Capitulo 12

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Levanté la mirada cuando escuché el galope de unos caballos hacia
mí. Dos hombres montaban a toda velocidad, dirigiéndose en mi dirección
con rapidez. Cada uno se inclinaba hacia delante sobre los cuellos de sus
caballos, sujetando con fuerza las riendas mientras sus miradas se
enfocaban en mí.
Gavin y Cash se bajaron de las sillas de montar antes de que los
caballos siquiera se hubieran detenido. Con las armas en alto, corrieron
hacia mí, cerrando la distancia con urgencia y cautela.
—¡Ayúdenme! —grité; y el sonido salió con esfuerzo de mi garganta.
Mis manos y mis pantalones estaban cubiertos de sangre. Incluso el suelo
en donde me encontraba se hallaba salpicado de rojo.
Cuando Gavin vio a peter tirado en el suelo, se echó la escopeta en
torno a la espalda y se dejó caer de rodillas al suelo al lado de él. —¡Dulce
Jesús! —dijo con voz entrecortada.
—¡Por favor, ayúdalo! —llore, todavía presionando la herida a pesar
de que la sangre cubría mis manos—. ¡No va a parar de sangrar!
Gavin retiró mis manos del camino y puso el cuerpo de peter más
cerca. Sin esfuerzo, lo levantó y lo llevó hasta su caballo como si no pesara
nada. Observar a un hermano llevar a otro era mucho para asimilar. Me
acurruqué en una bola, meciéndome hacia delante y hacia atrás mientras
los sollozos atormentaban mi cuerpo.
No me resistí cuando Cash me instó a ponerme de pie, colocando la
mano debajo de mi codo para sostenerme. Traté de no pensar en la sangre
embadurnada sobre mí o en Gavin acuñando a su hermano menor en sus
brazos como un niño.
Observé como ponía a peter sobre la silla, manteniéndole una mano
encima. Al subirse, Gavin clavó los talones en el costado del caballo, yendo
a todo galope mientras se aferraba a su hermano.
Cash se apresuró a ayudarme a subir a su caballo. No creía que
alguna vez haya subido tan rápido a una silla de montar. Cuando se montó detrás de mí, me di cuenta que mi caballo había desaparecido. Nisiquiera noté que ella se había ido. Estaba demasiado ocupada tratando demantener vivo a peter.
Cuando nos detuvimos frente a la casa de claudia, parecían
haber pasado horas. Salí de la silla antes de que Cash pudiera detener al
caballo y dejarme desmontar.
—¡MAMÁ! —gritó Gavin mientras bajaba a Peter de la silla. No pude
apartarle la mirada mientras lo llevaban a través del patio.
Janice abrió la puerta y dejó escapar un alarido. Por un momento,
parecía haber visto un fantasma. Sus ojos redondeados nunca dejaron de
ver a Peter.
—Está muy mal herido, mamá —dijo Gavin, corriendo por delante de
ella hacia la casa.
Fui hacia el pórtico tomando dos pasos a la vez, observando cuando
la puerta se cerró detrás de ellos. Se me aceleró el corazón, provocándome
mareos. Apartando las lágrimas, abrí la puerta y corrí hacia la cocina. En
segundos, corría hacia el pasillo, con Cash justo detrás de mí.
Me detuve en la puerta de la habitación, viendo como Gavin bajaba
con cuidado a Peter en la cama de gran tamaño. Su cabeza cayó hacia un
lado y gruñía de dolor. Me sentía muy mal. Se había ido el bronceado que
siempre marcó su piel. Ahora se veía pálido.
Janice comenzó a desabotonar su camisa de inmediato, buscando la
fuente de la sangre. Sus manos se movieron con eficiencia, haciendo más
rápido el trabajo con los botones.
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó, mirándome. La conmoción de
su rostro desapareció. Ahora parecía determinada.
—Salió de los bosques entre mi casa y la suya —contesté, con voz
temblorosa.
Le quitó su camisa y jadeó. Su pecho estaba cubierto de sangre. En
algunos lugares, era de color rosa pero en otros era de un rojo oscuro, casi
negro. Había un vendaje en su lado izquierdo, en la parte baja cerca de su
cadera. Estaba sucio y parecía como si hubiera estado allí por un tiempo.
Recordé cuando Gavin dijo que Ryder había recibido un disparo durante la
escaramuza para sacar a Euge. Sabía que era esa vieja herida, algo que no
fue atendido debidamente. Pero toda la sangre venía de su lado derecho.
Un agujerito, del tamaño de una moneda de diez centavos, estaba a cinco
centímetros por debajo de su última costilla. La sangre goteaba desde el
agujero, corriendo por un lado.
—Oh, diablos —susurró Cash desde atrás.
Al oír la angustia en su voz, me estremecí.
—Cash, ve y consigue unos trapos y agua limpia —pidió Claudia; sus
ojos nunca dejaron a su hijo.Cash salió corriendo de la habitación pero yo no podía apartar la
mirada de Peter. Se veía sin vida, sin nada parecido al hombre que se fue
hace unos meses. Temía que con cada gota de sangre, se desvanecía cada
vez más su vida. Me iba dejando con cada gota a la vez.
— Lali, ¿sabes dónde está el botiquín de primeros auxilios? —
preguntó Claudia, mirándome.
Asentí, tratando de enfocarme en ella.
—Bueno, ve a buscarlo.
Salí corriendo de la habitación, forzándome a apresurar mis piernas.
Me dije que tenía que ser fuerte. Por él. Por nuestro bebé.
En el baño, abrí la puerta del armario para la ropa, ignorando la
sangre que quedó en el pomo. Recorrí el contenido frenéticamente con la
mirada, buscando el gran recipiente que contenía nuestros suministros
médicos. ¿Dónde está? ¿Dónde diablos está?
Mis ojos se posaron sobre una caja transparente en el centro del
armario. Eso era lo único que teníamos de nuestros suministros médicos.
No era mucho pero podría salvar la vida de Peter.
En cuestión de segundos, regresé a la habitación, con el contenedor
en mis brazos.
—Necesito el estetoscopio —dijo Claudia mientras ponía el contenedor
al pie de la cama.
Se lo pasé rápidamente. Tragando con fuerza, mis ojos se dirigieron
hacia Peter, con miedo de lo que encontraría pero incapaz de mirar hacia
otra parte.
Su rostro se hallaba cubierto de sangre, cortes y contusiones. Una
barba abundante cubría la mitad inferior de su rostro, escondiendo unos
cortes y contusiones. Sus mejillas y mandíbula no vieron una máquina de
afeitar desde que se fue, haciéndolo casi irreconocible.
Observé como su pecho subía y bajaba lentamente. Demasiado
lento. Quería alcanzarlo y tocarlo pero temía lastimarlo en caso de hacerlo.
Temía que desapareciera si lo tocaba.
Cash regresó a la habitación, con los brazos cargados de toallas y un
cubo de agua. Puso las toallas en la cama y el cubo de agua cerca de
Gavin, que agarró la toalla y la presionó en la herida, para contener la
sangre.
Observé mientras Claudia trabajaba frenéticamente. Su cuerpo rozó el
mío, recordándome que probablemente estorbaba pero no podía moverme.
Necesitaba estar cerca de él.
La habitación quedó en silencio mientras ella escuchaba su corazón
y pulmones. La vi alzar la mirada hacia Gavin, y la expresión en su rostro era seria.
— Lali, deberías irte —dijo ella, exigiéndolo en lugar de sugerirlo.
Sacudí la cabeza, negándome a moverme. No iba a ninguna parte.
Por meses había esperado el regreso de Peter. No iba a alejarme ahora que
por fin llegó a casa.
Por el rabillo del ojo, vi que Gavin le echaba un vistazo a Cash y
asentía en mi dirección.
Cash cruzó la habitación hacia mí. —Vamos a esperar afuera,
Lali. Dejemos que hagan lo que saben.
—No me voy.
Antes de que él pudiera discutir, entró Eugenia, seguida por el papá de
Peter, Juan Pablo. Su mirada era una que jamás había visto. El temor por su
hijo mal herido se marcaba en su piel dura, haciéndolo parecer más viejo.
Euge jadeó al ver a Peter. Se cubrió la boca, sofocando otro jadeo
cuando vio toda la sangre.
—¿Qué…como llegó hasta aquí? —tartamudeó Juan Pablo—. ¿Qué tan
mal está?
—No es momento para preguntas, papá —dijo Gavin, tomando otra
toalla limpia.
Mientras Claudia trabajaba en Peter, yo lo observaba a través de mis
lágrimas. Con cada inhalación suya, contuve la respiración, temiendo que
fuera la última.
Extendí la mano. Tengo que tocarlo otra vez. Necesito sentirlo. Mis
dedos rozaron su pantalón. Sentí la mugre bajo mis dedos. Estaba sucio,
su ropa era nada más que suciedad. Mantuve mi mano en su pantorrilla,
haciéndole saber mi presencia. Siempre estaría aquí.
Vi como forzaba sus ojos para abrirlos. Capilares sanguíneos habían
irrumpido en la parte blanca, haciendo que se vieran como inyectados en
sangre. Su rostro se contrajo de dolor y empezó a toser, sonando como si
estuviera luchando por respirar.
Deje escapar un grito y traté de inclinarme sobre él pero Claudia me
sacó del camino, empujándome hacia Euge. —¡Cash, sácala de aquí! —gritó.
Cuando Cash agarró mi mano y comenzó a arrastrarme lejos, me
puse frenética. Me asusté.
—¡NO! —grité, luchando contra él. Mis uñas rotas rasgaban la parte
superior de su mano, dejando marcas.
—Déjalos hacer su trabajo, Lali —dijo con calma, llevándome
hacia la puerta.¡Maldito seas por estar siempre tan tranquilo! ¡Peter podría morir!
—¡Me quedo! —argumenté, liberándome de sus manos y plantando
mis pies firmemente.
¡Tendrán que dejarme inconsciente para sacarme de aquí!
Gavin me miró, dándome solamente un mirada rápida antes de
aplicar más presión en la herida de bala. —Deja que se quede. Peter la
querrá aquí si despierta —dijo él.
Cash dio un paso hacia atrás, proporcionándome espacio.
No perdí tiempo y regresé al final de la cama. Peter había vuelto a
caer en la inconsciencia pero seguía sangrando. Mis ojos se movieron de
su cara a su cuerpo, asimilando cada centímetro. Sus botas de montaña
captaron mi atención. Eran las mismas que había usado cuando se fue.
Desaparecieron los cordones de una bota. La otra solo tenía media suela.
Recordé verlo pasar por encima de las ramas y palos rotos el día que me
llevó a cazar. Había usado las mismas botas. Y cuando se me acercó en su
habitación, acechándome en la oscuridad, esas botas le cubrían los pies.
Habían estado al lado de la cama mientras hacíamos el amor, olvidadas,
cuando hizo temblar de deseo a mi cuerpo. Ahora aquí estaban, en frente
otra vez. A centímetros de distancia de donde su niño descansaba dentro
de mí.
Cerré los ojos. Las lágrimas sobrepasaron mis pestañas, dejando
rastros al correr por mis mejillas. No sé si puedo hacer esto.
— euge, ven aquí —espetó Claudia, y la tensión en su voz me obligó a
abrir los ojos—. Ayuda a Gavin.
Agarró un trapo y comenzó a limpiar la sangre del costado de Peter.
Parecía que nunca dejaría de sangrar. Está perdiendo demasiada.
La habitación parecía como algo sacado de una película de terror.
Claudia gritaba, Gavin trabajaba frenéticamente para detener la sangre, y
yo seguía parada al pie de la cama, observando todo lo que pasaba en
cámara lenta.
De repente Peter comenzó a gemir y a retorcerse, haciendo que la
sangre fluyera más rápido. Cubrí mi boca para ahogar los sollozos, viendo
como el dolor atormentaba su cuerpo.
Claudia luchaba para sujetarlo mientras apartaba una venda sucia de
su piel. Una secreción verdosa se pegó al material y a su piel. Una espesa
sustancia oscura cubría la herida. Parecía barro seco.
—Él la cubrió para protegerla —dijo Gavin—. Es una herida de bala
vieja.
—Está infectada —murmuró Claudia. Luego su voz salió autoritaria—
: Cash, ven aquí. —Treinta años como enfermera de emergencias le daba elderecho de gritar órdenes y exigir acción.
Cash estuvo a su lado en segundos, esperando las instrucciones.
—Sujétalo.
Él puso las manos en los hombros de Peter, empujándolo contra el
colchón.
Claudia recogió una botella de suero salino del botiquín de primeros
auxilios. —Sujétalo fuerte —le ordenó a Cash.
Tomó una visible respiración profunda y vertió el líquido puro en la
vieja herida. Tan pronto como el líquido frio golpeó su piel, Peter rugió de
dolor. El sonido lastimó mis oídos y mi corazón, casi doblándome.
Luchó para sentarse y pelear contra quien lo torturaba pero Cash lo
mantuvo abajo, usando toda su fuerza.
Bajo el pelo sucio y la barba enmarañada, vi su agonía. Desgarraba
mis entrañas y sus aullidos de dolor resonaban en mi mente.
—¿Sigues con nosotros, Lali? —preguntó Gavin, presionando la
herida de Peter.
Asentí mientras las lágrimas corrían por mi rostro.
—No vas a desmayarte, ¿cierto? —preguntó.
Bajé la mirada a sus manos. Se encontraban completamente rojas,
manchadas con la sangre de Peter.
—Estoy bien —logré decir, determinada a ser fuerte. No iba a dejarlo
solo. Podía hacer esto.
Cuando Peter cayó en la inconsciencia de nuevo, Claudia pasó junto
a mí hacia el otro lado de la cama. Apartó a Cash del camino y removió la
toalla que cubría el costado de su cuerpo.
—Otra herida de bala —dijo ella—. Maldita sea, le dispararon dos
veces.
Vi el dolor en su rostro y sabía que apenas mantenía la entereza. Él
ya no era un paciente, era su hijo herido acostado allí.
—Vamos a voltearlo —dijo.
Cash y Gavin lo voltearon suavemente, haciendo que se quejara del
dolor.
—¡Oh, Peter! —exclamó Claudia en voz baja y en estado de shock
mientras miraba fijamente su espalda—. Mi bebé.
Ante mis ojos, se convirtió en una madre preocupada por su hijo, no
solo una enfermera ocupándose de un paciente. Con su mano delgada le
retiró tiernamente el cabello largo de su frente.—Él fue siempre el rebelde. Tratando de probarse a sí mismo. Le he
dicho tantas veces que no se meta en problemas. Que se ocupe de sus
propios asuntos. Es tan parecido a ella —murmuró.
Mis lágrimas se secaron mientras sus palabras se repetían en mi
cabeza. ¿Es tan parecido a ella? ¿Quién es ella?
—Mamá, ¿de qué hablas? —preguntó Gavin, preocupado.
Claudia lo miró; la comprensión fue visible su rostro. Era obvio que se
le escapó lo que dijo. Secándose la frente con el dorso de la mano, se
aclaró la garganta y miró a su marido con preocupación.
—Más tarde, Gavin —dijo Juan Pablo con una voz brusca, cambiando su
peso a su otro pie en la entrada.
Gavin abrió la boca para discutir pero Claudia lo interrumpió. —
Vamos a cuidar de tu hermano —dijo, volviendo a ser la enfermera a cargo.
Inclinándose, pasó las manos por la espalda, palmeando su costado—. No
hay salida de la herida. Eso quiere decir que la bala sigue dentro.
Del equipo de primeros auxilios, Claudia sacó una bolsa sellada que
contenía unas pinzas quirúrgicas esterilizadas.
Después de poner una toalla bajo el costado de Peter, vertió alcohol
sobre sus manos con el fin de limpiarlas. Luego abrió la bolsa y removió
las pinzas, con cuidado de no dejar que el instrumento esterilizado tocara
algo más.
—Voy a tener que buscar la bala. Esto va a doler mucho así que
sosténganlo con fuerza, chicos —les instruyó.
Con una mano firme, introdujo la punta de las pinzas en las costillas
de Peter. Él comenzó a gritar de dolor, sonidos que nunca le escuché.
Quería taparme los oídos pero no podía. Necesitaba oírlo. Necesitaba saber
que estaba vivo y respirando.
Él comenzó a sacudirse de un lado al otro, tratando de alejarse del
dolor. Sus brazos se extendían y se inclinó sin doblar las rodillas como si
estuviera tratando de escapar del dolor. Gavin y Cash lo sujetaban contra
el colchón para mantenerlo inmóvil.
Cerré los ojos; no quería verlo sufrir. Sus gritos seguían y seguían,
golpeándome como un dardo envenenado una y otra vez. Las lágrimas
corrían más rápido por mis mejillas. ¿Cuándo terminaría? No puedo
escucharlo así. Si la bala se hallaba en lo profundo, Janice no sería capaz
de alcanzarla. Sin un doctor o un hospital, podría morir en su propia cama
de infancia. La idea no se iba de mi mente.
Me cubrí la boca con una mano, conteniendo un grito mientras sus
gritos seguían y seguían. No podía alejarme pero no quería escuchar más.
Si perdía al hombre que amaba y al padre de mi bebé, se acabaría mi vida.De repente, los gritos se detuvieron. Abrí los ojos, petrificada por lo
que encontraría.
Peter lucía pálido e inmóvil. Por un instante, quedé paralizada, con
temor de que estuviese muerto; pero entonces vi la subida y bajada de su
pecho. Arriba. Abajo. Pausa. Arriba. Abajo. Pausa.
Las lágrimas de claudia aterrizaron en el cuerpo de Peter, y se
mezclaron con su sangre mientras continuaba con la búsqueda de la bala.
Gavin limpió la sangre con sus suaves y gentiles manos, y ella permanecía
como una roca mientras indagaba en busca de la pieza perdida de metal.
Cómo persistía tan perfectamente inmóvil, sin que temblaran sus manos,
no lo sé.
Todos contuvimos el aliento. Nadie habló. Nadie se movía más que
Claudia. Euge me dirigió una mirada desolada. Solo ella sabría el desastre
que yo era en ese momento, cuán apenas podía mantenerme fuerte. Juan Pablo
seguía de pie en la esquina de la habitación, inquieto mientras esperaba
cualquier señal de que su hijo estuviera bien.
En tanto esperaba, los recuerdos me invadieron de nuevo, como una
vieja película reproduciéndose silenciosamente en la pantalla. Peter y yo
jugando cuando niños. Saliendo como adolescentes. Bailando cerca en la
pista. Haciendo el amor en medio de la noche. Cada recuerdo grabado por
siempre en mi memoria. Recordaba cada detalle, cada toque, cada vez que
me miraba. Todas las pelea que tuvimos, cada sonrisa que me dio. Todo se
encontraba ahí y nunca iba a desaparecer.
Cuando Claudia retiró la bala, solté un tembloroso suspiro. Mi cuerpo
pareció perder todo el peso. Me sostuve del marco de la cama, luchando
con la urgencia de arrodillarme de alivio. Todavía no se hallaba fuera de
peligro, pero al menos se encontró y sacó la bala.
Ahora era un deformado pedazo de metal, luciendo más como un
bultito de acero que una bala. Janice la tiró sobre la cama y de inmediato
presionó un paño en la herida cuando la sangre se deslizaba por el lado.
Observé con desesperanza la mirada que le dio a Gavin. Sabía que
algo iba mal, pero tenía miedo de preguntar. Mi mente se enloqueció
cuando pensé que todo podría ir mal. La bala puede que haya cortado
algún musculo o alguna arteria principal. Él podría estar muriendo ahora,
justo frente a mis ojos.
—Maldita sea, Cash, ve a conseguirle algo para sentarse —ordenó
Gavin, mirándome fijamente mientras bajaba otra toalla ensangrentada al
suelo—. Si vas a ser malditamente terca, Lali, puede que también te
sientes antes de que te caigas.
Cuando me encontré con su mirada, vi el miedo dominar la frialdad
que se instaló últimamente en ellos. Supe inmediatamente que estaba
asustado. Petee no va a lograrlo. Se hallaba escrito por todo el rostro deGavin. Alejé la mira, rehusándome a creer algo tan terrible.
Cuando Cash fue a buscar la silla, observé con miedo como Claudia
limpiaba sus manos en una toalla limpia. Estaban repletas de rojo con
sangre bajo sus uñas.
— Euge, dame una aguja e hilo. Creo que están en el botiquín —pidió
Claudia, señalando el lugar.
Euge le entregó todo cuando Cash trajo una silla para mí. Me senté,
sin alejar mis ojos de Peter.
Claudia vertió alcohol en el hilo y aguja. —No es lo más higiénico,
pero es lo mejor que puedo hacer ahora. Tenemos que cerrar esa herida lo
más pronto posible antes de que se infecte.
—¿Seguro que puedes hacer esto? —le preguntó Gavin a su mamá,
observando fijamente las lágrimas que caían por su rostro.
—Puedo hacerlo —respondió, sonando exhausta. Suspiró una vez y
sabía que ver tan inmóvil a Peter y envuelto en sangre, era mucho para
ella.
—¿Por qué no me dejas a mí? Sé cómo poner puntos —dijo Gavin,
ofreciendo su mano.
Claudia cerró los ojos fuertemente y asintió, dándole la aguja e hilo.
Tan pronto como se cerró la herida, la antigua fue vendada de nuevo
y su pecho fue limpiado de la sangre. En ese momento, la temperatura de
PeterRyder había subido.
—Hay que revisar los cortes en su espalda, pero todavía no quiero
moverlo —murmuró Claudia, más para ella que para cualquiera.
—¿Cómo demonios las obtuvo? —preguntó Juan Pablo, alejándose de la
pared y parándose por completo. Detrás de su barba gris y las arrugas que
rodeaban sus ojos, vi el enojo de que alguien lastimara a su hijo.
—Parecen marcas de latigazos —le contestó Gavin—. Alguien lo
golpeó y azotó. Algunas son cicatrices, otras son nuevas. Cualquiera que
haya hecho esto, lo ha estado haciendo por un tiempo.
¡Oh, Dios! Pensar en Peter siendo golpeado fue una tortura en sí. Me
obligué a respirar profundamente. Todo estará bien. Sobrevivirá. Es fuerte
y orgulloso. No se rendirá tan fácilmente.
Claudia se acercó a mí, abrazándose con fuerza. —No está muy bien,
Lali. No sabemos si la bala golpeó algo vital y perdió mucha sangre. —
Miró a Peter, yaciendo petrificado en la cama—. Las próximas cuarenta y
ocho horas serán críticas. Necesitamos llegar a un acuerdo con el hecho de
que puede no lograrlo.
—No. No —dije, levantándome lentamente de la silla. El labio inferior de Claudia comenzó a temblar. Las emociones que se
aseguró de resistir finalmente se desencadenaron; sus silenciosas lágrimas
se transformaron en grandes sollozos que sacudían todo su cuerpo y la
hicieron encorvarse de dolor. Rápidamente la envolví en mis brazos, sin
querer verla sufrir así.
Juan Pablo la alejó de mí, y envolvió los brazos a su alrededor. —Vamos a
sentarnos por un rato. Estás a punto de derrumbarte —dijo, ayudándole a
sentarse.
Mientras Juan Pablo consolaba a Claudia, caminé hacia la cabecera de la
cama, con la concentración solo en Peter. Una venda blanca envolvía su
cintura. Los tatuajes aún decoraban su cuerpo, pero ahora lucían severos
en su piel pálida. Levanté una mano temblorosa, con miedo de tocarlo,
más necesitando sentirlo contra mis dedos. Toqué su frente. Ardía. Hervía
en fiebre, otro problema que amenazaba con su vida.
—¿Te dijo algo? —preguntó Gavin, limpiándose con una toalla limpia
las manos ensangrentadas mientras esperaba mi respuesta.
—Solo mi nombre y que pensó que estaba muerto —respondí con voz
temblorosa.
—¿Viste a alguien más?
Incliné a un lado la cabeza, mirándolo fijamente. —Si hubiese visto a
otra persona, ¿no crees que ya te habría dicho?
Mirándome fijamente, Gavin bajó las esquinas de su boca, haciendo
un mohín desaprobador. Lo miré, resistiéndome a empujarlo lejos de mí.
Peter estaba en riesgo de muerte; no necesitaba preguntas estúpidas.
—Sí, pero estabas enojada así que quizás lo olvidaste —contestó,
llevando su atención a su papá y Cash—. Su herida de bala se ve como de
hace unas pocas horas. Quien sea que le disparó, está cerca.
Sentí la sangre abandonar mi cuerpo. Sus palabras trajeron una
imagen de un ejército entero corriendo por el bosque, armas elevándose y
gritos de guerra resonando por todo el área. Todo por la sangre de Peter.
—O bien cualquier persona al azar le disparó… —comenzó Cash.
—O lo están cazando —terminó Gavin, mirándolo fijamente.
Vi un mensaje silencioso entre ellos, uno que me puso nerviosa.
—Estoy en ello —dijo Cash, volteándose y cruzando la habitación;
sus largas piernas haciendo el trabajo en el piso de madera. A la salida,
recogió su sombrero de vaquero y lo situó en la cima de su cabeza,
ajustándolo.
—Revisaré la casa y graneros —agregó Juan Pablo, pasando su mano por
el hombro de Claudia antes de irse.Después de que se fuera su papá, Gavin se pasó la mano por su
rostro, pensando intensamente. Por último, miró a Euge. —¿Dónde está
Vico?
—No… no lo sé —respondió con duda.
Se dirigió a la puerta con paso rápido. —Quédense aquí. Si él se
despierta, traten de que beba algo de agua. Está deshidratado y con esa
fiebre, debe estar hidratado. —Miró a Euge—. Iré a encontrar a Vico, luego
debemos cerrar la carretera. Si los terroristas están cazando a Peter, los
trajo directo a nosotros.
Euge y yo nos miramos cuando Gavin se fue, intentando comprender
qué sucedía. Peter se encontraba en riesgo de muerte y los terroristas
pueden estar siguiéndole, poniéndonos a todos en peligro.
Euge miró por la habitación y cambió el peso al otro pie. Podía notar
que no sabía qué hacer. Vico estaba perdido y nosotros éramos blancos
de ataque. La conocía lo suficientemente bien para saber que, como yo,
necesitaba mantenerse ocupada en algo para distraerse de la creciente
crisis. Fijándose en las toallas ensangrentadas en el suelo, se agachó para
tomarlas.
—Voy a buscar algo para desechar esto —dijo, caminando hacia la
puerta.
La escuché, pero mi concentración permanecía en Peter. Sabiendo
que no me encontraba sola en mi angustia, miré a Claudia, sentada inmóvil
en la silla. Su rostro fue tapado por las manos, escondido detrás de sus
dedos.
—¿Claudia? —pregunté vacilante.
Alejó las manos y cuando levantó la mirada, vi desesperación en sus
ojos.
—Oh Dios, Lali. Debí haberle dicho. Merecía saber la verdad —
lloró, poniéndose de pie—. Ahora él nunca lo sabrá.
—¿De qué estás hablando? —pregunté recelosa.
—Tuve una hermana —comenzó, limpiándose las lágrimas—. Era
rebelde, siempre rehusándose a seguir las reglas de alguien. Hacía lo que
quería, cuando y con quién quería. ¿Te suena conocido?
Asentí, sorprendida de nunca haberla escuchado hablar de su
hermana.
—Era cinco años menor que yo. Mis padres no podían controlarla y
yo tampoco. Siempre se metía en problemas y, luego, dejó la secundaria.
No la vi mucho después de eso. Entraba y salía de rehabilitación por
drogas o alcohol la mayoría de las veces, y cuando no era así, se mudaba
con frecuencia. Pero un día, recibí una llamada. Se hallaba en el hospital.Pensé que estaba herida o en problemas, pero llamó para decir que iba a
tener un bebé. Gavin tenía tres años en esa época. Lo alcé y me fui a la
ciudad, desesperada por ver a mi hermana… y su nuevo bebé. Había sido
casi un año desde que la vi.
Su mirada era distante, mientras recordaba el pasado. —Entré a la
habitación del hospital y vi a mi hermana con un bebito. Era tan hermoso
con los ojos más verdes que alguna vez he visto. Se parecía tanto a Gavin
que era como si estuviese viendo a mi propio bebé.
Observé a un Peter inmóvil en la cama. Mi corazón latía más fuerte.
Sabía adónde se dirigía esto.
—Ella no lo tocaba. Se rehusaba a mirarlo y me rogó que me lo
quedara. Insistió que no quería estar atada a nadie. Ni siquiera su propia
carne y sangre. — Claudia se agachó para acomodar la sabana alrededor de
las piernas de Peter—. Así que más tarde ese día, lo llevamos a casa.
Peter ha sido nuestro desde entonces.
Todo tenía sentido. Todo. Por qué Peter pensaba que no pertenecía a
su familia. Por qué nunca sintió que era tan bueno como Gavin frente a los
ojos de sus padres. Siempre decía que no encajaba con ellos, que sus
padres lo miraban diferente. Claudia y Juan Pablo deben haber visto a su madre
biológica en él: alguien rebelde e indomable. Una persona que no seguía
las reglas y no le importaba pagar las consecuencias de ello.
—¿Por qué no le dijiste? —pregunté—. Tenía derecho a saber.
Sacudió la cabeza y comenzó a recoger los utensilios de primeros
auxilios, llevándolos de nueva al botiquín con movimientos torpes. —Nadie
lo sabe, ni siquiera Gavin. Traté de que mi hermana viviera con nosotros
después de ser dada de alta en el hospital, pero lo rechazó. Pienso que
tenía miedo de encariñarse con alguien, incluyendo a su bebé. Unas pocas
semanas después, la localicé. Se alojaba a unos cuantos pueblos de
distancia, destrozada y durmiendo en una habitación de mala muerte con
otras personas. Se enfadó y me gritó por encontrarla. Así que me fui.
Después de eso, solo la vi una vez. Estaba drogada y apenas supo quién
era yo.
—Lo siento mucho, Claudia —dije suavemente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Las quitó y continuó—:
Cuando Peter tenía dos años, recibí otra llamada. Ella había muerto de
sobredosis. Con Juan Pablo simplemente pensamos que no era necesario decirle
lo de la adopción. Él era nuestro. Lo hemos criado desde el instante en que
tenía horas de haber nacido. No importaba quién lo trajo a la vida; él era
nuestro hijo.
—Se parece a ti y a Gavin —dije, tratando de comprender todo lo que
decía.—Mi hermana era mi vivo retrato. No tengo idea quién fue el padre
de Peter. Ni siquiera creo que lo supiera ella.
—¿A eso te referías cuando dijiste que él es igual a ella? —pregunté.
—Sí. Cada vez que Peter llegaba ebrio o cubierto de moretones por
una pelea, veía a mi hermana. No tenía escrúpulos al ponerse en peligro a
sí misma y él es igual. Siempre que él se rebelaba, veía las actitudes de
ella, todas las veces que sobrepasaba sus límites. Heredó su pasión por la
vida, pero también su imprudencia. En el fondo, era una buena persona;
solamente estaba perdida.
Levantó la mano y tocó mi mejilla; sus dedos se sintieron fríos contra
mi piel. —Mi hermana no tenía a nadie, se negaba a dejar que alguien se
acercara. Pero Peter te ha tenido todos estos años, para mantenerlo con
los pies en la tierra. Los observaba jugar juntos cuando niños. He visto el
modo en que te mira. Eres la única persona que deja entrar en su vida.
Quizá sea alguien de trato difícil y grosero, pero te ama más que a nada en
este mundo.
Las lágrimas cayeron por mi rostro, entristecidas por el bebé que fue
menospreciado por su propia madre. El niño que pensó que no pertenecía.
El hombre que aún seguía herido.
—Cuando se despierte, le diré. Debo hacerlo, pero solo espero que
nos perdone por ocultarle la verdad. —Mojó un paño y me la entregó—.
Mantenlo lo más frío posible, Lali. Si su temperatura sube…
Tomé el paño que me ofrecía, asintiendo distraídamente. Sabía que
si su temperatura subía de los cuarenta grados, las células en su cerebro
comenzarían a fallecer. Su corazón se esforzaría más para llevar sangre a
sus extremidades. Posteriormente, sus órganos dejarían de funcionar. Él
moriría. La idea hizo que mi garganta se cerrase, ahogándome. Sacando
todo el aire de la habitación.
Con una mano temblorosa, sostuve el paño mojado y lo pasé por el
pálido rostro de Peter. Su cabello estaba largo y enredado. La suciedad
inundaba cada hebra y creaba una barba en su cara. No sabía qué hacer,
dónde comenzar. Me sentía inservible y temerosa.
Pero debía ser fuerte. Sintiendo un renovado sentido de propósito,
empecé a limpiar la mugre en su rostro, esperando desesperadamente ver
al hombre que amaba bajo esa suciedad.
Mi mirada se dirigió bajo su pecho, para ver la sangre coagulada.
Mojé el paño de nuevo y lo pasé delicadamente por su clavícula,
luego por su abdomen. Mientras la sangre desaparecía, los moretones en
su cuerpo se hicieron más notables. Fue golpeado tan duramente que casi
tenía miedo de tocarlo.
Mis ojos fueron a los fuertes músculos de sus brazos, deteniéndoseen su mano. La alcancé y volteé su palma, encogiéndome cuando vi los
pequeños cortes y rasguños en su piel. Algunos eran profundos mientras
otras eran finos cortes de navajas. Recorrí mis dedos por su rugosa palma,
recordando sus manos en mí. Tocando, atormentando y salvándome.
No puedo creer que realmente esté de vuelta. Era como si estuviera
soñando. Si era así, no quería despertar nunca.
Oí que Janice abandonó la habitación, pero no me moví ni solté la
mano de Peter. Con el corazón en mi garganta, entrelacé mis dedos con
los suyos. Sosteniendo con fuerza su mano, la atraje a mí y presioné su
palma en mi vientre.
Una vez fue un bebé menospreciado y no amado. Un niño perdido.
Ahora era un hombre encontrado. Uno que yo necesitaba y nuestro bebé
también.
—Vas a ser papá, Peter —susurré, apretando con más fuerza sus
dedos—. Te necesito. Quédate conmigo, por favor. Te amo demasiado para
dejarte partir.
No hubo respuesta. Ni presión en mis dedos. Ni un susurro con mi
nombre. Solo había un silencio proveniente de él, recostado ahí, luchando
para sobrevivir.

En La Oscuridad💚Where stories live. Discover now