17. UNA MAVE Y UN TRASGO

217 16 7
                                    

17. UNA MAVE Y UN TRASGO

Camino de la puerta occidental, Estoria, 12 de avientu del 525 p.F

Descansaron el resto de la noche sin ningún contratiempo: el cadáver de un cuélebre en la entrada del refugio demostró ser la mejor defensa; nadie en su sano juicio se atrevería a provocar un encuentro con quien quiera que lo hubiese matado. Al amanecer reemprendieron el viaje. Al contar con un caballo menos Zas y Árzak se vieron obligados a compartir montura.

El joven Kholler se había despertado muy animado tras la victoria de la noche anterior, pero pronto se vino abajo al comprobar que el ambiente del grupo se había enrarecido, aún más si era posible. Se sorprendió al encontrar a un Zas silencioso, sin ganas de bromear y extrañamente alerta: reaccionaba como un resorte ante cualquier ruido, hacia el que se volvía presto con la mano en la empuñadura.

Y por si eso fuera poco, Aubert estaba malhumorado e hiriente, hasta tal punto que agradecían los momentos en los que se mantenía callado, con el ceño fruncido, perdido en sus pensamientos. Al final, se limitó a dar indicaciones cortas solo cuando el camino no era claro y en los cruces e incluso eso lo hacia con malos modos.

Por suerte el itinerario era sencillo, pese a sus continuos desniveles, por lo que al mediodía, la senda abandonó el bosque desembocando en un enorme espacio abierto. La floresta habían sido convertida en pastos, y la campiña se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El camino estaba vigilado por cientos de ojos: reses que pastaban en grandes manadas, al ritmo musical impuesto por un millar de cencerros, sin perder de vista a los viajeros. Pero ellos no podían apartar la mirada de su destino.

—Es más impresionante de lo que había imaginado —comentó Árzak, sobrecogido ante la sombra de la muralla. Ahora que podía apreciarla de cerca se daba cuenta de lo espectacular de la construcción.

Sobre las colinas, como una gigantesca sierpe marrón, se extendía de este a oeste hasta perderse de vista en ambos horizontes. Estaba construido con piedras gigantescas de color marrón, debía superar los treinta metros de altura y la coronaba una interminable almena, sobre la que veían moverse figuras, tan insignificantes, que lo mismo podrían tratarse de guardias como de hormigas . Los únicos elementos que rompían la monotonía de aquella pared, eran los enormes contrafuertes que cada centenar de metros surgían de la parte superior y descendían hasta clavarse en el suelo, hundiendo sus cimientos en la dura roca.

El camino ascendía hacia una edificación que parecía surgir de la misma muralla: la llamada Puerta del Desierto. Árzak se había formado la imagen de la típica entrada a un castillo; un par de rastrillos, alguna torre de vigilancia, y tal vez un puente levadizo con foso. Sin embargo, aquella estructura, era una auténtica fortaleza.

La entrada occidental al imperio estaba situada sobre una alargada morrena. Una vez en la cima,el camino atravesaba un túnel, que se abría como una gigantesca boca en medio de la pared. Sobre el pasadizo, las almenas se sucedían piso tras piso, hasta sumar siete niveles, cada uno más pequeño que el anterior, lo que le daba cierta semejanza a una pirámide. Y en lo más alto una enorme bandera de color azul marino, en la que se veía un circulo amarillo, del que surgían siete cadenas concéntricas: la bandera del Imperio Septentrional.

Este lugar era, aunque ellos no lo sabían, la sede del Segundo Ejército Imperial. Un grupo de soldados de élite elegidos de entre los mejores de cada uno de los estados. Su función era la de asegurar la integridad de la nación, pero además eran los encargados del control fronterizo, por lo que un par de docenas de ellos, esperaban la llegada de los aventureros, desde que los vieron internarse en el llano.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora