientras nos
encontrábamos sentados alrededor de la mesa de la cocina después de esa
noche.
Gavin y Peter dejaron de comer para mirar a su padre. El resplandor de
la luz de las velas reflejaba la gran figura de Juan Pablo, destacando la inquietud en
su rostro.
Esperó hasta tener toda su atención antes de continuar. —Poseemos
suficiente comida durante diez meses más. Podemos cazar y cultivar hortalizas,
pero debido a la proximidad del invierno, las cosas podrían ponerse mal. Se
vendrían momentos difíciles en adelante. —Señaló con el tenedor a Peter—.
Necesitamos algo más de leña para el invierno. No quiero que Lali se
congele a muerte.
—Hecho —dijo Peter, simplemente.
—Y tú —apuntó el tenedor a Gavin—, hay que comenzar a matar el
ganado para el invierno. ¿Estás preparado para el trabajo?
Gavin asintió antes de tomar otro bocado de comida.
—He oído en la onda corta que los terroristas se mueven más hacia el
interior. El maldito gobierno lucha con todo lo que tienen, pero todavía no
logran retener a los terroristas —dijo Juan Pablo, mirando a cada uno—. Ahora no
es seguro ir de un lado a otro y tenemos que prepararnos en caso de ataque y
defendernos. ¿Te acuerdas del plan?
Gavin y Peter dijeron al unísono—: Sí, señor.
—Bueno. Tenemos que prepararnos para hacerlo en cuestión de minutos
—dijo Juan Pablo.
—Me imagino que Lali llegaría a la granja en cinco minutos como
máximo —comentó Peter, metiendo un pedazo de pan de maíz en su boca.
Escucharlos me hizo preguntarme cómo conseguiría sobrevivir un bebé
en este mundo. Sin pañales, sin comida para bebés, sin médico. Sólo losterroristas y el miedo, el hambre y la muerte. Esta no era manera de criar a un
niño. ¿Cómo haría esto?
Me temblaban las manos mientras empujaba granos alrededor de mi
plato. Odiaba estas cositas. Eran uno de los principales alimentos básicos y he
tenido que resistir con pasión. Si fuera por mí, jamás lo comería.
— Lali, necesitas comer. Has perdido bastante peso —dijo Claudia en
su tono nutritivo.
Sentía todo los ojos en mí, como objeto bajo un microscopio a la espera
de ser diseccionado. Me forcé a comer otro bocado de frijoles. Se sentían como
si pequeñas rocas afiladas bajaran por mi garganta.
—¿Te sientes bien, Lali? —preguntó Gavin—. Te ves un poco verde.
¡Oh, diablos!
—¿Estás enferma? —preguntó Peter, entrecerrando los ojos al no
responderle a Gavin.
Tomé un trago largo de agua, con la esperanza de ganar tiempo y bajar
así la náusea.
Peter no quiso saber nada de eso.
—Lali, respóndeme —exigió, con voz profunda.
—Estoy bien —le dije, hallando su mirada penetrante e ignorando el
hormigueo que corría por mi cuerpo. Su voz conseguía hacerme eso.
Me dio una mirada de advertencia y no preguntó más. Otra demanda de
él y explotaría en ira. O lo lanzaría a la cama por la necesidad.
Durante unos minutos, los únicos sonidos eran los pequeños tintineos
de cubiertos en los platos y el sonido del viento que azotaba en la casa. Las
velas parpadeaban y bailaban alrededor de la habitación, luchando contra la
oscuridad y ganando por una instancia antes que se defendieran las sombras.
De repente, el silencio de la noche fue interrumpido por un ruido afuera. Eran
pisadas. Sin previo aviso, todo el mundo voló a la acción.
Peter saltó de la silla, arrastrándome con él. Al deslizar su pistola de la
funda, desbloqueó el seguro antes de voltearse con una mirada fría.
—Si sucede algo, te escondes. ¿Entiendes?
Asentí, resistiendo la tentación de poner mi mano sobre mi estómago por
protección.
Inquietud alineaba su rostro. La tensión en su cuerpo hizo que sus
músculos bajo su camisa, se alistaran para atacar. Que alguien aparezca aquí
durante la noche le significaba una sola cosa.
Peligro. Claudia apagó la vela, sumiendo la cocina en la oscuridad, ocultando todo.
El sonido de las botas pesadas en el pórtico de madera provocaba eco a través
de la cocina y me envió un hilo de miedo.
Peter me agarró el brazo y sus dedos apretaron mi carne tierna. Sin
mucha suavidad, me empujó con su madre. Me trasladó a un rincón de la
cocina, lejos de la puerta trasera y las ventanas. Las dos paredes sólidas nos
protegerían de quien estuviera afuera. No era tanto por mi seguridad, sino por
lo que tendría que hacer.
Por encima de los latidos fuertes de mi corazón, escuché a Claudia
desbloquear el seguro de la pistola que mantenía a su lado.
De repente, los pasos se detuvieron. Contuvimos la respiración, a la
espera de un golpe, un grito, lo que sea. El miedo me invadía junto con un
presentimiento terrible. La gente sufría sin electricidad. Una muerte segura nos
esperaba a la mayoría, si la red eléctrica no se restaurara pronto. Las personas
se desesperan al enfrentarse con la muerte. Eso significa que aumentaría las
posibilidades de que alguien intentara robar nuestros suministros. Los
extraños podrían llegar a ser mortal, dispuestos a matar para obtener lo que
quieran. Recé para que no fuera el caso.
Otro instante transcurrió sin ningún ruido del exterior. Empezaba a
pensar que aquella persona se alejaba, cuando golpes fuertes en la puerta me
hicieron saltar del susto.
—¿Quién está ahí? —preguntó juan Pablo con voz retumbante, demostrando
poder.
—Mi nombre es Cash... —respondió una voz.
¿Cash? ¡Conocí a un Cash de la escuela secundaria! Era...
— Lali —gritó otra voz.
¡Espera! ¡Sabía de quien era la voz!
Salí del agarre de Claudia y me lancé a través de la cocina, con un sólo
propósito en mente.
— Lali, ¡NO! —gritó Peter, extendiendo la mano para detenerme.
Me las arreglé para evitar sus manos mientras corría delante de él.
Ignorando un nuevo grito de Peter, abrí la puerta. Y me congelé cuando miré
por el cañón de una escopeta.
Antes de poder abrir la boca para gritar, Peter se hallaba delante de mí,
poniéndose en la línea de fuego. Arrebató su pistola y apuntó a la cabeza del
desconocido. Al mismo tiempo, unas manos fuertes alcanzaron mi cintura y me
jaló hacia atrás, alejándome del peligro.
Mientras Gavin me arrastraba, sentí miedo por Peter y el extraño
entrenado, con sus armas en dirección al otro con una precisión letal. La
animosidad creció en ambos al mirarse.—Deja la maldita pistola —gruñó Peter, jalando del seguro.
—No va a suceder —dijo el desconocido—. Aprietas el gatillo y todavía
tengo tiempo para llenarte de perdigones.
—No lo creo, muchacho —dijo Juan Pablo, caminando junto a Peter con una
escopeta cargada.
—Si sabes lo que te conviene, bajarás el arma.
El tiempo pasaba a paso de tortuga mientras se enfrentaban los tres
hombres. De repente, el sonido de mi nombre resonó en la noche, llamándome.
— Lali.
—¡Suéltame! —grité, retorciéndome en el férreo control de Gavin. Logré
darle un puñetazo a su sección media, desesperada por escapar. Sus brazos se
aflojaron lo suficiente para lograr salirme de ellos.
Me zafé. Pasé a Peter. Pasé el desconocido. Pasé a las armas preparadas,
lista para disparar cualquier cosa que se moviera. Corrí.
—¡Maldita sea! —peter rugió detrás de mí.
Sin hacerle caso, corrí por los escalones del pórtico y en todo el jardín
empapado de lluvia. ¡Allí se encontraba! Cuando llegué a Vico, me arrojé a
sus brazos con alivio. ¡Estaba vivo!
Me atrajo con fuerza hacia él. — Lali, me alegro de verte.
Me desenredé de sus brazos para mirarle bajo la luz de la luna. Total
agotamiento alineó su cara delgada. Había manchas oscuras debajo de sus ojos
y las mejillas excavadas por el hambre. Tenía la ropa andrajosa y su cabello
que alguna vez fue perfecto ahora era largo y mal cuidado.
—¿Dónde está Eugenia? —pregunté, mirando a la oscuridad. En cualquier
momento, esperaba que viniera de las sombras con su actitud despiadada,
tratando de decirme qué hacer.
—¡La tienen! Los bastardos la tienen. —vico lloraba lo suficiente como
para despertar a los muertos.
Me atrajo con fuerza hacia su pecho, quitándome el aire y llevando mi
mente nuevamente a un lugar oscuro. Las manos de Grasiento, sujetándome,
la sensación de asfixia. Todo regresó a mí. El pánico se convirtió en un ser vivo,
como un monstruo que no podía controlar. Cerré los ojos y me concentré en
respirar profundamente, tratando de ahuyentar la pesadilla. Pero cuando
Vico se puso de rodillas y me llevó con él, la histeria amenazó con salir. Es
Vico. No te hará daño. Ahora estás a salvo. Cuando el pánico se desvaneció,
sentí el aguijón de sus palabras. Euge fue raptada.
—¿Quién se la llevó? —le pregunté con voz temblorosa. Vico no respondió. Se hallaba perdido en algún lugar de su propio
infierno personal. Sus brazos se apretaron a mí alrededor, sosteniéndome como
si lo mantuviera a flote.
—Suéltala, Vico.
Ante el sonido de la voz mortal, mis ojos se movieron hasta encontrar a
Peter, apuntando con una pistola a Vico.
Nunca le oí acercarse.
Los ojos fríos de Peter se dirigieron a mí antes de volver a Vico. —No
me hagas apretar el gatillo, porque te aseguro que lo haré si le haces daño.
¡Maldición! Tenía que calmar a Vico. Peter se pondría muy peligroso si
algo de su pertenencia era amenazado.
—vico, está bien. Te ayudaremos —le dije con voz calma.
Debo haberlo convencido, porque sus brazos se alejaron, cayendo a sus
lados como pesos pesados.
Peter me acercó y se puso adelante, bloqueándome de la amenaza
percibida. Su arma se quedó por delante suyo, sin confiar completamente en
Vico.
Puse una mano en la espalda de Peter, intentando calmarlo. Los
músculos bajo su camisa se tensaron con mi tacto, recordándome que este
hombre era una fuerza a tener en cuenta cuando está enojado.
Un grito provino de la casa, fuerte y enojado. Una nube oscureció la luz
de la luna por un instante, pero incluso lograba ver a Gavin y Juan Pablo
sosteniendo al desconocido a punta de pistola. Sólo un movimiento y se
lanzarían los tiros. El estilo de vida en la actualidad podría ser “disparar
primero y hacer las preguntas después”, pero sería condenada si me convertiría
en una parte de ella.
Rodeando a Peter, me coloqué entre Vico y él. Nadie se iba a lastimar
si podía evitarlo.
Vi la desesperación en el rostro de Peter cuando alejó el arma. Me
metería en problemas por hacer esto, pero podría simplemente enojarse conmigo.
Nadie dañaría a Vico.
Ignoré a Peter tanto como podría una chica, y me centré en Vico. —
¿Quién la tiene? —le pregunté.
—¡Los malditos terroristas! ¡Los bastardos están reuniendo a personas y
arrojándolos a los campos de concentración!
¿Tenían a Euge? Toda la sangre se drenó de mi cara mientras asimilaba lo
que dijo. Me balanceé sobre mis pies, de repente sintiéndome mareada y débil.
El mundo se inclinó en un ángulo extraño antes de que Ryder me agarrara del
brazo, para estabilizarme.—¿Estás bien?
Asentí aturdida y conmovida.
Vico de pronto cerró la distancia entre nosotros, alcanzando mi cara.
De cerca, vi su desesperación y miedo. Me asusté porque me recordó a la
cantidad de peligro en que se encuentra Euge, Peter se puso delante de mí otra
vez, empujándome detrás de él.
—Retrocede, Vico —gruñó.
Vico levantó las manos para demostrar que no era una amenaza. —No
voy a hacerle daño, Peter. Vine aquí... —Se detuvo y se frotó la nuca con
agitación antes de volver a empezar—. Tienes que ayudarme, hombre. Tenemos
que ir a buscar a Euge.
Peter lo estudió un minuto antes de señalar al desconocido en el pórtico.
—¿Quién es?
—Cash Marshall, un viejo amigo de la secundaria. Se encontraba con
nosotros cuando agarraron a Euge.
Los ojos fríos de Ryder se dispararon a mí. —¿Cash Marshall? ¡Tienes
que estar bromeando! —dijo con disgusto.
Mis ojos se redondearon con sorpresa. Cash había sido mi compañero de
laboratorio en nuestro último año de la escuela secundaria. También fue mi
cita para el baile. Y Peter había estado loco de celos. Por la expresión en su
rostro, supongo que el tiempo no cambió sus sentimientos.
—Mira Peter, necesito tu ayuda. Tengo que regresar con Euge —declaró
Vico, llamando nuestra atención.
—Vamos a platicar adentro —dijo Peter.
Los seguí hacia la casa mientras nos soplaba la suave brisa nocturna.
Los ruidos de la noche siguieron. Los sonidos nocturnos que una vez temí y
ahora llegué a amar. Me inducían a dormir por la noche y me daban la paz.
Eran mi canción de cuna. Y esta noche no existía paz. Mi mejor amiga se
hallaba en manos del enemigo. Allí sólo existía el terror.
A medida que subíamos los escalones del pórtico, sentí los ojos de Cash
en mí. Este hombre no era para nada el chico nerd desgarbado que recordaba
de la escuela secundaria. Ahora era alto y ágil con un corte de cara de piedra.
— Lali —dijo, su voz profunda en reconocimiento.
Apenas pude saludarlo antes de que Peter se posicionara delante de mí,
bloqueando la vista de Cash.
Su mirada de “ni siquiera lo pienses” revelaba mucho mientras él
observaba a Cash.—¿Me recuerdas? —preguntó Peter. Su voz era tranquila, pero alcancé a
oír la animosidad debajo.
—Sí, me amenazaste hace años —respondió Cash con frialdad, para
nada intimidado por Peter—. Algo acerca de darme una paliza si la lastimaba.
—Esta vez voy a matarte. —Las palabras de Peter destilaban veneno.
Cash asintió secamente. —Entendido, pero estoy aquí por Euge, no por
Lali.
—Entonces haremos esto.

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