Capítulo 29.

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—¡Absolutamente no, señorita! —dijo Claudia cuando le conté lo que iba a
hacer.
Revisé la pistola para asegurarme que estaba cargada y el seguro puesto.
Metiéndola en la parte trasera de mis pantalones cortos, me encontré con su
mirada aterrorizada.
—No estoy pidiéndote permiso, Claudia. Soy una mujer adulta y puedo
tomar mis propias decisiones —dije, agarrando una botella de agua y
poniéndola en mi mochila.
—Es muy peligroso. La gente puede estar viajando por las calles,
buscando suministros —suplicó, retorciendo las manos mientras me seguía
alrededor de la cocina.
—Sí, bueno, soy un buen tirador. Sólo pregúntale a tu hijo. Me enseñó
todo lo que sé —dije, cogiendo las llaves del llavero en la cocina.
—¡Peter me matará por dejarte ir!
Casi le decía que él no tenía ningún control sobre mí, pero me quedé
callada. De todas formas no era exactamente cierto. Todavía tenía control sobre
mí —mi corazón y mi cuerpo reaccionaban sólo al oír su nombre.
—Iré.
Claudia y yo nos volteamos para ver a mi padre inclinado pesadamente en
su bastón en la entrada de la cocina.
—Papá… —comencé. Se encontraba tan débil que no estaba segura que
fuera una buena idea.
—Iremos a conseguir las cosas de tu madre —dijo tranquilamente.
Mi corazón se suavizó ante sus palabras. Quería que tuviera las cosas de
mamá. Me di cuenta de que, como yo, él sólo necesitaba ir a casa.
—Bien, papá. Déjame poner el camión en el pórtico y te ayudaré.
—¡No, Lali! ¡No puedes irte! —lloró Claudia, tratando de meterse
delante de la puerta.Bajé la mirada, ocultando la frustración que sentía por ella y noté que
mis zapatillas baratas apenas aguantaban mis pies. Necesitaba unas nuevas y
las tenía en casa.
Levanté la mirada, reconociendo la aterrorizada expresión en su rostro.
¿Cuántas veces lucí así cuando pensaba que Peter estaba en peligro? Las
arrugas en su rostro enfatizaban su preocupación. Pensé brevemente cuánto
habíamos envejecido en las últimas semanas. Podría haber sido una tonta
estudiante de universidad cuando me fui, pero una mujer regresaría a casa.
— Claudia, necesito irme. ¿Por favor? —supliqué. Mis ojos se desplazaron
hacia mi padre, inclinado pesadamente en su bastón—. No sé cuánto tiempo
tenemos para marcharnos.
Sus ojos azules, tan parecidos a los de Peter, observaron a mi padre.
Cuando volvió a mirarme, vi su decisión.
—Bien, pero tengan cuidado y recuerden llevar la pistola —dijo,
envolviéndome en un abrazo. Mientras apretaba sus brazos a mí alrededor,
susurró contra mi cabello—: Me van a matar, pero me gusta tu valor.
Después de llevar a papá al camión, puse la mochila y la pistola en
nuestro asiento viejo y desgastado. En minutos, conducía por la calle sucia que
nos guiaría a nuestra casa. Altas hierbas comenzaban a crecer en medio de
ella, teniendo la vía libre para viajar a dónde sea que quisieran con la ausencia
de coches. En meses, esto habría desaparecido, sólo siendo parte del pasado,
ante la misericordia de la naturaleza y el tiempo.
— Lali.
Miré a mi papá, tratando de no llorar ante la debilidad que vi en él.
— Peter te ama —dijo, mirándome de cerca.
Me removí nerviosamente en mi asiento. —No, papá, no me ama —dije,
mirando detenidamente la calle.
—Él me lo dijo.
Lo miré de nuevo, en shock, casi saliéndome de la calle. Tiré del volante a
la izquierda, enderezando la camioneta y miré de nuevo a mi padre. Tenía una
pequeña sonrisa en su rostro.
Mi mente se volvió loca. ¿Por qué Peter le diría que me amaba cuando no
era así? Rememoré el día en que Peter y yo tuvimos una pelea, el día en que
paramos de hablar. Me di cuenta con repentino conocimiento que nunca negó
amarme, sólo dijo que no estaba enamorado. Una pequeña diferencia de
palabras. ¿Cómo podía haberme perdido eso?
Sacudí la cabeza en negación. Era un malentendido, tenía que serlo.
Probablemente Peter le dijo a papá que me amaba como una amiga y mi padre
lo tomó como algo más. Así era. Sólo una declaración inocente. No podía dejar
que me afectara.Lo empujé de mi mente mientras estacionaba. Nuestra pequeña casa se
hallaba más cerca del camino que la de Claudia y Juan Pablo. Mientras la de ellos
estaba oculta, la nuestra estaba al lado de la carretera sucia. Repentinamente
me sentí expuesta al estar aquí, pero para el momento en que aparqué junto a
la puerta trasera, le resté importancia al sentimiento molesto.
Después de ayudar a papá a salir de la camioneta, agarré mi mochila y la
pistola. Sosteniendo a papá por el codo, lentamente subimos por las escaleras
del pórtico.
El calor asfixiante del interior nos golpeó tan pronto como la puerta
estuvo abierta. Inmediatamente comencé a abrir las ventanas para dejar entrar
el viento.
—Bien, papá. Voy a comenzar a reunir las cosas. Sacaré la caja de mamá
y tú podrás remontarla.
—La extraño —susurró mientras lo ayudaba por el pasillo.
—También yo, papá —dije, dejándolo inclinarse en mí como respaldo.
—Mi alma gemela.
Contuvo un sollozo ante sus palabras. Después de todo este tiempo,
todavía la amaba y extrañaba cada día. Creí que nunca se recuperaría de su
muerte. ¿Cómo podría alguien hacerlo cuando la amaba tan profundamente?
— Peter… tú… permanezcan juntos —se esforzó por sacar las palabras
de su boca. Sacudí la cabeza, rechazándolas.
En la entrada de su habitación, se detuvo y se volvió para mirarme. —
Cuando me haya ido, él cuidará… de ti. Te amará como… yo amé a tu madre.
Almas gemelas.
Parpadeé ante la claridad de sus palabras. Por un instante, se oyó como
mi padre, no como un hombre destrozado y enfermo.
—Papi, no hables así.
—No, la veré de nuevo. Pronto.
Aspiré y lo ayudé a entrar en la habitación. Desde atrás de su armario,
saqué una gran caja mientras me miraba desde el borde de la cama. Como una
niña, había amado viajar a través de sus recuerdos. Contenía todo tipo de
cosas de mi madre. Premios, fotografías, un diario, su perfume favorito y las
cartas de amor que se escribían papá y ella. Puse la caja en la cama y observé
como él sacaba cuidadosamente la tapa. Sus ojos se llenaron de lágrimas
mientras suavemente tocaba cada pieza.
Lo dejé en su habitación y me dirigí a la mía. Había tanto que quería
desesperadamente llevarme —fotografías, chucherías, trofeos, mi animal de
peluche de la infancia. Pero sabía que solamente necesitaba lo que era
necesario para sobrevivir.
chicos regresaron y decidieron hacer una parada aquí. Sabía que se armaría el
infierno si Peter me encontraba aquí.
El sonido de gritos me detuvo a mitad del vestíbulo. No sonaba como
alguien que conociera. El pánico me invadió. Si no era uno de los hombres,
significaba que era un extraño.
No estábamos solos.

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