18. HUIDA

160 17 4
                                    

18. HUIDA

Ordea, Al-Saha, 11 de avientu del 525 p.F.

Aubert corrió tras ellos justo cuando Árzak alcanzaba la línea de edificios. El desorden se estaba extendiendo por toda la ciudad al mismo ritmo de los gritos histéricos e incoherentes de los que huían. Cuando el grupo se reunió bajo un soportal, pocos de los que pasaban corriendo sabían de que escapaban. Se oían barbaridades de todo tipo; desde una estampida de bisontes; a un ejercito de trasgos, comandados por una bruja mave, invadiendo la ciudad; pasando por un grupo de terroristas bindios que habían secuestrado a una doncella y un niño. Cada nueva turba huía de algo diferente y ,como cada una se enfrentaba a una hecatombe diferente, sus acciones era de lo más diversa. Algunos corrían a sus casas a armarse, otros corrían con cubos de agua en busca del fuego, otros buscaban un rincón en el que esconderse o gritaban “vamos a morir todos” mientras deambulaban sin rumbo.

Un pequeño guijarro había iniciado una avalancha. A eso había que añadir que los esclavos se estaban abriendo paso a estocadas en alguna calle, no muy lejos de donde se ocultaban. El ruido metálico de las espadas chocando, y los gritos de dolor se intensificaron para volver a alejarse. En unos minutos el único rastro de la batalla era una nube de humo negro que avanzaba entre los callejones; al parecer, ese era el momento de utilizar los cubos de agua.

Árzak les indicó con un gesto que le siguieran, y dirigió al grupo a un callejón cercano. Una vez allí se agacharon tras una pila de barriles. Una vez seguros de que nadie los había visto, se derrumbaron en el sitio, con un suspiro generalizado.

—Ya podéis contarme que ha pasado —dijo Aubert, apoyado contra los barriles . Mirando con desagrado a sus nuevos compañeros, añadió—. Tal vez podríais comenzar explicando el exceso de orejas puntiagudas.

—No sabría decirlo —dijo Árzak, sentado a su lado, encogiéndose de hombros— Me pareció oír una voz en mi cabeza…

—¡Perfecto! —aplaudió Zas, tumbado a sus pies—, ya es oficial. Ha perdido la cabeza.

—Ñia —asintió el trasgo, haciendo sonar el cascabel.

—Mmm. Me cae bien.

—No estás loco —intervino la mujer, que estaba recostada contra la pared—. Susurre a tu mente.

—¿Me leíste el pensamiento? —preguntó Árzak, visiblemente turbado.

—No —dijola mave, después de un leve ataque de risa, que trató de ocultar tras una mano; sin embargo, no pudo esconder el sonido de su cristalina voz, que embelesó a los presentes, convirtiéndolos en audiencia expectante—. Solo te hable. La mayoría de humanos no es capaz de oír mi voz mental. Carecen de la empatía necesario para ello. Pero tú me oíste, así que aproveché para pedirte ayuda. Por cierto, muchas gracias —inclinó la cabeza y les sonrió. Árzak tuvo de pronto la impresión de que el oscuro callejón se iluminaba—. Me llamo Arlia y este pequeño es Ximak.

—Ñia. —El trasgo ofreció su manita a los humanos. Aubert resopló con desdén y lo ignoró.

—Encantado Ximak —dijo Zas, devolviendo el saludo desde el suelo—. Yo soy Zasteo, pero podéis llamarme Zas. Este es Árzak, y el rubio desagradable dice que se llama Aubert, pero yo intento llamarlo lo menos posible: no sea que vaya a venir.

—Tanto gusto —musitó Aubert, con desgana—. Tenemos que salir de aquí antes de que cierren las puertas, Árzak.

—¿Cómo saldrán ellos? —preguntó el joven, preocupado, pues una mave y un trasgo desbarataban su disfraz.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora