Capítulo 4

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Lucía sentía los rayos del sol pegarle en el vidrio del siguiente autobús que ahora se dirigía hacia Southhaven, le habían alcanzado los dólares que traía para aquel regalo que se suponía que le daría a Eva, con melancolía colocó sus manos en los bolsillos de aquella cómoda cazadora que traía, era bonita, pero el recuerdo de la razón por la cual la compró, le dolía más, seguía sin asimilar en su totalidad todas las cosas que habían pasado: jamás podría volver a casa porque sus padres le habían botado, y ahora estaba sola ya que Eva prácticamente le había dado a entender que prefería la opinión ajena que la relación de ambas.

Aquellos chicos que venían con ella desde Garret, parecía que ambos se dirigían al mismo destino, sin embargo cuando los vio esperando otro camión en vez de irse con ella, le hizo comprender que si incluso todos iban a salir de aquel pueblo, se dirigían a direcciones distintas, cosa que hizo que resonara un poco en la mente de Lucía, quién seguía pensando en toda la situación como si fuese una gran nube de arena que no le dejaba ver más allá de la misma.

Parecía ser que los boletos costaban lo mismo a lo largo de su viaje a Nueva York, tendría un poco de dólares sueltos con los que se compraría algún dulce o algo que comer, tenía hambre, no había comido nada desde la tarde anterior, pronto pasarían 24 horas de ese momento que salió de su casa, su estómago ya le estaba pidiendo un poco de alimento ya que gruñía constantemente y le entendía, aquella sensación era incómodamente molesta.

Sintió un poco de pena por su propia situación, si al menos las cosas se hubiesen esperado unos cuantos meses, tendría mejores recursos que en ese preciso momento, sin embargo, ya no había espacio para lamentos, tenía que mantener su cabeza fría para toda la situación que estaba por pasar, sabía que si hubiese sido un poco más inteligente, quizás hubiese logrado concretar una relación amistosa con más personas, para tener al menos tener otro sitio en donde podría quedarse, también aquellos lamentos eran inservibles para ella en ese preciso momento.

Pero se percató que aquellos lugares en donde ella hubiese podido dormir, no eran de sus amigos, eran de los padres religiosos, que al igual que los suyos, la hubiesen igual echado a la calle por simplemente mantener una relación con una chica, ¿qué mal era ese?

El amar no debería de ser condenado, había incluso acciones peores que amar: robar o mentir, entre otras peores; ¿acaso era mejor un político corrupto que ella? Ella solo se había dedicado en amar a alguien, tal como un chico amaba a una chica, era un amor puro y sincero, con grandes planes a futuro, quiénes la perseguirán como fantasma cada que los lograra recordar, ya que había sido su propia chica amada quién se había soltado de su mano en el mínimo momento de adversidad, pero siempre pensando en si misma de forma egoísta sin pensar un momento en Lucía, quién la estaba pasando muy mal, aunque no lo reconociera.

¿Acaso Dios debía de hacerla dejar amar a las chicas? Lucía no podía encontrar ningún consuelo en sus propios pensamientos, lo había intentado tanto, aquellas oraciones en la madrugada, mientras pensaba que ella era la que estaba mal, una vil pecadora, cuyo único pecado era amar con todo su corazón, aquellas noches en donde sentía como sus rodillas le dolían por estar tanto tiempo rezando, era tantas las oraciones que sentía que al menos una debía de llegarle a dios, aunque fuese por lástima.

Deseaba que ese vil sentimiento se quitara, que dios no la dejase amar a las chicas, que la hiciese amar a los chicos, que era lo correcto, que era lo que debía ser, o que al menos le permitiese renacer en la siguiente vida como un chico, para poder amar sin límites a las mujeres, que eran tan bellas. Pidió durante muchas noches, para darse cuenta de que nunca hubo respuesta alguna, entonces ¿dios no existía?

Dios debía de escucharla, ella le rezaba todas las noches, pero en realidad no era lo que le lastimaba, si no los comentarios hirientes del propio padre García, que solía dar las misas en el pueblo cada domingo, diciendo que la gente homosexual sería aquella que iría directamente al infierno, junto a los demás pecadores según las leyes de dios, que él se encargaría de mandarlos a sufrir al infierno junto a todo el resto de pecadores, sin ser capaces de alcanzar la paz eterna que a todos los buenos se les prometía, si seguían los mandamientos de Dios.

AfueraWhere stories live. Discover now