prólogo

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Alguien dijo una vez que cuando cayera la oscuridad, veríamos la
luz. No estaba segura de que fuera verdad. La oscuridad había descendido
sobre mi mundo y todo lo que vi fue desesperación.
El país libraba una guerra en su propio territorio. La sociedad se
desmoronaba. Millones de personas pasaban hambre. Miles se morían.
Para mí los días eran negros. Yo ya no era una universitaria sin
preocupaciones. Era una sobreviviente. Una luchadora. Una mujer perdida
en el dolor.
***
En mis sueños, me perseguía. A la luz del día, me acechaba. En la
oscuridad de la noche, me torturaba. Capturó mi vida y se negaba a
liberarla.
Ahora yo era la prisionera del dolor.
Comenzó el día en que se fue Peter. Cuando lo vi marcharse, en un
intento de rescatar a mi mejor amiga, Euge, sentí que la oscuridad me
rodeaba. Sabía que se quedaría conmigo hasta que lo volviera a ver.
Esperé dos semanas. Caminé. Recé y rogué para que Peter volviera
a casa. Era como la épica heroína de una novela de época, anhelando que
su verdadero amor volviera a ella.
Pero la vida no era un libro ni yo no era una heroína. Me negaba a
sentarme y esperar. Iría tras él.
Guardé pan y botellas de agua en mi mochila. Lo siguiente fue la
caja de cartuchos de escopeta y balas para el arma 9mm que tenía en mi
cintura.Cerré la mochila y la colgué en mis hombros. Cuando recogí la
escopeta, un sonido hizo eco a través de la casa. Un golpe sordo en la
quietud del día.
Me detuve y escuché. Nada. Solo me recibió el silencio.
Miré la habitación por última vez y cerré la puerta silenciosamente
detrás de mí. Date prisa antes de que cambies de opinión me susurró mi
voz interior.
Me lancé por el pasillo; mis zapatillas gastadas hacían poco ruido en
el suelo duro de madera. Podía escuchar el oxígeno entrando y saliendo de
mis pulmones y la sangre latiendo en mis oídos.
No llegué muy lejos cuando las náuseas matutinas me hicieron
parar en seco. ¡Ahora no! ¡Por favor, ahora no!
Coloqué mi mano sobre mi estómago plano e inhalé respiraciones
profundas y tranquilizadoras, intentando olvidar las náuseas. Cuando
pasó, saqué una botella de agua de la mochila. Tomé un pequeño sorbo,
esperando que eso ayude a componer mi estómago. No lo hizo. Una capa
de sudor apareció en mi frente cuando aumentaron las ganas de vomitar.
Las lágrimas amenazaron con derramarse de mis ojos. Componte, Lali.
Puedes hacerlo.
Cuando las náuseas pasaron por fin, empecé a caminar más rápido
por el pasillo. Al pasar por la sala de estar, inspeccioné nerviosamente el
entorno, esperando encontrarme a alguien. Solo las cortinas, movidas
suavemente por la brisa, hacían cualquier tipo de movimiento. Aún estoy
sola. Puedo salir de aquí sin ningún problema. Conteniendo el aliento, abrí
la puerta del frente, encogiéndome cuando ésta chirrió ruidosamente.
La luz del sol me cegó, pero no tenía tiempo para que mis ojos se
ajustaran a ella. Bajé con prisa los escalones del pórtico y corrí a través del
patio. El césped seco crujía bajo mis pies mientras me dirigía hacia el
bosque.
Tengo que irme.
Tengo que encontrarlo.
No podía ignorar la terrible sensación que me recorría día y noche.
Algo anda mal.
Las cigarras cantaban en la distancia; un sonido que me era tan
familiar como mi propia voz. En algún lugar, mugió una vaca, sonando
perdida y hambrienta. Este era mi hogar. Aquí me encontraba a salvo,
pero no significaba nada sin Peter.
Mantuve los ojos enfocados al frente, sin mirar a mi izquierda ni
derecha. El bosque se hallaba a treinta metros, burlándose de mí para que
me diera prisa. Apuré el paso y tiré la mochila más arriba en mi hombro.
Estoy tan cerca. Solo unos pocos metros más…
—¿A dónde vas?
Me detuve. La voz a mis espaldas era severa y llena de autoridad,
sonando como la madre que nunca tuve. Erguí la espalda y di la vuelta,
preparada con una excusa en mente. Pero esta murió en mis labios.
Claudia estaba de pie con sus manos en las caderas, frunciéndome el
ceño bajo los rayos de sol. Una suave brisa separó unos mechones de su
cabello y éstos se arremolinaron alrededor de su cara, cayendo sobre sus
pestañas.
—Iré tras ellos —contesté con firmeza. Decir la verdad te hará libre.
Casi reí cuando ese pensamiento apareció en mi cabeza. La verdad no me
daría mi libertad.
Claudia arqueó las cejas con determinación. Podía ver las manchas
azules en sus ojos y las arrugas alrededor de sus labios vueltos hacia
abajo. Ahora había más líneas en su rostro, todo gracias a nuestra nueva
forma de vida. Pero no creía adecuado llamarlo vivir. Es más como existir
para mí.
—¿Estás loca, Lali? —preguntó—. No puedes ir tras ellos.
No contesté. Tal vez estaba un poco loca. Irme sola en tiempos de
guerra y agitación no era lo más inteligente. Llevaba casi dos meses de
embarazo e iba cargada de armas y municiones. Los soldados enemigos
recorrían el campo, deteniendo a los estadounidenses como si se tratara de
ganado. Pero por Peter, me pondría en peligro. Lo haría todo. Por él y por
nuestro hijo nonato.
Sabía que discutir con Claudia era inútil así que continué caminando.
La escuché seguirme, pero no me detuve. No era mi madre ni mi tutora. No
podía detenerme. Solo podía retrasarme.
—¡No puedes irte! ¡Es demasiado peligroso! —dijo Claudia con fervor.
La ignoré y continué caminando. Solo tengo que llegar a mi caballo y
luego estaré fuera de aquí. Había dejado mi caballo atado y escondido en el
bosque. En cinco metros, yo estaría sobre la silla de montar y en marcha.
—Prometimos que, sin importar qué, nos quedaríamos aquí —me
recordó.
—Y ellos prometieron que regresarían en una semana —repliqué. Me
volteé y la enfrenté de nuevo—. Ya pasaron catorce días, Claudia, y no han
vuelto a casa.
— Lali, por favor —suplicó, implorándome que la escuchase.
Estiró la mano para tocarme, pero me alejé. No quería que me
tocase. Si lo hacía, mi ira desaparecería. Necesitaba mantenerla. La rabia
era lo único que me mantenía en marcha. Cubría el dolor y lo llevaba al
fondo de mi interior. Sin ira, era inservible.—Tienes que quedarte aquí. Debemos esperar aquí —insistió Claudia
mientras me iba.
Oí la desesperación en su voz, pero no me detuve. Debía encontrarlo,
tenía que encontrar a mi mejor amigo.
— Peter me hizo prometer que te mantendría a salvo.
Esas palabras me hicieron detenerme. Escuchar su nombre hacía
que las lágrimas comenzaran a formarse detrás de mis ojos. Preocupación
constante apretaba mi corazón dolorosamente. Inhalé. Luego otra vez.
—Por favor —me urgió, sin aliento por intentar seguirme el paso.
Cerré los ojos por la tristeza que oí en su voz. No me desmoronaré.
No me desmoronaré. La impotencia surgió dentro de mí, consumiéndolo
todo. La empujé al fondo de mi mente, enterrando la desesperación en lo
profundo de mi ser.
Abrí los ojos y miré a Claudia. Vi a Peter en sus rasgos. Y eso solo me
recordaba cuánto lo extrañaba.
— Claudia, necesito encontrarlo —le dije; mi voz sonaba hueca y triste.
La simpatía borró las líneas de su cara y su ceño fruncido. —Lo sé,
pero Peter no querría que cabalgues. Te querría aquí. A salvo.
Asentí y me quedé mirando a la distancia. Peter me mataría por
irme, ¿pero qué opción tengo? Deberían haber regresado hoy. No podría vivir
conmigo misma si no hiciera nada mientras él se encontraba lejos, quizás
herido, necesitándome.
Comencé a caminar de nuevo, con paso firme. —Me quedaré pegada
al bosque cerca de la carretera. Conozco esta área como la palma de mi
mano. Me llevará directo a la ciudad. Me quedaré en las afueras y
preguntaré a las personas de por ahí. Alguien debe de haberlo visto —dije,
mirando a Claudia por encima del hombro—. Puedo hacerlo, Claudia. Confía
en mí.
—Escúchame, Lali…
Cinco metros. Podía ver a mi caballo detrás de unos altos árboles,
esperándome. En unos minutos estaría sobre su lomo y cabalgando lejos.
Ya casi llegaba cuando se escuchó un grito. Protegiendo mis ojos del
sol, miré a la distancia. Roger corría desde el granero con una escopeta en
sus manos.
Observé el área a donde se dirigía. La carretera. Lo que vi hizo que
mi corazón se acelerara.
Hombres a caballo cabalgaban por el camino descuidado. Lucían
harapientos y cansados, casi incapaces de mantenerse sentados en las
sillas de montar. Debí haber estado asustada; los forasteros representabanuna amenaza. Sin la suficiente comida y agua en el país, los ciudadanos
peleaban unos contra otros solo para conseguir una comida decente. Las
personas eran asesinadas por un recipiente de agua o una taza de arroz.
Extraños que viajaban por la carretera desierta podían estar desesperados
por suministros y dispuestos a matar por ellos. Pero estos hombres no
eran extraños. Eran familia.
En segundos, corría a toda máquina, dejando caer mi mochila y la
escopeta al suelo. El césped crecido rozaba mis piernas, quemándome al
tiempo que azotaba mi piel. Mis zapatos pisaban la tierra, llevándome más
cerca. Volé, sin alejar nunca la mirada de los jinetes.
El tiempo se detuvo mientras atravesaba el patio. Claudia permaneció
justo detrás de mí, igual de ansiosa que yo por alcanzarlos.
Tres caballos. Lo que ello implicaba daba vueltas en mi mente, pero
no me detuve. El sol era despiadado, quemando todo a su paso. El sudor
corría por mi espalda, pero me negué a parar.
A un metro de mí, los caballos quedaron quietos, pero jadeaban y su
pelaje brillaba. Uno o dos de ellos pisotearon con sus pesuñas, creando
pequeñas tormentas de polvo en el aire y añadiendo otra capa delgada de
suciedad a los jinetes.
Me detuve, sin aliento e incapaz de procesar los rostros de los
hombres. Mi corazón latía demasiado fuerte y mis manos temblaban
horriblemente. Sentía una dolorosa puntada en mis costillas por la carrera
y un zumbido en mis oídos que me imposibilitaban el pensar.
Luego la oí, una voz familiar que sonaba más dulce que la miel. Me
sentí débil por la felicidad y ligera por el alivio.
Con lágrimas, observé mientras Eva se bajaba del asiento por detrás
de Brody y aterrizaba pesadamente. Ella lloraba en voz baja y las lágrimas
creaban rayas en sus mejillas sucias.
Di un paso hacia adelante, sin saber si era real o no. Pero cuando
me miró, supe que no estaba soñando.
—¡Eugenia! —grité.
Me encontró a mitad de camino, echándome los brazos al cuello y
aferrándose como a un salvavidas. —¡Oh, Lali!— gritó una y otra vez.
Sus lágrimas humedecieron mi camisa y la suciedad en su rostro
manchó mi ropa. No me importaba. Me hacía feliz que Euge estuviera de pie
a mi lado otra vez. Segura. Entera. En casa.
Podía sentir sus hombros huesudos bajo mis manos. Su brazo
derecho estaba vendado en un cabestrillo sucio y su camisa hecha jirones.
Su hermoso cabello rubio que siempre había parecido tan perfecto ahora
era enmarañado y apelmazado con barro. Pero nunca antes había lucido
tan bien para mí.Sostuve el cuerpo demacrado de Euge junto al mío y eché un vistazo a
los otros jinetes. Gavin bajó lentamente del asiento, con aspecto derrotado
y cansado. Como hermano mayor de Peter, era el líder del grupo. El mayor
y el más sensato de todos ellos.
Vico prácticamente se cayó de su caballo por el agotamiento. Un
vendaje sucio fue envuelto alrededor de su cabeza y manchas de sangre
salpicaban el material. La lesión no le impidió mantener sus ojos en Euge.
Sabía que su amor por ella era la única razón por la que se encontraba
aquí ahora.
Cash cerraba la marcha. Siempre el solitario, permaneció en la silla,
manteniéndose distante de todos los demás. Su sombrero de vaquero le
cubría hasta los ojos, ocultando su expresión y dándole un aspecto de
indiferencia.
Pero faltaba una persona.
Dejé de lado Euge y me centré en Gavin. —¿Dónde está Peter?
Se acercó cojeando a mí, todavía llevando su escopeta. Sus ojos se
clavaron en los míos, sin hacer caso a sus padres cuando le preguntaron
si se encontraba bien. Haciendo caso omiso de todo el mundo, menos a mí.
Se detuvo a centímetros de distancia, irguiéndose sobre mí, alto como su
hermano.
Lo primero que noté fue la cantidad de sangre en su camisa. Lo
segundo, fue la expresión de su cara. Tristeza, angustia y mucho dolor.
¡Oh Dios, no!
—¿Gavin? —pregunté, mi voz quebrándose. Di un paso hacia atrás.
Luego otro, de repente asustada. Con cada paso, la bilis se elevó más en
mi garganta.
Gavin arrastró los pies hacia delante, intentando alcanzarme con su
mano. — Lali.
Fue entonces cuando lo supe.
Comencé a sacudir la cabeza, negándome a reconocer lo que leía en
sus ojos. Las lágrimas nublaron mi visión y sentí como si una mano me
apretara fuertemente el cuello, sofocándome la vida.
—¡NO! ¡NO! —Las palabras brotaron de mi garganta como gritos de
dolor.
Me tapé la boca, conteniendo un grito cuando vi la humedad en los
ojos de Gavin. Detrás de mí, Claudia gritó de dolor.
Gavin me alcanzó. La parte de mi mente que seguía funcionando
notó que su mano estaba cubierta de sangre. Al agarrarme, me manchó el
brazo, e imploró—: Escúchame, Lali...Sacudí la cabeza en negación y me alejé de él. Se apretó el costado
de su cuerpo, retorciendo el rostro de dolor. Se acercó cojeando y mantuvo
su mirada en la mía. Me negué a reconocer lo que vi en ellos.
—¿Dónde está Peter? —pregunté, forzándome a sacar las palabras.
Cuando no respondió, mis lágrimas caían con más fuerza.
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —lloré, frotándome la frente y
mirando los alrededores. Todos me miraban con lástima. Siendo incapaz
de pensar con claridad, comencé a pasearme, dando pequeños pasos hacia
atrás y delante en frente de Gavin.
¡Esto no puede estar pasando! ¡Es una broma! ¡Una broma cruel!
Comencé a golpear histéricamente el pecho de Gavin, ignorando la
forma en que su rostro se volvió blanco. —¡¿Dónde diablos está?! —grité,
empujándolo un paso hacia atrás—. ¿Dónde. Está?
Tomó mis dos muñecas con una mano y me sacudió una vez, en un
intento de calmarme. —¡Le dispararon, Lali!
—¡NOOOO! —lloré. Un sollozo salió de mi garganta, seguido de otro.
Mis rodillas se debilitaron y mi cuerpo perdió todo el peso. Empecé a
desmoronarse, incapaz de soportarlo por más tiempo.
Gavin logró mantener mi posición vertical, a pesar de que parecía a
punto de caerse él mismo. Me jaló hacia delante y envolvió los brazos a mi
alrededor.
—Lo siento, Lali. Lo siento mucho. Intenté... Intenté llegar a él —
dijo con voz temblorosa.
Agarré un puñado de su camisa y me eché a llorar cuando el dolor
en mi pecho fue más pesado. Podía oír sollozos y llantos. Si se trataba de
mí o de alguien más, no lo sabía.
¡Le han disparado a Peter! ¡No iba a volver a mí! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!
¡Oh, Dios!
—Fue en medio de la lucha. Los disparos volaban desde todos lados,
pero nos manteníamos. Entonces más soldados comenzaron a aparecer de
la nada. Traté de cubrirlo para que pudiera retirarse a un lugar seguro,
pero fuimos superados en número. Lo vi caer —dijo con tristeza en su voz.
Sus brazos se apretaron a mi alrededor—. La sangre empapaba su camisa
y quedó inconsciente, tendido allí en el pasto.
Me agarré de la camisa con más fuerza mientras se asentaban sus
palabras. Sangre. Peter. Tendido allí.
—Se lo llevaron. Después de dispararle, lo arrastraron como a un
pedazo de basura. —Su voz adquirió un tono duro—. Lo tienen los
bastardos.Con la última palabra, Gavin tropezó contra mí, de repente pesado.
Sentí calor contra mi abdomen. Bajé la mirada y vi sangre empapando mi
camisa. Alcé la vista, y vi la cara de Gavin perder todo el color un segundo
antes de que se le pusieran los ojos en blanco. Se desplomó inconsciente
contra mí.
Con un grito, lo atrapé, luchando para mantenerlo erguido. Vico se
adelantó y agarró a Gavin antes de que colapsara y me llevara con él. De
inmediato, Juan Pablo y Claudia estuvieron al lado de su hijo, de rodillas junto a
él cuando Vico lo bajó a la tierra.
Bajé la mirada, mirando repugnantemente la sangre que manchó mi
camisa y brazos. En mi cabeza, era la sangre de Peter, no de Gavin.
Los temblores invadieron cada músculo de mi cuerpo. Mi mente se
puso en blanco y me sentí fría. Vacía. Aturdida, di un paso atrás. Luego
otro, al tiempo que sacudía la cabeza. ¡Esto no puede estar pasando!
¡Primero mi papá y luego Peter! ¡No, no, no!
Eva estuvo junto a mí de inmediato, poniendo un brazo alrededor de
mis hombros y abrazándome fuerte.—Todavía podría estar vivo, Lali —
susurró.
Recé para que fuera cierto. Esperaba nada menos que eso.
Observé de manera inanimada como Claudia desgarró la camisa de
Gavin, revelando una herida de arma blanca cerca de las costillas. Usando
solo las manos, aplicó presión sobre el corte. Él se quejó en voz alta y se
estremeció de dolor.
—Los bastardos le cortaron cuando intentó ir tras Peter. Ha perdido
mucha sangre —explicó Brody.
Su voz se desvaneció cuando se acercó Cash. Su mirada se fijó en la
mía, plana y distante. Su desaliñada mandíbula flexionada, me recordaba
a alguien obligado a decir algo que no quería. Por una fracción de segundo,
se desvaneció el muro que mantuvo en torno de sí mismo, revelando la
tristeza y el cansancio que venía de ver y saber demasiado.
Dejé de lado a Euge para enfrentarlo, necesitando a alguien que me
dijera la verdad. Cash era esa persona. No endulzaba nada.
—¿Está muerto, Cash? —le pregunté, apenas capaz de forzarme a
sacar las palabras por mis labios.
Quitándose el sombrero de vaquero, lo golpeó contra su muslo. El
polvo se arremolinó a su alrededor, añadiéndose a la suciedad de la ropa
ya apelmazada.
—Le dispararon en el pecho, Lali.
Noté la verdad detrás de sus palabras. No creía que Peter siguiera
vivo.
El rugido en mis oídos aumentó. Me sentía débil, con la cabeza más
ligera. Los bordes de mi visión se atenuaron, haciendo que todo parezca
borroso. Cerré los ojos, solo queriendo desaparecer.
Mi cuerpo se deslizó en el olvido.
El último pensamiento que tuve fue de Peter.
***
Nada.
Eso era yo.
Peter se había ido. Mi mundo se hizo añicos como si un pedazo de
cristal delicado hubiese caído sobre un suelo de mármol. Los diminutos
fragmentos de la vida que una vez resistí, pero estaban rotos. Inútiles. Solo
los trozos de lo que fueron. No tenía esperanzas. Ni plegarias. Ni deseos de
seguir adelante.
Me acosté en la cama durante días. Me negaba a moverme y apenas
comía. Claudia se enojaba. Gavin se irritaba. Nadie se encontraba contento.
Habíamos perdido a uno de los nuestros.
Yo lo había perdido.
—Te amo, Lali. Recuerda ser fuerte. Por mí.
Eran algunas de las últimas palabras que me dijo. Me habían estado
rondando durante horas. Nunca quería olvidarlas. Necesitaba oírlas como
requería el aire para respirar. Cuando me acosté en su cama, sus palabras
daban vueltas en mi cabeza, negándose a dejar que las olvide.
Me toqué los labios con la yema del dedo, recordando nuestro último
beso. Quería recuperar ese minuto. Solo un segundo más con él.
Su olor se colaba desde las sábanas de algodón que me rodeaban,
causando que crezca el dolor en mi pecho, paralizándome hasta que pensé
que nunca volvería a sentir lo mismo. Las lágrimas empaparon la
almohada debajo de mi cabeza; solo algunas de las miles que ya había
derramado.
La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando la habitación,
pero solo me rodeaba la oscuridad. La luz en mí se había ido. Como una
vela sin su llama, me encontraba sola y sin propósito.
Oí voces desde algún lugar de la casa. Se están yendo. Anoche, oí
hablar a Gavin y Cash. Hoy iban tras Peter. Sería uno de los muchos
intentos que harían para encontrarlo.
—Sé fuerte. Por mí. Apreté los ojos mientras las palabras se metían de nuevo a la fuerza
en mi cerebro. No quería ser fuerte. Deseaba meterme bajo las mantas y
nunca emerger. Quería disolverme en el suelo y desaparecer.
Como una hoja que cae en un río, quería alejarme flotando. Pero
había algo que evitaba que me hundiera más profundo bajo las oscuras
aguas.
Mi hijo nonato.

En La Oscuridad💚Where stories live. Discover now