33. No es para siempre

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—No es para menos, Maylín —comenté, mientras me acercaba con cuidado y pasaba mi brazo sobre sus hombros.

Fue lo mejor que se me ocurrió hacer, porque me dio la sensación de que necesitaba sentir a alguien a su lado. Soltó un suspiro, pero aun podía sentir sus hombros tensos o aquella aura de conflicto que la rodeaba.

—Y lo peor de todo es que no sé cómo debo sentirme al respecto —agregó con cierta resignación—. Algunos días estoy enojada al punto de querer matar a Dimas, otros estoy decepcionada conmigo misma porque se suponía que yo era la persona más inteligente del pueblo, en otras ocasiones me quedo sentada en la cama en blanco por horas pensando en lo que pasará de ahora en adelante.

—Estás en todo tu derecho a sentirte de esa manera —murmuré contra su hombro—. No importa como haya sido.

Incluso cuando no habíamos pasado por situaciones similares, su angustia me recordaba mucho a la que yo había sentido después del incidente en el recreo. A esa sensación rabia que te carcomía por dentro, pero que no podías expresar porque todos a tu alrededor te repetían que te lo habías buscado y ahora debías asumir la responsabilidad.

—Según los demás no —murmuró con cierto enojo—. Es como si de repente no tuviera el derecho a quejarme, gritar o llorar. Debo estar feliz y sonriente todo el tiempo, que veré las cosas diferentes una vez tenga al bebé en brazos. Y no es como si fuera de esas personas que nunca han querido tener familia, hace un par de años me emocionaba la idea de tener una casa con hijos, pero...

—Pero no así —respondí, comprendiendo lo que decía—. No ahora.

Maylín asintió, las cadenas que pendían de su cuello tintinearon a pesar de estar sostenidas con pequeños ganchitos.

—No con la persona que amo, sino con un tipo que ni siquiera me gustaba. —Sorbió por la nariz—. No cuando gracias a esto tuve que romper la relación de Francisco y Allen.

—Oye, lo cierto es que esos dos ya estaban en la cuerda floja por lo de los reclutadores —comenté y luego recordé la reacción de Casey cuando lo solté por accidente en la mesa—. Sabías lo de los reclutadores ¿cierto?

Maylín asintió.

—Francisco comentó algo de eso, de que Allen no iba a tomar la oportunidad a menos que rompiera con él. —Me dio una mirada—. Le dije a Francisco que por mí podían continuar viéndose, porque es lo menos que podía hacer después de todo el desastre que iba a causar en su vida... aunque si hablamos con honestidad, creo que solo quería buscar una excusa para que no fuera Allen el que terminara todo.

—Entonces de eso iba la nota que le dio a Allen —murmuré al recordar el trozo de papel sobre la mesa—. Esa es la razón por la que no lo he visto desde que fue a mi casa.

Un pequeño vacío se apoderó de mi estómago, porque me era imposible imaginarme como debió sentirse al escuchar eso.

—No he ido a hablar con Allen por lo mismo. —Bajó la mirada hacia sus babuchas y apretó los labios, conteniendo las ganas de llorar—. Debe odiarme en estos momentos.

—Allen no debería estar odiándote, no has hecho nada —le expliqué, observando sus ojos—. Ellos tomaron esas decisiones por su cuenta, ellos lo decidieron.

—Eso no hace que deje de sentirme culpable —susurró. Las lágrimas empezaban a escaparse de sus ojos, corriendo parte del delineado de la parte inferior—. Con él enojado conmigo, mi tío que me diciéndome a la cara lo decepcionado que está de mí. Incluso siento que Rosaura lo está y eso me está doliendo más de lo que debería...

Solté un suspiro y me aferré más.

—Yo estoy contigo, Casey está contigo y aunque no lo creas de seguro Allen también lo está —murmuré contra la suave tela de su camisa tejida—. Si eso es lo que quieres, claro.

Las últimas flores del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora