3. UNA MISION POSTUMA, 1

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3. UNA MISIÓN PÓSTUMA, 1ª PARTE

Cordillera del Firmamento, Estoria, 9 de xunetu del 520 p.F.

 Dejaron dormir a Árzak durante todo el día. La noche anterior había sido muy larga, y el trauma por el que acababa de pasar le marcaría para siempre.

Hablaba en sueños; incluso en una ocasión dio un grito desgarrador que asustó a sus compañeros, preocupados por ser descubiertos. Leth pudo tranquilizar al muchacho, que al poco se durmió de nuevo.

El cazador también sufría terriblemente. Él no era un guerrero. Sabía pelear por supuesto, pero nunca había vivido una auténtica batalla; no estaba preparado para asumir todo lo ocurrido. La muerte de su hermano le atormentaba y aunque era consciente que de haberse quedado a estas horas también estaría muerto, se sentía culpable por escapar de esa manera.

Mientel, por su parte, seguía taciturno. Solo hablaba para dar indicaciones, y evitaba todo contacto visual con el chiquillo. Lamentaba haberle fallado a todo el mundo: había sido incapaz de proteger el pueblo y a su amigo Prien y, por si fuera poco sacó a rastras a Leth de la batalla. Le salvó la vida, sí, pero esa mancha en el honor del cazador era difícil de sobrellevar para los que no eran soldados; los que no estaban acostumbrados a tener que abandonar a compañeros en el campo de batalla o a ver morir compañeros ante sus ojos. Y eso sin olvidar a Árzak. El muchacho había perdido a su familia y él no tenía agallas ni siquiera para mirarle a los ojos o simplemente consolarlo.

Pensando en ello, cayó en la cuenta de que aún quedaba una persona a la que no había fallado. Revivió lo ocurrido unos días atrás, cuando Sallen le pidió a él y a los hermanos que le acompañasen a cazar un cuélebre que al parecer había atacado una caravana y acabado con todos sus miembros.

***

El buhonero que dio la alarma dijo haberse encontrado a la bestia de frente al entrar en un claro, mientras se daba un festín. Mientel creía que era una broma, desde luego no conocía a nadie más capaz de matar un dragón en solitario que a su amigo. Durante el viaje se comportó de forma muy misteriosa, negándose a revelar ningún detalle. En diez horas llegaron al campamento atacado para encontrarse ante una masacre.

Decenas de cuerpos abatidos esparcidos alrededor de varias fogatas ya extinguidas. Algunos incluso estaban a medio devorar, como si algun carroñero enorme se hubiese dedicado a picotear aqui y allá, buscando solo las partes más jugosas. Los carros que rodeaban la acampada estaban intactos y sus caballos seguían atados a un lado, visiblemente nerviosos. Rápidamente desmontaron e investigaron la zona.

—Menuda peste...— Mientel se tapó la nariz conteniendo una arcada.

—Aquí hay huellas —dijo Prien, inclinándose junto a un cuerpo mutilado—. Un cuélebre comió aquí.

—Falta un caballo —grito Leth desde el otro lado del campamento, alzando un trozo de cuerda aún atada a un árbol—. Seguramente se lo llevó el lagarto.

—No sé —dijo Sallen, inclinado junto a un par de cadáveres—. Aquí hay algo que no encaja. Éstos han sido cortados.

—Y éste también —apuntó Mientel, tras comprobar otro cuerpo.

—Además, un cuélebre no atacaría nunca a un grupo tan numeroso.

—Numeroso y bien pertrechado. —El sajano recogió el rifle de uno de los cuerpos y lo examinó—. No ha sido disparado. Les pillaron por sorpresa.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora