11. HERENCIA

289 20 6
                                    

 11. HERENCIA

 Páramos de Verdaín,Gallendia, 1 de Avientu del 525 p.F.

 Árzak no guardaba un buen recuerdo del viaje de ida, pero desde luego aquello había sido un paseo en comparación con el regreso. En esa ocasión, en pleno verano y acompañado por viajeros expertos, lo único que se interpuso en su camino fue un grupo de faesters, seres tangibles que podían ser abatidos. Eran enemigos peligrosos, pero incluso ese riesgo parecía preferible a los rivales que los acosaron en esta ocasión, pues eran indestructibles y muy pertinaces; el hambre y el clima.

 Con el tiempo comprobaron que el primero no era un problema tan grave, en principio. Todas las sendas que transitaron estaban tamizadas de hojas y bajo ellas había gran cantidad de frutos secos: castañas y avellanas principálmente. También encontraron alguna seta, aunque no fueron tan osados como para probar suerte con ellas. Al menos de hambre no morirían, pero no pudieron saciar su apetito con tan poca cosa.

 El segundo problema dificultaba su avance más que el terreno agreste y la desorientación; un frío intenso que atravesaba la piel como si miles de alfileres se clavasen por todo el cuerpo, provocando un dolor tan penetrante que llegaba hasta los huesos y agarrotaba sus músculos. Por si fuera poco, las lluvias, intermitentes pero copiosas, les mantenían continuamente calados y dificultaba su situación impidiéndoles prender fuegos con los que soportar las gélidas noches o cocinar las liebres que Árzak había cazado con su arco.

 Dormían donde podían, buscando sitios en los que poder descansar lo más a cubierto que encontraban e incluso al raso cuando era necesario: bajo un árbol, pegados a un acantilado o en una acequia cubiertos por una capa empapada.

 Tras cuatro días sin encontrar Hulkend, justo cuando estaban a punto de desesperar y darse por vencidos, el tiempo les dio un respiro. El amanecer de esa cuarta jornada de viaje trajo consigo un cielo totalmente azul y despejado, sin una sola nube a la vista. La temperatura subió un poco, y por fin pudieron secar sus ropas extendiéndolas al sol en una colina. La madera que encontraron seguía húmeda, pero aun así cargaron con un poco para utilizarla cuando secase.

Al medio día por fin llegaron a Hulkend, compraron las pocas provisiones que se pudieron permitir gracias a las habilidades rateriles de Zas y continuaron viaje hacia el paso de Trajak. Unas horas más tarde se encontraban en el claro en el que Mientel murió, de pie, frente al monolito que plantaron Árzak y Leth sobre su tumba.

 —Me pregunto si tú sabías a donde me llevabas —dijo Árzak, en voz alta, con los ojos enrojecidos y húmedos pero con cuidado de que su compañero, sentado a su espalda, no viera su momento de debilidad—. Imagino que lo hacías por mi padre. Bueno, supongo que te alegrará saber que no me fue tan mal. Aunque al principio resultó muy duro. Terg no era el mejor tutor que podía tener, ni el cuidador más atento, ni tan siquiera un buen amigo, pero desde luego sí que supo hacerme más fuerte. Y no para de repetir que puedo serlo más. Tal vez eso fuese lo que queríais para mí, tú y papá. Que me convierta en un cazador de demonios como vosotros, aunque yo de momento sigo sin creerlo. Adiós, viejo amigo. Te prometo que en cuanto llegue a casa leeré ese maldito libro sobre el Vestigio.

 Se giró y fue junto a Zas, que estaba a unos pocos metros esperándole.

 —Se hace tarde. ¿Acamparemos aquí? —preguntó Zas, frotándose los brazos con las manos y dando pequeños saltos en el sitio—. Si seguimos, la noche nos pillará en la montaña.

 —Mejor aprovechar el buen tiempo —dijo Árzak, arrebujádo en la capa que había comprado en Hulkend. Aquel lugar le traía malos recuerdos, por lo que prefería alejarse de allí—. Según ascendamos hará más frío, pero podremos prender un fuego y comer caliente de paso.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora