Epílogo

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—¡En guardia! — un jóven de cabello rubio y ojos azules, bastante alto para tener solo catorce años, alzó su espada contra el líder de la casa Pemberton, Balder.

Las espadas chocaron con frenesí llamando la atención de la dama que leía tranquilamente sentada en el pasto verde, junto a su hijo Rhaegal, un niño de apenas cuatro años con el que fue bendecida.

Los caballeros estaban entrenando, y al ser Balder uno de los líderes era su deber entrenar a los más jóvenes destinados a heredar el título, entre ellos estaba Caleb Roubert, el único hijo de la casa Roubert.

Emma observó como el chico se esforzaba más que nunca para convertirse en alguien digno, le sorprendía como alguien con una historia tan complicada podía sonreír y vivir tan plenamente. A pesar de que él antiguo conde Roubert pasaba los últimos días de su vida en aquella mansión abandonada.

Caleb había crecido para ser todo aquello que sus padres no pudieron ser; alguien amable y justo, con un corazón bondadoso y deseos de triunfar. No le guardaba rencor a su padre, pues fue la única figura paterna que tuvo en su vida y jamás le faltó algo o tuvo incomodidad, todo lo contrario; estuvo lleno de amor.

En cuanto a su madre y a su hermana mayor, no deseaba saber nada más de ellas. Le daba vergüenza saber todas las atrocidades que habían cometido. Si había algo que no quería ser, era eso.

Por otro lado...

—¡Hermano!

Una mujer de cabellos largos naranjas, y ojos calabaza saludo entusiasmada al joven caballero, quién dejó lo que hacía para correr directamente hacía ella y abrazarla lleno de felicidad.

—¡Hermana!— exclamó, absorbiendo el aroma a vainilla que provenía de ella.

—Veo que estás entrenando muy duro, me gustaría poder ayudarte— hizo un puchero, sentándose junto a Emma, quién le ofreció unos rollos de canela.

—Eres mi maestra, todo lo que sé te lo debo a ti— agradeció— sin embargó no me gustaría que por mi culpa mi sobrino nazca con sobredosis de adrenalina— bromeó, señalando el vientre redondo de Sinnah, quién sonrió con gracia.

Rhaegal Pemberton se acercó a su padre aprovechando el momento para entrenar con él, desde que Lady Sinnah había quedado embarazada su padre la había sustituido en los entrenamientos, pero le molestaba pues sus clases particulares se habían cancelado. Era muy jóven, así que no lo aceptaban en el palacio.

—¿Cómo estás Emma?— preguntó Sinnah, observando a la jóven castaña de contextura delgada.

— Últimamente me enfermo muy seguido, pero al menos puedo salir tranquilamente sin ningún problema— admitió, algo decaída.

Emma era una jóven bastante enfermiza desde que se mudo a la capital, luego de casarse con Balder y tener a su hijo, su salud cayó un poco. Su cuerpo es débil, por lo cual no es conveniente que tenga más bebés, pero al menos se mantenía animada, disfrutando sus días de la mano de su familia.

Balder también se mantenía preocupado, pero intentaba no aparentarlo por su hijo, lo último que quería era una depresión, ahora más que nunca tenían que transmitirle todo su apoyo y buen ánimo.

—¡Mamá!— una voz infantil grito desde la lejanía, corriendo apresuradamente hacía Sinnah cuando llamo su atención, la jóven de cabello negro y ojos azules se arrojó a sus brazos con cuidado de no lastimar su vientre.

—Sahira— Sinnah correspondió, abrazando a su pequeña hija de tres años.

—¡Mamá, tienes que regañar a papá!— se quejó, cruzándose de brazos.

La elección de la diosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora