8 | Dylan

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El jueves me costó levantarme de la cama

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El jueves me costó levantarme de la cama. Después de haber estado toda la noche llorando y apenas haber dormido dos horas, no podía mantenerme en pie y mis ojos se cerraban solos.

Estaba tan cansado que el ruido insoportable del despertador me estaba empezando a provocar dolor de cabeza. Alargué la mano y lo apagué antes de volver a esconderme debajo del edredón.

No quería ir a clase y menos después de lo que había presenciado el lunes. No podía irme de casa hasta que mi padre se fuera a trabajar, ese era el único momento en el que mi madre podía respirar tranquila porque sabía que conmigo en casa, mi padre nunca le iba a poner la mano encima.

Conseguí engañar a mi padre y quedarme dos días en casa por un supuesto dolor de tripa que no tenía, pero sabía que, aunque no quisiera, tenía que volver a clase.

Bajé a desayunar con mis padres para controlar que todo fuera bien y esperé a que mi padre se fuera de casa para vestirme. Salí de casa un poco tarde, por lo que tuve que correr para conseguir llegar a primera hora.

Cuando llegué al instituto, no había nadie por los pasillos y ya había sonado el segundo timbre que daba inicio a la primera clase. Caminé rápidamente por el pasillo y entré en la clase de Carpintería antes de que el profesor Philip cerrara la puerta.

—Dylan, llegas tarde —me reprendió.

—Lo siento, no volverá a pasar.

Asintió con la cabeza y me dio vía libre para sentarme.

No detuve mi mirada ni en mis amigos ni en Madison. Simplemente, me senté en mi sitio y saqué de la mochila una libreta y un bolígrafo.

—Hola —dijo Madison para llamar mi atención. Levanté ligeramente la cabeza para comprobar que parecía bastante cabreada conmigo—. Me alegra saber que estás vivo. He intentado ponerme en contacto contigo para terminar el trabajo, pero no has dado señales de vida.

—He estado un poco ocupado estos días —le dije intentando parecer tranquilo—. Lo siento por no haber dado señales de vida.

No sabía que Madison me había escrito durante esos días, aunque cómo iba a saberlo si el lunes apagué el teléfono para desconectar y no lo encendí hasta esa mañana para avisar a mis amigos que nos veríamos en clase y que no me esperaran en la puerta, como de costumbre.

—¿Terminamos el trabajo? —dijo esta vez con una expresión calmada.

—Claro.

Madison fue a la estantería a por la caseta mientras yo reunía las pinturas que necesitaríamos para terminar de decorarla. Lo dejamos todo sobre nuestra mesa de trabajo y comenzamos a darle los últimos retoques.

Antes de que terminara la clase ya teníamos nuestro proyecto terminado. El profesor Philip no evaluaría los trabajos hasta el día siguiente así que decidimos dejarlo de nuevo en la estantería para que no se rompiera.

No temas al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora