—Astrid —chilló y pude escuchar ese zapateo que solía hacer cuando estaba nerviosa—. Sabes que no me refiero a eso...
—Y sabes, ahora que lo pienso nunca fuiste una buena amiga —continué, sintiendo como las otras cosas que me había guardado empezaban a brotar sin control—. Todas esas veces en las que criticabas la ropa que me hacía feliz, o cuando soltabas esos comentarios sobre las costumbres de barrio de mi familia... puedo seguir enumerando cosas y creo que eso dice mucho.
»Y pensé que así era la amistad porque nunca antes había tenido una amiga. O al menos eso creía hasta que conocí a un grupo de personas de San Modesto que, a pesar de lanzarme de bicicletas, me aceptan tal y como soy. Me hacen sentir segura, cómoda... querida y sé que nunca me apuñalarían por la espalda.
La línea estuvo en silencio, tal vez procesando lo que le había dicho mientras que yo sentía que había liberado la última carga que quedaba sobre mis hombros.
Y se sentía muy bien.
—Astrid, en serio lo siento mucho...
—¿Lo estás diciendo porque de verdad lo sientes o porque sacarlo de tu consciencia?
Otro silencio que no debió estar allí. Otro silencio que me dejaba muy en claro que estaba tomando la mejor decisión.
—Claro que debes sentirte mal por lo que hiciste y que bien que lo reconozcas —Aparté la espalda de la pared de la cabina telefónica—. Pero en serio, vete al carajo, Mariana.
Solo esperé dos segundos antes de colgar el teléfono. En el metal brillante del teléfono pude ver mi rostro reflejado, donde una sonrisa que no recordaba haber tenido en mucho tiempo era lo que más resaltaba.
Una gran sonrisa que ninguna de las anteriores versiones de Astrid había tenido, tal vez porque por fin había encontrado a la verdadera que había estado oculta por tantos años.
El interior de la iglesia de San Modesto era una cosa digna de admirar.
Desde sus altos techos con vigas de madera hasta la piedra conformaba los pequeños arcos blancos del interior, el sencillo altar de cemento con los espacios de las grandes figuras que ya estaban fuera de la iglesia para la procesión hasta una esquina llena de pequeñas velas en vasos oscuros cuyas flamas naranjas danzaban en las esquinas.
No era la iglesia más elegante donde había estado, pero sí tenía cierto encanto.
Especialmente cuando no estaba hasta el tope de personas. La mayoría estaban afuera, con sus pequeñas velas y rosarios en mano para empezar con la procesión nocturna.
El enorme cuadro del venerado estaba sobre una estructura de madera, llena de flores amarillas y largas hojas de palma en sus alrededores que le daban una silueta similar a la que rodeaba a las siluetas de las vírgenes.
CZYTASZ
Las últimas flores del verano
Dla nastolatkówGanadora del Watty 2022 en la categoría juvenil✨ «Una carta de amor, una chica con aroma a coco y un verano inolvidable». *** Luego de una experiencia cercana a la muerte, Astrid es forzada a pasar el verano de 1999 con sus tíos en un pequeño pueblo...
34. Caminata nocturna
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