Capítulo 30.

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Me sentí enferma por el miedo mientras corría por el pasillo, dejando
caer la bolsa en el camino. ¡Oh, Dios mío! ¡Mi papá! Mi corazón bombeaba
violentamente en mi pecho mientras pensaba en él, afuera, solo. ¡Por favor,
Dios, que esté bien!
Extendí la mano hacia mi espalda, sintiendo el reconfortante acero de la
pistola encajada en mi cintura. Yo podría hacer esto, tenía un arma. Tenía que
proteger a mi padre.
Cuando doblé la esquina hacia la cocina, mis pies se negaron a moverse
un centímetro. Mi mente se quedó en blanco. Me quedé inmóvil.
Un hombre grande entraba por la puerta trasera. Era grande y
descuidado, ocupando la mayor parte de la entrada. Su cabeza rapada
mostraba cada rugosidad y valle en su cráneo, incluyendo las lágrimas
tatuadas debajo de su ojo derecho.
No esperé para descubrir lo que quería. Tenía que llegar a mi papá y la
puerta principal ahora era mi única opción para escapar. Dándome la vuelta,
corrí por el pasillo tan rápido como me llevaban mis piernas.
—¡Atrápala!
Corrí por el pasillo, moviéndome más rápido que nunca. El rugido en mis
oídos no podía ocultar el sonido de las botas pesadas corriendo detrás de mí.
Me encontraba cerca de la puerta, tan cerca, cuando fui agarrada
bruscamente por detrás. ¡NOOOO!
Dos brazos fornidos y grandes sujetaron mi cintura, levantándome
completamente del suelo. Dejé escapar un grito lleno de dolor cuando un brazo
rompió mi costilla agrietada. Dedos sucios inmediatamente taparon mi boca,
ahogando todos los sonidos que provenían de mí.
Luché. Con todo lo que tenía, luché. Mis piernas patearon con fuerza y
mis brazos se agitaban violentamente, tratando desesperadamente de escapar.
Al hombre no le importaba lo mucho que luchara. Me sostuvo
firmemente y sin esfuerzo. —¡La encontramos, Robbie! —dijo en una profunda
voz barítono.Cuando vi al segundo hombre, toda la sangre se drenó de mi cara. Por
un segundo, me sentí confundida. ¡Esto no puede ser posible!
El convicto, Grasiento, se hallaba en mi cocina. De pie a unos metros de
distancia, mirándose más flaco y más sucio que la última vez que lo vi. Esos
ojos crueles y la sonrisa siniestra marcada en su cara fueron grabadas para
siempre en mi cerebro, recordándome a aquel terrible día. Pero ¿qué demonios
hacía allí?
—He estado pensando en ti un buen tiempo, cariño —dijo, deambulando
cerca. Su mal aliento y olor corporal me golpearon, llenando mi nariz y
haciendo que mi estómago se revuelva con náuseas.
Cuando su mano sucia se acercó, el pánico me abrumó, inundando mi
cabeza y el cuerpo con una necesidad mortal de escapar.
Me retorcí frenéticamente en el firme control del hombre, desesperada
por escapar. Mis puños conectaron con su cabeza un par de veces y mis
piernas patearon tan fuerte y rápido como era posible, pero cuando mis talones
golpearon sus espinillas dolorosamente, no se movió un centímetro. El hombre
era fuerte, su enorme cuerpo me sostenía fuertemente.
Mi forcejeo se hizo más frenético cuando la mano de Grasiento agarró un
puñado de mi pelo.
—Me gusta este pelo, todo oscuro y sedoso. Quiero envolverme a mí
mismo en él.
Un escalofrío corrió por mi espalda cuando su aliento cálido y
repugnante invadió mi cara. Intenté gritar, pero el otro hombre todavía tenía su
mano sobre mi boca, manteniendo la cabeza segura y mi cuerpo inmóvil. Opté
por patear, apuntando a cualquier lugar de Grasiento que lo mantuviera
alejado de mí.
Evitando mis piernas, tiró con fuerza de mi pelo y mi cuero cabelludo
punzaba con dolor mientras se reía alegremente. El sonido era desconcertante.
Los dedos de Grasiento soltaron mi pelo y recorrieron la parte superior
de mi camiseta. Gemí en completo terror cuando rozaron ligeramente mi
clavícula.
Los sonidos que venían de mi boca fueron apagados cuando el hombre
detrás de mí apretó su agarre en mi boca y mis costillas, causando que el dolor
se desarrollara por todo mi cuerpo. Las estrellas aparecieron en el borde de mi
visión y las lágrimas se agruparon en mis ojos.
—¡Suéltala! ¡Estás haciendo daño a la pobre chica! —dijo Grasiento con
una preocupación espeluznante.
Siguiendo las órdenes como un hombre de confianza, el tipo me soltó.
Tomé una respiración profunda y grande, finalmente llenando mis pulmones demuy necesario oxígeno. Mi cuerpo se sacudió violentamente. Me sentía débil,
con miedo y sin poder moverme.
¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡No iba a sobrevivir a esto! Mis instintos
gritaban que estos hombres iban a matarnos a mi papá y a mí sin pensarlo dos
veces. Si quería vivir, dependía de mí sacarnos de aquí.
Alcanzando detrás de mí, rápidamente agarré el arma escondida en mi
cintura. Mi mano salió con las manos vacías.
El hombre detrás de mí se rió entre dientes. —¿Buscas esto, cariño?
Me di media vuelta para verlo pendiendo la pistola entre el pulgar y el
índice.
Al ver su sonrisa siniestra, me sentí desesperada. Sin manera de
defenderme, estaba a su merced. No había nadie para ayudar y nadie vendría a
buscarnos hasta mucho más tarde. Para entonces, será demasiado tarde. Mi
padre y yo no estaríamos vivos.
No, me negué a pensar en eso.
—No eres muy inteligente, nena. Vi esa arma tan pronto como te diste
media vuelta y corriste. La arrebaté en ese preciso momento, muy rápido —dijo
el hombre con un fuerte acento de Texas.
Grasiento rió y tomó la pistola de su compañero. —¿Quieres esto,
muñeca? —preguntó, con una voz que sonó como el mal personificado—. Es
una buena pieza. Bien cuidada. Limpia. ¿Es de tu novio?
Me quedé callada. Estos hombres eran escoria y no merecían ningún tipo
de respuesta.
Grasiento metió el arma en la parte delantera de sus pantalones. Rogué
que se disparara accidentalmente.
—¿Dónde está tu novio?
Ignoré su pregunta mientras mis ojos recorrían la habitación por
cualquier tipo de arma. Un cuchillo, un frasco de vidrio, cualquier cosa. Sólo
tenía que llegar a mi papá y un arma era la única manera de hacerlo. El temor
por su bienestar me invadió, poniéndome frenética y no pensaba con claridad.
¡Tengo que salir de aquí!
La adrenalina corrió por mi cuerpo, y me dio fuerzas. Salí, haciendo un
amplio círculo alrededor de Grasiento y dirigiéndome al vestíbulo.
No llegué muy lejos.
Grasiento me agarró, tirándome. Grité cuando golpeé el suelo con fuerza.
El golpe en mi cóccix fue insoportable.
—¿Por qué tiene que ser así, nena? ¡Sólo trato de ser agradable y amable!
Esta no es manera de recibir a un viejo amigo —dijo Grasiento oscuramente
mientras me arrastraba por el pasillo con un fuerte apretón en el brazo.Me golpeé con una silla mientras me arrastraba lejos. Extendí la mano
libre y empecé a rasguñar desesperadamente la mano de Grasiento con las
uñas cortas. No se dio cuenta mientras seguía arrastrándome.
—Viajé hasta aquí para verte y ni siquiera estás feliz de que esté aquí —
se quejó Grasiento mientras me arrastraba hasta el salón. El tipo gigante nos
seguía de cerca con una gran sonrisa plasmada en su rostro.
Grité de dolor cuando Grasiento me tiró en una silla y se puso encima de
mí amenazadoramente. La expresión de su rostro era una mezcla entre locura
y pura maldad.
Apretó mi mandíbula con dedos fuertes y agresivos. —¿Ya no hablas
más? —preguntó, mirándome de arriba abajo lentamente. Encogiéndose de
hombros, dijo entre dientes—: Eso está bien, no tenemos por qué hablar con lo
que tengo en mente.
Su pulgar recorrió mi labio inferior con crueldad.
Vi rojo. De ninguna manera iba a dejar que me toque esta escoria. Tendría
que matarme primero.
Mientras su pulgar hacía otro recorrido sobre mi labio inferior, supe lo
que tenía que hacer. Le mordí con fuerza el pulgar y levanté la pierna tanto
como fuera posible y al mismo tiempo, pateándolo en las pelotas.
Con un grito de dolor, se agarró y cayó al suelo. Palabras confusas se le
escaparon mientras se ponía en posición fetal y sostenía su virilidad.
Vi mi oportunidad. Saltando por encima de él, corrí tan rápido como
pude hacia la puerta principal. Si sólo pudiera salir, sería libre.
—Atrápala —gritó mientras luchaba penosamente para ponerse en pie.
Mi corazón latía con fuerza cuando llegué a la manija de la puerta.
—¡NOOOO! ¡NOOOO! —Fui agarrada por detrás y tirada de nuevo contra
un cuerpo duro. Lágrimas de frustración corrían por mi cara cuando el tipo
gigante me apartó de la puerta. Me arrojó violentamente al otro lado de la
habitación como una muñeca de trapo. Aterricé contra la pared con fuerza, el
impacto vibrando a través de mi cabeza y mi cuerpo.
¡Levántate! ¡Levántate! Ignorando la protesta de mi cuerpo, me puse de
pie y corrí por el pasillo, tropezando un par de veces en mi prisa.
Mi corazón latía con tanta fuerza que no oí los pasos detrás de mí. El
calor chupaba toda mi energía, pero me moví alrededor de la esquina, decidida
a escapar de esta pesadilla.
Entonces se acabó.
Grité cuando fui derribada desde atrás por Grasiento. Caí con fuerza,
aterrizando sobre mi estómago. Cuando se arrastró hasta mi cuerpo como un
insecto, grité frenéticamente. Agarrando mi pelo largo, lo envolvió alrededor desu puño hasta que grité por el desgarro en mi cuero cabelludo. Luché mientras
me ponía de pie por mi pelo.
—¡No debiste haberme pateado así, perra! Ahora no puedo ser agradable
—gruñó mientras me sacudía con fuerza. Empezó a caminar por el pasillo,
tirándome de los pelos.
Traté de arrastrar los pies, pero el dolor en mi cuero cabelludo era
insoportable. Las lágrimas corrían por mi cara cuando estiré el brazo para
empujar la mano que tiraba de mi pelo. ¡Oh, Dios mío! ¡No podía luchar! Esto
era todo. Mi tiempo se acababa.
Grasiento me arrojó a la habitación más cercana. Golpeé el suelo,
golpeando mi codo. Ignorando el dolor, mis ojos corrían frenéticamente por la
habitación, buscando algo que pudiera utilizar como arma.
No había nada.
Él no me quitaba los ojos de encima mientras cerraba la puerta y
empezaba a avanzar hacia mí. Gruñí, arrastrándome hacia atrás hasta que la
cama me cerró el paso.
—He pensado en ti desde aquel día. Me llevó una eternidad encontrarte
—dijo, mirándome de arriba a abajo.
—¿Cómo me has encontrado?
Eran las primeras palabras que le dije. Me hubiera gustado que sonaran
más rudas pero en cambio, salieron como un gimoteo.
Sonrió, recordándome a una serpiente. Metió la mano en el bolsillo de
atrás y sacó algo.
—Te has olvidado esto. —Mi licencia de conducir—. Maddie Jackson. 21
años —dijo, leyendo la información.
Tragué sobre mi garganta seca. Cuando robaron la camioneta, mi bolso
quedó en el asiento. En mi licencia seguía apareciendo la dirección de mi
padre. Nunca la cambié y ahora eso conseguiría que me maten.
—Pregunté por la ciudad y algunas personas muy agradables me dijeron
dónde encontrarte. —Se rió siniestramente—. Eran tan ingenuos. La gente
habla por comida y agua.
Grasiento se arrodilló junto a mí y extendió la mano para tocar mi pelo
otra vez. Aparté la vista mientras me asqueaba con su toque repugnante.
Trataba de encontrar la manera de escapar cuando de repente estuvo
encima de mí, cubriendo mi cuerpo con el suyo. Grité tan fuerte como pude.
Sus manos se hallaban en todas partes mientras su peso me sujetaba.
Luché, pataleé y arañé con una furia renovada. Mis uñas salieron con sangre
mientras dejaba marcas en su mejilla. Ignorándome, desgarró mi camisa. ¡Por
favor, no! No quería que Peter o mi papá me encontraran violada o muerta.Extendiendo la mano, perforé mi dedo en su ojo derecho tan fuerte como
pude. Aulló de dolor, pero no se apartó de mí. En cambio, me abofeteó con
fuerza. Una vez y luego dos veces. La oscuridad amenazó con arrastrarme, pero
luché, negándome a ceder a la paz que me ofrecía.
Con una maldición, agarró mis dos muñecas cruelmente y las sostuvo
por encima de mi cabeza. Grité cuando enterró la cara en mi cuello para
acariciar mi piel. Sacudiéndome y luchando contra él, usé toda mi energía para
luchar.
Ignoró mi lucha, como si no fuera nada. Metió la mano libre en el bolsillo
de atrás. Un segundo después, sacó una navaja. Abriéndola, me sonrió con
una mirada loca en su rostro.
Miré la hoja con terror. ¡Oh, mierda! ¿Qué iba a hacer?
Con una risa escalofriante, empezó a cortar mi camisa por la mitad. Grité
cuando la hoja pinchó mi piel varias veces mientras cortaba el algodón. Siguió
riéndose mientras mi abdomen se revelaba cada vez más.
Me quedé helada cuando la sangre comenzó a fluir lentamente por mi
estómago. No estaba segura de cuánto me cortó, pero sabía que si forcejeaba,
el cuchillo me cortaría más.
Cuando mi camisa estaba completamente cortada en dos, utilizó la punta
de la cuchilla para empujar los bordes hacia atrás, dejando sólo el sujetador.
La histeria surgió en mí mientras él lamía sus labios con anticipación.
Las lágrimas ya corrían por mi rostro mientras trataba de aferrarme a la
poca cordura que me quedaba. Oré por la ayuda de algún lugar, de alguien. El
terror me hacía sentir muerta por dentro, insensible a lo que iba a suceder.
Una vez que acabó con el cuchillo, lo puso en el suelo. Su mano fue a mi
abdomen mientras su otra mano seguía aplastando a mis muñecas
dolorosamente.
—¡NOOO!
Volví la cabeza con disgusto cuando empujó su cara en mi cuello. A
través de mis lágrimas, el destello del cuchillo me llamó la atención. Se
encontraba a centímetros. De repente, supe lo que tenía que hacer.
Tenía una oportunidad. Podía ser la única oportunidad que me quedaba.
Forcé a mis músculos a relajarse. Él tenía que confiar en mí. Tenía que creer
que yo no era una amenaza. Mi cuerpo se relajó bajo el suyo.
—Eso me gusta más, cariño —dijo Grasiento contra mi piel mientras
liberaba lentamente mis muñecas. La sangre fluyó rápidamente de nuevo en
mis dedos. Los flexioné lentamente, necesitando la fuerza.
Cuando sus manos se movieron a mi cintura, lentamente agarré el
cuchillo. Moviéndome en una fracción de segundo, agarré la empuñadura y la
sostuve con fuerza en mi puño. Grasiento sonrió sin notarlo, mientras bajaba su mirada a mi sostén.
Ignoré su sonrisa asquerosa mientras mi mente regresaba rápidamente a
la clase de anatomía. La ubicación de las principales arterias y órganos llenó
mi mente como una imagen de un libro de texto. Si iba a hacer esto, tenía que
asegurarme de que lo hacía bien.
Cuando su mano se estiró para agarrar mi sostén, vi a mi objetivo. Con
el odio y el miedo corriendo a través de mí, rápidamente lo corté por debajo de
su brazo izquierdo, poniendo toda la fuerza que pude detrás del corte. Gritó
cuando la sangre comenzó a desparramarse inmediatamente desde la herida.
Había cortado la arteria braquial.
La sangre fluía por su brazo en ríos hasta aterrizar encima de mí. El
suelo debajo de nosotros se convirtió rápidamente en rojo con su sangre.
Empecé a gatear por debajo de él cuando me agarró con fuerza por la
caja torácica, sin saberlo agarrándome la todavía costilla rota. Grité por el
dolor que me recorrió.
—¡Me cortaste! —gritó, a la sangre que salía de él. Tenía una mano sobre
la herida, pero eso no lo detuvo. Vi con horror como se desabrochaba el
cinturón y se lo quitaba. Bruscamente, me agarró las muñecas y las tiró por
encima de mi cabeza.
—¡NO! —grité mientras envolvía firmemente el cinturón alrededor de mis
muñecas, una y otra vez, luego lo ató a la estructura de la cama. La sangre
inmediatamente se alejó de mis dedos, dejándome insensible e inútil.
—Ahora, vamos a terminar esto —dijo, acercándose a mí con paso
tambaleante. Sus ojos rodaron hasta su cabeza y se volvió blanco fantasmal.
Observé con una combinación de horror y alivio cuando me miró una
última vez antes de caer encima de mí, quedando inconsciente por la pérdida
de sangre.
Torcí las manos, tratando de sacarlas del cinturón. La había atado con
fuerza, frotándose contra mis tiernas muñecas y desgarrando mi carne. Traté
de usar mi cuerpo para empujar a Grasiento de mí, pero era demasiado
pesado. Entonces, para mi horror, sentí que tomó su último aliento.
¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! Ahora tenía un muerto encima de mí.
Empezando a sentirme histérica, me esforcé por escapar. La sangre seguía
brotando de él, haciendo todo resbaladizo y mojado. Sentí la bilis en mi
garganta por el olor metálico en el aire.
No podía empujarlo. ¡Oh mierda, no podría sacarlo! Mi mente se puso un
poco loca. ¡Tenía que sacarlo de encima de mí! A medida que la sangre caliente
me empapaba, iba perdiendo los estribos. Grité y grité hasta que mi garganta
quedó en carne viva.Sobre mis gritos, oí un disparo retumbar en la casa. Al instante me
acordé de mi padre. ¡Tenía que llegar a él! Tiré de mis muñecas hasta que
estuvieron en carne viva, pero el cinturón se negaba a aflojar.
Cuando oí pasos corriendo por el pasillo, empecé a temblar. Ese no podía
ser mi padre. Él no podía correr. ¡Tenía que esconderme! Si el otro hombre me
encontraba, sabía que me iba a matar sin pestañear.
La puerta se abrió de golpe, golpeando violentamente contra la pared
interior. Mis sollozos se convirtieron en lágrimas de alivio.
Estaba a salvo.

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