16. ESPIRITUS DE VIENTO

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 16. ESPIRITUS DE VIENTO

 Cordilleras del Firmamento, Estoria, 11 de avientu del 525 p.F.

 Aubert clavó su ballesta en el suelo y tensó la cuerda sin perder de vista la saeta que se sacudía en el aire, clavada en un ser invisible; comprobar que un fino reguero de sangre goteaba por el proyectil sirvió para calmarlo un poco. No había tiempo para preocuparse por Zasteo, y aunque lo hubiese tenido tampoco le hubiera dado importancia, así que actuando con una frialdad que le sorprendió, volvió a apuntar hacia el árbol en el mismo momento en el que el reptil abandonaba su camuflaje y le lanzaba un rugido de advertencia mostrando una larga hilera de dientes afilados.

 El segundo que perdió el joven en contemplar la magnificencia de aquella criatura, fue suficiente para perder la compostura: el segundo disparo se clavó en la rama.

 —¡Maldición! —gritó, al tiempo que volvía a clavar la ballesta en el suelo—. Árzak, igual este es buen momento para hacer algo. ¡Árzak!

 El aludido no respondió; inmóvil y con los ojos cerrados ni se inmutó cuando el dragón se deslizó por el tronco del árbol. Ni tan quisiera reaccionó cuando la bestia se posó en el suelo y alzó la cabeza, estirando su largo cuello y lanzó un rugido que agitó sus ropas y su pelo. La saeta que le había golpeado en su costado derecho le dolía, pero no era grave. Las escamas evitaron que la herida fuese profunda, lo que salvo sus órganos vitales. Ahora estaba furioso y demasiado cerca.

 Aubert había pensado que Árzak le cubriría mientras recargaba, pero ante la inmovilidad de su amigo se dio cuenta de que era él el que tenía que protegerlo. Cuando el cuélebre se abalanzó sobre Árzak, abandonó la ballesta, y corrió en su auxilio al tiempo que desenvainaba su espada y se interpuso entre la bestia y su amigo, con el arma alzada. Demasiado tarde comprendió la inutilidad de su acto, y lo indefenso que estaba ante tal criatura: él no dominaba el vestigio y su arma era un acero corriente.

 Dos enormes mandíbulas se cernieron sobre él, rodeándolo. Solo pudo encogerse y esperar a sentir varias docenas de dientes del tamaño de dagas atravesandolo. Pero en lugar de ello, solo notó una ráfaga de viento proveniente de su espalda. Al abrir los ojos, vio asombrado como el dragón seguía en el mismo punto, luchando por cerrar sus fauces alrededor de una cuchilla del tamaño de su brazo.

 O eso le pareció, pues podía ver a través de aquel arma el gaznate del cuélebre. El objeto parecía perfilado por ráfagas de aire que silbaban recorriendo su contorno hasta dar forma a una alabarda. Pero la aparición no se detuvo ahí: primero aparecieron los guanteletes que la esgrimían, extendiéndose a unos brazos, un torso y unas piernas, todos ellos protegidos por una armadura etérea, cuyos bordes estaban definidos por el mismo viento. Finalmente, un casco decorado por una cimera de plumas, apareció, un metro por encima de la cabeza del joven que la miraba boquiabierto.

 —Golpea —ordenó Árzak, desde su espalda.

 Un mazo, tan grande como la alabarda e igual de transparente, apareció a su izquierda y se empotró contra el costado del cuélebre lanzándolo contra una de las paredes de hormigón, que estalló en mil fragmentos a causa del impacto.

 Aubert, con la boca abierta por la estupefacción, fue testigo de como un segundo guerrero tomaba forma junto a él: algo más pequeño que el primero y más corpulento, su casco estaba rematado con dos cuernos. Ambos seres se colocaron ante ellos, protegiéndolos de los cascotes que el cuélebre lanzó al recomponerse.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora