2. ULTIMO DIA DE INFANCIA

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2. ÚLTIMO DIA DE INFANCIA

Norden, Estoria, 8 de Xunetu del 520 p.F.

Árzak Kholler'ar escrutó el cielo, intrigado. A sus doce años ya era un cazador experimentado, y había recorrido estos bosques infinidad de veces, pero nunca había visto nada parecido al objeto que atraía su atención.

—¿Qué es aquello? —preguntó señalando al cielo.

 Llevaban toda la mañana en busca de una presa, sin suerte alguna. Casi se había dado por vencido, cuando una silueta, que se recortaba ante las nubes, llamó su atención. No se apreciaba ningún detalle dada la distancia; lo único, un objeto de forma alargada con dos grandes extensiones a los lados similares a alas.

 —Desde luego no se parece a un pájaro —el que habló fué Aubert Redion'ar, su mejor amigo desde que le alcanzaba la memoria.

 Eran como dos caras de la misma moneda; Árzak, digno descendiente de las tribus castrenses: de pelo y ojos castaños y un cuerpo extraordinariamente musculoso para ser un infante; Aubert, por contra, destacaba en todo el pueblo por su altura y cabello rubio; incluso las malas lenguas hacían referencia a una posible ascendencia sírdica, algo que le sacaba de quicio.

 —Al menos ninguno que conozca —continuó Aubert —. ¿Un dragón tal vez?

 —Parece grande para ser un ventalen, y nunca he oído nada de grandes voladores en estas tierras. —Árzak se subió a un tocón cercano y haciendo visera con la mano entrecerró los ojos para forzar la vista—. Pensarás que estoy loco, pero diría que es una persona con una especie de... alas.

 —Nunca he oído hablar de personas con la habilidad de volar... —se burló Aubert en un tono petulante que era habitual en él. Pertenecía a una familia noble venida a menos y sentía un desmedido orgullo por ello—. ¿Un nerb?

 —Nunca he visto un nerb, pero según he oído, ellos tienen una membrana entre los brazos y no alas. —El extraño ser desapareció al rebasar las montañas, así que Árzak se bajó del tocón y centró su atención en el claro—. Sea lo que sea, se ha ido.

 —¿Qué diantres haces? —preguntó Aubert al ver a su compañero sentarse.

 —¿Diantres? —dijo Árzak con tono burlón—. Au..., ya nadie habla así.

 —Yo sí —respondió el otro, picado—. ¿Pero por qué te sientas? Estamos lejos de casa.

 —Es un buen sitio para comer. No hemos encontrado ni un triste conejo que cazar en toda la mañana y empiezo a estar cansado. Además tengo hambre —mientras hablaba, el chico apoyó la mochila en el regazo y empezó a rebuscar en ella.

 —Esto nos pasa por confiar en tus dotes de rastreador —dijo Aubert imitándole—. Je. Pan y cecina. De nuevo.

 —Ten. Me lo dio la vieja Greta. —Árzak le tendió un bollo de canela mientras empezaba a comer otro.

 —Como no —dijo Aubert al tiempo que cogía el dulce—. Al niño favorito del pueblo le regalan bollos.

 —Desde luego no soy el favorito de todo el mundo —rió Árzak mientras le guiñaba un ojo socarrón.

 —¿De qué hablas? —preguntó Aubert sin dar crédito a lo que oía. A la gente no le gustaba ese niño. El pequeño cínico le llamaban; y él lo sabía muy bien.

 —Freide, me ha preguntado por ti —canturreó Árzak conteniendo la risa. Aubert se limitó a resoplar con desdén—. ¿No quieres saber qué me ha dicho? Es la chica más guapa del pueblo.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora