14. CUÉLEBRE

275 16 5
                                    

14. CUÉLEBRE

Norden, Estoria, 10 de avientu del 525 p.F.

Aun era noche cerrada pero Zas y Árzak ya estaban en el recibidor de la mansión listos para partir, revisando el equipo en espera del tercer miembro, Aubert. Por primera vez, el joven Kholler'ar podía iniciar una aventura bien pertrechado y con suficientes provisiones; las anteriores veces tuvo que conformarse con escapar prácticamente con los puesto. La familia Redion les había proporcionado ropas con las que enfrentarse al duro invierno y todo lo necesario para atravesar los montes Estorianos. Además tenían raciones de comida de sobra para no tener que cazar ni cocinar en una semana. También les informaron de que tres caballos de raza autóctona, pequeños de estatura y largas y pobladas crines, pero acostumbrados a las duras condiciones climáticas de la zona y muy resistentes, les esperaban en los establos.

Querían partir antes del amanecer para evitar ser vistos, aunque Freder se había ocupado de mantener a la guardia distraída lejos de la mansión. Esa fue toda su aportación, después de confirmar que no estaban buscando a un Caballero Tenue; al parecer nadie le había visto llegar a Norden.

—Eso os dará como mucho una semana de tranquilidad —les dijo, mientras subía la lujosa escalera que conducía a las alcobas—. Después de eso, quien quiera que lo enviara empezará a echarlo de menos. —No añadió ninguna clase de despedida antes de desaparecer.

—No se porqué tengo la impresión de que no le caemos bien —dijo Zas, en cuanto estuvieron solos—. Este frío es insoportable —añadió frotándose las manos entre el vaho que desprecia al hablar—. ¿Estás seguro de que no podemos esperar un par de semanas aquí? Fijo que para entonces no queda ni un poco de nieve.

—El tiempo está cambiando: en unos días ya no habrá nieve, al menos en los valles —contestó Árzak, que se había agachado para comprobar por enésima vez que no se dejaban nada—. No te preocupes. No tardaremos en estar en el desierto, añorando el aire fresco.

—¿Aire fresco? Esto es como vivir en una nevera. Aunque a ti se te ve acostumbrado. —Árzak ya no le hacía caso, ocupado con el inventario.

—Tenemos yesca y pedernal, una cuerda, comida, mudas limpias y un mapa… —enumeró en voz alta el muchacho—. No sé, tengo la sensación de que nos falta algo.

—Alguien con un poco de sentido común —dijo Aubert, bajando por la escalera; y por la expresión que tenía, se había cruzado con su padre—. Menos mal que estoy yo.

—Y que lo digas —rió Zas— un tío que prefiere viajar con nosotros en una misión suicida, en la que si no nos mata el frío lo hará algún caballero lunático, cuando podría quedarse calentito en su casa, es un claro ejemplo de sentido común.

—No seas tan pesimista, Zas —medió Árzak, mientras se echaba la mochila al hombro—. Seguro que nos va bien. ¿Todo listo?

—Sí, por mi parte —respondió Aubert recogiendo su macuto y preparándose para salir—. Siento no poder decir lo mismo de tu ayudante. No podría preparar un viaje así ni aunque le dieses una década.

—¿No te despides de tu familia?

—Ya he hablado largo y tendido con mi padre. —Aubert agachó la cabeza al decir esto, consciente de que sus compañeros tuvieron que oír la discusión durante la noche. Lo que se dijo, todavía le perturbaba, pero al menos había dejado de poner objeciones—. No esperéis fanfarrias de despedida. Vamos.

—Lo único que esperaba era alguna canción —preguntó Zasteo, al cerrar la puerta tras ellos.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora