23. "LA PERSONA QUE OS AYUDARA..."

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23. "LA PERSONA QUE OS AYUDARÁ..."

Seberan, Al-Saha, 18 de avientu del 525 p.F


Les hubiese gustado salir a primera hora: de hecho Árzak, Ximak y Arlia estaban listos desde muy temprano. No fue tan fácil para la marinera y mucho menos para Zas y Aubert, que estuvieron fuera de combate hasta media mañana. Y despertarlos solo fue el principio: una vez que recuperaron la consciencia tocó esperar a que dejaran de quejarse sobre cuanto les dolía la cabeza, recogieran sus cosas, salieran a la calle, se quejaran de que el sol hacia que les doliera aun más y, al fin, empezaran a caminar, quejándose esta vez del cansancio, en dirección al oasis de la ciudad. Una triste comitiva silenciosa, que arrastraba los pies y se tambaleaba tras Árzak, que no sabía muy bien hacia donde iba.

El sol estaba en su punto más elevado, apenas había sombras y las calles estaban casi vacías: la gente prefería pasar el mediodía del desierto en sus casas, lejos del calor abrasador. Cuando Zasteo se decidió a romper el silencio el eco de sus palabras rebotó contra los edificios.


—¿Qué tal estuve por la noche? —La destinataria de la pregunta era Nerede, que caminaba junto a él con paso firme, pero sin parar de masajearse la frente. Ella le miró de reojo, con la ceja levantada, y, negando con la cabeza, se encogió de hombros sin la más mínima idea de a que se refería—. Ya sabes, ¿he dado la talla?

—Claro..., no tengo palabras para describirlo —respondió ella con la voz rasposa, volviendo la vista al frente.

—Excelente...

—¿Podéis hablar un poco más bajo? —se quejó Aubert, que iba tras ellos. Se tapaba las orejas con gesto de dolor, esperando a que terminase el eco de su pregunta: cuando la reverberación acabó, su rostro se relajó y continuó—. Y de paso podríais hacer menos ruido al caminar. —Antes de terminar, volvió a sentir el taladro de su propia voz.

—¿Qué es lo anterior que dijiste? —preguntó Zas sin levantar la voz, pese a ello, Aubert se retorció y apretó los sus orejas con más fuerza.

—No grites. —susurró Aubert, entre dientes.

—No he gritado —Zas se volvió y lo miro confuso a punto de decir algo, pero se interrumpió: miro al frente con la boca abierta, se rascó la coronilla y volvió a girarse—. ¿De qué hablábamos? ¿Se puede saber porque pones esas caras?

—¡Que hables más bajo! —su propio grito, hizo que Aubert cayese de rodillas, y se agarrase la cabeza como si le fuese a explotar.

—Es tal y como dijo Nile —le susurró Arlia a Árzak, desde el fondo de su capucha.

—¿Nile?

—La fungo. Hable con ella esta mañana. Me dijo que podrían tener perdidas de memoria y sensibilidad ante los ruidos, aunque no aclaró el grado. Espero que el resto de síntomas no sean tan exagerados.

—Me da miedo preguntar pero—empezó Árzak, miró a sus compañeros por encima del hombro durante unos segundos y se volvió hacia la mave—, ¿cuáles son?

—Las clásicas: náuseas, mareos, diarrea..., ¡No! —Arlia detuvo la enumeración con un grito ahogado que acabó con Aubert encogido en el suelo—. ¡Ximak deja a ese faquir! —Corrió hacia al trasgo alcanzándolo justo antes de que le mordiese una cobra enorme, que él mismo acababa de liberar, para espanto de los escasos transeúntes.


Tuvieron que pagar al faquir para que les dejase ir; por lo menos, les puso en el camino correcto hacia el oasis. Todo ello entre gritos e insultos, para sufrimiento de Aubert, que postrado en el suelo tuvo que soportar, además, el escarnio de Zasteo, que no recordaba la sensibilidad auditiva de su compañero; y a cuanto más reía uno más se retorcía el otro, lo que aumentaba la hilaridad del primero. Para abreviar, tardaron un buen rato en volver a iniciar la marcha y cuando lo hicieron, tenían menos dinero.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora