capitulo 15

141 4 0
                                    

Caminé a través del patio, mientras el frío viento azotaba mi cuerpo
en su mejor intento de derribarme. Girando el rostro en el volteado cuello
de mi chaqueta, traté de ocultarme de la cortante y fría brisa. El final de
mi trenza cayó contra mi pecho, sintiéndose pesada contra mi esternón.
Empujé el sombrero tejido sobre mi frente y luego metí las manos en mis
bolsillos, buscando algo de calidez para mis dedos.
Me sentía tan débil, pero no tenía tiempo como para estar cansada.
Por días, todos habíamos estado nerviosos, esperando a que el terrorista
volviera, pero no apareció. Nadie se aventuró al rancho y no había señal de
que alguien lo transgrediera. Tal vez nos encontrábamos a salvo. Tal vez lo
olvidarían.
Solo podía rezar.
Mi estómago rugió; la sensación de hambre se hacía constante. Un
pedazo de pan, una lata de frutas, un duro trozo de carne. Ese había sido
nuestro desayuno, almuerzo y cena por las pasadas semanas. El arroz y
las judías presenciaban siempre en el menú, dos cosas que temía nunca
dejáramos de comer. Las odiaba bastante. Nuestro café también se acabó.
Todo lo que teníamos para beber era agua filtrada del arroyo. Quería tanto
una coca-cola de dieta que casi podía saborearla, fría y burbujeante en mi
lengua.
Tragué y alejé el recuerdo de mi mente mientras caminaba hacia la
casa. Pensar en lo que extrañaba solo me volvería loca. Recordar lo que no
tenía solo me pondría histérica y me dejaría en un oscuro lugar del cual
sería imposible salir. No podía deprimirme porque extrañaba una bebida, o
la comida real. Había tantas cosas más por las que preocuparse, como el
colapso del país y los cientos de muertes. O el miedo de tener un bebé sin
el equipo médico apropiado. No, había demasiadas cosas por las que estar
preocupada; lo que no podía tener ya no era importante.
Un grito en la verja delantera llamó mi atención, sacándome de mi
trance. Volví el rostro hacia el viento, viendo a Cash arrear el ganado hacia
el granero. El borde de su sombrero de vaquero se había alzado por el
viento y casi cayó de su cabeza. Lo vi moverlo, manteniéndolo en su lugar
mientras mantenía un ojo en una vaca en particular que no seguía al
ganado.Trasladé la mirada hasta Juan Pablo. Cabalgaba su propio caballo, uno
grande que tenía mala actitud pero que era buen trabajador. El caballo
hacía que el ganado siguiera moviéndose y que Juan Pablo luciera como si solo
estuviera allí para cabalgar.
Temblé cuando Brody caminó hasta la verja, con un gran cuchillo en
sus manos. Sabía que esperaba que le llevaran otra vaca para matarla tan
humanamente como fuera posible.
Hace dos días, nos encontrábamos sentados alrededor de la mesa,
todos envueltos como esquimales mientras comíamos la cena. La radio de
onda corta estaba encendida, puesta honorablemente en el centro de la
mesa. Era nuestra nueva forma de entretenimiento.
La voz metálica de un hombre repiqueteó a través de la pequeña
radio, llenando el silencio en la cocina. —Las tropas del gobierno están
revisando el campo, para apoderarse del ganado. Este será sacrificado
para nutrir el hambre. Los caballos también serán tomados, usados como
comida o para la caballería de Estados Unidos. Cualquiera que se rehúse a
entregar su ganado será arrestado. Ténganlo en cuenta, rancheros.
Dejamos de comer para escuchar. Una palabra quedó estancada en
mi mente: apoderarse.
—Repito, el gobierno está apoderándose del ganado para racionarlo.
—La transmisión cayó en la estática, codificando el resto de las noticias.
Vico estiró su brazo para golpear el costado del portátil como su
forma de arreglarlo. Aunque esa vez, no funcionó. La cosa murió.
Gavin bajó su tenedor, olvidando la pequeña cantidad de comida en
el plato. —¿Papá? —preguntó, mirándolo en busca de instrucciones.
Juan Pablo puso algo de tomates enlatados en su boca y masticó por un
momento. Podía verlo pensando y sopesando nuestras opciones. Después
tragó, y bajó su tenedor en silencio. Plegó las manos sobre la mesa y nos
miró a todos.
—Cuando era pequeño, mi bisabuela me contaba historias sobre la
Depresión. Dijo que el gobierno se llevó el ganado de los ranchos en
Oklahoma y Texas para aumentar el precio de la carne de res. Cuando
escucharon las noticias, mis bisabuelos sacrificaron todas sus vacas. El
maldito gobierno no iba a conseguir su ganado. Así que enlataron la
comida y la escondieron. Al final, eso fue lo único que les salvó de no
morirse de hambre ese año.
Se frotó la barbilla, pensando en sus siguientes palabras. —La cosa
no ha cambiado mucho, niños. Gracias a ese maldito ladrón, solo nos
quedan cinco vacas. Creo que debemos empezar a sacrificarlas mañana.
Digo que conservemos dos escondidas para leche. Mi nieto necesitará leche
eventualmente.Desde esa noche, ayudaba a los demás desde el amanecer hasta el
anochecer. Era un horrible y sangriento trabajo. Nunca olvidaría la imagen
del ganado siendo matado, quemado y cortado para que lo enlatáramos.
Los hombres hacían el sacrificio. Las mujeres cortábamos y enlatábamos.
Gracias al conocimiento de Claudia de cómo preservar la comida, más la
pasión de Juan Pablo de almacenar artículos de supervivencia, teníamos una
olla a presión y suficientes latas para guardar carne y todo tipo de comida
que pudiéramos encontrar. Era un extenso e interminable proceso, pero al
menos, no nos moriríamos de hambre.
Eso es lo que no paraba de decirme mientras la fatiga casi me hacía
imposible el estar de pie. Respirando profundamente, subí los peldaños del
pórtico, sujetándome de la barandilla. Estoy tan cansada. Mis pestañas se
sentían pesadas y mis piernas como gelatina. Nunca me había sentido tan
cansada en toda mi vida, ni siquiera cuando caminamos a casa después
del ataque de pulso electromagnético.
Aparte de ayudar a enlatar, nos tomábamos turnos para cuidar a
Peter. Seguía inconsciente. Luchando contra la desagradable fiebre. Ese
día, cogí la pajilla más corta, por lo que tenía que ayudar a sacrificar.
Abriendo la puerta de la casa, entré, queriendo cambiarme de ropa y
un suave lugar donde poner mi cabeza. Tal vez también una barra de
jabón. Lo que no esperaba encontrar era una voz gritando, tronando a
través de la casa.
—¿¡Dónde demonios está!? ¡Voy a salir de esta maldita cama si no
me dicen dónde está Lali!
Peter. ¡Está despierto!
Olvidando mi cansancio, corrí a lo largo del pasillo, dejando marcas
de lodo por mis botas. Mi bufanda se balanceaba, moviendo los punteados
hilos contra mi espalda al correr. En segundos, me encontraba de pie en la
puerta abierta, mirando fijamente la escena frente a mí.
La calidez el improvisado calefactor me rodeó mientras permanecía
de pie en el umbral, calentando mi nariz y barbilla. Euge se hallaba de pie
junto a la cama con las manos en sus caderas, mirando furiosamente a
Peter mientras ponía sus piernas a un lado de la cama. Se apoyó en su
lado herido, y la agonía retorció su rostro.
—Está despierto, Lali —soltó Euge—. Y vuelve a ser el Príncipe
Encantador. Qué suerte.
Los ojos de Peter encontraron inmediatamente los míos. Vi el alivio
cruzar por su rostro, borrando su preocupación.
— Lali —dijo; su voz llena de emoción. Sus ojos se deslizaron por
mi cuerpo, asegurándose de que estuviera bien. Extendió los dedos en suregazo, con las palmas extendidas, de alguna forma rogándome que me
acercara.
Vi su mano y escuché la súplica en su voz, pero no podía moverme.
Solo quería permanecer allí y mirarlo. Necesitaba mirarlo.
Su cabello estaba más largo. Nuevas manchas rubias se hallaban
entrelazadas con el castaño, haciéndome pensar que había estado bajo la
luz del sol por largos períodos de tiempo. Escasos rizos se curvaban contra
su cuello, dándole un aspecto inocente que sabía era una fachada. Una
gruesa barba cubría la mayor parte de su rostro, haciéndolo lucir como un
extraño. Fueron los brillantes ojos azules los que me dijeron que era él
realmente.
—Diablos, Lali, di algo. Por favor. Luces como si hubieras visto
un fantasma. Estás asustándome, joder —dijo roncamente.
Supe entonces que estaba de vuelta. Las groserías nunca sonaron
tan dulces. Mi hombre imperfecto se encontraba en casa.
En segundos, me hallaba en sus brazos.
—Pensé que te había perdido —dije, enterrando mi rostro en su
cuello. Su aroma giró en torno a mí, recubriéndome de comodidad. Quiero
quedarme aquí para siempre. En sus brazos. Contra su cuerpo.
Sus manos se movieron alrededor de mi caja torácica, acercándome
más. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro al tiempo que sus dedos se
extendían, abarcando mi cuerpo y acercándome incluso más, necesitando
abrazarme tanto como yo necesitaba ser abrazada.
Extendiendo las piernas, me acunó contra su cuerpo, dureza contra
suavidad. Sus manos se movieron de arriba abajo por mi espalda,
sintiendo cada centímetro de mi cuerpo. Sus muslos descansaban contra
mis caderas, manteniéndome como rehén entre sus piernas.
—Mierda, Lali, te he extrañado —dijo con voz ronca. Sus manos
se deslizaron hasta los costados de mi cabeza, enredando sus dedos en mi
cabello—. ¿Estás bien? Eva no me quería decir dónde estabas.
Asentí. —Estoy bien. Más que bien —dije en un susurro. A través de
las lágrimas que corrían por mi rostro, lo miré a los ojos. Ojos limpios de
fiebre.
—Me sentía tan asustada, Peter. Pensé que habías muerto.
—No llores —dijo, y borró con su pulgar una lágrima que corría por
mi mejilla—. Volví, tal como te dije.
Me limpié las lágrimas, dejando seguramente una mancha en mi
rostro.Sus manos cayeron a la parte delantera de mi chaqueta. Sujetó las
solapas con fuerza y me acercó. Sus ojos se deslizaron hasta mi boca y se
le escapó un gemido.
Al principio, pensé que el gemido era por deseo, pero entonces hizo
una mueca. Soltando mi chaqueta, tocó su costilla. Lo escuché aspirar
cuando sintió el dolor. La camisa de franela se encontraba desabotonada,
dejando su pecho al descubierto. Podía ver los tatuajes que decoraban un
lado de su cuerpo, descendiendo hasta desaparecer debajo del vendaje
blanco envuelto en su cintura. Un vendaje que ya no era blanco.
—¡Estás sangrando! —exclamé, alejando su mano para examinar las
manchitas de sangre en el vendaje.
Cuando no dijo nada, alcé la mirada para verlo, temiendo encontrar
de nuevo sus ojos llenos de ira desconocida. En lugar de eso, me estudiaba
con ojos claros que parecían ver a través de mí.
—No estabas aquí cuando desperté —susurró suavemente.
—Estoy aquí ahora.
Una de sus manos acunó mi barbilla. Frotó mi labio inferior con su
pulgar, y su piel callosa se sentía áspera contra mi labio.
—No puedo creer que esté aquí, tocándote —dijo sonando cansado,
al tiempo que miraba mi boca.
—Lo sé. Te he extrañado demasiado —susurré; las lágrimas llenaron
de nuevo mis ojos.
Removí suavemente su mano. Cuando comencé a quitar el vendaje,
aspiró profundamente. Me mordí el labio inferior, luchando con la urgencia
de alejar la agonía que vi en su rostro.
—Debes recostarse antes de que te quite los puntos —dije, poniendo
el vendaje en su lugar.
—¿Cuán malo es? —preguntó con los ojos en mí.
—Tu madre sacó la bala, pero perdiste demasiada sangre.
—Casi te perdimos —intercedió Euge, ubicándose junto a mí.
La mirada de Peter se deslizó hasta ella; sus manos nunca soltaron
las mías. —¿Estás bien, Eugenia? —preguntó.
Ella removió su peso de un pie a otro, mirando el suelo y luego el
techo. De repente, corrió hasta Peter, lazándose hacia él.
—Gracias —dijo, abrazándolo—. Nunca olvidaré lo que hiciste por
mí. Nunca.
Peter palmeó su espalda torpemente. —Lo haría de nuevo, Euge. Ella se alejó y aspiró. —Te amo en una forma retorcida de amor-odio.
Como amigos, tú entiendes.
Peter se aclaró la garganta. —Sí, yo también.
Luciendo satisfecha, y un poco atontada, Euge se alejó.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó.
—Casi dos semanas —respondí.
—Mierda —maldijo. Comenzó a soltar palabrotas cuando el dolor le
golpeó de nuevo.
—¿Por qué no te recuestas? —sugerí, alejándome para darle espacio.
Antes de que me alejara demasiado, estiró las manos y agarró mi
muñeca. El calor de sus dedos viajó por mi brazo para bajar hasta el
centro de mi cuerpo.
— Euge, ¿podrías dejarnos solos? —dijo Peter, con ojos ardientes.
—¿Por qué? ¿Qué van…? —Una esquina de su boca se curveó en
una sonrisa—. Oh.
Peter la ignoró mientras sus ojos se deslizaban de arriba abajo por
mi cuerpo, deteniéndose en mis pechos. Mi estómago de cuatro meses de
embarazo se encontraba oculto por las capas de ropa que llevaba para
mantenerlo abrigado. Aún no se me notaba demasiado, pero el tiempo le
diría la verdad.
Euge dejó la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de
sí. Era la primera vez que Peter y yo quedamos solos sin que la fiebre se
interpusiera entre nosotros, dejándolo inconsciente de todo. Éramos solo
nosotros dos. Me sentía nerviosa, excitada y asustada a la vez.
— Peter, por favor, recuéstate. No podré soportar que te enfermes de
nuevo —le rogué, poniendo una mano en su pecho.
—Todavía no. Necesito hacer algo. —Me jaló hacia él. No me hallaba
preparada para la fuerza en sus manos.
Mi respiración salió en un silbido cuando caí contra él. Sus fuertes
muslos me capturaron, manteniéndome en el lugar.
— Peter, ¿qué haces? Vas a lastimarte —dije, sin aliento.
No respondió. Movió una de sus manos a mi cadera, sujetándome.
La otra se deslizó debajo de mi trenza, aferrándose mi nuca.
—Lo que me está lastimando es no hacer esto —dijo.
Antes de que pudiera darme cuenta de lo que quiso decir, su boca
estuvo sobre la mía. Su abundante barba se frotó contra mi barbilla,
sintiéndose áspera contra mi piel sensible. Sus labios capturaron los míos,
tomando lo que extrañaba y necesitaba. Sensaciones se dispararon dentrode mí. Calor, necesidad, fuego y pasión. Todas allí, construyéndose en
algún lugar en la parte baja de mi cuerpo y moviéndose hacia arriba.
Por primera vez en meses, me sentí viva.
Gemí mientras su boca se inclinaba contra la mía, demandando
más. Mis labios se abrieron, dándole lo que quería.
Solté un gemido de decepción cuando su mano me abandonó. Pero
no tuve que esperar demasiado para que regresara a mí. Con un tirón, me
sacó mi gorro y lo lanzó a través de la habitación. Tan pronto como mi
cabello estuvo libre, sus dedos se deslizaron a través de él, enredándose
entre las hebras.
Cuando su lengua entró en mi boca, me volví loca. Mis manos se
movieron por su pecho desnudo, sintiendo el calor en las puntas de mis
dedos. Podía sentir sus músculos delineados, recordándome que podría
haber perdido peso en el campamento de prisioneros, pero que todavía era
fuerte, construido para luchar.
—Quítate esto —rechinó contra mi boca, tirando de mi chaqueta—.
Tengo que sentirte. Tocarte. Dios, tengo que asegurarme de que eres real y
no estoy soñando.
Me congelé. Quiere que me quite la chaqueta. Eso era todo. Había
llegado el momento de la verdad. El momento en que descubriría que iba a
ser padre.
Su boca cubrió la mía de nuevo, más urgente esa vez. Mientras me
besaba, estiré las manos para desabrochar la chaqueta que llevaba.
—Solo podía pensar en ti, Lali. Estabas en mi mente día y noche.
Podía ver tu rostro. —Su boca bajó hasta mi mandíbula, dejando un rastro
de humedad. Su pulgar se deslizó hasta debajo del collar de mi camisa,
frotando mi clavícula y enviando un escalofrío a través de mí.
Saqué un botón de su agujero, tratando de concentrarme en ello.
Pero con sus labios en los míos, el deseo llegaba a niveles peligrosos.
—Y tu cabello. Podía sentirlo en mis manos. Recordarlo envuelto
alrededor de mis dedos mientras me hallaba profundamente en tu interior
—chirrió contra mi cuello, sacando la tira del final de mi trenza. Muy lento,
se deshizo de mi trenza. Cuando mi cabello se encontraba libre y colgando
en mi espalda, metió sus dedos a través de él.
Recliné la cabeza hacia atrás mientras su boca formaba un cálido
camino hasta mi cuello. Sus dedos se apretaron en mi cabello, sosteniendo
mi cabeza mientras saboreaba mi piel.
Con los ojos cerrados, respiraba pesadamente. Ahora me temblaban
las manos, dejando que mi chaqueta se deslizara hasta sus muslos.—Y tus labios. —Su boca regresó a la mía, frotándose contra mis
labios—. Mierda, Lali, recordar tus labios me mantenía duro por las
noches.
Su boca tomó salvajemente la mía, forzándome a separar los labios.
Gemí, encontrando su lengua con urgencia. Encargándose del trabajo,
desabrochó otro botón.
—Pensar en ti me mantuvo vivo —susurró.
Tan pronto como desabrochó el último botón, sacó la chaqueta de
mis hombros. Se sentía como un charco a mis pies, cubriendo mis botas y
enredándose alrededor de mis piernas. No me cubría nada más que capas
de camisas.
Sus dedos alcanzaron el primer botón de mi camisa al tiempo que su
lengua se deslizaba en mi boca, llenándome. No podía resistirme. Mis
manos viajaron hasta su cabello, enredándose en las largas hebras y
acercándolo.
Cuando gimió, no con necesidad, sino con dolor, la preocupación me
congeló.
—No podemos hacer esto, Peter —dije, alejando mis labios de los
suyos.
Me siguió, inclinándose sobre el borde la cama para seguir mi boca.
—Al diablo si no podemos —gruñó, agarrando la parte de atrás de mi
cabeza y jalándome hacia él.
Su boca se posó en la mía mientras sus manos fueron de nuevo a mi
camisa. En cuestión de segundos, la había desabrochado por completo.
Llegó el momento de decirle.
— Peter, tengo algo que decirte —le dije, alejándome y odiando cada
segundo de ello.
—Más tarde. Te necesito —dijo, agarrando mi pelo suelto en un puño
y acercándome más.
—¿Una herida de bala no te detendrá? —le pregunté con una
sonrisa.
—Contigo no, nena.
Al oír sus palabras, enredé mis dedos en su cabello, colocando su
boca de nuevo en la mía. Gruñó cuando le di un beso y sus manos fueron
a mis caderas.
Cogí una de sus manos. Con mis dedos alrededor de su muñeca,
empecé a llevarlo poco a poco a mi estómago. Mi corazón se aceleró y mis
manos temblaban. Esto era todo. ¿Qué va a decir?Él ya casi tocaba mi estómago justo cuando se abrió la puerta del
dormitorio.
Su madre estaba en la puerta, con lágrimas en los ojos. Detrás de
ella, se encontraba Roger, con una gorra de béisbol en la mano y pasando
de un pie a otro, nervioso.
—Mamá. Papá —dijo Peter, llevando la mano hasta mi cadera, para
mantenerme cerca.
Tan pronto como la nombró, Claudia entró a la habitación, mientras
los sollozos sacudían su cuerpo. Me aparté de Peter, dejándole el lugar a
ella que cruzó la habitación hasta él. En segundos, lanzó los brazos a su
alrededor, sosteniéndolo como seguramente lo hacía cuando era un niño.
— Peter, oh, cariño —susurró, alisando su rebelde y largo cabello.
Él envolvió los brazos alrededor de su delgada figura, mirando por
encima del hombro a su padre. Juan Pablo permaneció en la puerta, mirando a
su esposa e hijo con cuidado.
—Está bien, mamá —dijo con una voz suave.
Claudia resopló y se alejó, manteniendo las manos apoyadas sobre
sus hombros. —Creíamos que no lo lograrías. La fiebre subió y…
—Estoy bien —interrumpió Peter, mirándome a los ojos—. Nunca he
estado mejor.
Sus palabras enviaron un escalofrío a través de mí. La necesidad
que vivía entre nosotros era tan fuerte ahora como siempre lo había sido.
El tiempo no podía cambiarlo. Nada podía.
Claudia le apartó el pelo de la frente. Una imagen de ella haciendo eso
cuando él tenía catorce años pasó por mi mente. Peter siempre se
enojaba, diciendo que ya no era un bebé. En respuesta, ella le decía que
siempre sería su bebé. Ahora comprendía que significaba más que algo que
una madre le decía a su hijo.
Durante diez o quince minutos, él habló con sus padres, dándoles la
seguridad de que se sentía bien. Claudia escuchaba pero sus cejas estaban
muy fruncidas por la preocupación. Me di cuenta de que quería decir algo
más y finalmente, lo hizo.
—Estás bien. No podría pedir más. Pero hay algo que debes saber,
Peter. Algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo. Me asustada
tanto lastimarte y que te fueras. —Se aclaró la garganta y las lágrimas
hacían sus ojos más brillantes—. Cuando pensé que estabas muerto, casi
me muero también. Tenía tanta culpa, tanto que no te había contado. Es
hora de que sepas la verdad.
Peter se mantuvo a su lado y trató de sentarse erguido, de repente
muy alerta.—¿Qué está pasando?
Me sentí incómoda, como espiando un momento muy privado. Iba a
irme cuando Janice me detuvo.
—Quédate, Lali. Por él.
Asentí, tomando asiento en una silla cercana. La misma silla en que
me senté cuando Peter se desangraba después que lo trajimos a casa.
Tomando una profunda respiración, Claudia le contó todo. Le habló
de su hermanita, la verdadera madre de él. Como ella tenía problemas con
las drogas y el alcohol, y siempre se metía en problemas. Describió todos
los años que trató de ayudarla, la agonía de no saber dónde se encontraba
la mayor parte del tiempo. Le explicó la llamada telefónica que recibió y la
noche que se lo llevó a casa desde el hospital, en la que él se convirtió en
su hijo.
Peter mantuvo los ojos en su madre, sin mover ni un músculo
mientras le hablaba.
—Te amaba, Peter, a su manera. No quiero que pienses mal de ella.
Simplemente no sabía cómo criar a otro ser humano —dijo, en voz baja—.
Tenía problemas y sabía que no podía ser la mamá que necesitabas.
Su mandíbula se apretó más fuerte bajo su espesa barba. Pude ver
en sus ojos lo herido que se sentía, escondiéndolo detrás de la habitual
dureza.
—Tú eres nuestro hijo en todo el sentido de la palabra —añadió
Juan Pablo—. No lo olvides.
La boca de Peter era una línea sombría, y sus ojos se endurecieron
cuando echaron un vistazo de su madre a su padre.
—Pero no soy tu hijo. Parece que soy igual a ella. Tengo la necesidad
de pelear y beber y de enojarme con todo el mundo. —Sacudió la cabeza,
disgustado—. ¿Por qué diablos no me lo dijiste? Eso lo explica todo,
maldita sea.
Juan Pablo se apartó del marco de la puerta. —¡No, no lo explica! Tú eres
quien eres. Tomas tus propias decisiones. Quieres salir y emborracharte,
lo haces. ¡No a causa de tus malditos genes!
Claudia se puso de pie, enderezando las sábanas y las mantas de la
cama en un gesto nervioso.
—Sé que es impactante y que debí habértelo dicho antes, pero eres
mi hijo aunque no te di a luz. Siempre serás mi hijo —dijo.
Peter asintió, apretando en puños sus manos. —Entiendo —dijo con
aspereza.Por unos momentos, nadie habló. El silencio en la habitación era
muy pesado, por lo que me retorcí en mi asiento. Al saber que esto le había
hecho daño, quería ir hacia Peter, pero me quedé sentada.
Al final, juan Pablo le hizo un gesto a Claudia. —Vamos a darles un poco
de espacio, cariño —dijo—. Creo que tal vez lo necesitan.
Ella miró a Peter a regañadientes con indecisión en su rostro, pero
Juan Pablo tomó su mano y la condujo fuera de la habitación.
Después de cerrar la puerta, no estaba muy segura de qué hacer.
Esta es una noticia que te cambia la vida. ¿Quería estar solo? ¿Debería
dejarlo en paz? ¿Quedarme?
Peter cerraba los puños, haciendo que crecieran los músculos bajo
su camisa.
—¿Lo sabías? —preguntó, con los ojos fijos al frente.
—Ella me lo dijo el día que te encontramos —le contesté.
Frotándose la cara, suspiró. —Maldita sea —susurró.
Esa palabra contenía tanto dolor como angustia que tuve que ir con
él. Apresurada, me acerqué a la cama. Cuando estuve lo suficientemente
cerca, me alcanzó, tirándome entre sus piernas.
Por un momento, nos abrazamos. Sus manos acunaban mi cabeza
mientras mis dedos se posaban en la piel caliente de su cuello.
Después de lo que pareció una eternidad, apartó mi pelo del cuello,
dejando mi oído al descubierto.
Bajando la cabeza, sus labios rozaron la delicada piel del lóbulo de
mi oreja mientras susurraba a mi oído—: Gracias por soportarme todos
estos años. No habría sobrevivido a toda esta mierda loca sin ti.
Sus manos vagaban por mis costillas, deteniéndose en mis caderas.
Sus labios se alejaron, abandonando mi oído.
Agarré su cabeza. Al girar su cara hacia mí, bajé mis labios a los
suyos. —Te amo, Peter —susurré contra su boca.
Un gemido fue su respuesta cuando mis labios se abrieron bajo los
suyos.
Estábamos solos. Ahora era el momento de decirle lo del bebé. Pero
no pude. Acababan de decirle que toda su vida era una mentira, que había
sido adoptado. Contarle que iba a ser padre un poco más tarde parecía
muy pronto. Dime lo que quieras, pero no podía pronunciar las palabras.
Su mano se deslizó bajo mi camisa, tocando mi cadera desnuda. Él
podría estar herido y yo podría estar escondiendo mi embarazo, pero lo
quería. Nada habría detenido eso.Movía su mano a mi abdomen cuando la puerta se abrió de nuevo,
deteniéndolo.
Arranqué mis labios de los suyos. ¿Todo el mundo se había olvidado
de cómo tocar?
—Mierda. Estoy ocupado, Gavin —dijo Peter, sacando su mano de
mi camisa cuando vio a su hermano de pie en el umbral.
—Bueno, diablos. Mira quién se ha levantado de la tumba —bromeó
Gavin al tiempo que entraba en la habitación—. El todopoderoso Peter.
Traté de alejarme y dejar que los dos hermanos reconectaran, pero
Peter me mantuvo a su lado, negándose a dejarme ir.
—¿Cómo estás? —preguntó Gavin, parado en el borde de la cama.
Poniendo su mano sobre el hombro de su hermano, le dio una buena y
firme palmadita.
—He estado mejor, hermano, ¿o debo decir primo? —dijo Peter, en
voz baja.
—¿Así que mamá te dijo? —preguntó Gavin, borrando su sonrisa.
—Sí. Una mierda, ¿no?
—Sí. —Se rascó la barbilla barbuda, pareciendo desconcertado. Puso
las manos en los bolsillos traseros y se aclaró la garganta—. Me lo dijo
hace unos días. Pero toda esa mierda no importa. Seguimos siendo
hermanos, Peter.
—Bueno, a mí me importa. ¿Otro secreto que no sepa? —preguntó
Peter, con ojos penetrantes.
Gavin se frotó la punta de la nariz y me miró. Esperé que dijera las
palabras que le destruirían: Besé a Lali. Contuve el aliento, rezando
para que Peter no nos odiara al escucharlas. Pero no dijo nada.
Aparté la vista al mismo tiempo que Gavin se movió y centró en sus
botas. Peter nos miraba, pasando los ojos de Gavin a mí.
—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó, apartando sus manos de
mí—. ¿Qué es lo que no me están diciendo? —La dureza bordeaba su voz y
sus ojos se volvieron fríos; una mirada que reconocí muy bien.
—Nada —respondió Gavin, mirándome de nuevo.
—¿Por qué no te creo? —replicó Peter. Como una criatura que se
camufla para su protección, lo vi ocultar sus emociones, cubriéndolas con
ira y rencor. Se estaba alejando de mí, arrastrando una cortina sólida a su
alrededor para que nadie pudiera llegar a él.
Encogiéndose, Gavin se giró, pero la culpa se encontraba escrita por
toda su cara. A diferencia de su hermano, no podía ocultar sus emociones
tan bien y, por lo general, llevaba su corazón en la manga. Agarró una sillade reposo en la esquina de la habitación y la llevó junto a la cama. La
volteó y se sentó a horcajadas sobre ella, frente a Peter.
—Vayamos a lo importante —dijo, cruzando los brazos sobre el
respaldo—. ¿Qué pasó ahí fuera?
—¿Qué parte quieres oír? La parte donde me dispararon y luego me
arrastraron a su agujero del infierno o donde me golpearon y me dejaron
ensangrentado para que las moscas se dieran un festín —preguntó Peter,
sin rodeos.
Toda la sangre se drenó de mi cara. De repente tenía que sentarme,
por lo que descendí a una silla. Sabía que Peter fue golpeado. Su espalda
era un entrecruzado de marcas y cortes, colocado allí por algún látigo o
cadena. Grandes moratones se cruzaban con las marcas, con el tamaño
perfecto del puño de un hombre. Había sido golpeado, torturado, tirado y
dado por muerto. Era un milagro que siguiera vivo. Pero era horrible oírlo
hablar de lo que pasó.
—¿Cuántos soldados se encontraban en el campamento? —preguntó
Gavin, sonando como si estuviera en una interrogación militar.
Se encogió de hombros. —No lo sé. Si tuviera que adivinar, diría que
un centenar, pero iban y venían, así que no puedo estar seguro.
—¿Cuántos prisioneros?
—¿Cincuenta? ¿Sesenta? Me encontraba inconsciente la mayor parte
del tiempo, así que no tengo idea —contestó Peter.
—¿Armas?
—Todo lo que puedas imaginar. Ametralladoras, granadas, bazucas.
También tenían generadores. Uno con la maldita energía suficiente para
iluminar un edificio.
—¿Qué pasa…?
—Oye, Gavin, por qué no te digo simplemente el infierno que pasé. Si
vas a hacerme un puñado de malditas preguntas, estaremos aquí toda la
noche. —Me miró, bajando la vista a mis labios—. Y tengo que hacer cosas
más importantes.
—Entonces escúpelo —dijo Gavin, endureciendo su voz al nivel con
la de Peter—. Y voy a dejar que vuelvas a tus cosas.
Le lanzó una mirada de disgusto. —¿Quieres saber lo que pasó? El
infierno fue lo que pasó. Me golpearon al menos dos veces al día con todo
lo que podían tener a mano. Alambres, tubos, cadenas. No les importaba.
Me dieron pan lleno de gusanos y agua que parecía orina. Olía muy mal. —
Se pasó una mano de la nuca a la parte delantera, y el movimiento me
recordó a alguien nervioso e incómodo con la conversación—. Trataron con
algún tipo de mierda de tortura mental, como algo salido de una malditapelícula. Y demonios, funcionó. Tenía miedo de dormir. Las pesadillas eran
demasiado horribles. No puedo asegurar que ya se hayan ido.
Me moví en el asiento, sintiendo la angustia al recordar todas las
noches que se despertaba gritando y agitándose como si luchara contra
alguien. Pensé que era debido a la fiebre que hacía estragos a su cuerpo,
pero ahora sabía que era las pesadillas que lo atormentaban.
Peter se pasó una mano por el pelo, después a su barba, luciendo
incómodo por hablar de esto.
—¿Qué es esto en mi cara? —preguntó, rascándose la mejilla—. Esta
mierda pica. Necesito una navaja.
—Más tarde. Necesitamos los detalles antes de que más bastardos
aparezcan aquí —dijo Gavin, cada vez más impaciente.
Sosteniendo su lado lesionado, Peter se enderezó y todo su humor
desapareció. —¿Mas? ¿Qué diablos pasó mientras estuve inconsciente?
—¿No te acuerdas?
—No recuerdo una mierda —admitió, notablemente molesto—. Todo
lo que sé es que me dispararon y llegué a casa arrastrándome. Lo último
que recuerdo es ver a Lali. ¿Me dices que aquí pasó algo mientras me
encontraba en la cama como un inválido?
—Cálmate. Vas a tirar de los puntos si te exaltas —se quejó Gavin.
Él puso las manos en sus hombros y me echó un vistazo.
—Hace unos días, diablos, tal vez más, uno de ellos vino a buscarte.
Encontraron a Lali —dijo.
—Maldita sea —murmuró Peter, girando los ojos hacia mí—. ¿Estás
bien?
—Estoy en una pieza así que sí, estoy bien —le respondí, sintiendo el
enrojecimiento arrastrarse hasta mi cuello mientras me evaluaba con sus
ojos.
Empezó a decir algo más, pero Gavin lo interrumpió. —De algún
modo, saliste y disparaste unos tiros. Pusiste una bala en el hombro del
hombre, pero se fue. No pudimos encontrar ni un pelo de él. Ni una
maldita huella.
—Son unos hijos de puta astutos —dijo Peter.
—Entonces, ¿qué es lo que quieren? —preguntó Gavin.
Vi como trabajaba la mente de Peter. Sus ojos se quedaron en mí un
segundo más antes de responderle a Gavin. —Quieren matarme. Colgarme
por lo que hice —dijo, sombríamente.
—¿Qué hiciste? —preguntó.La dureza estuvo de nuevo en sus ojos, uniéndose con la frialdad. —
Maté a su maldito líder.
—¡Oh, mierda! —dijo Gavin entre dientes; su cuerpo desinflándose.
—Creyeron que había muerto y me iban a enterrar a un lado de la
prisión. Una vez que cruzamos la maldita valla que rodeaba el lugar, maté
al hijo de puta. Se acercó lo suficiente como para poder sacarle el arma y
dispararle en el pecho. En el caos me escapé, pero no sin una bala como
regalo de despedida. —Respiró hondo y soltó el aire en un silbido—. Van a
volver. Es solo cuestión de tiempo. Armé un alboroto y ahora van en busca
de sangre.
Gavin se pellizcó el puente de la nariz, luciendo exhausto. —Vamos a
tener una pelea pronto.
—Ya la tenemos. En el momento en que puse un pie cerca de su
campamento, nos dibujé una diana en la espalda. Y ahora los he llevado
directamente a Lali —dijo, odiándose a sí mismo—. Los puse a todos en
peligro.
—No si tengo algo que decir al respecto —declaró Gavin—. Vamos a
refugiarnos y luchar.
Traté de escuchar mientras hablaban de estrategia, pero no podía
mantener los ojos abiertos. Ya casi me dormía cuando la voz profunda de
Peter retumbó por toda la habitación.
—Gracias por mantenerla a salvo.
—Te dije que lo haría —respondió Gavin.
Mantuve los ojos cerrados, vagando entre ese lugar del sueño y la
vigilia.
—Si algo le pasaba —dijo Peter en voz baja—, podría haberte roto en
dos con mis propias manos.
—No pasó nada. Ella está bien.
—Pero si no lo estuviera, si estuviera herida o peor... demonios, no
puedo ni siquiera pensar en ello. Pelearé con cada maldito terrorista para
protegerla. Ella es...
—La amas, lo entiendo —refunfuñó Gavin.
—Significa más para mí que solo alguien que amo. Mucho más.

En La Oscuridad💚Where stories live. Discover now