28. El año del conejo

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Como siempre, la política tomando ventaja de la fe de las personas y a su vez la fe tomando ventaja de la política.

Me pregunté si aquel santo estaría feliz de ser usado como ficha política.

Pero eso no fue lo que llamó mi atención, sino lo que se estaba desarrollando detrás de todo ese barullo. A un rostro conocido entre tantos extraños.

Francisco estaba parado junto a una mujer que debía tener unos veintitantos de cabello castaño con mechones aclarados y sostenía a la pequeña Margarita entre sus brazos. Parecían haber elegido todo a juego para esa calurosa mañana, desde sus gorras rojas hasta las zapatillas blancas con pequeños detalles en tonos azules.

Y parecían llevarse muy bien, porque había veces en las que él se inclinaba hacia ella para decirle algo al oído, algo sumamente gracioso porque ella se mordía el labio para contener la risa. Otras donde se inclinaba hacia Margarita y le hacía algunas caras o acomodaba la pequeña vincha de encaje sobre sus cortos cabellos ondulados.

Parecía... normal.

Como el presumido Francisco de siempre, como si todo el asunto como Maylín no hubiese sucedido hace un par de noches.

Cuando intentaba preguntarle a Allen por él (intentando no sonar como una intensa), el chico simplemente respondía con un encogimiento de hombros. Pero la verdadera respuesta la daban sus ojos negros, que parecía afligidos cada vez que escuchaba su nombre.

Tenía dos teorías al respecto: No le había contado a Francisco sobre el asunto de los reclutadores o sí le había contado y a Francisco no le había agradado para nada la idea.

Fruncí el ceño, tanto por intentar leer sus expresiones como por el hecho de que mamá no cogía el celular. Al quinto decidí desistir de ese intento y terminé colgando el teléfono con algo de brusquedad.

Brusquedad que terminó llamando la atención de algunas personas cerca de la cabina, que claramente me reconocieron y me dieron miradas detenidas antes de regresar su atención al hombre en frente.

Solté un suspiro antes de llevar una mano al bolsillo de mis shorts, en el cual vi como sobresalía un pequeño papel blanco y donde se podía distinguir el diminuto dibujo de una flor.

A la familia de Casey no le gustó mucho la idea de que su hija perfecta se juntara con una persona tan problemática como yo, por lo que su madre tomó la decisión unilateral de cortar nuestra amistad.

Por supuesto, a Casey le importó un bledo eso y en la primera nota que recibí dijo que tendría que esperar unos días a que su madre se relajara para poder volver a vernos de nuevo y que mientras tanto Allen sería nuestro Cyrano de Bergerac.

Sus notas eran más cortas, pero no por eso menos amorosas. La mayoría estaban escritas con una letra más apresurada y llenas de pequeños dibujitos en los márgenes con corazones o pequeñas hechas con pluma escarchada rosa.

Era raro pensar en cómo Casey estaba tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos. En el cómo creía percibir el aroma a coco en la suave brisa que entraba por la ventana o escuchar los murmullos de su voz a través del campo.

«Solo es por unos días» me recordé mientras caer mi cabeza sobre el panel transparente «Unos días para tenerla de nuevo entre tus brazos, besarla y sentir el aroma de su pelo contra tu nariz».

Mi mirada nuevamente fue hacia el toldo azul, hacia el rostro aburrido de Francisco mientras miraba a su papá enumerar una y mil promesas de las que con suerte se cumplirían dos.

El evento continuó por unos minutos más, con la gente uniéndose para quejarse sobre la situación de la falta de agua en San Modesto y Francisco Palacios (padre) dando una explicación que al final no dejaba en claro la razón por la que el agua no estaba llegando hasta ese pueblo o los de más arriba.

Las últimas flores del veranoWhere stories live. Discover now