Puede que para la mayoría fuera una mujer distante o algo fría por preferir trabajar antes de ser la típica madre que se quedaba en casa, pero simplemente era así por la manera apresurada en la que le tocó crecer (porque mantener un trabajo de medio tiempo, estar en la universidad y ser la madre sustituta de su hermano menor no fue nada fácil).

Ser madre en el sentido más tradicional de la palabra no era su fuerte, pero ser una amiga íntima a la que podía recurrir en cualquier momento sí.

No me di cuenta de ello hasta el día de la pelea en el patio del recreo, cuando se dedicó a escucharme atentamente y sin juzgarme. También fue uno de los pocos momentos en los que me abrazó muy fuerte e intentó decirme que todo estaría bien.

Aunque bueno, se equivocó en eso porque casi me muero.

—¿De qué te ríes?

Dijiste amiga... es raro escucharte decir esa palabra —contestó con cierto aire nostálgico—. Me recuerda a la primera vez que viniste a casa y dijiste que habías hecho una amiga, cuando Mariana era una persona grata.

«En realidad no es solo una amiga» me dije a mi misma mientras toqueteaba la tela del vestido. 

—Bueno, sí... —sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos—. Además, no es como si me fuera a iniciar en un culto como el de Jim Jones o algo así.

Ten cuidado con lo que te ofrezcan o con firmar cosas —me advirtió ella—. Esa gente es experta en sacarle plata.

No podía imaginarme a Casey involucrada en ese tipo de actividades.

En ese instante elevé mi muñeca para rectificar la hora. En su última carta, Casey me había dicho que el culto comenzaba a las diez, pero que podía estar llegando a las diez y media cuando comenzaban la parte de las alabanzas.

Pero sentí que sería grosero llegar cuando ya todo había empezado, por lo que me dispuse a llegar antes.

—Estaré bien Yamileth, como dije no es para tanto.

Estuve a punto de dar por terminada nuestra conversación dominical y dejar de detener la fila de personas que esperaban usar el teléfono, pero mamá empezó a hacer unos sonidos de inquietud.

Se me olvidaba decirte... —escuché el sonido de unos papeles en el fondo—. Al fin nos dieron una respuesta por parte de colegio.

Todo mi cuerpo se tensó al escuchar eso.

Una parte de mí sabía que no iba a soportar un año más dentro de ese lugar, ver las caras de las personas que me hicieron la vida imposible antes y que no dudarían en hacerlo de nuevo. Y otra sabía que no me iba a querer en ningún otro lugar, ya sea por mi expediente o por ser estudiante de último año.

—Entonces...

No van a admitirte este año, prácticamente te expulsaron —contestó con tono serio—. Así que llamé a algunos conocidos del Nacional y estamos en proceso de conseguirte un cupo.

Eso significaba que por lo menos una parte de mi vida en la capital seguía a flote. Una parte de mí se sentía aliviada de no regresar a las claustrofóbicas paredes de aquel lugar lleno de indiferencia, pero la otra tampoco estaba saltando de alegría. 

—¿Serio?

Pa' que veas que yo también tengo mis contactos —escuchó el sonido de los carros fuera de la casa—. Tu papá no estaba nada contento, pero le dije que ni piense que vas a regresar a ese lugar... por cierto, se siente muy mal por lo que sucedió en tu cumpleaños y quiere que hablen de eso cuando regreses.

Las últimas flores del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora