22. Finale

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Su alarma nos levantó a las nueve de la mañana.

Me removí bajo el peso de su brazo en mi cintura. La realidad me golpeó y despertó como un balde de agua fría: hoy regresábamos. Hoy no habría más playa, no más ensayos, no más juegos. Hoy volábamos. En menos de dos horas estaríamos en un jet yendo a Londres.

—Buenos días. —Lo oí arrastrar a mis espaldas.

Me di la vuelta sobre mi lado para encararlo. Tenía un ojo abierto y el otro cerrado, intentando verme. Su rostro estaba hinchado del sueño y tenía el inicio de unos vellitos sin afeitar en algunos días. Aún así, despeinado y desordenado, lo encontraba atractivo.

—Buenos días —respondí.

—¿Dormiste bien? —preguntó—. No parabas de moverte.

—Tenía calor.

—Debiste decirme para no abrazarte tan fuerte.

—No. Quería que me abraces.

Él rió cortamente bajo su aliento.

—Ay, Trixie. —Acarició mi espalda debajo de su playera—. Eres todo un caso, bebé.

Las piernas me temblaron. Cada vez que me decía algo así con esa voz rasposa y ronca, con esos ojos, de sus labios, me debilitaba terriblemente.

—¿Te vas a bañar tú primero? —consulté.

—Pensaba hacerte el desayuno.

—¿Podemos hacerlo juntos?

—¿Bañarnos o cocinar? —inquirió con una sonrisita socarrona de lado.

Y aunque en cualquier otro momento le hubiera regañado, lo que respondí ahora fue:

—Si quieres los dos.

Sus labios se separaron hasta su tope.

—¡Beatrice!

Reventé en una carcajada.

—¿No te quieres bañar conmigo? —molesté divertida a la vez que subía mi pierna por su cadera.

—Hm... —Tarareó con una sonrisita maliciosa y diría que hasta nerviosa—. Te vas a quemar, mujer...

Su mano se deslizó de mi espalda hasta mi pierna, donde la aseguró en su cadera y me apretó el muslo.

—¿Te gusta el agua bien caliente, acaso? —fastidié.

—No, preciosa, yo caliento el agua.

Volví a reírme ante su estúpido intento de coqueteo.

—Ay, Harry... —Acaricié su pecho soltando los restos que me quedaban de la risa.

—Venga, vamos a levantarnos. —Palmeó mi pierna antes de darse un impulso sobre su espalda e intentar sentarse en la cama.

—¡No! —me quejé llena de pereza lanzándome sobre él. Acomodé mis piernas a cada lado de su cadera y dejé caer mi cabeza en su hombro— ¡No me quiero mover!

—No me hagas obligarte, bebé.

—No puedes moverme. Soy fuerte —dije, y envolví mis manos alrededor de su torso, aferrándome a él.

Harry se aguantó una risita en la garganta para luego impulsarse conmigo encima, sentarnos, y tumbarnos sobre mi espalda de regreso al colchón, esta vez con él encima de mí y entre mis piernas.

—Ya no soy tan fuerte —murmuré.

Una sonrisa iluminó su rostro. Se apoyó en sus puños a cada lado de mi cabeza y se inclinó a besarme rápidamente, robándome otra tonta sonrisita.

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