21 | Madison

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Al comprobar con mis propios ojos cómo aquella chica se acercó a Dylan y besó sus labios, se me revolvió el estómago y la ira se apoderó de mí

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Al comprobar con mis propios ojos cómo aquella chica se acercó a Dylan y besó sus labios, se me revolvió el estómago y la ira se apoderó de mí.

Seguramente me veía ridícula observando fijamente cómo se besaban, pero eso no me importó porque me encontraba en estado de shock, paralizada, sin saber qué hacer.

Si Dylan quería hacerme daño, lo consiguió.

Me estaba debatiendo si salir corriendo o acercarme a Dylan y gritarle lo imbécil que era por continuarle el beso y no apartase de ella. Al final decidí irme de la fiesta y estuve a punto de hacerlo, pero Alex me hizo reflexionar.

—Si te marchas ahora, él conseguirá lo que quiere. —Posó sus manos en mis hombros y ese gesto consiguió tranquilizarme un poco—. Vamos a hacer una cosa. Nos quedamos, bailamos y si no estás cómoda nos vamos. ¿De acuerdo?

—Sí, nos quedamos —dije agotada.

Alex logró que me quedara en la fiesta. Canción tras canción, me olvidé de todo durante un momento y puedo decir que, gracias a él, la noche no terminó siendo un desastre.

En cuanto llegué a casa, me encerré en mi habitación y me escondí debajo de las sábanas para poder desahogarme sin que nadie me molestara.

El despertador sonó muy temprano a la mañana siguiente. Saqué la mano para apagarlo y continué escondida debajo de las sábanas un poquito más. Me había pasado toda la noche llorando y me dolía el estómago, así que no bajé a desayunar.

No me sorprendió cuando mi madre abrió la puerta de mi habitación, porque sabía que tarde o temprano iba a subir a comprobar si había dormido en casa.

—¿Madison, estás bien? —me preguntó bastante preocupada.

Mi madre fue un gran apoyo cuando Dylan se marchó. Siempre estaba ahí cuando la necesitaba. Por eso me fue difícil no responder. Necesitaba estar sola y la conocía demasiado como para saber que iba insistir hasta que descubriera qué me pasaba.

Se acercó a la cama y se sentó a mi lado dejando un poco de distancia entre nosotras.

—¿Quieres que te suba algo de comer?

Negué con la cabeza sin darme cuenta de que no podía verme.

Como no le respondía, estiró su mano y tiró de las sábanas destapando todo mi cuerpo. Rápidamente me tapé la cara con las manos, no quería que viera las ojeras que habían aparecido debajo de mis ojos y las lágrimas que recorrían mis mejillas.

—Cariño, ¿por qué lloras?

—No me encuentro bien mamá.

Nada más decirlo acercó su mano a mi frente para comprobar mi temperatura.

—No tienes fiebre. ¿Qué te duele?

—El corazón, mamá. —Me incorporé en la cama para poder verla mejor—. Me duele el corazón.

No temas al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora