Capítulo 7

89 2 0
                                    

El duelo me acompañaba constantemente. No sentía nada, excepto
dolor.
Pasaron cuatro semanas. Sobreviví. Vivía. Pero solo era la mitad de
una mujer.
Las temperaturas eran glaciales, teníamos los dedos helados por el
frío que nos rodeaba. Los días eran tristes y las noches eran heladas. Cada
noche nos acurrucábamos alrededor del fuego, envueltos en varias capas
de ropa, escuchando atentamente la radio. Conteníamos la respiración,
esperando noticias de la guerra, con la esperanza de que llegara la paz en
medio de todo el terror que nos rodeaba.
Pero nunca llegaba…
Los enemigos avanzaban, invadiendo los estados fronterizos y
adentrándose. Los estadounidenses luchaban, tanto jóvenes como adultos,
perdiendo la vida al tratar de recuperar su libertad. ¿Cuántos murieron,
sin que lo supiéramos? No creía que alguien lo supiera.
Éramos débiles. ¿Cómo podríamos luchar si no teníamos poder, ni
nada con que comunicarnos? El pulso electromagnético paralizó el país y
nos dejó a merced de los insurgentes. Habíamos vuelto a los días de
antaño, cuando los hombres trabajaban con sus manos, defendían a su
familia y luchaban por su libertad. Nada era fácil. Que las personas
murieran era más frecuente que el que siguieran con vida. La desnutrición
se extendía por todos lados, había hambre y enfermedades. Nuestro país
se encontraba en ruinas.
En el rancho nos encontrábamos a salvo de los combates. Todos
vivíamos hacinados en la casa de Claudia y Juan Pablo, conservando nuestro
calor, compartiendo nuestras provisiones, y así estábamos más seguros
por si aparecían forasteros. Así sobrevivíamos. Aprendimos rápidamente
que cuantos más fuéramos, más seguridad tendríamos. Nos convertimos
en una máquina bien engrasada; cada uno de nosotros hacía lo que le
tocaba para poder sobrevivir. Estábamos hacinados, pero a salvo. Era todo
lo que importaba.
Teníamos poco suministros de alimentos, pero no nos lo habían
quitado para que fueran racionados entre los grupos de personas sinhogar y con hambre de Estados Unidos, como se había hecho en otros
lados. No teníamos toque de queda, nadie a quien responder más que a
nosotros mismos. El rancho era el lugar perfecto para establecer un
bunker. Estábamos apartados del terror del resto del país, escondidos lejos
de los combates. Bueno, prácticamente.
Para mí, si los días eran largos, las noches lo eran aún más. Durante
el día trabajaba y ayudaba en el rancho cuando podía. Por la noche, daba
vueltas y vueltas. Peter me obsesionaba durante del día y aparecía en mis
sueños por la noche.
—Te amo, Lali.
Miré los ojos de Peter y vi todo lo que siempre necesité o deseé.
Coloqué mi mano en su nuca, y lo atraje hacia mí, muriendo por sentir
su boca en la mía.
—Yo también te amo —susurré, tocando sus labios con los míos—. No
vuelvas a dejarme nunca.
Su boca capturó la mía, con urgencia y lleno de necesidad. Agarrando
mis caderas, me atrajo hacia él. Gemí cuando una de sus manos se
introdujo bajo mi camisa, buscando mi pecho.
—Nunca te dejé, Lali. Siempre he estado aquí con ustedes —dijo,
alejando sus labios de mi boca para viajar a mi oído.
Besó la piel sensible debajo del lóbulo de mi oreja, dejando calor.
Aspiré una bocanada de aire cuando sus dedos rozaron la parte inferior de
mi seno.
—Por favor, Peter, te necesito —susurré, echando la cabeza hacia
atrás. Su boca se movió por mi cuello, haciendo que otras partes de mi
cuerpo gritaran por ser satisfechas.
—Dime cuánto —exigió cuando su pulgar y su dedo índice encontraron
mi pezón—. ¿Necesitas esto?
Abrí la boca para decirle que sí, que eso es exactamente lo que
necesitaba, pero nunca tuve la oportunidad de decir nada.
Un disparo atravesó la noche.
Peter se sacudió contra mí. Sonó otro disparo y se sacudió otra vez,
transmitiéndose el movimiento a través de mi cuerpo.
Vi cómo sus ojos se abrieron con temor. Tropezando hacia atrás, sus
manos se alejaron de mí, dejándome fría y sola.
Observé con horror cómo un gran círculo de sangre comenzó a
formarse en su pecho. El enrojecimiento no se parecía a nada que hubieravisto antes. Parecía un objeto viviente, tomando su cuerpo, consumiéndolo
con su maldad.
Grité mientras él tocaba la sangre con una mano. Extendió sus dedos
ensangrentados para que los pudiera ver, y me miró con tristeza.
—Lo siento, Lali —dijo, cayendo de rodillas frente a mí.
—¡NOOOOO! —grité, sosteniéndolo antes de que cayera al suelo.
De la nada, escuché un ruido proveniente de los bosques que nos
rodean. El ruido era fuerte y amenazante, rodeándonos como un atacante a
su presa. Sosteniendo a Peter  contra mí, miré a mi alrededor, buscando al
enemigo que le hizo esto. Que nos hizo esto.
De repente, a un par de metros de distancia, un bebé empezó a llorar.
Un fuerte llanto llenó la noche, desgarrando mis entrañas. Tenía que ir a ver
a mi hijo, pero no podía alejarme de Peter.
—Ve a cuidar de nuestro bebé, Lali. Déjame ir —susurró,
utilizando lo último que le quedaba de energía para decir las palabras.
—¡No, no te voy a dejar! —grité, asfixiándome entre mis sollozos.
Matándome.
—Tienes que hacerlo —dijo forzadamente. Su mano tocó mi cara. Pude
sentir la mancha de sangre que dejó en mi mejilla, marcándome para
siempre—. Te amo, Lali. Recuerda eso. Te amaré por siempre. Ahora
deja que me vaya.
Observé con horror cómo dio su último suspiro.
—NOOOOO —grité en lo más alto de mis pulmones, uniendo mis gritos
a los del bebé.
Alguien me agarró del hombro y, sacudiéndome, me despertó.
— Lali.
Me levanté de un salto; mi pecho subía y bajaba rápidamente, mi
respiración era forzada y entrecortada. Con la mano temblorosa, corrí el
cabello de mi cara, sintiendo el sudor que brillaba en mi frente. Cuando la
cama se hundió junto a mí, miré otra vez, con miedo de lo que podría
encontrar a mi lado. O que no encontraría.
Euge se sentó, mirándome con preocupación. Mis ojos se tomaron un
momento para acostumbrarse a la oscuridad. Estaba en la antigua cama
de la infancia de Peter. Bajo sus cubiertas. Mis manos bajaron a mi
estómago, sintiendo la pequeña redondez. Estoy bien. Todo fue un sueño.
Solo un sueño.
Euge me tocó el brazo. Solo un pequeño toque para recordarme su
presencia. Durante las últimas semanas, había empezado a comportarse con normalidad nuevamente, pero todavía sufría. Podía verlo en sus ojos
cuando pensaba que nadie la miraba. Cuando hablaba, pude escucharlo
en su voz, una voz que ya no sonaba como una mujer segura de sí, sino
como una niña perdida. Asustada.
Casi todas las noches, se encontraba a mi lado cuando tenía
pesadillas. Eran todas iguales, Peter muriendo y yo tratando de salvarlo.
Siempre moría y yo siempre despertaba llorando.
Acostada, me tapé con la colcha hasta la barbilla. Mi corazón latía
fuera de control, y las lágrimas amenazaban con ahogarme. Me concentré
en la oscuridad de la sala, intentando mantenerme bajo control.
Uno de los pies de Euge tocó mi pierna, empujándola con sus dedos,
recordándome que no me encontraba sola.
Cuando empezaron sus pesadillas, me metí en su cama, abrazándola
mientras lloraba. No quería a Vico a su lado, solo me quería a mí.
Después de un tiempo, tenía sentido compartir la cama con ella. Las
temperaturas bajas hacían imposible calentar toda la casa, así que solo se
calentaban las habitaciones necesarias. Los hombres se acostaban en la
sala de estar, compartiendo el calor de la chimenea, mientras Claudia y
Juan Pablo dormían en su habitación.
Euge y yo compartimos la antigua habitación de Peter. Nuestro calor
provenía de un calentador improvisado que hizo Brody, usando un tambor
de acero. Lo modificó cortando una puerta en un lado, colocando bisagras
en el extremo y un tubo de escape similar a los de los camiones para el
humo en el otro. Usando leña o cualquier otra cosa que hayamos podido
encontrar para quemar, tratamos de mantener el fuego durante toda la
noche, pero siempre nos despertamos con un cuarto helado por las
mañanas.
—Estabas llorando de nuevo por Peter —susurró Euge junto a mí.
La miré de reojo y me acurruqué más profundo debajo de las
mantas. —Era el mismo sueño. Le disparaban y lo veía morir. Lo sostuve
mientras que él tomaba su último aliento —dije, agarrando las sábanas
con tanta fuerza que mis uñas dejaron marcas en mis palmas—. Solo
deseo que las pesadillas desaparezcan.
—No creo que alguna vez desaparezcan —dijo—, yo también quiero
olvidar, pero no puedo.
—No quiero olvidar. Quiero soñar con Peter cada noche, pero no así
—le dije, y las lágrimas se construyeron en mis ojos.
—No quiero volver a soñar —susurró Euge.
—Tal vez si hablamos de ello... nunca has hablado de lo que pasó —
le dije, viendo cómo ella recogía los extremos de su cabello—. Siempre has
sido capaz de decirme todo, Euge. Apartó la mirada con inquietud. —No puedo hablar de eso, Lali.
Me giré de lado, colocándome frente a ella. No podía ver los detalles
de la cara. Solo su silueta.
—¿Te hicieron daño? —le pregunté.
Se secó las lágrimas con rapidez, como odiándose a sí misma. Euge
odiaba llorar. Lo veía como una debilidad, diciendo que las mujeres débiles
eras las que lloraban, y por el contrario, las mujeres fuertes se levantaban
y hacían algo para cambiar las cosas. Si tan solo pudiéramos.
Esperé a que respondiera mi pregunta, pero no lo hizo. Se cerró de
nuevo.
Dejé escapar un profundo suspiro. —Está bien, Euge. No tienes que
decirme nada.
Cerré los ojos y recé para que pudiera dormir sin tener otra
pesadilla. Solo una noche sin imágenes de Peter muriendo, por favor. El frío
en la habitación me hizo temblar mientras mis párpados se volvían más
pesados. Ya casi me dormía cuando ella habló.
—Nos golpeaban, Lali.
Abrí los ojos, y mi sueño desapareció repentinamente.
—Nos golpeaban todos los días. Comíamos pan duro y agua. Nada
más. Y cuando nos dejaban dormir, eran solo una o dos horas seguidas.
—Oh, Jesús —dije, con la voz quebrada.
—Sí, bueno, él no estaba por ahí —dijo sarcásticamente.
— Euge, lo siento. —Resopló y se giró, colocándose de espaldas a mí.
Me quedé mirando la parte trasera de su cabeza, con ganas de hacer algo,
pero sabiendo que no había nada que pudiera hacer.
—Deberías haber visto lo que hicieron con las otras mujeres. Fue
horrible. Muchas fueron violadas. Tuve suerte porque me las arreglé para
esconderme detrás de otras personas, pero luego me sentía como una
mierda. Se lo habían hecho a alguien más. —Resopló con disgusto—. Y los
hombres eran torturados constantemente. No creo que nunca vaya a
olvidar los gritos. Eran constantes, noche tras noche. Día tras día. Nunca
cesaban. Cuando cierro los ojos, todavía puedo oírlos.
Mi corazón me latía fuerte en el pecho. Peter podría haber sido
torturado y lo podrían haber matado de hambre. No había forma de que
sobreviviera. Él no era así. Habría luchado hasta que lo mataran a golpes.
De repente me sentí enferma del estómago, las imágenes eran muy
difíciles de controlar.
Eva se giró para mirarme, con las mantas enredadas alrededor de
sus piernas.—Quiero decirte que lo siento, Lali. Es mi culpa que Peter esté
muerto. Sé que no fui buena con él, pero me preocupaba de que te
rompiera el corazón. Quería protegerte. Ahora me siento culpable. Dio su
vida por mí y yo lo trataba como a una mierda. Si pudiera, me hubiera
quedado en el campamento para que pudieras tenerlo de vuelta.
Envolví los brazos alrededor de ella, apretando con fuerza. —No
digas eso, Euge. Estoy bien.
—No, no lo estás. No me mientas, Lali Espósito. —Podía oír las
lágrimas en su voz—. Éramos tan jodidamente estúpidas. Solo dos niñas
universitarias ingenuas que creían que lo más importante en la vida era
donde iba a ser la próxima fiesta, o donde estaban los mejores bares.
—No podríamos haberlo sabido —le dije, apartando los brazos de
ella.
—No quiero decirle a Vico lo del campamento —dijo con
convicción—. Le molestará oír lo que pasé y ahora no puedo estar con él.
Hubo una vez...
Cerré los ojos, temerosa de lo que iba a decir a continuación.
—Un hombre me arrinconó y me tocó, pero otra mujer lo detuvo...
No sé quién era, pero ella me salvó.
Alcancé las mantas y encontré su mano. Sus dedos eran como el
hielo contra los míos.
—No voy a decir nada pero tienes que hablar con Vico. No lo alejes
—le dije.
—Tengo miedo de decírselo.
—Él te ama, Eugenia. Todo lo que le importa es que estás en casa a
salvo. —Apreté su mano para tranquilizarla.
Bufó. —No lo entiendes ¿verdad, Lali? Nunca estaremos a salvo
de nuevo. Estos hombres —hizo un gesto hacia la ventana—, quieren
matarnos. Nos quieren extintos. —Sacudió la cabeza y sus siguientes
palabras fueron espeluznantes—: Los estadounidenses nunca estaremos a
salvo o algo parecido. Ninguno de nosotros.

En La Oscuridad💚Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin