capítulo 19

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No estaba segura de cuántos kilómetros recorrimos o cuánto tiempo
pasó, pero cuando el sol alcanzó su punto más alto, no podía caminar más. El
calor era insoportable. El agua se había terminado, no habíamos comido por
unas doce horas y todos sufríamos de agotamiento por la temperatura.
Pasamos unas pocas casas, pero decidimos no acercarnos a los
extraños. Ahora, la existencia misma de una persona era un desafío y la
mayoría estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a su familia y
su propiedad. Con sólo un cuchillo de caza entre nosotros cuatro, no
queríamos correr el riesgo de enfrentarnos a alguien que pueda disparar
primero y preguntar después. Necesitábamos una casa vacía, a salvo de
cualquier amenaza.
Tiré del ala del sombrero de Peter para bajarlo más en mi cabeza,
tratando de ocultar mi cara ya quemada del sol. El calor hacía que mi cuerpo
palpitara con cada latido. Me dolía la cabeza y mis piernas se acalambraron.
De repente, me di cuenta que ya no sudaba. Observando a Euge, vi que
parecía estar en la misma situación.
—Creo que euge y yo tenemos un golpe de calor —dije, tambaleándome en
mis pies—. Tenemos que parar antes de empeorar.
Vico corrió hacia Euge, repentinamente frenético. Sostuvo tiernamente
su rostro entre las manos, girándola hacia él. —¿Empeorar?
—El golpe de calor. Causará náuseas, vómito de la poca agua que
tenemos en nuestro sistema, desmayos, y finalmente la muerte —dije—. La
sala de emergencias lo ve todo el tiempo cuando las temperaturas son así de
altas.
—Una mujer murió el año pasado en la sala de emergencias de un golpe
de calor —murmuró Eugenia débilmente.
Peter me alcanzó su botella de agua. —Ten, toma el resto de mi agua.
Lo miré bajo el ala de mi sombrero. No podía tomar su agua. ¿Qué haría
si él sufría un golpe de calor? Todos necesitábamos mantenernos hidratados,
incluso él.
—No discutas conmigo, Lali —dijo con una voz baja y fría.—Bébela tú. Voy a estar bien. Sólo necesito un lugar para sentarme, de
preferencia bajo un poco de sombra —dije, el calor atacaba lo último de mi
energía.
—No te estoy preguntando, te digo que la bebas. —Su gorra de béisbol
podía ser capaz de cubrir su cara enrojecida por el sol, pero no lograba ocultar
la mueca en sus labios. Sabía que cuando Peter quería algo, generalmente lo
conseguía.
Agarrando la botella de agua, le di una mirada de “vete al infierno”
mientras bebía el resto de su agua tibia. Me miró de cerca, sus ojos nunca
dejando mi cara, hasta que se terminó la última gota. No era mucha, pero al
menos humedeció mi boca y garganta seca.
Satisfecho, me llevó hacia un pequeño grupo de árboles. No ofrecían
mucha sombra, pero no me importaba.
—Voy a explorar los alrededores, a ver si puedo encontrar una casa vacía
o alguna especie de refugio —dijo Peter. Le entregó el cuchillo a Vico y
comenzó a alejarse, su paso constante lleno de resolución.
Entrecerrando los ojos por el sol, lo observé. Su espalda musculosa se
contorneaba bajo la camiseta con barro incrustado y su parte inferior se veía
perfecta bajo sus pantalones cortos. Parecía robusto y salvaje con su
mandíbula barbuda y la piel bronceada. El calor debió haber afectado mi
mente, porque en lo único que podía pensar era en aferrarme a él mientras se
movía encima de mí. Gimiendo y gritando mientras me llevaba a un lugar
donde nunca antes había estado. ¡Oh, diablos! Empezaba a delirar. El golpe de
calor ya era inminente.
Lo seguí con la mirada hasta que dio la vuelta en la carretera. Por lo que
parecieron horas, me preocupé. Peter no tenía ningún arma, ninguna forma de
defenderse. No pude pensar en otra cosa hasta que dobló en la esquina. Por
fin, lo vi en la distancia.
—Esperemos que haya encontrado algo —dijo Eugenia.
—Si no lo hizo, estamos en problemas —le advertí, de pie con las piernas
temblorosas.
Pronto se detenía a mi lado, su alta figura bloqueando el sol. —Hay una
casa vacía a la vuelta de la esquina. Se ve cerrada a cal y canto, pero creo que
podemos entrar.
—No tienes que decírmelo dos veces. Vamos, chicas —dijo Vico,
recogiendo su mochila y la de euge. Peter se colgó las nuestras en su hombro y
esperó a que lo siga.
Cuando dimos la vuelta, vi la vieja casa estilo rancho. Se encontraba en
medio de un patio descuidado. La pintura blanca del revestimiento estaba
pelada y le faltaban algunas tejas. No muy lejos de ella, había un enormegranero que había visto días mejores y detrás de él, kilómetros de tierras de
cultivo.
Euge y yo seguimos a Peter y Vico por el camino de grava. El miedo me
puso nerviosa. ¿Qué pasaba si Peter se equivocó y todavía había gente? Ya
habíamos caído en una trampa, ¿caminábamos hacia a otra? Me acordé de la
sonrisa de Grasiento y su aliento repugnante. Mi paso vaciló cuando el
recuerdo hizo que un escalofrío se arrastrara sobre mí.
—Voy a revisar el granero. Quédense aquí con Vico —dijo Peter,
dirigiéndome una mirada dura antes de alejarse.
A pocos metros de nosotros, se detuvo. Vi como se frotaba la nuca y
miraba al suelo. Con algo parecido a frustración, se dio la vuelta y se dirigió de
nuevo a mí.
—Corre como nunca, Lali, si hay algún problema —dijo.
Tragué saliva nerviosamente y asentí en comprensión. De ninguna
manera lo dejaría atrás, pero él no necesitaba saberlo.
Lo vi alejarse con una sensación de intranquilidad. Si había gente en el
granero, Peter podría estar dirigiéndose a una emboscada. Con todos sus
tatuajes y mala actitud, podría asustar fácilmente a una persona y hacerla
actuar de forma imprudente y estúpida.
Contuve la respiración mientras esperaba. El tiempo parecía moverse
lentamente. Cada sonido me hacía saltar. Cada ruido, un recordatorio de cuán
vulnerables éramos.
Cuando Peter volvió a aparecer, el alivio me inundó.
—Creo que es seguro. Parece que nadie ha estado aquí recientemente.
Quien sea que viviera aquí se ha ido hace mucho —dijo, recogiendo las
mochilas
—Así que ¿nos vamos a quedar aquí? —preguntó Euge.
—Sí, pero tenemos que entrar por la puerta de atrás para que nadie nos
vea desde la carretera —dijo Peter. Empezó a caminar hacia la casa, seguido
de Euge y Vico.
Sus palabras cobraron sentido. —Esperen. ¿Vamos a forzar la entrada?
—pregunté con incredulidad.
Peter siguió caminando, de espaldas a mí mientras respondía. —Sí, ¿qué
creías que íbamos a hacer? ¿Una fiesta de té?
—¡No podemos hacer eso! ¡Hay gente que vive aquí! —dije, indignada.
Peter se detuvo y se giró para mirarme con exasperación. —Vamos a
hacerlo, Lali. No es tu decisión.
—¡No quiero ser parte de allanamiento de morada! ¡No somos criminales!—Bébela tú. Voy a estar bien. Sólo necesito un lugar para sentarme, de
preferencia bajo un poco de sombra —dije, el calor atacaba lo último de mi
energía.
—No te estoy preguntando, te digo que la bebas. —Su gorra de béisbol
podía ser capaz de cubrir su cara enrojecida por el sol, pero no lograba ocultar
la mueca en sus labios. Sabía que cuando Peter quería algo, generalmente lo
conseguía.
Agarrando la botella de agua, le di una mirada de “vete al infierno”
mientras bebía el resto de su agua tibia. Me miró de cerca, sus ojos nunca
dejando mi cara, hasta que se terminó la última gota. No era mucha, pero al
menos humedeció mi boca y garganta seca.
Satisfecho, me llevó hacia un pequeño grupo de árboles. No ofrecían
mucha sombra, pero no me importaba.
—Voy a explorar los alrededores, a ver si puedo encontrar una casa vacía
o alguna especie de refugio —dijo Peter. Le entregó el cuchillo a Vico y
comenzó a alejarse, su paso constante lleno de resolución.
Entrecerrando los ojos por el sol, lo observé. Su espalda musculosa se
contorneaba bajo la camiseta con barro incrustado y su parte inferior se veía
perfecta bajo sus pantalones cortos. Parecía robusto y salvaje con su
mandíbula barbuda y la piel bronceada. El calor debió haber afectado mi
mente, porque en lo único que podía pensar era en aferrarme a él mientras se
movía encima de mí. Gimiendo y gritando mientras me llevaba a un lugar
donde nunca antes había estado. ¡Oh, diablos! Empezaba a delirar. El golpe de
calor ya era inminente.
Lo seguí con la mirada hasta que dio la vuelta en la carretera. Por lo que
parecieron horas, me preocupé. Peter no tenía ningún arma, ninguna forma de
defenderse. No pude pensar en otra cosa hasta que dobló en la esquina. Por
fin, lo vi en la distancia.
—Esperemos que haya encontrado algo —dijo Euge.
—Si no lo hizo, estamos en problemas —le advertí, de pie con las piernas
temblorosas.
Pronto se detenía a mi lado, su alta figura bloqueando el sol. —Hay una
casa vacía a la vuelta de la esquina. Se ve cerrada a cal y canto, pero creo que
podemos entrar.
—No tienes que decírmelo dos veces. Vamos, chicas —dijo Vico,
recogiendo su mochila y la de Euge. Peter se colgó las nuestras en su hombro y
esperó a que lo siga.
Cuando dimos la vuelta, vi la vieja casa estilo rancho. Se encontraba en
medio de un patio descuidado. La pintura blanca del revestimiento estaba
pelada y le faltaban algunas tejas. No muy lejos de ella, había un enormegranero que había visto días mejores y detrás de él, kilómetros de tierras de
cultivo.
Euge y yo seguimos a Peter y Vico por el camino de grava. El miedo me
puso nerviosa. ¿Qué pasaba si Peter se equivocó y todavía había gente? Ya
habíamos caído en una trampa, ¿caminábamos hacia a otra? Me acordé de la
sonrisa de Grasiento y su aliento repugnante. Mi paso vaciló cuando el
recuerdo hizo que un escalofrío se arrastrara sobre mí.
—Voy a revisar el granero. Quédense aquí con Vico —dijo Peter,
dirigiéndome una mirada dura antes de alejarse.
A pocos metros de nosotros, se detuvo. Vi como se frotaba la nuca y
miraba al suelo. Con algo parecido a frustración, se dio la vuelta y se dirigió de
nuevo a mí.
—Corre como nunca, Lali, si hay algún problema —dijo.
Tragué saliva nerviosamente y asentí en comprensión. De ninguna
manera lo dejaría atrás, pero él no necesitaba saberlo.
Lo vi alejarse con una sensación de intranquilidad. Si había gente en el
granero, Peter podría estar dirigiéndose a una emboscada. Con todos sus
tatuajes y mala actitud, podría asustar fácilmente a una persona y hacerla
actuar de forma imprudente y estúpida.
Contuve la respiración mientras esperaba. El tiempo parecía moverse
lentamente. Cada sonido me hacía saltar. Cada ruido, un recordatorio de cuán
vulnerables éramos.
Cuando Peter volvió a aparecer, el alivio me inundó.
—Creo que es seguro. Parece que nadie ha estado aquí recientemente.
Quien sea que viviera aquí se ha ido hace mucho —dijo, recogiendo las
mochilas
—Así que ¿nos vamos a quedar aquí? —preguntó Euge.
—Sí, pero tenemos que entrar por la puerta de atrás para que nadie nos
vea desde la carretera —dijo Peter. Empezó a caminar hacia la casa, seguido
de Euge y Vico.
Sus palabras cobraron sentido. —Esperen. ¿Vamos a forzar la entrada?
—pregunté con incredulidad.
Peter siguió caminando, de espaldas a mí mientras respondía. —Sí, ¿qué
creías que íbamos a hacer? ¿Una fiesta de té?
—¡No podemos hacer eso! ¡Hay gente que vive aquí! —dije, indignada.
Peter se detuvo y se giró para mirarme con exasperación. —Vamos a
hacerlo, Lali. No es tu decisión.
—¡No quiero ser parte de allanamiento de morada! ¡No somos criminales!Separó la distancia entre nosotros rápidamente, sus zancadas igualando
su repentino mal humor.
—Necesitas agua y un refugio. Estoy haciendo esto por ti.
Crucé los brazos sobre mi pecho y me mantuve firme, negándome a ceder
o apartar la mirada de sus ojos calientes.
—¡Me niego a hacer esto!
— Lali, no me hagas enojar. Te voy a cargar a esa casa si tengo que
hacerlo.
—¡No lo harías! —dije, retrocediendo lentamente.
Peter dio un paso hacia mí, dejando caer la mochila en el suelo
polvoriento. La furia brillaba en sus ojos. Si yo fuera un animal pequeño y él el
depredador, entonces estaría a punto de ser su cena.
—¡Peter! ¡No te atrevas a tocarme! —Mi voz tembló mientras se acercaba.
Sabía que no me haría daño pero, maldita sea, me cansé de ceder ante él.
—¿O qué? —Caminaba lento, siguiéndome el paso—. ¿Qué vas a
hacerme si te toco? —Sus palabras dijeron una cosa, pero su voz dijo otra.
Eché a correr. Se lanzó hacia delante, envolviendo los brazos alrededor
de mi cintura y arrastrándome hacia él. Traté de escapar, pero me montó en su
hombro como si no pesara nada. El aire salió disparado bruscamente de mis
pulmones cuando aterricé duro contra él. Un súbito dolor corrió a lo largo de
mi caja torácica por el impacto. Mi cara se encontró con su espalda fuerte,
recordándome lo que había debajo de su camiseta.
—¡Peter! ¡Suéltame! —grité mientras él empezaba a caminar.
¡PLAF! Su palma conectó con mi trasero, deteniéndose en él más de lo
necesario.
—¡Ay! —chillé.
—¡Cállate, Lali! No estoy de humor para tus juegos —dijo con fuerza.
—¡No estoy jugando! ¡Es que no quiero entrar en la casa de una persona
inocente!
Peter me ignoró y continuó rodeando la casa. Colgada boca abajo, la
sangre comenzó a correr a mi cabeza. La herida sanando lentamente en mi
frente comenzó a latir con cada paso que daba.
─¡NO VOY A HACER ESTO! —grité.
Al llegar a la parte trasera, levanté la mirada para ver a Eugenia y Vico de
pie en un viejo porche de madera, mirándonos asombrados.
—¡No quiero que te mueras de hambre o de un golpe de calor, así que
cierra la puta boca! —dijo Peter fuertemente mientras caminaba por las
escaleras, conmigo saltando sobre su hombro.¿Estaba dispuesto a forzar la entrada por mí? Era tan inapropiado, pero
tenía que admitirlo, también romántico. Oficialmente Peter había convertido
mi mente en papilla, decidí con desesperanza. Ahora yo era una de esas chicas.
Enferma de amor, linda, tonta y completamente loca, como aquellas con las
que siempre se relacionaba. ¡Genial!
Miré a Euge. Sus ojos verdes estaban redondos por la impresión. Gesticulé
con la boca “ayuda” y tuvo el descaro de sonreír dulcemente. ¿Qué pasó con la
chica que había amenazado con golpear a Peter? ¿A dónde se fue?
—¿Vas a comportarte? —preguntó Peter.
Yo echaba chispas. ¡No era una niña! ¡Cómo se atreve a tratarme como tal!
Iba a tomar represalias cuando se me ocurrió una idea. Aflojando mi
cuerpo, dije débilmente—: Bájame, Peter. Me estás haciendo daño.
Funcionó. Al instante me puso sobre mis pies, manteniendo los brazos
alrededor de mi cintura. La preocupación sustituyó la irritación de su rostro.
—Entonces, ¿deberíamos romper una ventana o intentar con la puerta?
—preguntó Vico, impaciente.
—Déjenme intentar por la puerta —dijo Peter, soltando mi cintura. La
madera era vieja y colgaba de sus bisagras. Él movió el picaporte, chocó su
hombro contra ella y luego se inclinó para mirar la cerradura.
—¿Tienes el cuchillo? —preguntó, extendiendo la mano hacia Vico.
Brody le entregó el cuchillo y observó cómo Ryder clavaba la punta entre
la puerta y la cerradura. Con todas sus fuerzas, trató de calzar la puerta para
abrirla
—No sirve. Vamos a tener que romper la ventana.
Sólo había una ventana que seríamos capaces de alcanzar. Estaba cerca
de la puerta y parecía pequeña, apenas lo suficientemente grande para que
una persona la atravesara.
Vi con asombro y espanto cómo Peter se quitaba la camiseta sobre su
cabeza y comenzaba a envolverla alrededor de su mano. Cada movimiento
hacía que sus músculos se flexionaran, sus tatuajes se movieran y sus bíceps
se abultaran.
—Cierra la boca, Lali —susurró Euge a mi lado.
Los ojos de Peter se encontraron con los míos y sus labios se torcieron
con diversión. Sonrojada, aparté la mirada. ¡Maldición! Pensé que estaba
controlada de nuevo y luego él tiene que quitarse la camiseta.
Volviendo su atención a la ventana, echó hacia atrás el puño y lo dejó
volar, golpeando el vidrio. Se rompió. Si no fuera por esa camiseta, se habría
cortado los nudillos, recordándome todas las noches que había aparecido en mi casa con las manos ensangrentadas tras peleas de bar. Lo curaba y luego lo

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