27. SEPARACIÓN

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27. SEPARACIÓN

Seberan, Al-Saha, 19 de avientu del 525 p.F.


Tras leer el diario, todos se retiraron a su camarotes a rumiar sobre la historia que acababan de leer: hicieron turnos para manejar el timón y la noche pasó sin más incidentes. Cuando amaneció, el paisaje presentaba novedades: bajo ellos, la arena del desierto había sido sustituida por una región rocosa y de vegetación escasa, la frontera natural entre los reinos de Al-Saha y Terna. El horizonte estaba remarcado por varias sierras montañas, que en la distancia parecían lucir cierto verdor. Hacia el norte vieron el mar y al sur, las grandes cumbres de la Cordillera del Firmamento: oculta en aquellas montañas, se encontraba la nación de Bindia.

Se adentraron pues en Terna, una región que originalmente perteneció a las antiguas naciones de jinetes talemos del este y que a posteriori fue conquistada por Al-Saha: la nación behit buscaba los suelos fértiles de los que carecían en el desierto. En la actualidad se trataba de una nación independiente, en la que ambas culturas convivían pacíficamente.

De hecho, fue Terna la que medio entre las naciones vecinas, sentando la base de lo que se convertiría con el tiempo en el Imperio Septentrional.

Buscaron, desde el el castillo de popa, signos de la guerra que se libraba en la frontera sur, pero todo parecía en calma. Lo único que alteraba el paisaje eran algunas columnas de humo: al ser pequeñas y estar dispersas en todas direcciones asumieron que se trataban de aldeas o campamentos.

El Engranaje traqueteó sobre aquellos terrenos, lento y produciendo infinidad de sonidos inquietantes, pero, aún así, todo parecía funcionar bajo el laborioso cuidado de Alerón: cuando no estaba absorto y rodeado del humo de su pipa, los sorprendió a todos con su compromiso con la nave. Se pasó todo el tiempo de aquí a allá, hasta el punto de que Zas llegó a bromear con que el nerb había caminado más que si hubiesen hecho el viaje por tierra.

Al mediodía, el que había sido un día soleado cambió: unos negros nubarrones que venían desde el mar, cubrieron los cielos. El mundo se oscureció, parecía última hora de la tarde, salvo por algún que otro relámpago. No tardaron en caer las primeras gotas.


—Perfecto —dijo Zas, cubriéndose con su capucha—. Lo que nos faltaba.

—Si te molesta la lluvia —le espetó Aubert—, ve a la cubierta inferior...

—No, si yo lo decía por ese barco que viene tras nosotros. Aunque la lluvia también es un fastidio.

—¡¿Qué barco?! —exclamó Árzak, corriendo junto a él.

—Aquel de allí. —Zas señaló: tras ellos, y a algo más de altura, se acercaba un navío. De hecho, ya podían oír el zumbido de sus hélices.

—Es una embarcación ligera —observó Alerón, mientras miraba por un catalejo.

—¿Son enemigos? —preguntó Arlia, y la única respuesta que recibió, fue una explosión en los propulsores traseros del barco que los tiró a todos al suelo.

—¿Eso responde a tu pregunta? —dijo Aubert, mientras se incorporaba.


Una densa humareda negra salía de la parte trasera del barco, que se había detenido.


—¡Piratas! —gritó Alerón, volviendo a prisa al timón y empezó a apretar botones—. Nos dejan sin propulsores para abordarnos.

—¿Y qué podemos hacer? —pregunto Árzak, agarrándose a la consola de mandos—. ¿No tiene armas éste barco?

—Tuve que retirarlos por el exceso de peso...

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora