12. ARZON, EL CAZADOR

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 12. ARZON, EL CAZADOR

 Faer, Gran imperio de Narvinia, 15 de marzu del 16442.

 Shamel, la pequeña luna blanca, acababa de aparecer sobre la gran ciudad aunque nadie la había echado de menos; su función hacía muchos años que la cumplían las farolas, siempre empecinadas en mantener la noche alejada de las zonas urbanas. Y no había lugar más urbanizado en Devafonte que el valle del Nialen y más concretamente, la ciudad de Faer hogar de cuarenta millones..., digamos cuarenta millones de seres de lo más diverso, que desarrollaban sus vidas a la sombra de las grandes estructuras de hormigón.

 Y es que si uno se paseaba por cualquiera de sus numerosos centros comerciales o por sus abarrotadas plazas, o si se abría paso a golpe de empujones pos las aceras atestadas, podía cruzarse con gente de todas las etnias y razas conocidas en Devafonte. No era extraño, pues esta ciudad era el centro del mundo moderno y la capital de un imperio que dominaba territorios en todos los continentes del hemisferio sur.

 En una asentamiento de semejante tamaño la actividad económica era necesariamente frenética; millones de toneladas de mercancías viajaban a, por y desde Faer, generando gigantescas cantidades de drekegs. Éstos después no se repartían de forma tan homogénea, lo que provocaba que el lujo y la ostentación se pavonearan en las narices de la pobreza imperante entre las clases medias, víctimas de una crisis perpetua.

 Pero la promesa de una vida mejor estaba ahí, ante sus narices todo el tiempo; un restaurante exclusivo para lo más selecto de la alta sociedad narvinia, con aparcacoches y una hilera de periodistas esperando por una instantánea jugosa, justo frente a una lavandería de barrio regentada por un nerb de aspecto sucio, que parecía no conocer muy bien el funcionamiento de su negocio; una urbanización de lujo tapiada vigilada por cámaras y agentes armador a escasos cien metros de un albergue social rodeado de vagabundos y adictos a la ladena esperando a que alguno de los que recibían asistencia humanitaria dentro desapareciese del mapa y dejase una vacante libre; o esa limusina que se paseaba por las calles mal asfaltadas, rebotando entre utilitarios renqueantes y ruidosos, un placer para sus ocupantes recorrer la ciudad aislados del verdadero mundo, sin entrar en contacto con la inmundicia. No cabía duda de que el imperio era un lugar próspero bajo el mandato del Emperador Khintop Ash'ar: sobre todo para unas pequeñas élites.

 La mala distribución de la riqueza generaba desigualdad y ésta a su vez derivaba en delincuencia, que cuanto más se extendía, más tendía a organizarse en torno a personajes poderosos. En Faer, como en todo el imperio, los barrios ricos eran escasos y estaban rodeados de peligrosos guetos controlados por bandas de delincuentes y demonios, y nadie en las altas esferas parecía interesado en mover un dedo por solucionar la situación. De hecho era bien sabido que el dinero que generaban las drogas, la prostitución o los mercados ilegales de armas, mercancía robada o esclavos no declarados, compraba la complacencia de los que debían ocuparse de acabar con la situación. Esto facilitó que se hiciesen cada vez más imprudentes y peligrosos. Algunos barrios eran zonas de guerra no declarada y los tiroteos, las explosiones y los ataques vestigiales eran parte habitual del paisaje, especialmente durante las noches, aunque tampoco les preocupaba actuar a plena luz del día.

 Pero la instantánea que recoge la esencia de una ciudad, no se caracteriza solo por las imágenes; también los sonidos sirven para describir un lugar, sobre todo cuando la mayoría descansa. Abrir la ventana de madrugada y escuchar, solo y en silencio. Esa noche y en esa ciudad se oirían muchas cosas ; un tipo con unas cuantas copas de más que desafinaba alguna melodía trillada como el “Estoria, Patria Querida”, mientras orinaba junto a una farola; el eco de multitud de pisadas que surgían de las bocas del metro; el tráfico intermitente pero continuo; y claro, las explosiones y los tiros que nunca sonaban lo suficientemente lejos para estar tranquilo. Pero si había un sonido que caracterizaba las noches de Faer, eran las sirenas. Nada sorprendente, con lo que os acabo de contar.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora