24. UN REENCUENTRO INCOMODO

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24. UN REENCUENTRO INCÓMODO

Seberan, Al-Saha, 18 de avientu del 525 p.F.


—¡¿Cómo que dos mil?! —gritó Aubert, golpeando el mostrador.


Encontrar la tienda del Sajano no había sido fácil: el mercado era un lugar enorme, compuesto por decenas de calles estrechas, llenas de tenderetes y tan similares entre ellas, que más de una vez se perdieron. Después de pasar tres veces por delante del mismo mercader de barbas postizas, dieron con su objetivo: una tienda de campaña roja, alargada y lo suficientemente amplia como para albergar a una docena de hombres de pie. El mostrador estaba a unos cuatro pasos de la entrada, y separaba la parte privada de la pública. La primera estaba atestada de objetos que reposaban contra las paredes y reposaban sobre antiguos muebles de oficina, que también parecían en venta. La trastienda, era un simple pasillo entre dos hileras de estanterías, tan colmadas de objetos que la mayoría de baldas se veían combadas.

Al otro lado del mostrador, con los brazos cruzados sobre el pecho, el ceño fruncido y los labios apretados, estaba el tendero: un castrense entrado en carnes bastante maleducado, pero con aspecto de llevar una buena vida; vestía una túnica behit verde, confeccionada en seda y con remates de hilo dorado y de su oreja izquierda colgaba un aro de oro que reflejaba la luz de una vela cercana iluminando toda la estancia. Tampoco lucía las típicas señas castrenses; llevaba el pelo muy corto, peinado a cepillo, y con aspecto pringoso, como si se hubiese aplicado algún ungüento para mantenerlo así; la otra seña que lo diferenciaba de los castrenses que estaban habituados a ver era la barba, que éste individuo llevaba recortada en una absurda perilla , rematada por un penacho hirsuto de cabello que le colgaba de la barbilla.

Gracias a un viejo plano que les dio Alerón, identificaron el buje que necesitaban y en ese momento reposaba sobre el mostrador: una barra metálica, que atravesaba dos piezas circulares y planas, con varios orificios en su perímetro. Sin embargo el sajano que regentaba el local, ahora se negaba a venderlo por menos de la cantidad que sobresaltó a Aubert.


—Dos mil, y es mi ultima palabra —contestó con aspereza el tendero, .

—Bueno, no pasa nada —intervino Zas, acercándose con un bastón rugoso, rematado por plumas—. No pasa nada. Si aquí hay muchas posibles suvenires.

—¿Suvenires? —preguntó el sajano, rascándose detrás de una oreja.

—Zas, que dem... —intentó susurrar Aubert, pero el ladrón le interrumpió a voz en grito.

—No te pongas nervioso, rubito: encontraré un buen regalo para tu amante sexagenaria. A ver, "papada de pelicano" —añadió volviéndose al tendero, que no dio muestra de asimilar el insulto—, ¿cuánto por este bastón?

—¿Aún te falla la memoria?

—Para nada. Ya se que a esa vieja le pirran los artículos mecánicos, pero ese —señaló el buje—, es demasiado caro.

—Doscientos por el bastón —dijo el tendero de pronto: parecía que no había escuchado la conversación de sus clientes, concentrado en buscar un precio.

—Te doy veinte. ¿Para qué sirve?

—Es un bastón... —El hombre se encogió de hombros, confundido por la pregunta—, y no aceptare menos de doscientos.

—Vale, te doy cien.

—Doscientos —repitió el sajano, con el mismo tono plano.

—Ciento cincuenta.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora