9. LOS DIARIOS RECONGITOS

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 9. LOS DIARIOS RECÓNGITOS

 Kashall'Faer, Narvinia, 30 de payares del 525 p.F.

 Keinfor avanzó por los pasillos del castillo Kholler hacia la habitación de su padre. En los últimos años la salud del anciano se había debilitado. La enfermedad hizo presa en él, postrándolo en su cama de forma permanente. Pese a ello, seguía gobernando la nación sin oposición. A nadie se le ocurriría sugerir en voz alta la cuestión de la abdicación. «No mientras el viejo conserve la consciencia», pensó Keinfor.

 Cuando enfiló el corredor que llevaba a su destino, no podía creer hasta qué punto el Rey había perdido el juicio. Los veinte metros del pasillo estaban jalonados por soldados a ambos lados, tan cercanos entre sí, que con solo estirar el brazo podían tocarse. La enfermedad había agudizado la paranoia del anciano monarca, convenciéndole de que estaba siendo envenenado. Cualquiera que se acercaba a ese ala del castillo era sometido a un escrupuloso registro. Nadie se interpuso en el camino de Keinfor, no obstante.

 Al acercarse a la entrada observó al heraldo. De nuevo un muchacho que no había visto en su vida. «Es el tercero este mes. ¿Qué demonios hace con ellos?». Descartó esos pensamientos e ignorando al joven que intentaba detenerlo entró en la habitación.

 —Buenos días, hijo, que grata sorpresa —dijo el Rey desde su cama, dedicando una funesta mirada al heraldo que se apresuró a anunciar al recién llegado, antes de desaparecer a la carrera. Por supuesto no era ninguna sorpresa, él lo había hecho llamar, por eso se limitó a señalarle una silla junto a su cabecero—: Ponte cómodo.

 —Estoy bien aquí —rechazó Keinfor, quedándose a los pies de la cama. «Espero que esto que siento no sea lástima»—. ¿Para qué me haces llamar?

 —Para hablar... —Un ataque de tos especialmente virulento le interrumpió. Cuando por fin recuperó el aliento continuó—. ¿Cómo fue el conflicto contra el Imperio Narvin?

 —Una escaramuza en un islote no se puede llamar conflicto. Solo resistieron dos horas, antes de retirarse. Pero si se me permite dar mi opinión, lanzaría un ataque de represalia contra Ciudad del Fin. No creo que nos costase demasiado capturar toda la isla.

 —Ya has dado tu opinión. Ahora haz lo que mejor sabes hacer, obedecer. —A Vermin le costaba hablar, pero no por ello estaba dispuesto a renunciar al toma y daca habitual—. Cuando terminemos aquí, moviliza las tropas. Pon en marcha los preparativos para la conquista de Gallendia.

 —Se hará como quieras. Mis capitanes llevan meses planeando el ataque. ¿Alguna cosa más?

 —Sí, que te sientes, maldita sea —elevar la voz le provocó un nuevo ataque de tos. Mientras su padre luchaba por volver a respirar, Keinfor se acercó despacio y se sentó en la silla—. Bien… Creo que ninguno de los dos nos escandalizaremos si digo que me queda poco tiempo.

 »Gracias a Arzon la tristeza te embarga, manteniéndote en silencio. Se agradece poder hablar sin interrupciones. Ya que serás tú el que me sustituyas, creo que hay algunas cosas que deberías saber. Dime Keinfor, ¿has oído hablar de los Diarios Recóngitos?

 —No —respondió el aludido, sentado con los brazos cruzados, indiferente al padecimiento de su padre.

 —Lo imaginaba. Nunca te gustaron las historias ni los libros. Es hora de que escuches la de nuestra familia, te guste o no.

 —La conozco de sobra, me la has contado cientos de veces —dijo Keinfor, levantándose bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta—. No tengo tiempo para esto.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora